29. Formación para el ministerio pastoral

Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

Nota:
no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto relacionado con el tema que estemos viendo.

Formadores
- ¿Cómo han organizado en su seminario el “año de pastoral”? ¿ha sido, en general, una experiencia fecunda y formativa para los seminaristas? ¿cómo lo han logrado?

Seminaristas
- ¿Qué campos de pastoral atraen más tu atención? ¿te sientes preparado para estar inmerso en él?

Otros sacerdotes
- Sobre el espíritu de colaboración y el criterio mencionado (hacer, hacer hacer y dejar hacer), ¿cuál es su experiencia al suscitar y fomentar la acción apostólica de los seglares en la misión de la Iglesia?

Otros participantes
- ¿Cuál es su visión de los movimientos eclesiales? ¿participa en alguno de ellos? ¿cree que se va logrando una mayor colaboración entre los movimientos y las parroquias, por ejemplo?

 

29. Formación para el ministerio pastoral



Sin la formación del celo y el sentido de la misión no hay apóstol. Pero tampoco lo habrá sin una preparación específica en el campo de la acción pastoral. No basta que el seminarista quiera hacer la labor pastoral: es preciso que también sepa realizarlo eficazmente.


Algunos campos de la formación pastoral

El primer campo de preparación para la pastoral es el de los contenidos que el sacerdote debe transmitir en ella. Por eso comentamos en otro momento la dimensión pastoral de todos los estudios, sobre todo de filosofía y teología. Cabe subrayar aquí la importancia de algunas materias que tal vez algunos consideren "secundarias" dentro del cuadro global de la teología, pero que resultan necesarias para quien se prepara al apostolado: la teología pastoral, la catequética, la pastoral litúrgica y sacramental, el derecho canónico (especialmente los capítulos que se refieren a la administración de los sacramentos y a la administración ordinaria de las parroquias), etc.

Asimismo es conveniente ofrecer cursos u otros medios para ayudar a los futuros sacerdotes a prepararse para ciertas tareas apostólicas que suelen ser frecuentes en todo apostolado. Se pueden organizar cursos, por ejemplo, sobre la dirección de ejercicios espirituales, sobre la dirección espiritual...

Pero, además, hay una infinidad de áreas específicas de la pastoral que los seminaristas deberían conocer de algún modo antes de tener que afrontarlas. Evidentemente, pretender que cada uno conozca todas a fondo no es realista ni necesario. Habría que analizar cuáles son más convenientes de acuerdo con las necesidades y los planes pastorales de la diócesis, con las cualidades e inclinaciones naturales de los seminaristas y, si esto fuera posible, con el destino pastoral que se prevé -sobre todo al final de su preparación- para cada uno.

Un área importante, desde luego, es la que se refiere a la administración parroquial, con todos los aspectos pastorales, organizativos, jurídicos, y económicos implicados en ella. Otros campos importantes en todas partes son los relacionados con la pastoral juvenil, matrimonial y familiar, de los enfermos y los ancianos...

En algunos lugares habrá que prestar especial atención a la pastoral para los migrantes y los itinerantes; en otros será prioritaria la preparación para la pastoral ecuménica. En ocasiones será conveniente una preparación específica para la evangelización del mundo de la cultura o el del trabajo. Puede ser también provechoso que algunos estudiantes especialmente dotados para ello se preparen para realizar la pastoral de las vocaciones; un apostolado vital para la diócesis, que todo sacerdote celoso realizará personalmente en la medida de sus posibilidades, pero que puede ser coordinado e impulsado por alguno dedicado exclusiva o principalmente a él.

En nuestros días es especialmente oportuno, y hasta urgente, lograr que los seminaristas estén preparados para echar mano eficazmente del enorme potencial de los medios de comunicación social. Se requiere, ante todo, una educación a su uso "pasivo", precisamente para que no sea pasivo, sino inteligente y crítico; es el único modo en que podrá ser formativo. Pero hay que preparar a algunos también a su uso "activo". Que se formen para poder escribir, hablar en radio y televisión, participar en debates y mesas redondas... y hasta programar y dirigir alguno de esos medios de comunicación. En este campo, más aún que en otros, es necesario que se preparen con la profesionalidad y el ánimo necesarios para afrontar con altura ese mundo tan difícil y competitivo.

La lista podría seguir casi indefinidamente. Pero no es necesario agotarla. Baste simplemente anotar que también será necesario ir identificando a aquellos estudiantes que podrían un día ofrecer sus servicios como profesores y formadores de los futuros seminaristas.


Algunos elementos de metodología pastoral

Sea cual sea la futura labor de cada seminarista, su formación debería incluir el conocimiento de algunos elementos fundamentales de metodología para el apostolado. Veamos sólo algunos puntos que parecen especialmente interesantes.

Un elemento siempre necesario es el sentido y la técnica de la eficacia. Depende fundamentalmente del celo apostólico y el deseo de dar frutos, pero también puede ser educado como actitud y estilo de trabajo. Inculcar a los seminaristas el sentido del aprovechamiento ambicioso del tiempo: que aprendan a sacar tiempo al tiempo, a hacer más y mejor en menos tiempo. No se trata simplemente de estar ocupados o ajetreados, sino de alcanzar objetivos importantes y fructuosos. Es la diferencia entre la "eficiencia" (hacer bien las cosas) y la "eficacia" (hacer bien las cosas que más conviene hacer).

Para ello es necesario conocer el arte y la técnica de la programación. Programación a largo, mediano y corto plazo, que establece objetivos y prioridades, y prevé los medios, las personas y los tiempos necesarios para el proyecto. Hay estudios riquísimos en sugerencias y técnicas para la eficacia, de los que se valen ampliamente quienes trabajan en la administración, manejo de personal, etc. En esta misma línea se sitúa el aprendizaje de los recursos que ofrece la moderna informática, que, bien utilizados, pueden potenciar notablemente la labor del sacerdote que debe escribir, manejar registros y comunicaciones, etc. ¿Por qué el sacerdote no habría de poner también esos medios a disposición de la causa que más empeño merece? Naturalmente que la "eficacia" que busca el apóstol de Cristo no depende últimamente de las técnicas humanas, sino de la gracia divina. Pero la economía de la salvación se sirve siempre del esfuerzo del hombre.

No hace falta detenerse aquí a comentar lo que se refiere al campo de la expresión y la comunicación eficaz del mensaje, porque lo comentamos ya en el apartado de la formación intelectual. Es evidente la importancia que una buena preparación en ese campo tiene para quien ha sido llamado a ser ministro de la Palabra.

Otro capítulo fundamental en la preparación pastoral de los seminaristas es la "metodología de la colaboración". Ante todo, claro, el espíritu de colaboración, que les llevará a integrarse plenamente en los programas pastorales de la diócesis y a coordinar sus esfuerzos con los demás sacerdotes. Pero también la técnica de la colaboración, del trabajo en equipo. El día de mañana tendrán que trabajar con otros sacerdotes en la dirección de una parroquia, o en la dirección de una vicaría, o en la coordinación de la pastoral juvenil... Malo si no quieren o no saben reunirse, programarse, coordinarse, como equipo vivo y eficaz. Es ahora, en el seminario, cuando pueden asimilar la teoría y la práctica del trabajo en equipo.

La colaboración que se le pide al sacerdote no se limita a sus relaciones con los demás presbíteros. Tan importante o más que ésta es su capacidad de colaborar con los seglares. Los futuros sacerdotes han de saber apreciar la vocación específica de los laicos y su misión como bautizados dentro del Pueblo de Dios. Al sacerdote corresponde descubrir con sentido de fe, reconocer con gozo y fomentar con diligencia los multiformes carismas de los laicos. La Lumen Gentium pide que los sacerdotes aprendan a reconocer y promover la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia, les encomienden cargos de servicio y los animen a emprender obras por propia iniciativa (LG 37). Haciéndose eco de esto último, el decreto sobre la formación sacerdotal pide que se prepare a los futuros sacerdotes para suscitar y fomentar la acción apostólica de los seglares (OT 20); así también la Exhortación apostólica Christifideles laici (CL 22).

Acción apostólica que no debe reducirse a dar una mano al párroco en los asuntos de sacristía. Es importante que el apostolado seglar sea verdaderamente seglar. Convendrá, pues, ilustrar a los seminaristas los campos y estilos de acción propios de los laicos. Que comprendan que labor específica del seglar se sitúa en las estructuras y los ámbitos del mundo: es labor de fermento desde dentro de la masa.

Por otra parte, hoy día es necesario reconocer y acoger el fenómeno creciente del asociacionismo seglar. Los seminaristas deben conocer el sentido profundo, humano y eclesial, de ese modo de vivir y trabajar hoy en la Iglesia. Cuáles son las condiciones de su genuina eclesialidad, cuáles sus finalidades, cuál su inserción legítima en el seno del pueblo de Dios y de sus instituciones. Sería asimismo oportuno que tuvieran noticia clara y verdadera de los diversos movimientos operantes en la diócesis, sobre todo los más significativos e influyentes. Cuando salgan al apostolado deberán ser capaces de actuar en coordinación con ellos, sin prejuicios de ninguna clase, sin favoritismos unilaterales, sin celos y susceptibilidades injustificados.

En su futuro trabajo con los seglares podrá ayudarle al seminarista la aplicación de una máxima que puede resumir su labor: es necesario que sepa "hacer, hacer hacer y dejar hacer". "Hacer" porque el primero en arrimar el hombro deber ser el sacerdote. "Hacer" sobre todo su parte específicamente sacerdotal: lo que los seglares no pueden o no deben realizar. "Hacer hacer" se refiere a la habilidad para impulsar la colaboración de los demás, para englobar a los laicos en las tareas apostólicas y evangelizadoras. "Hacer hacer" será tanto más eficaz cuanto más tiempo y esfuerzo dedique el sacerdote a la formación de sus colaboradores. "Dejar hacer": no apagar la luz del Espíritu, saber reconocer los carismas de los demás, no ahogar su iniciativa, sino apoyar, estimular y contribuir al mayor éxito apostólico posible. Es un error que el sacerdote pretenda que todo lo que hacen los seglares deba partir de él, pasar por él y ser concluido por él. Muchas veces lo único que necesitan los laicos es que los sacerdotes les dejemos actuar como ellos saben. Este criterio requiere del pastor la confianza en los demás, en sus cualidades, sinceridad y posibilidades. Naturalmente, hacer hacer y dejar hacer no es lavarse las manos. El sacerdote sigue siendo pastor y guía. Debe velar responsablemente para que la actuación de quienes dependen de él corresponda siempre a la ortodoxia doctrinal y al sentido cristiano y eclesial de todo apostolado. Debe recordar que «el viento sopla donde quiere...» (Jn 3,8), pero debe también discernir si es el Espíritu quien sopla.

"Hacer, hacer hacer y dejar hacer" es una praxis muy fecunda y útil con la que el sacerdote se ve multiplicado. Su acción alcanza por este medio a sectores insospechados a los que obviamente por sí solo nunca hubiera llegado.


Recursos para la formación apostólica y pastoral

Todo esto quedaría en pura teoría si no se reflexionara sobre los medios que podemos utilizar para lograr en la práctica esta formación apostólica y pastoral. Habrá que considerar algunos recursos que favorezcan la formación del celo apostólico y otros que se dirijan especialmente a la necesaria preparación, también práctica, para el ministerio pastoral.

Ante todo hemos de recordar que el celo sacerdotal y el sentido de la misión es una gracia divina: es la participación en el amor de Cristo a la humanidad. Por tanto, el primer recurso ha de ser la oración. Oración como petición de esa gracia; oración como contacto asiduo con la Fuente del amor; y oración, finalmente, como expresión genuina del amor a los hombres, por quienes el futuro sacerdote ofrece ya desde ahora sus plegarias. No está de más recordar que una religiosa de clausura ha merecido, por su oración, ser nombrada por la Iglesia patrona de las misiones.

En este sentido, y teniendo en cuenta la maravillosa realidad del misterio del Cuerpo Místico, es muy eficaz para la formación del celo apostólico invitar a los seminaristas a dar a todas sus actividades una intencionalidad apostólica. Es el mejor modo de que comprendan en la práctica que el sacerdote ha sido llamado a ser apóstol las veinticuatro horas del día. Estudio, trabajo, oración, descanso... todo puede convertirse, puesto en las manos de Dios, en semilla de salvación.

En su oración personal, el seminarista debería contemplar frecuentemente el ejemplo de Cristo apóstol, entregado totalmente a su misión. No hay mejor escuela de apostolado, sobre todo para el apóstol sacerdote, identificado de modo único con el Maestro por el sacramento del orden. Verlo predicando en las plazas, en el templo, en las aldeas y sinagogas; recorriendo los senderos de Palestina; curando enfermos hasta ya entrada la noche; sin tiempo siquiera para comer, compadecido de las muchedumbres porque andaban como ovejas sin pastor, cercano a los pecadores, pobres y enfermos... Contemplar todo esto, preferentemente en un clima de oración y meditación, será un incentivo capaz de caldear el corazón del aspirante a pastor de almas.

Se requiere además otra contemplación: la que hacía Cristo cuando veía a la muchedumbre y sentía «compasión de ella porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). La conciencia de la misión, el celo apostólico, el sentido eclesial y la caridad pastoral se verán notablemente reforzados si se procura que quienes se forman en los seminarios conozcan de cerca los sufrimientos e injusticias que tienen que soportar numerosos hombres y mujeres, y hasta pueblos enteros, y se les ayuda para que estén al tanto de los problemas que afligen a la Iglesia.

Por eso es oportuno que los seminaristas cuenten con los medios necesarios para poder seguir los acontecimientos actuales de la Iglesia y de la humanidad. Pero hay que procurar que su visión de la realidad vaya más allá de la mera curiosidad por la crónica. Que la lean a la luz de la fe, descubriendo en ella el drama vivo de la historia de la salvación. Como Cristo, al ver a la muchedumbre sufriente deben «sentir compasión por ella». Esa com-pasión, esa sim-patía, hará que se identifiquen con los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo (GS 1). Sólo entonces la preocupación de Cristo ante las multitudes necesitadas porque «la mies es mucha y los obreros pocos» (Mt 9,37), resonará en su interior con la fuerza necesaria para hacer de ellos verdaderos obreros de esa mies.

Hasta aquí se trata de recursos que no presentan mayores problemas. En realidad se trata sobre todo de darle un enfoque específicamente apostólico a realidades ya existentes en la vida del seminario. El problema puede presentarse cuando se piensa en la preparación para la actividad pastoral. Hemos hablado de conocer de algún modo ciertas áreas específicas de la pastoral, de aprender a trabajar en equipo, de aprender a servirse de la informática, etc. ¿Cuándo y cómo? Naturalmente la respuesta depende de las circunstancias de cada seminario. El sentido de responsabilidad de los formadores y su conciencia de la necesidad de ayudar concretamente a los estudiantes en este campo les llevará a encontrar los medios más aptos.

Algunos elementos pertenecen al área de la formación académica. Si los seminaristas acuden a algún ateneo externo habrá que ver si están incluidos ya en sus programas o si es necesario suplirlos en el centro de formación. Se pueden organizar seminarios, cursillos, conferencias, etc. La aportación de expertos en los diversos campos será siempre enriquecedora. Se puede invitar, por ejemplo, a un experto en las técnicas de la organización, a un sacerdote experimentado en la pastoral familiar o en el trabajo con la juventud, a un miembro de algún movimiento seglar... Los tiempos de vacación escolar pueden dar mucho de sí en este sentido, pero cabe también la posibilidad de ir salpicando el curso con este tipo de actividades formativas complementarias, sin detrimento, claro está, de los programas académicos fundamentales.

Podría ser útil que los seminaristas interesados en un área específica de la pastoral (por ejemplo medios de comunicación) formaran equipos de estudio para intercambiarse materiales, bibliografía, resúmenes de libros, reunirse para reflexionar sobre algún aspecto particular... De cualquier modo será importante suscitar el interés personal de cada uno, de modo que hagan uso de los materiales que se pone a su disposición (revistas, manuales, videos...) para formarse mejor.
Es evidente que como mejor se aprende a caminar es caminando. Sobre todo en algunos aspectos metodológicos, la práctica vale más que la teoría. Pensemos, por ejemplo, en lo que se dijo sobre el sentido de colaboración y el trabajo en equipo.

En este sentido los programas del seminario deberían siempre brindar a los estudiantes la oportunidad de colaborar directamente en alguna actividad apostólica: como es necesario que los alumnos aprendan el arte del apostolado no sólo teórica, sino también prácticamente, y es necesario, además, que sean capaces de obrar por propia iniciativa y en unión con los demás, iníciense en las prácticas pastorales por medio de actividades adecuadas a lo largo del curso y aun en época de vacaciones (OT 21).

En algunas diócesis se está introduciendo también, con resultados muy positivos, un período de aprendizaje pastoral más prolongado. Interrumpidos los estudios, o al final de los mismos antes de la ordenación, el aspirante al sacerdocio dedica un período largo (vgr. uno o dos años), al trabajo apostólico en una parroquia o en algún otro apostolado. Puede ser un período decisivo para el futuro ministerio. No sólo porque aprende en la práctica el arte del apostolado directo, sino también porque experimenta lo que habrá de ser su vida sacerdotal el día de mañana, conoce personal y vivencialmente las necesidades y los problemas de la gente y comprende mejor el sentido de sus estudios, su sacerdocio y su misión.

Es importante que no se reduzca la práctica del apostolado (durante el curso, en vacaciones, o en el año de pastoral) a una simple actividad extraescolar, más o menos entretenida. Se trata de un medio de formación. Los formadores han de procurar que sea de verdad formativo y que los alumnos saquen de él el máximo partido en vistas a su futuro ministerio, además de prestar una colaboración real para las diversas necesidades de la diócesis.

Por tanto, es conveniente que los formadores programen y coordinen de algún modo esas prácticas pastorales. No pueden simplemente "dejarles salir" sin interesarse por el lugar al que van a trabajar, el tipo de apostolado que desarrollan, los tiempos que dedican a él, etc. Deben tener en cuenta, por ejemplo, la edad, la madurez y las cualidades de los estudiantes, para ver qué es más conveniente en cada caso.

Cuando se trata de un trabajo que los seminaristas realizan durante el curso, podrían reunirse de vez en cuando con los que operan en un mismo sector para estimular, planificar juntos, revisar resultados... En la orientación personal pueden interesarse por el apostolado que realiza el formando, sus dificultades y logros, la maduración real de su celo apostólico, etc.

Por otra parte, sobre todo cuando los jóvenes dedican un período largo al apostolado, habría que hacer que los sacerdotes con quienes colaboren, se sientan responsables de su formación, principalmente en el campo específico de la formación pastoral.

Es obvio, de cualquier forma, que los formadores del seminario siguen siendo responsables directos de los candidatos al sacerdocio. Habrán de procurar por tanto que durante ese período en que están fuera continúen formándose en todos los campos, desde el espiritual al pastoral. Cabe también la posibilidad de que durante ese período sigan habitando en el centro de formación aunque dediquen todo el día al apostolado, o que formen equipos de prácticas de pastoral bajo la dirección de un sacerdote experimentado.


LECTURAS RECOMENDADAS

"AMÉRICA CON CRISTO, VIVE LA MISIÓN"
Por monseñor Miguel José Asurmendi Aramendia


MADRID, sábado, 21 febrero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Miguel José Asurmendi Aramendia, obispo de Vitoria, miembro de la Comisión de la Conferencia Episcopal Española de Misiones y Cooperación entre las Iglesias con el título "América con Cristo, vive la misión".
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Las diócesis de España celebran el Día de Hispanoamérica, este año el 1 de marzo de 2009. Lo hacen tomando como pauta inspiradora el lema "América con Cristo, vive la Misión".

 

La Presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina ha hecho llegar un Mensaje para esta Jornada, en el que encuadra la celebración en el marco de los principales eventos eclesiales del momento: la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida (mayo 2007), el Año dedicado a la figura del Apóstol San Pablo y la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos centrado en "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia".

El papa Benedicto XVI, en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida, ha dado una explicación de las primeras palabras del lema "América con Cristo": "¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente".

El Santo Padre, más adelante en su discurso, sale al paso de lo que llama "la utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal", y dice que "no sería un progreso, sino un retroceso".

Y subrayando el valor positivo de la síntesis entre las culturas de los pueblos originarios y la fe cristiana, presenta la religiosidad popular como el alma de los pueblos latinoamericanos:

* el amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;
* el amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de vida;
* el Dios cercano a los pobres y a los que sufren;
* la profunda devoción a la santísima Virgen.

El documento de los obispos de la Conferencia de Aparecida hizo buen acopio de las palabras que el papa Benedicto XVI les había dirigido en su discurso y formula una rica propuesta para los discípulos de Jesús y misioneros para anunciar la Buena Nueva de Jesucristo. Describe esta con los contenidos siguientes:

* la buena nueva de la dignidad humana;
* la buena nueva de la vida;
* la buena nueva de la familia;
* la buena nueva de la actividad humana: el trabajo y la ciencia y tecnología;
* la buena nueva del destino universal de los bienes y ecología.

La conferencia de Aparecida ha sabido presentar el rostro de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, y lo ha traducido en evangelio para la persona humana; esta necesita encontrarse con la bondad de Dios en las diversas facetas de la vida humana.

Los obispos presentes en el Sínodo sobre "La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia" han presentado un Mensaje que ofrece una bella síntesis de los contenidos sinodales. Consta de cuatro puntos:

* La voz de la Palabra: la Revelación.
* El rostro de la Palabra: Cristo.
* La casa de la Palabra: la Iglesia.
* Los caminos de la Palabra: la misión.

El punto segundo del Mensaje parte del prólogo del Evangelio según san Juan, donde se lee: "la Palabra se hizo carne" (Jn 1, 14). Cristo es "la Palabra que está junto a Dios y es Dios", es "imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación" (Col 1, 15); pero también es Jesús de Nazaret que camina por las calles... (M, 4).

El Mensaje invita al Pueblo de Dios a formarse para conocer la Escritura y entenderla y de este modo vernos libres del fundamentalismo de la literalidad y, a la vez, abrirnos a ella desde el convencimiento de ser Palabra encarnada, presencia del Señor resucitado. "El conocimiento exegético (de la Escritura) tiene, por tanto, que entrelazarse indisolublemente con la tradición espiritual y teológica, para que no se quiebre la unidad divina y humana de Jesucristo y de las Escrituras" (Mensaje, 6).

El Sínodo sobre la Palabra de Dios ha subrayado lo dicho por la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, que insiste en que sacerdotes, consagrados y fieles cristianos han de leer asiduamente la sagrada Escritura.

Los sacerdotes "para no volverse predicadores vacíos de la Palabra"; los religiosos y los fieles "para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo" (Filp 3, 8), "pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo", como decía san Agustín.

El lema para este Día de Hispanoamérica insta a América a entregarse a la evangelización: América con Cristo, vive la Misión. Y el fin último de la Misión consiste en hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 849 ss.).

El Año Jubilar Paulino ofrece a nuestras Iglesias y a las de Hispanoamérica un ejemplo admirable de misionero, de Apóstol entregado a la Misión. Escribió san Pablo: "Predicar el Evangelio no es para mí motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no evangelizara!" (1 Cor 9, 16).

La Misión queda dicho que es una, pero tiene planteamientos diversos según continentes, naciones, regiones e Iglesias particulares. El documento conclusivo de la Conferencia de Aparecida ha hecho un análisis de la realidad en su parte primera, para proponer seguidamente compromisos concretos.

El análisis de la realidad en Aparecida ha incidido en los aspectos siguientes:
* La situación sociocultural. Aborda la globalización, la variedad y riqueza de las culturas latinoamericanas, el cambio de época, la nueva colonización cultural, la avidez del mercado, el consumismo, etc.

* La situación económica. Se habla de los efectos de la globalización, tendencia a privilegiar el lucro, concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, búsqueda de una globalización marcada por la solidaridad.
* La dimensión socio-política. Afirma un cierto progreso democrático, pero preocupa el auge de la regresión autoritaria, políticas públicas en la salud, la educación, previsión social, acceso a vivienda y a la tierra.

La Conferencia de Aparecida, en su parte tercera, ofrece caminos para afrontar la situación que viven los diversos pueblos latinoamericanos:
* Vivir y comunicar la vida nueva en Cristo a nuestros pueblos.
- Reino de Dios y promoción de la dignidad humana. "Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar
- toda su fuerza transformadora en nuestra Iglesia y en nuestras sociedades" (n. 382).
* Familia, personas y vida.
* Nuestros pueblos y la cultura.

La conclusión de Aparecida dice: "Recordando el mandato de ir y de hacer discípulos (cf. Mt 28, 20), desea despertar la Iglesia en América Latina y el Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar esta hora de gracia" (n. 548). Y la propuesta concreta queda expresada así: "Convocamos a todos nuestros hermanos y hermanas, para que, unidos, con entusiasmo realicemos la Gran Misión Continental". Son palabras del Mensaje de Aparecida.

La celebración del Día de Hispanoamérica nos invita a sintonizar con el momento eclesial que viven aquellas Iglesias hermanas. El centro del documento de Aparecida es Jesucristo. En Él Dios Padre nos ha ofrecido su Reino de verdad, de justicia y de paz. Cristo es el camino, la verdad y la vida. Llevar a Cristo a las personas y a las sociedades latinoamericanas es ponerse en camino para la verdadera transformación de aquellos pueblos.

Que santa María, Nuestra Señora de Guadalupe, de Aparecida, de Luján, nos muestre a Jesús, el fruto bendito de su vientre, y nos obtenga la gracia de convertir nuestras vidas a Él, Misionero de Dios Padre y nuestro Salvador.