16. El sacerdote y
la Iglesia. El sacerdote y María
Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos
PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO
Nota: no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso.
Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o
experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se
trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro
asunto relacionado con el tema que estemos viendo.
Formadores
- ¿Con qué medios prácticos ayudar a los seminaristas a “acoger en la
obediencia” a la Iglesia y sus enseñanzas? Por ejemplo, ¿se ha hablado en sus
seminarios de la reciente instrucción “Dignitas personae” sobre algunas
cuestiones de Bioética? ¿qué acogida se le ha dado?
Otros sacerdotes y seminaristas
- ¿Cuál sería la diferencia entre un “hombre de Iglesia” y un simple
“funcionario de la Iglesia”? ¿cómo se forma “un hombre de Iglesia”?
Otros participantes
- ¿Se nota en los sacerdotes el interés y preocupación no sólo por la Iglesia
local sino también por la Iglesia universal? ¿en qué se nota?
16. El sacerdote y la Iglesia. El sacerdote y María
El sacerdote, hombre de Iglesia
El amor a Cristo nos lleva a la Iglesia. ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo
sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado en favor de
Cristo es el de san Pablo: «amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25)?
(Pablo VI, Evangelii nuntaindi, 16). Así pues, el sacerdote ama a la Iglesia
porque Cristo la amó, y como él la amó. Ella es madre y maestra de su fe
cristiana, continuadora de la misión del Señor y principio de su Reino en la
tierra. Su misma vocación cristiana y sacerdotal ha nacido en la Iglesia y se
alimenta de ella. Es consciente de que ha sido escogido por Cristo como
sacerdote de la Iglesia y para la Iglesia, y que ella ha confirmado esa elección
y le ha consagrado en nombre de Dios.
Un centro de formación de futuros sacerdotes es una verdadera comunidad
eclesial. Una de sus principales funciones es ir fraguando en los seminaristas
auténticos hombres de Iglesia. No funcionarios de la Iglesia, sino cristianos
que aman sinceramente a esa "ecclesia" que Cristo fundó y amó. Es preciso lograr
que los seminaristas vayan madurando en un amor profundo hacia la Iglesia; un
amor real que vela, que sufre, que ora, que lucha, que disculpa, que exalta, que
capta los latidos de esta madre. Un amor que, como todo amor verdadero, es a la
vez afectivo y efectivo. Un amor que la medita en la fe, la acoge en la
obediencia, la dilata en el apostolado, la santifica en su vida.
Amor afectivo
Para que fragüe el amor afectivo es primordial, como siempre, el conocimiento
profundo de la Iglesia. Conocimiento teológico serio, y conocimiento cordial de
su realidad viva y actual. Con un poco de imaginación y de interés es fácil
encontrar múltiples recursos para que los seminaristas estén al tanto de la
realidad eclesial: paneles informativos, revistas, conferencias y seminarios...
No se trata solamente de la Iglesia universal, sino también de la propia iglesia
particular. Se pueden organizar actividades para entrar en contacto con las
diversas instituciones de la diócesis, comenzar a colaborar en los planes de
pastoral para familiarizarse con su realidad desde dentro, etc. Recordémoslo:
quien no conoce no ama.
En el caso de una realidad como la Iglesia, que no es meramente humana, es
preciso fomentar la fe en su realidad sobrenatural. Sólo así los futuros
sacerdotes podrán adquirir un genuino "sensus Ecclesiae". Hay que ayudar a los
seminaristas a mirar con fe y a meditar en la fe la realidad global de la
Iglesia de Dios. Sin esta fe, por muchas nociones culturales o experienciales
que adquieran sobre la Iglesia, no podrán alcanzar a conocer sino su cascarón.
De ese conocimiento, humano y sobrenatural, surgirá el afecto, el amor. El
seminarista sentirá entonces un vivo interés por la Iglesia, por sus éxitos y
sus problemas, su doctrina y su labor misionera... Se alegrará con los
cristianos que se alegran y sufrirá con los que sufren. La Iglesia será cosa
suya.
Amor efectivo
El afecto por la Iglesia se traduce necesariamente en actitudes, comportamientos
y realizaciones efectivas. La formación sacerdotal debe educar a los
seminaristas para que sepan acogerla en la obediencia. La acogida de quien cree
profundamente en el misterio divino que encierra, y de quien comprende que
Cristo quiso fundarla como pueblo que ha de ser guiado por unos pastores. El
verdadero amor a la Iglesia se extiende a todos aquellos que representan a
Cristo Cabeza, y a las diversas instituciones que estructuran su realidad
humana. No podemos creer que estamos formando bien a nuestros futuros sacerdotes
si no les estamos ayudando a crecer en esta acogida plena y madura. Los
formadores deben buscar modos para que los seminaristas conozcan bien las
directrices del Magisterio eclesial, comprendan con madurez el sentido de las
mismas, actúen su fe cuando les cueste entenderlas o aceptarlas. Lo sabemos
todos, las personas y las instituciones no serán nunca perfectos. Pero el amor
no exige la perfección. El amor acoge al otro como es y le ayuda con su entrega
a ser mejor. En este sentido, la obediencia del sacerdote al Magisterio,
universal o particular, debe ser mucho más que un acatamiento servil. Es un
reflejo de la obediencia de Cristo a su Padre. Una obediencia cálida, cordial,
activa, emprendedora. Una obediencia que se hará más fácil y más honda si se ve
reforzada por una adhesión, no sólo "teológica", sino también personal y cordial
al Vicario de Cristo y al propio obispo.
El amor a la Iglesia llevará al futuro sacerdote a querer también dilatarla con
su apostolado, "hacer iglesia". Hay que formar a los seminaristas para que vean
así su futuro servicio pastoral: un servicio eclesial y que comprendan que su
misión sacerdotal tiene sentido sólo en la Iglesia, para la Iglesia y a partir
de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia.
Por último, el sacerdote debe también santificar a la Iglesia con su vida santa.
Unido místicamente en un solo cuerpo con todo el pueblo de Dios, sabe que su
santidad personal lo enriquece, su testimonio personal lo edifica y su servicio
en el ministerio de la Palabra y en la administración de los sacramentos lo
vivifica en el Espíritu de Dios.
María, Madre del sacerdote
Cuando en el Calvario dijo a la Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo... establecía
una maternidad universal... Nuestra atención, sin embargo, se concentra en la
elección de aquél que entonces fue llamado a convertirse en el hijo de María.
¡Juan era sacerdote!... Jesús no se limitó a confiar a María esta misión con
respecto a los sacerdotes. Se dirigió también a Juan para introducirlo en una
relación filial con Maria: Ahí tienes a tu madre. (Juan Pablo II, Angelus, 11 de
febrero de 1990).
Desde el Calvario Jesucristo ha querido que su Madre y sus sacerdotes
permanezcan unidos para siempre. Todo sacerdote, siguiendo el ejemplo de Juan,
debe acoger a María en su casa para que ella modele su corazón sacerdotal como
lo hizo con el de su Hijo divino. Desde aquella tarde María se ha convertido en
la gran formadora de los sacerdotes; desde entonces los protege de los peligros
y vela con solicitud por su perseverancia.
Al pensar en la formación espiritual del seminarista no podemos olvidar esta
faceta de la espiritualidad sacerdotal. No se trata de enseñarle a tener
"devociones", sino "devoción", la auténtica, riquísima y sólida devoción que la
Iglesia nutre hacia la Madre de Dios. Esta única devoción de la Iglesia se
despliega en diversas facetas. Se hace veneración profunda, cuando medita sobre
la singular dignidad de la Virgen, convertida por obra del Espíritu Santo en
madre de Cristo; en amor ardiente, cuando considera la maternidad espiritual de
María para con todos los miembros del Cuerpo Místico; en confiada invocación,
cuando se acoge a la intercesión de su abogada y auxiliadora; en servicio de
amor, cuando descubre el ejemplo de la humilde sierva del Señor que se ha
convertido en reina de la misericordia; en operosa imitación, cuando pondera la
santidad y las virtudes de la "llena de gracia"; en conmovida admiración, cuando
todavía peregrina en la tierra, contempla en Ella como en una imagen purísima,
todo lo que desea y espera; en atento estudio, cuando reconoce en la cooperadora
del Redentor el cumplimiento profético de su mismo futuro.
Por tanto, para todo aspirante al sacerdocio, la devoción a María no se puede
reducir a un número más o menos amplio de prácticas de piedad y rezos, ni al
estudio frío de la mariología. Debe ir más allá, a la imitación de sus virtudes;
sobre todo de su fe, esperanza y caridad, de su obediencia, de su humildad y de
su colaboración plena en el ministerio de la redención de los hombres. Ella es
el modelo más acabado de la nueva creatura surgida del poder redentor de Cristo,
y el testimonio más elocuente de la novedad de vida aportada por la resurrección
del Señor.
Los formadores deberían esforzarse para que la vida del centro ofrezca al
seminarista unos cauces sencillos y prácticos que le ayuden a entablar una
relación cordial de hijo con su Madre del cielo. Se puede, por ejemplo, reservar
en el programa diario del centro un tiempo para el rezo del rosario; procurar
dar un especial realce a las fiestas litúrgicas marianas, etc.
De este modo el seminarista, cuanto más se avecine al momento de su unción
sacerdotal, mayor hábito tendrá de dialogar con su Madre celestial; hábito que
mantendrá durante toda su vida sacerdotal, poniendo en sus manos la propia
fidelidad y perseverancia y el éxito de todos sus trabajos apostólicos en favor
del hombre.
LECTURAS RECOMENDADAS
1. “La Virgen María en la formación intelectual y espiritual” (Congregación para
la educación católica, 25 de marzo de 1988).
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_19880325_vergine-maria_sp.html
2. El sacerdote, al servicio de la Iglesia y de la comunión:
- Pastores dabo vobis, 16
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_25031992_pastores-dabo-vobis_sp.html
- Presbyterorum Ordinis, 5
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651207_presbyterorum-ordinis_sp.html