ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL


Introducción

Uno de los objetivos prioritarios de San Antonio María Claret en su incansable labor apostólica fue la formación, promoción y renovación de los sacerdotes. En ellos veía la salvación de la sociedad de su tiempo. Escribiendo a la M. Antonia París de San Pedro, el 31 de agosto de 1860 le decía: "Veo que el mundo está perdido, y no sé hallar otro medio que la formación de un buen clero, que con su ejemplo y predicación dirija a las ovejas del Padre celestial; y no dudo que se conseguirá". De ahí nacía su interés por los sacerdotes, que demostró con iniciativas concretas, tal como el mismo Santo nos dice en su Autobiografía: "La otra clase que más me llamaba la atención era la clerical. ¡Oh, si todos los que siguen la carrera eclesiástica fueran hombres de verdadera vocación, de virtud y de aplicación al estudio! ¡Oh, qué buenos sacerdotes serían todos! ¡Qué de almas se convertirían! Por esto he dado a luz aquella obrita en dos tomos que se llama El colegial o seminarista instruido, obra que ha gustado a cuantos la han leído" (n. 326).

Las iniciativas claretianas en este campo fueron muy numerosas y se orientaron en dos direcciones: la santificación y el apostolado. Y esa serie casi ininterrumpida de iniciativas abarca desde el niño que tiene gérmenes o da señales de vocación hasta los obispos, pastores de la grey del Señor.

Para cortar de raíz una de las plagas más perniciosas de su archidiócesis de Santiago de Cuba -la de muchos jóvenes que entraban en el seminario y llegaban al sacerdocio sin tener verdadera vocación- emanó sabias disposiciones, y para ayudar a los sacerdotes en la ardua tarea del discernimiento vocacional escribió un precioso librito titulado La vocación de los niños.

En orden a impartir una formación moderna e integral a los seminaristas reorganizó el seminario de su archidiócesis, para el que escribió unas Modificaciones de los estatutos del seminario tridentino de Cuba, y creó el seminario del Escorial, como centro de formación de jóvenes selectos, que había de ser levadura de nuevas generaciones sacerdotales. Fue entonces cuando escribió su gran obra en dos tomos, titulada El colegial instruido, que ha sido durante muchos años el manual imprescindible de formación de muchos sacerdotes y seminaristas de España y de América latina.

Su acción directa con el clero ya formado comenzó en Cataluña, a través de innumerables tandas de ejercicios espirituales, de formación de grupos misioneros en España y en Cuba y de sus esfuerzos por instalar entre los sacerdotes la vida común. Para mantenerlos en fase de continua actualización organizó conferencias periódicas de liturgia y moral, presididas casi siempre por el Santo, retiro mensual y ejercicios anuales. Sus escritos sobre el sacerdocio fueron muchos, y van desde los Avisos a un sacerdote hasta La llave de oro, pasando por una importante Carta pastoral al clero, con varias adiciones posteriores; el Prontuario para la administración de los sacramentos y el Arte de canto eclesiástico. Para los obispos escribió además, un ambicioso proyecto de reforma, titulado Apuntes de un plan para conservar la hermosura de la Iglesia. Finalmente, para fomentar la vida común publicó las Reglas de los clérigos seglares que viven en comunidad.

El sacerdote, según el P. Claret, debe tener tres clases de ciencias: saber vivir bien y santamente, dirigir el culto debido a Dios y dirigir las almas por el camino de la salvación. Y éstos son los tres aspectos que el Santo expone casi siempre en sus escritos. El ministro del Señor debe ser santo, porque así lo exigen su dignidad y su misión, y debe ser un hombre lleno de celo por la gloria de Dios y la salvación y santificación de sus hermanos. El P. Claret pone un énfasis especial en la función profética del sacerdocio cristiano.

Todo esto podrá verlo el lector en las páginas que siguen.

AVISOS A UN SACERDOTE

El P. Claret, en una hermosa carta dirigida a D. Cipriano Varela, obispo de Plasencia, fechada en Vic el 22 de julio de 1884, decía: "Debo decir a nuestra señoría ilustrísima que ahora hemos concluido los santos ejercicios de San Ignacio al clero del obispado de Vich. La reunión ha sido grande; más parecía un concilio que una reunión para ejercicios; pero no ha sido menos grande el fruto, y para que se conserve nos ha parecido bien dar a cada uno estos avisos, que envío a vuestra señoría ilustrísima a fin de que me diga qué le parecen". El Santo se refería a los Avisos a un sacerdote, que acababa de publicar. Desconocemos la respuesta del obispo; pero sabemos que el opúsculo, de 24 páginas, tuvo mucho éxito, a juzgar por las numerosas ediciones que de él se hicieron. Hasta el año 1897 se había editado ya 25 veces, con un total de más de 250.000 ejemplares.

En este librito, que es uno de los primeros salidos de su pluma incansable, el P. Claret manifiesta su interés por la perfección del clero de su tiempo. Los 32 avisos ascéticos que contiene son típicamente claretianos. Después de hablar, siguiendo la tradición alfonsiana, de la dignidad del sacerdote, se centra en algunos temas propios de su espiritualidad. Entre ellos resaltan su acento en el ministerio de la evangelización, la presencia de Cristo, modelo de santidad, la obediencia a la jerarquía y el celo de la salvación de las almas.

Para ayudar al sacerdote propone un plan de vida, que contiene, con algunas variantes, sus propósitos de 1843.

En la edición de 1846 añadió las dos oraciones a la Virgen, que había escrito en el noviciado de los Jesuitas, en Roma, y que años más tarde copiaría en su Autobiografía (n. 154-164), y la Explicación de la parábola del Evangelio, en la que nos expone su visión del sacerdocio, que culmina en el sacerdocio misionero.

Creemos que estos avisos, leídos hoy a la luz del concilio Vaticano II, siguen siendo actuales y no carecen de valor para alimentar la espiritualidad sacerdotal.

Publicamos el texto íntegro del opúsculo Avisos a un sacerdote que acaba de hacer los ejercicios espirituales de San Ignacio, a fin de conservar el fuego que el divino Espíritu haya encendido en su corazón (Trullás, Vich 1844) 24 págs. A partir de la edición hecha por Pla en Barcelona, en 1846, se añadió un apéndice titulado Explicación de la parábola del Evangelio, que incluimos también en este volumen.

 

 

1. El primero de los avisos que voy a darte, ¡oh amadísimo hermano en Jesucristo!, es que ames a Dios, ya porque es infinitamente amable, ya porque Él primero te ha amado (1); y este amor no debe ser únicamente de palabra, sino de obra y de verdad (2).

2. Acuérdate a menudo de tu vocación al estado sacerdotal; que de Dios has recibido tan grande dignidad (3), la que te hace superior a los ángeles del cielo y reyes de la tierra y venerable a todos; debes, pues, dar las correspondientes gracias a tan liberalísimo bienhechor.

3. Considera el poder divino que se te ha dado sobre el cuerpo real y místico de Jesucristo; porque se te ha confiado un triple poder, y éste muy sublime; a saber, el ministerio del sacrificio, el ministerio de la reconciliación de los pecadores con Dios y el ministerio de la divina palabra. En esto está tu mayor gloria; pero de esto dimanan también tus obligaciones.

4. Para desempeñar dignamente tus ministerios no basta una santidad cualquiera, sino que es indispensable una santidad excelente; ya, pues, que por el sagrado orden eres sublimado sobre la plebe, debes ser superior al pueblo en méritos y santidad.

5. La santidad supone dos cosas: limpieza de pecado y eminencia en la virtud. A fin de adquirirla, debes tomar por modelo a Jesucristo, primer sacerdote y pontífice, meditando su vida y procurando tenerle siempre presente en los pensamientos, en los afectos, en las palabras, en las obras y en el padecer por su amor.

6. Aborrece en gran manera toda suerte de pecado, pues que en el sacerdote es más deforme y criminal, estando como está obligado a mayor santidad que los demás y a ser más rico de gracias y resplandecer más en virtud que los otros.

7. No será coronado sino el que legítimamente habrá peleado (4); por tanto, ármate de fortaleza en las tentaciones, ora sea que vengan de tu misma naturaleza, ora del demonio o del mundo. Y, cuando te sientas tentado, recurre a Dios con toda prontitud, con humildad y con confianza filial.

8. Combate el desorden de tus pasiones, y particularmente de la soberbia, de la avaricia, de la intemperancia, de la incontinencia y pereza, etc. Para ello es muy del caso que tengas conocimiento de los medios [de] que te has de servir para vencer; éstos son: la oración, la penitencia y el multiplicar los actos de las virtudes opuestas.

9. Arranca de tu corazón toda soberbia, que es la raíz y el principio de todos los pecados (5). El sacerdote debe hacer profesión de humildad, puesto que a ninguno mejor le cuadra que al sacerdote aquel dicho del sabio: Quanto magnus es, humilia te in omnibus, et coram Deo invenies gratiam 6.

10. No aspires a las dignidades y beneficios eclesiásticos, si Dios no te llama a ellos, como a Aarón (7); y, si la divina Providencia en ellos te ha colocado, considera con mucha frecuencia el grande peso que gravita sobre tus hombros, tanto respecto de Dios como respecto de ti mismo y de los demás que son tus súbditos. Ten presente el día de la cuenta, y que tal vez está más cerca de lo que piensas. Acuérdate que, aunque llamados por Dios al sacerdocio, Nadab y Abiú se perdieron (8); y Judas, también llamado de Dios, perdió la grande dignidad del apostolado (9).

11. Huye todas las ocasiones de pecar, singularmente contra la pureza, evitando mayormente las ocasiones próximas y aun las que sean remotas. Jamás vayas a casas sospechosas, ni frecuentes mucho las otras, a no ser por necesidad o caridad, porque la mucha familiaridad trae el desprecio. Guárdate de conversar por pasatiempo con las mujeres, aunque sean parientas o hijas espirituales; y si por urbanidad alguna vez te hallas obligado a ello, sé breve y grave y muy remirado en la vista 10. No fíes de tu virtud y saber, porque las mujeres hacen caer a los virtuosos Davides y a los sabios Salomones (11).

12. No te familiarices con los secuaces del mundo, ni tomes parte en sus costumbres y divertimientos, como son teatros, bailes, festines, juegos de suerte, cacerías estrepitosas, etc.; en una palabra, guárdate de todo lo que reprueban los sagrados cánones de la Iglesia y los estatutos de tu diócesis.

13. Resplandezca tu modestia delante de Dios y de los hombres (12); y entiende que, si ésta no te acompaña en el ejercicio de tu ministerio, aunque éste sea santo, será para ti un lazo: por tanto, guarda con suma diligencia los sentidos corporales, particularmente los ojos, los oídos y la lengua. Ama el silencio, y, cuando hayas de hablar, sean tus palabras de edificación. Cuida de la compostura de tu rostro, de la gravedad en el andar y que todos los movimientos de tu cuerpo correspondan a la santidad de tu grado.

14. Sé moderado con tu cuerpo y huye toda delicadeza y refinamiento mundano, porque desdice mucho, y aun es monstruoso, un miembro delicado bajo una cabeza coronada de espinas. Con todo, sé prudente, y no suceda que las muchas mortificaciones impidan otras cosas que son de mayor servicio de Dios. Tu habitación sea decente, sencilla y limpia, y tu vestido, por la calidad, por la forma y color, modesto, grave y canónico.

15. Abomina la avaricia, porque el avaro cae en la tentación y en el lazo del diablo, dice el Apóstol (13). No seas demasiadamente rígido en tus derechos ni te entrometas en negocios seculares, porque desdicen mucho del soldado de Cristo, dice el mismo Apóstol (14). Procura que el pueblo no te vea factor, secretario, mayordomo, procurador de grandes, y que vas andando por las plazas, mercados y ferias, a no obligarte una grande y cierta necesidad de tu oficio (15).

16. En los casos adversos, guarda tu ánimo en paz. El justo vive de la fe (16) y Dios prueba a aquel que ama (17). Esta vida es el tiempo de la guerra (18), de la tribulación y del llanto; a su vez, ya vendrá la felicísima y tranquila inmortalidad. Entonces quien haya padecido más por la justicia, más grande consuelo recibirá de la liberalidad del Señor (19), y su luz resplandecerá mucho más en la perpetuidad de los siglos (20).

17. No te dejes arrastrar del demasiado afecto a tus parientes o a tu casa; en lo que con sumo cuidado has de procurar ayudarlos es en el espíritu, velando sobre sus almas, poniendo y conservando el buen orden en la casa y, sobre todo, siendo modelo de toda virtud para los habitantes de ella (21).

18. Sé más fácil en dar que en recibir (22), porque las dádivas y regalos que se reciben, muchas veces manchan las manos más limpias. Ama socorrer a los pobrecitos de Cristo, porque tienen derecho a lo que te sobra del comer y vestir. Si socorres al indigente, a más de cumplir con ello una estrecha obligación, darás un realce al honor sacerdotal, tendrás grande paz y alegría de corazón, te harás rico de tesoros para el cielo y tendrás grande estima y amor en el pueblo.

19. Honra como verdadero hijo a la santa madre Iglesia; ama a su cabeza visible el sumo pontífice y reconócele por piedra y fundamento de la fe; obedece a él y a tu obispo o vicario general con las obras y corazón, ora sea que te manden, ora que te adviertan o exhorten.

20. Ama el decoro de la casa del Señor en los ornamentos y alhajas (23), sobre todo la gravedad en los divinos oficios, en la administración de sacramentos, de la divina palabra, etc., haciéndolo todo con tal reverencia que avive la fe y fomente la piedad en el pueblo.

21. Arda en tu corazón el celo de la salvación de las almas, que será fruto y argumento del amor de Dios en la tuya. "¿Me amas? - dijo Jesucristo a San Pedro -; apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (24). Para que crezca más este fuego de santo celo en tu pecho, piensa a menudo cuánto Dios las ha amado y las ama aún; cuánto cuesta a Jesucristo; cuán lacerado le ponen todos los días los pecados de los hombres, en cuanto está de su parte, tornando a crucificarle; cuánto siente su perdición; la mayor gloria accidental que Dios reportaría de su salvación y el empeño que ponen tanto los demonios, sus agentes, como los hombres malos para su perdición y eterna ruina, revolviéndolo y agitándolo todo con tal que puedan conseguir lo que pretenden.

22. Tu celo debe ser eficaz, pues que, si no obra, no es verdadero celo. ¡Ea, que se dilate tu corazón, que desee siempre la gloria de Dios y de la virgen Santísima y que procure salvar a todo el mundo! Todos los días has de rogar entre el vestíbulo y el altar con suspiros del corazón por las almas cautivas del vicio y del error (25). Vela, en cuanto puedas, de día y de noche, sobre los libros, para instrucción del ignorante y para confusión del impío soberbio, que cual otro Goliat, provoca al desafío a los ministros del santuario (26), aunque no sea sino con el sofisma y con su desvergüenza e insolencia.

23. En el ejercicio de tu celo confórmate siempre con el divino Maestro, y así tendrás las cualidades que exige el Apóstol escribiendo a los de Corinto (27). El será sencillo y puro en su fin, universal en su objeto, suave en ganarse los corazones, al propio tiempo que fuerte en las contradicciones, benéfico hacia las almas y cuerpos, incansable en las fatigas, prudente en los medios, constante en los sucesos y perseverante en la duración.

24. En la presencia de Dios no hay diferencia de personas (28), puesto que Él no se para en las apariencias ni vestidos de sus hijos, sino en sus almas (29), que a todas crió iguales, redimió con el mismo precio infinito de su pasión y muerte y quiere que todas se salven (30). si en alguna cosa hizo diferencia el divino Maestro, fue en amar con afecto especial a los pecadores (31), a los enfermos, a los pobrecitos (32) y a los párvulos (33). sigue, pues, sus pisadas; ama con preferencia a éstos; búscalos, en cuanto buenamente puedas, en el confesonario, en la enseñanza de la doctrina cristiana, en los hospitales, en cárceles, etc.

25. Si la caridad, la necesidad o el mandato de tu superior te llama al ministerio de la divina palabra, retírate antes, como tu divino Maestro, a orar un poco en la soledad (34), para adquirir, meditando en las penas de Jesús crucificado, aquella ciencia del corazón sin la cual tu palabra sería como el sonido de la campana (35). Guárdate de contaminar la palabra de Dios, no poniendo en su predicación más tu cuidado en la sublimidad del estilo, en las flores y en otras persuasivas palabras del humano saber (36) (de las que sólo hace pompa y vanidad quien se predica a sí mismo), sino en los efectos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios, como lo hacía el Apóstol: in ostensione spìrìtus et virtutis (37); y no como para agradar a los hombres, sino sólo a Dios, que sondea el corazón. Sobre aquellas palabras del Apóstol: Non sumus sicut caeteri, adulterantes verbum Dei (38), dice San Anselmo: "Esta es la diferencia que hay entre el padre y el adúltero; que el padre pretende hijos, pero el adúltero no más que el gusto y deleite" (39). Debes imitar al mismo Dios, quien dice por Isaías: Ego Dominus Deus tuus docui te utilia (40): non subtilia, añade San Jerónimo (41); y el P. Alápide, sobre este mismo verso, dice: Notent hoc praedicatores, si velint esse praecones veritatis et non vanitatis (42). Asimismo, tendrás presente lo que sienten doctores graves acerca de aquellos predicadores (43) que cuidan más del adorno de la oración que de la reforma de las costumbres, predicando cosas fútiles, aéreas, sin sustancia, de juegos de palabras y de cláusulas retumbantes y términos escogidos y poco inteligibles. El P. Miranda los llama "azotes de la Iglesia" (44); el P. Jerónimo López, "peste de la cristiandad" (45); el P. Díez, "verdugos del Evangelio" (46); el venerable Gaspar Sánchez, "los mayores perseguidores de la católica Iglesia" (47); y de este sentir es el P. Vivaldo, quien añade que en los últimos tiempos del mundo abundarán más dichos predicadores y que servirán para autorizar las abominables doctrinas del anticristo (48). y lo que más debe atemorizar es lo que resuelve el P. Alápide: Praedicator, qui ex concione sibi plausum quaerit, non conversionen animarum, atque hanc vanam gloriam suae concionis, velut fructum et mercedem, praestituit, et captat, hic damnabitur (49); por tanto, si no te quieres perder, antes bien, si quieres mucho merecer, imita al divino Redentor, lee el santo Evangelio y hallarás las materias que trataba y con qué estilo las proponía; y no sólo en las aldeas, sino también en la ciudad y ante los sabios de Jerusalén, a quienes hace la comparación de la gallina, cómo reúne sus polluelos debajo de sus alas (50) y, si así a los sabios, cuánto más se debe al vulgo; por esto dice el Crisólogo: Populo populariter est loquendum (51). De aquí comprenderás que debes poner cuidado en preparar las materias y que el estilo y modo de tratarlas debe ser inteligible, adaptándole a la capacidad de los oyentes, y, sobre todo, agradable. Procura instruir en la fe y en la ley; pinta amabilísima la virtud y abominable el vicio, estudiando a mover el corazón empedernido de los pobres pecadores con toda especie de argumentos de razón y de fe, y más aún con la llama del amor y del santo celo. Después del sermón has de procurar con fervorosas oraciones suplicar al autor de la mies (52) que guarde y haga fructificar con su divina gracia la semilla que por tu medio se ha servido sembrar en el corazón de tus hermanos; y, sobre todo, confirmar, con el ejemplo de una vida santa, aquello que hayas dicho de palabra, enseñándoles así a que las obras correspondan con las palabras.

26. En espíritu de caridad, ofrécete espontáneamente a oír las confesiones sacramentales, siempre que buenamente puedas; y haz que el pueblo te vea que, como buen pastor, buscas y estás esperando a las ovejuelas para recogerlas en el divino tribunal, como en un lugar, que lo es, de gracia; y verás cómo por tu caridad se aumentará la frecuencia de los santos sacramentos y cómo se salvarán muchas almas.

27. Como elegido que eres por Dios en aquel asilo de misericordia, vístete de entrañas paternales. "Padre" (53) te llama el pobrecito penitente, y como a padre te descubre con toda confianza las llagas de su alma. ¡Oh, qué gusto y qué alegría le darás si tú te portas como padre suyo en su situación! Si viene a tu presencia, cual otro hijo pródigo, desnudo de todo bien espiritual, feo, asqueroso y abominable, ¡por Dios!, no lo eches de ti, antes al contrario, cuando es más miserable, tanto mayor debe ser el afecto con que le debes acoger y abrazar (54), sufriendo con paciencia su rusticidad, su ignorancia y sus imperfecciones; abrazándole y apretándole contra el seno de tu alma; limpiándole sus inmundicias; vistiéndole el ropaje de la divina gracia y haciéndole sentar en la mesa del común Padre celestial (55). Así, no pocas veces sucederá lo que a todos los obispos del mundo católico escribía el sumo pontífice León XII, que los indispuestos para la absolución se dispondrán por la caridad del confesor que con ellos se sepa portar con todo amor, mansedumbre y paciencia (56).

28. Pastor que sea solamente bueno de corazón, pero no de entendimiento, éste poco ayudará a las ovejas. El debe unir, a la caridad de padre, la pericia de médico. Has de ser muy diestro, pero más cauteloso aún, buscando la enfermedad espiritual de tu penitente y mirando que el demonio, que con sus artes se dará la mano con el orgullo humano y procurará ocultarla, no consiga su intento. Descubierto que hayas el mal júzgale con recto y maduro juicio, distinguiendo una lepra de otra lepra (57), una fiebre de otra fiebre, una llaga de otra llaga; y, según la índole del mal y la calidad y condición del enfermo, échale sobre sus heridas el bálsamo del aceite y del vino (58) en mayor o menor graduación según que conocieres ser más o menos necesario; esto es, aplicándole remedios e imponiéndole mayores o menores penitencias.

29. Si el penitente ignora la doctrina de la fe y de la ley, las obligaciones de su estado, las culpas, sus principios y los medios necesarios y útiles para evitarlas, tú, que eres maestro, debes disipar las tinieblas de su entendimiento con la luz de la santa doctrina, a fin de que así se quite el pecado y se impidan las caídas. Con fuertes impresiones e imágenes vivas sugeridas por la fe, has de procurar compungir su corazón, excitándole a odio del vicio y del pecado y animándole con confortativos cristianos; dándole, al propio tiempo, un método de vida acomodado a su estado. La unción del Espíritu Santo, las consultas en libros ascéticos y morales, el celo industrioso y benéfico, el consejo de los sabios y prácticos en el ministerio, deben ser tu guía para estas instrucciones, exhortaciones y consejos. Así, pues, no cumplen con su obligación, antes se hacen reos de un gravísimo delito aquellos confesores que sin solicitud alguna, oída la confesión de sus penitentes, sin preguntarles nada ni avisarles de nada, les echan luego la absolución (59).

30. Como juez, pronunciarás el juicio y sentencia de Dios y no de hombre, siguiendo con toda rectitud el camino del medio, que no declina ni a la derecha del rigor, que desespera, ni a la izquierda de la laxitud, que engendra presunción. Te guardarás muy mucho de la inconsideración de la impaciencia, de la precipitación y de fines torcidos o menos puros, como acepción de personas, tierna tendencia a otras de otro sexo y a parientes; no fuera caso que, no curándote de estas y de otras semejantes flaquezas humanas, salieses reo de tu propio juicio delante de aquel divino Juez que escudriña lo más recóndito de nuestro corazón (60). Te portarás, sí, como guiado por una doctrina sana y recta que, mirando por el honor de Dios y por la salud de las almas, atempere tus sentencias a aquella rectitud y pureza de intención, que está santamente hermanada con una caridad prudente e ilustrada. Si el pobrecito que tienes a tus pies es un consuetudinario, un reincidente o está en ocasión próxima, a quien por entonces no te sea dado el poderle desatar, no le riñas, por Dios, ni le exasperes, antes bien, procura con buenos modos y con mucho amor hacerle ver los vivísimos deseos que tienes de que se salve; que conozca el infeliz estado en que se halla y los medios que debe practicar si quiere salir de él, y así verás cómo vuelve y cómo le has ganado para el cielo.

31. No sólo has de ser buen ministro del sacramento de la penitencia, sino también de los demás sacramentos, poniendo en la administración de cada uno de ellos todo esmero, para que Dios sea glorificado y quien los recibe santificado. Así quedarán edificados los circunstantes, y tú, como buen ministro, lleno de merecimientos.

32. Finalmente, te acordarás que eres vicario de Jesucristo en la tierra, puesto entre los hombres, para continuar aquella divina misión que Él comenzara al descender de los cielos, no sólo con el triple ministerio que se te ha confiado, sino también con el buen ejemplo. Preséntate, pues, a los fieles, a imitación de tu divino Maestro, como un dechado perfecto de santidad y virtud. Que vean en ti una viva imagen de aquel divino ejemplar los secuaces del mundo, y así se avergonzarán de su vida disoluta y sensual; los buenos se sentirán animados y estimulados a perfeccionarse en la virtud, y los enemigos del nombre cristiano, cuando no se conviertan, respetarán, a lo menos, nuestro estado sacerdotal. O quanta bonorum et malorum seges a clero! (61). Las palabras reforma y protestantismo tal vez no se hubieran jamás oído en el mundo, a lo menos en el sentido de los herejes, si el escándalo de algunos eclesiásticos no las hubiesen introducido en la rebelión de muchos millares de católicos separados del gremio de su madre la verdadera Iglesia de Jesucristo: la católica romana; puesto que en donde el sacerdocio fue modelo al pueblo de virtud y de religión, allí, por lo regular, se conservó intacto el puro depósito de la fe, no degeneraron las costumbres, antes bien se manifestó todo aquel esplendor que tanto brilla en las virtudes morales.

Ad maiorem Dei gloriam

FRUTO

que de los ejercicios de San Ignacio sacara en los que en el año 18... hizo el reverendo sacerdote D. N. N., propuesto para modelo e imitación, en la parte que cada uno buenamente pueda a los reverendos sacerdotes que por unos cuantos días se han retirado a hacerlos

Omnia... honeste et secundum ordinem fiant (I Cor 14 v. 40) 62

Una de las causas principales por que caen tantas almas en el infierno es el vivir al acaso; por esto, los santos, y especialmente San Gregorio Nacianceno, creen tan importante y necesario un reglamento de vida, que dicen ser el fundamento y la base de las buenas o malas costumbres y, por consiguiente, la causa de la salvación o condenación.

Viendo esta necesidad, un buen sacerdote deseoso de su salvación hizo los santos ejercicios de San Ignacio, y en ellos su reglamento de vida, del tenor siguiente (63),

 

REGLAMENTO DE VIDA

o propósitos hechos en los santos ejercicios

1. Benedicam Dominum in omni tempore (64): siempre daré gracias al Señor por el beneficio de haberme proporcionado hacer los santos ejercicios, y he quedado de ellos tan prendado que todos los años los haré, si puedo 65.

2. Cada mes tendré un día de retiro espiritual y leeré estos propósitos.

3. Tres veces a la semana, esto es, en el lunes, miércoles y viernes, tomaré una disciplina o haré otra penitencia de consejo del confesor. En el martes, jueves y sábado me pondré el cilicio o cadenilla con aprobación del confesor (66). En el viernes y sábado ayunaré y cada día me privaré de alguna cosa.

4. Todos los días haré una hora de oración mental por la mañana, o media hora por la mañana y media por la tarde, o cuando me sea posible.

5. Por esto, todos los días me levantaré a hora determinada, según el tiempo, e inmediatamente ofreceré a Dios todos mis pensamientos, palabras y obras. Luego me ocuparé en la oración mental; después celebraré la santa misa con toda la gravedad y devoción que me sea posible, daré gracias y me pondré en el confesonario. Rezaré horas con toda devoción y me ocuparé en el estudio hasta medio día. Un poco antes de comer haré el examen particular.

6. En el medio día, comer y descanso hasta las dos, en que rezaré vísperas, y a su hora, maitines delante de alguna imagen para conservar la atención (67). Por la tarde y noche me ocuparé en el estudio. Todas las tardes, una hora de paseo y visitas del Santísimo Sacramento y de la virgen María. Todos los días tendré un rato de lectura espiritual de los ejercicios de Rodríguez (68), menos en los sábados, que será del Anuario o Glorias de María (69). A las nueve rezaré el santo rosario y cenaré. Al mediodía y en la noche haré el examen particular de la virtud de la humildad, y a más, por la noche haré el general de todas las faltas del día (70).

7. Procuraré andar siempre en la presencia de Dios, haciéndolo todo ad maiorem Dei gloriam (71), sufriendo todo lo que da pena por su amor y en remisión de mis pecados; pensando que, si Dios me hubiese echado al infierno, como tengo merecido, mucho más tendría que sufrir y sin mérito, cosa que, si ahora sufro con paciencia, mereceré grande gloria.

8. Me entrego del todo por hijo y sacerdote de María, y por esto todos los días le rezaré la corona de antífonas Gaude M., etc.; Dignare me, etc. (72). María será mi madre, mi maestra y directora y de Ella será todo cuanto haré (73). Me ocuparé del todo en confesar, catequizar y predicar pública o privadamente, según la oportunidad (74).

9. Jesús es y será mi capitán (75); yo le quiero seguir, y con su gracia le seguiré vestido de su misma librea de las virtudes, pobreza, desprecios y humildad.

Pobreza: vistiendo con decencia y limpieza, pero tan pobremente como me sea posible (76). No me quejaré, antes me alegraré, si me falta alguna cosa, y, en cuanto esté en mi mano, escogeré para mí lo más vil y despreciable en el vestido, en la comida, en el lugar y en todo.

Desprecios: si me desprecian y persiguen, sufriré, callaré, me alegraré de tal dicha y encomendaré a Dios los perseguidores (77).

Humildad: haciendo cuanto haga únicamente por Jesús y María; por tanto, ni me alabaré, ni hablaré de mí ni de lo que he hecho, ni de mi patria, parientes, estudios, libros, etc. Si me alaban, callaré e interiormente diré: Non nobis, Domine, etc. (78), y procuraré mudar la conversación.

10. También propongo no perder jamás un instante de tiempo, sino que lo emplearé todo en la oración, en el estudio y en obras de caridad para con los prójimos vivos y difuntos. Con la ayuda del Señor y de la Virgen María, cumpliré todo lo propuesto y, si alguna vez faltare en algo, lo que Dios no permita, por penitencia rezaré la oración del avemaría con los dedos debajo las rodillas.

Día. Año.

N. N.

Nota. - Estos avisos se han puesto para que cada uno, cual abeja ingeniosa, saque de estas flores la miel y forme el panal a su gusto, y lo escriba y firme, a fin de que no se olvide, pues que, según San Agustín, quod os loquitur sonat et transit; quod scribitur vero permanet (79).

Oración a María Santísima (80)

¡Oh santísima María, concebida sin mancha original, Virgen y Madre del Hijo de Dios vivo, Reina y Emperatriz de cielos y tierra!, ya que sois Madre de piedad y misericordia, dignaos volver esos vuestros tiernos y compasivos ojos hacia este infeliz desterrado en este valle de lágrimas, angustias y miserias, que, aunque desgraciado, tiene la dichosa suerte de ser devoto vuestro (81). ¡Oh Madre mía, cuánto os amo, cuánto os aprecio! ¡Oh, cuánta es la confianza que en Vos tengo de que me daréis la perseverancia en vuestro santo servicio y la gracia final! Al propio tiempo, Madre mía, os suplico y pido la destrucción de tantas herejías (82) que están devorando el rebaño de vuestro santísimo Hijo; acordaos, piadosísima Virgen, que Vos tenéis poder para acabar con todas ellas; hacedlo por caridad, por aquel grande amor que profesáis a Jesucristo, Hijo vuestro; mirad que estas almas redimidas por el precio infinito de la sangre de Jesús vuelven otra vez en poder del demonio, con desprecio de vuestro Hijo y de Vos. ¡Ea, pues, Madre mía!, ¿qué falta? ¿Queréis, acaso, un instrumento, del que valiéndose pongáis remedio a tan grande mal? Aquí tenéis uno y, al mismo tiempo que se conoce el más vil y despreciable, se considera el más útil a este fin, para que así resplandezca más vuestro poder y se vea visiblemente que sois Vos la que obráis y no yo. ¡Ea, amorosa Madre!, aquí me tenéis; disponed de mí; bien sabéis que soy todo vuestro. Confío que así lo haréis por vuestra grande bondad, piedad y misericordia, y os lo ruego por el amor que tenéis al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.

Otra oración

¡Oh inmaculada Virgen y Madre de Dios, Reina y Señora de la gracia!, dignaos, por caridad, dar una compasiva mirada a este mundo perdido; reparad cómo todos han abandonado el camino que se dignó enseñarles vuestro santísimo Hijo; se han olvidado de sus santas leyes y se han pervertido tanto, que se puede decir: Non est qui faciat bonum, non est usque ad unum (83). Se ha extinguido en ellos la santa virtud de la fe, de suerte que apenas se encuentra sobre la tierra. ¡Ay! Extinguida esta divina luz, todo es oscuridad y tinieblas, y no saben dónde caen, y, sin embargo, agolpados van con paso apresurado por el ancho camino que los conduce a la eterna perdición. ¿Y queréis Vos, Madre mía, que yo, siendo un hermano de estos infelices, mire con indiferencia su fatal ruina? ¡Ah, no! Ni el amor que tengo a Dios ni el amor del prójimo lo puede tolerar; porque ¿cómo se dirá que yo tengo caridad o amor de Dios, si, viendo que mi hermano está en necesidad, no le socorro? (84). ¿Cómo tendré caridad, si, sabiendo que en un camino hay ladrones y asesinos que roban y matan a cuantos pasan, no obstante, no advierto a los que se dirigen allá? ¿Cómo tendré caridad, si, viendo cómo los carnívoros lobos están devorando las ovejas de mi amo, callo? ¿Cómo tendré caridad si enmudezco al ver cómo roban las alhajas de la casa de mi Padre; alhajas tan preciosas que cuestan la sangre y vida de un Dios, y al ver que han pegado fuego a la casa y heredad de mi amadísimo Padre? ¡Ah!, no es posible callar, Madre mía, en tales ocasiones; no, no callaré, aunque supiese que de mí han de hacer pedazos; no quiero callar; llamaré y gritaré, daré voces al cielo y a la tierra a fin de que se remedie tan grande mal; no callaré; y si de tanto gritar se vuelven roncas mis fauces, levantaré mis manos al cielo, y los golpes que con los pies daré al suelo suplirán la falta de la lengua (85).

Por lo tanto, Madre mía, desde ahora ya comienzo a hablar, y gritar; ya acudo a Vos; sí, a Vos, que sois Madre de misericordia; dignaos dar socorro a tan grande necesidad; no me digáis que no podéis, porque yo sé que en el orden de la gracia sois omnipotente; dignaos, os suplico, dar a todos la gracia de la conversión, pues sin ésta no haríamos nada, y entonces enviadme, y veréis cómo se convertirán; yo sé que daréis esta gracia a todos los que de veras la pidan; pero, si ellos no la piden, es porque no conocen su necesidad, y tan fatal es su estado, que ni conocen lo que les conviene; y esto cabalmente me mueve aún más a compasión; por tanto, yo, como primero y principal pecador, la pido por todos los demás y me ofrezco por instrumento de su conversión; aunque esté destituido de todo dote natural para este objeto, no importa, mitte me (86); así se verá mejor que gratia Dei sum id quod sum (87). Tal vez me diréis que ellos, como enfermos frenéticos, no querrán escuchar al que los quiere curar, antes bien me despreciarán y perseguirán de muerte; no importa; mitte me porque cupio esse anathema pro fratribus meis (88). O bien, me diréis que no podré sufrir tantas impertinencias de frío, calor, lluvias, desnudez, hambre, sed, etc. No hay duda que de mi parte nada puedo soportar; pero confío en Vos y digo: Omnia possum in ea quae me confortat (89). ¡Oh María, madre y esperanza mía, consuelo de mi alma! (90), acordaos de las muchas gracias que os he pedido, y todas me las habéis concedido; ¿y cabalmente ahora hallaré agotado ese manantial perenne? No, no se ha oído, ni se oirá jamás, que ningún devoto vuestro haya sido reprochado de Vos (91); ya veis, Señora, que todo esto que os pido se dirige a la mayor gloria de Dios y vuestra y al bien de las almas; por esto la espero alcanzar y alcanzaré, y, para que os mováis a concedérmela antes, no alegaré méritos míos, porque no tengo sino deméritos; os diré, sí, que, como Hija que sois del Eterno Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, es muy conforme que celéis el honor de la Santísima Trinidad, de la que es viva imagen el alma del hombre (92), bañada con la sangre preciosísima (93) de un Dios humanado. Habiendo Jesús y Vos hecho tanto por ella, ¿ahora la abandonaréis? Es verdad que de este abandono es merecedora; mas por caridad os suplico que no la abandonéis; os lo pido por lo más santo y sagrado que hay sobre el cielo y la tierra; os lo pido por aquel mismo a quien yo, aunque indigno, hospedo todos los días en mi casa, le hablo como amigo, le mando y me obedece, bajando a mi voz del cielo; éste es el mismo Dios que os preservó de la culpa original, que se encarnó en vuestras entrañas y que os colmó de gloria en el cielo y os hizo abogada de pecadores; y éste, a pesar (94) de ser Dios, me oye, me obedece cada día; pues oídme vos a lo menos esta vez y dignaos concederme la gracia que os pido; confío que lo haréis, porque sois mi madre, mi alivio, mi consuelo, mi fortaleza y todas las cosas después de Jesús. ¡Viva Jesús! ¡Viva María! Amén.

 

Jaculatoria

¡Oh Jesús y María! El amor que os tengo me hace desear la muerte para poder estar unidos en el cielo; pero es tan grande este amor, que me hace pedir larga vida para ganar almas para el cielo. ¡Oh amor!, ¡oh amor!

Aquí: Dibujo del P. Claret en la "Explicación de la parábola del Evangelio", que figura en la segunda edición de los "Avisos a un sacerdote" (1846)

 

Apéndice 95

Explicación de la parábola del evangelio

El primer siervo significa un misionero apostólico a quien el Señor, a más del talento de la dignidad sacerdotal, le ha encomendado otros cuatro, que son los cuatro ángulos de la tierra, cuando dijo: Euntes in universum mundum, praedicate evangelium omni creaturae (96).

El segundo significa un párroco a quien el mismo Señor, a más del talento de la dignidad sacerdotal, le ha confiado el otro de la parroquia.

El tercero es cualquier sacerdote, a quien el Señor ha entregado el único talento de la dignidad sacerdotal. ¡Ay de él si no negocia! ¡Ay de él si lo esconde por temor o pereza! ¡Ay de él! Como criado malo, será echado a las tinieblas exteriores (97); esto es, al infierno, como dicen los expositores sagrados. Sufficit mihi anima mea, dice San Agustín en boca de este mal sacerdote (98); lo que yo quiero es salvar mi alma, no sea que la pierda queriendo salvar la de los otros; y le responde el mismo Santo Padre: Eia, non tibi venit in mentem servus ille qui abscondit talentum? (99). ¡Ay de ti!, que, si no da fruto este árbol de la dignidad sacerdotal, se te dirá: Ut quid terram occupat? (100), y se mandará cortarlo y echarlo al fuego del infierno (101).

El Concilio de Colonia a este sacerdote le trata de lobo y de ladrón, asegurando que infaliblemente experimentará un grande castigo: Quod ingens ultio tandem certo subsequetur (102). Claro está que un tal sacerdote es lobo de las ovejuelas de Jesucristo, pues que las mata directamente con sus escándalos o vicios, indispensable consecuencia de su ociosidad, o indirectamente, dejándolas perecer de hambre como el epulón, que dejó víctima de la miseria al pobre Lázaro (103). Los pobrecitos piden pan, y no hay quien se lo reparta (104); este pan es la santa instrucción en la ley del Señor y la administración de los sacramentos. Además, un tal sacerdote es ladrón, porque la Iglesia lo mantiene y él no trabaja por ella; como ladrón es aquel criado que, mantenido por su amo para que trabaje, se está mano sobre mano. Sabemos que Jesucristo nos ha llamado a su santa casa para trabajar como Él: Sicut misit me Pater, et ego mitto vos (105). Sí, todos debemos trabajar según los talentos y gracias que hemos recibido del Señor (106), y quien no pueda por los achaques o vejez, que lo supla con la oración (107).

Es tan importante el trabajo de cada uno según su talento, que sin él todo se pierde. Por ejemplo: ¿qué será del fruto de las misiones si, después de convencidos los pecadores y puestos, con el auxilio del Señor, en estado de gracia, los sacerdotes que viven en cada parroquia no trabajan? Como no es posible que estén siempre allí los misioneros, es preciso que los sacerdotes del país vayan fomentando con el pábulo del sagrado misterio el divino fuego que aquellos hayan encendido; de lo contrario, natural e insensiblemente se extinguirá la santa llama. La buena semilla sembrada en un campo, si se abandona, será sofocada de las malas yerbas (108); de poco servirá que los misioneros engendren en Cristo a muchísimos (109). Si después los otros sacerdotes no procuran, como buenas amas, conservar y aumentar la vida espiritual de estos hijos con el pecho lleno de santo celo.

Copiaré aquí las fulminantes palabras del apóstol San Pablo a Timoteo: Te conjuro delante de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar vivos y muertos al tiempo de su venida y de su reino; predica la divina palabra oportuna e importunamente; reprende, ruega, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo en que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina, sino que, teniendo una comezón extremada de oír doctrinas que lisonjeen sus pasiones, recurrirán a una caterva de doctores propios para sus desordenados deseos y cerrarán sus oídos a la verdad y los aplicarán a las fábulas; tú entre tanto vigila en todas las cosas del ministerio; soporta las aflicciones; desempeña el oficio de evangelista; cumple con todos los cargos de tu ministerio (110).

Sobre esta doctrina del Apóstol quiero añadir, especialmente para los párrocos, los siguientes avisos.

1. Pondrás tu principal mira en cuidar bien tu conciencia y la de los feligreses, y para esto te ocuparás algunas veces entre día en pensar en asunto de tanta importancia.

2. Ya sabes que nemo dat quod non habet (111); por cierto, no podrás dar luz a los feligreses si primero no pides a Dios que te ilumine, ni los encenderás en la caridad si Dios no te enciende a ti primero con aquel fuego que comunica en la meditación (112), la oración y lectura espiritual, para lo cual no te faltará tiempo si con un método prudente lo tienes distribuido y arregladas todas las cosas.

3. Procurarás catequizar y predicar a tus feligreses no sólo con el buen ejemplo, sí que también con la divina palabra, usando más de la suavidad que del rigor, y del rogar y persuadir más que del mandar (113).

4. Procurarás encender en tus feligreses la llama del divino amor; para esto haz que en todos los días, a lo menos en los domingos, se tenga oración mental en la parroquia; incúlcales esta ciencia divina, manifestándoles su excelencia, utilidad, necesidad y facilidad, como que pueden practicarla en medio de sus ocupaciones; enséñales el modo de hacer jaculatorias. Inspírales la devoción al Santísimo Sacramento, a la Beatísima Trinidad, a la purísima Virgen, a los santos patronos y a los ángeles custodios. Exhórtales a la frecuencia de los santos sacramentos, y para esto les darás ocasión poniéndote muy de mañana en el confesonario; si no vienen un día, vendrán otro, viendo la proporción que les ofreces todos los días; los cazadores, aunque no pasan pájaros a todas horas, no se mueven del lugar, esperando que vengan. ¡Ah, si nosotros los sacerdotes fuéramos todos muy fervorosos, qué otro sería el pueblo!

5. Cumplirás lo que todos los días dices al Señor en la santa misa: Domine, dilexi decorem domus tuae (114); ama la limpieza del templo y de los ornamentos y ofrece siempre al Señor lo mejor, a imitación de Abel; no seas como Caín, que lo mejor se lo quedaba para sí y lo más despreciable lo sacrificaba a Dios (115). ¡Ay de ti si tienes más cuidado de las cosas de tu casa que de las de la Iglesia! ¡Ay de ti si lo bueno, precioso y limpio lo reservas para ti, y lo malo, vil y sucio lo ofreces al Señor! Vae tibi!

6. No sólo procurarás con todo esmero la limpieza y aseo del templo, sí que también guardarás y harás se guarde en él un religioso silencio: aprende del celo del divino Maestro, que sufrió calumnias, azotes, espinas, clavos y muerte de cruz sobre sí, pero no sufrió ni toleró a los que profanaban el templo (116).

7. Desterrarás de ti aquellos vicios que tú reprendes o debes reprender en tus feligreses y, adornado con las virtudes que les persuades, pórtate de manera que les puedas decir como el Apóstol: Imitatores mei estote, sicut et ego Christi (117).

8. Nunca jamás trates mal de palabra ni de obra a tus feligreses, eligiendo antes penar que darles que sufrir; y, cuando tengas que reprender, mezclarás siempre la dulzura con la corrección, teniendo presente que se cogen más moscas con una gotita de miel que con un barril de vinagre (118); que ha curado más llagas el aceite y vino del samaritano que todo el vino agrio de los fariseos (119), y que aquellas acrimonias y palabras fuertes que a veces salen de la boca de algunos sacerdotes, les parecerá que salen de puro celo, pero en verdad no salen del celo, sino de la pasión; no saben de qué espíritu están animados (120) y qué poco imitan la mansedumbre de Jesucristo, nuestro divino Maestro: Bienaventurados los mansos, que ellos poseerán los corazones terrenos y, por último, la tierra de promisión o la gloria (121).

9. Procurarás que en la misa te vean devoto; en la mesa, templado; en la calle, modesto; en las palabras, cuerdo; en las obras, casto; en las operaciones del santo ministerio, diligente, y en todo cuanto mira al servicio de Dios, fervoroso. Mal cumplirías con estos deberes si no tuvieses bien arreglada tu casa: Si quis autem domui suae praeese nescit, quomodo Ecclesiae Dei diligentiam habebit? (122). Pondrás, pues, todo cuidado en escoger gente de bien para el servicio de tu casa, y si con el tiempo viene alguno a ser motivo de escándalo a ti o tus feligreses, arráncalo, échalo luego de casa, aunque sea tan útil y necesario como los ojos, manos y pies, como dice el Evangelio (123). ¡Ay de ti si, en lugar de edificar, escandalizares!; mejor te fuera que colgasen una piedra de molino a tu cuello y te anegasen en el profundo del mar (124). Por esto, procurarás que todos tus domésticos vistan modestamente, no hablen mal ni anden en tratos, bailes y otras diversiones mundanas, antes bien que sean amantes del retiro, de la oración y lectura espiritual; que frecuenten los santos sacramentos; en una palabra, que posean aquellas virtudes que tú persuades a los otros y que ninguno de ellos tenga los vicios que tú reprendes en los feligreses. Si quis autem suorum, et maxime domesticorum curam non habet fidem negavit et est infideli deterior (125). Por ningún motivo permitas que tus domésticos se entrometan en negocios parroquiales o en las personas que tú diriges; ni tampoco seas fácil en hablar con ellos de tales asuntos. Mira bien qué gente viene a tu casa; a los que vengan por asuntos del ministerio recíbelos con toda urbanidad y amor; si lo que te piden lo debes hacer, hazlo tan pronto como puedas y tan bien como sepas; si no lo puedes hacer, no por esto te alborotes ni les riñas; consuélalos con buenas razones, que así no les agraviarás. Si los que acuden a tu casa son gente ociosa, húyeles luego el cuerpo, diciendo que tienes que hacer, porque algunos de éstos todo lo que ven lo publican, con no poco perjuicio de la edificación de los fieles (126); estas gentes, además, son muchísimas veces causa de sospechas, de celos y rivalidades y de otros gravísimos males, como he visto en algunas parroquias (127).

10. Anda con mucho tiento en orden a visitas, tertulias o reuniones, convites y actos semejantes, que de vez en cuando podrá exigir la prudencia, urbanidad o caridad; todos los extremos son viciosos; si un sacerdote se familiariza demasiado con algunos, se atraerá el desprecio de éstos y el odio de los demás, y, si nunca se deja ver ni en los actos indispensables, incurre en la nota de grosero e incivil. Quisiera que no faltases a ninguna de aquellas atenciones que exige la prudencia y el desempeño del sagrado ministerio; pero te suplico, por lo más santo y sagrado, no seas fácil en hacer visitas, mayormente a personas de diferente sexo. ¡Ay, qué males y desgracias he visto seguirse de aquí! ¡Ay, qué escándalos! Ni basta decir: "Son gente de bien, son personas piadosas"; a lo que responde San Agustín: Nec tamen quia sanctiores sunt minus cavendae: uo enim sanctiores sunt, eo magis alliciunt, et sub praetextu blandi sermonis immiscent se vitiis impiisimae libidinis: crede mihi, episcopus sum, in Christo loquor, non mentior; cedros Libani, id est, altissimae contemplationis homines sub hac specie corruisse reperi, de quorum casu non magis praesumebam quam Hyeronimi et Ambrosii (128). Lo mismo advierten Santo Tomás (129), San Ignacio (130), San Francisco de Sales (131) y San Buenaventura, con el cual concluyo: Sequamur consilium B. Hyeronimi dicentis: foeminam quam vides bene conversantem, mente dilige, non frequentia corporali, quia initium libidinis est in visitatione mulierum (132).

11. Guárdate también de los juegos de naipes, dados, etc., teniendo presente lo que dicen de ellos los sagrados cánones y Santos Padres; especialmente el segundo concilio de Constantinopla (133) y el IV de Letrán prohiben a los clérigos los juegos de azar (134). San Juan Crisóstomo dice: Diabolus est qui in artem ludos dlgessit (135); y San Ambrosio escribe: Non solum profusos, sed omnes iocos declinandos arbitror... Iicel interdum honesta ioca sint, tamen ab ecclesiastica abhorrent regula (136). No es menos impropio de los sacerdotes el ejercicio de la caza. San Jerónimo dice: Nullum sanctum legimus esse venatorem (137); almas quisiera que cazasen y no bestias. Dirá alguno: "Lo hago para pasar el tiempo". ¡Válgame Dios!, no saben cómo pasar el tiempo, y a mí no sé cómo se me pasa (138). Otro alegará que es para recrearse o aliviarse un poco de la carga del espíritu; en tal caso, que se vaya un rato a paseo o se ocupe en otra honesta recreación y que se deje de visitas, juegos y cacerías.

12. Tendrás particular cuidado en todo cuanto digas y hagas de mirar por el bien de tus feligreses, manifestándoles e! deseo que tienes de su bien espiritual y temporal y cuánto sientes sus trabajos, mientras procuras su socorro; así los ganarás de tal suerte que te mirarán como su estimado padre y vigilante pastor; y serás tan dueño de su corazón, que les merecerás toda su confianza; muy al contrario te saldrá si te portas de otra manera; créeme, lo sé por experiencia (139).

13. Estarás siempre prevenido con la templanza y la modestia para cualquier lance que te pudiera dar que sufrir, advirtiendo que entonces serás mayor cuando tolerarás más, y que vence y convence con doblada fuerza la paciencia que la ira; lo que rehusarán los feligreses cuando se lo digas colérico, lo ejecutarán después gustosos cuando se lo propongas sufrido y apacible.

14. No te desconsueles ni desconfíes aunque no consigas lo que deseas en el aprovechamiento espiritual de los feligreses; pues, aunque no consigas aprovechando, consigues mucho cumpliendo, y, si no los salvas a ellos, te salvas a ti mismo (140). Obremos nosotros lo que conviene, que Dios obrará lo que más nos convenga; hasta el último punto de la vida se ha de agonizar por lo bueno (141), dejando a Dios lo demás.

15. Ten presente en la vida la muerte; en lo que haces, la cuenta que te espera, corona o pena eterna; lo de este mundo dura un soplo, y el gozar de Dios o padecer, para siempre jamás.

Ad maiorem Dei gloriam

 

NOTAS

1 Cf. 1Jn 4, 19.

2 Cf. 1Jn 3, 18.

3 Cf. 2Tim 1, 6.

4 Cf. 2 Tim 2, 5.

5 Cf. Eclo 10, 15.

6 Cuanto mayor eres, humíllate en todas las cosas, y hallarás gracia delante de Dios (Eclo 3, 20).

7 Cf. Heb 5, 4.

8 Cf. Lev 10, 1-2.

9 Cf. Hch 1, 25.

10 Cf. San Isidoro de Pelusio, l. 2 c. 284. (citado por San Alfonso María de Ligorio, Selva de materias predicables: Obras ascéticas (BAC, Madrid 1954) t. 2 p. 214.

11 Cf. 2Sam 11, 4; 1Re 11, 4.

12 Cf. Flp 4, 5.

13 Cf. 1Tim 6, 9.

14 Cf. 2Tim 2, 4.

15 Cf. Concilio de Cartago, celebrado el año 418.

16 Gál 3, 11; cf. Rom 1, 17.

17 Cf. Tob 12, 13.

18 Cf. Job 7, 1.

19 Cf. Mt 5, 10-12.

20 Cf. Dan 12, 3.

21 Cf. 1Tim 3, 4-12.

22 Cf. Hch 20, 35.

23 Cf. Sal 25, 8.

24 Cf. Jn 21, 15-17.

25 Cf. Jer 2, 17.

26 Cf. 1Sam 17, 8-10.

27 Cf. 2Cor 6, 1-18.

28 Cf. Rom 2, 11.

29 Cf. Sal 7, 10.

30 Cf. 1Tim 2, 4.

31 Cf. Lc 7, 34.

32 Cf. Lc 4, 40.

33 Cf. Mc 10, 14.

34 Cf. Lc 5, 16.

35 Cf. 1Cor 13, 1.

36 Cf. 1Cor 2, 4.

37 Con los efectos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios (1Cor 2, 4).

38 No somos nosotros como muchísimos que adulteran la palabra de Dios (2Cor 2, 17).

39 La frase es de San Gregorio Magno: "Adulter, ait, non prolem, sed voluptatem quaerit" (Moral. l. 16 c. 25). Claret lo leyó en Alápide, C., Comment. in omnes divi Pauli Epistolas (Antuerpiae 1679) p. 345.

40 Yo el Señor tu Dios, que te enseño cosas útiles (Is 48, 17).

41 La expresión no aparece en el comentario al texto citado; cf. Comment. in Isaiam Prophetam l. 13 c. 48, 18: PL 24, 479.

42 Adviertan esto los predicadores, si quieren ser pregoneros de la verdad y no de la vanidad; cf. Alápide, C., Comment. in Isaiam Prophetam c. 48, 17; Commentaria in quattuor Prophetas Maiores (Antuerpiae 1676) p. 395. Ex libris.

43 Sobre estos doctores graves cf. San Alfonso María de Ligorio: Selva di materie predicabili (Bassano 1833) t. l pp. 160-162; t. 3 p. 332. Ex libris.

44 Debe de referirse al P. Francisco Tomás de Miranda, mercedario, predicador nacido en Guadalajara, en el siglo XVII. Fue un gran predicador escribió muchos sermones y publicó la vida de San Pedro Nolasco, en Madrid, en 1727.

45 El P. Jerónimo López (1589-1658) fue misionero popular. Al morir había misionado en más de 1.300 pueblos de toda España.

46 Es probable que se refiera al P. Felipe Díez, que vivió en el siglo XVI y murió en 1601. Fue teólogo y escritor. Entre otras obras, escribió Sermones y Summa praedicantium et omnibus locis communibus completissima (Salamanca 1589).

47 El P. Gaspar Sánchez nació en Ciempozuelos (Madrid), en 1553. Fue profesor de exégesis en Alcalá de Henares a partir de 1608. Escribió varios Comentarios bíblicos. Murió en Alcalá en 1628. Lo cita San Alfonso, Discorsi sacri e morali lett. 1 (Bassano 1829) p. 173; Selva di materie predicabili inst. 4 (Bassano 1833) p. 160. Ex libris.

48 Martín Alonso Vivaldo, sacerdote (1545-1605), autor de varias obras, entre ellas las siguientes: Candelabrum aureum Ecclesiae Sanctae Dei (Brixiae et Venetiis 1590) 3 vols. Este libro se puso en entredicho por decreto del 7 de agosto de 1603 (cf. Anónimo, Index librorum prohibitorum sanctissimi Domini nostri Cregorii XVI Pontificis Maximi iussu editus [Romae 1841] p. 404); Tractatus aureus, baculus sacerdotalis nuncupatus, in duas partes (Venetiis, apud Giorgium Variscum, 1599) 2 vols.; Scuola cattolica morale in tre parti principali, e dialoghi trenta divisa (Venetia, appresso Giorgio Varisco, 1602).

49 "El predicador que en la predicación busca el propio aplauso y no la conversión de las almas y que se propone y procura esta vanagloria como fruto y recompensa de su predicación, se condenará" (Cornelio Alápide, Comment. in Lucam c. 6, 26 [Antuerpiae 1660] p. 96. Ex libris). Cornelio escribe populi en vez de animarum.

50 Cf. Mt 23, 27.

51 Al pueblo hay que hablarle de un modo popular. El P. Domenico Serio, en su obra Esercizi di Missione (Venezia 1760) p. 13, atribuye esta frase a San Juan Crisóstomo: Populis populariter est loquendum (Sermo 43). Ex libris.

52 Cf. Mt 9, 38.

53 Cf. Col 3, 12.

54 Cf. Lc 15, 20-23.

55 Cf. Lc 15, 22-23.

56 León Xll, Lletras apostolicas publicant lo jubileu (Valencia 1824). Texto catalán y castellano. León Xll se llamaba Aníbal della Genga. Nació el 2 agosto 1760. Fue creado cardenal por Pío Vll en 1816 y elegido sumo pontífice el 28 septiembre 1823, siendo coronado el 5 octubre del mismo año. Murió en 1829.

57 Cf. Dt 17, 8.

58 Cf. Lc 10, 34.

59 Benedicto XIV, encíclica sobre el año jubilar de 1750. Benedicto XlV se llamaba Próspero Lambertini. Había nacido en Bolonia el 31 marzo 1675. Creado cardenal por Benedicto XIII en 1726. Elegido Sumo Pontífice el 17 agosto 1740. Murió el 3 mayo 1758.

60 Cf. Sal 7, 10.

61 "¡Oh, cuánta cosecha de bienes y de males proviene del clero!".

62 Hágase todo con decoro y orden.

63 Ese "buen sacerdote deseoso de su salvación" es el mismo Claret, que al publicar este Reglamento de vida, no hizo más que reproducir, casi al pie de la letra, los propósitos de los ejercicios que él había hecho en 1843, proponiéndolos como modelo a los demás sacerdotes. Dichos propósitos se publicaron en Claret, Escritos autobiográficos (BAC, Madrid 1981) pp. 522-525.

64 Bendeciré al Señor en todo tiempo (Sal 33, 2).

65 El P. Claret fue un ejercitante asiduo. Desde que entró en el seminario de Vich en 1829, hizo ejercicios casi todos los años hasta su muerte (cf. Aut. n. 107 138 306 611 644 740 780). Se conservan los propósitos que hacía cada año a partir de 1843 (cf. o. c., pp. 522-588).

66 En el Museo Claretiano, de Roma, se conservan disciplinas y cilicios usados por San Antonio María Claret. Las disciplinas son de cuerda, y el cilicio, de púas cosidas sobre tela.

67 Entre los ex libris de Claret hay un Manual de meditaciones, editado por los PP. Paúles (Barcelona 1833). En la p. 48 hay unas Reglas de vida que deben observar las personas eclesiásticas. A propósito del rezo dicen: "Si no está obligado al coro, procurar (siempre que sea posible) decir maitines y laudes a la tarde para el día siguiente" (p. 49). Este propósito pasó a las Constituciones CMF p. 2.ª c. 12 n. 48, ed. de 1866.

68 Por esta época, el Santo tenía el Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, impreso por Valero Sierra (Barcelona 1834) 3 vols.

69 Menghi-D’Arville, L. J., Anuario de María o el verdadero siervo de la virgen Santísima, trad. por el P. Magín Ferrer, mercedario (Barcelona 1841) 2 vols. Está dividido en 72 ejercicios, "que recuerdan los años de la vida mortal de María Santísima". Cada ejercicio contiene un texto de la Sagrada Escritura, una instrucción, un hecho histórico, una práctica en honor de María y una oración, sacada de los escritos de los Santos Padres de la Iglesia.

70 San Antonio María Claret, que por carácter tendía a la vanidad y a la soberbia, se impuso, ya desde los años de seminario, el examen particular sobre la humildad, y lo mantuvo durante quince años. De ello nos habla él mismo: "Para adquirir las virtudes necesarias que había de tener para ser un verdadero misionero apostólico, conocí que había de empezar por la humildad, que consideraba como el fundamento de todas las virtudes. Desde que pasé al seminario de Vich para estudiar filosofía, empecé el examen particular de esta virtud de la humildad, que bien lo necesitaba" (Aut. n. 341). "Al efecto, me propuse el examen particular, escribí los propósitos sobre el particular y los ordené tal cual se hallan en aquel opúsculo o librito llamado La paloma. Todos los días lo hice por el mediodía y por la noche, y lo continué por quince años, y aún no soy humilde" (Aut. n. 351).

71 Para la mayor gloria de Dios. Expresión de San Ignacio y de los jesuitas.

72 Son dos antífonas mariano-apostólicas muy en consonancia con el modo de ver el Santo a la Virgen, como la fuerza de Dios en la lucha contra la serpiente infernal. El texto completo es: Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses sola inleremisti in universo mundo. Dignare me laudare te, Virgo sacrata; da mihi virtutem contra hostes tuos: "Alégrate, Virgen María; tú sola has aplastado todas las herejías en el mundo entero. Hazme digno de alabarte, Virgen santa. Dame fuerza contra tus enemigos".

73 En un apunte de esta época - que es como un esbozo de la futura Congregación de Misioneros - escribe: "María Santísima será nuestra Madre, Directora y Capitana, y nosotros seremos sus hijos, y todos seremos hermanos de la Hermandad de María del Rosario. Diremos con frecuencia las antífonas Gaude Maria... Dignare me... Todos nosotros, como buenos hijos de María, nos ofrecemos libre y voluntariamente por soldados y defenderemos el honor de María y de Jesucristo, nuestro Padre y Capitán" (Mss. Claret X 3, cf. Lozano, J. M., Constituciones y textos sobre la Congregación de Misioneros [Barcelona 1972] p. 33).

74 En sus propósitos del año 1843 añade la siguiente frase, que indica el radicalismo evangélico que le caracteriza en su vida misionera: "Y no quiero ni aceptaré estipendio alguno, porque tendré presente que es una gracia que he recibido de María: Et quod gratis accepistis, gratis date": "Dad graciosamente lo que graciosamente habéis recibido" (Claret, Escritos autobiográficos [BAC, Madrid 1981] pp. 523-524). El Santo no quería imponer a todos los sacerdotes lo que él creía una exigencia propia de su vida apostólica.

75 En el apunte citado en la nota 73 se ve el paralelo: María, Madre y Capitana, Cristo, Padre y Capitán. Más adelante, la idea de Cristo Capitán desaparece casi por completo, siendo sustituida por la vivencia de Cristo Hijo, Maestro y Redentor. Así se ve en sus propósitos a partir de 1857.

76 En sus propósitos añade la siguiente frase: "Jamás iré a caballo, sino a pie, y si alguna vez me es preciso, me serviré de un asno, a imitación de Jesús" (Claret, o. c., pp. 524). Tampoco esto se lo quiso imponer a los sacerdotes, como se lo impuso a sí mismo, por sentirse llamado de un modo especial a la imitación literal de Cristo (cf. Aut. n. 432), y bien sabemos el sacrificio enorme que le costó esta fidelidad evangélica, mantenida sin interrupción (cf. Aut. n. 361.456.460-465).

77 En sus propósitos añadió: "Como Jesús". Así aludía a las palabras del Señor agonizante: Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 25, 34). Dios premió la fidelidad de Claret a este propósito aun en las circunstancias más heroicas, concediéndole la gracia de sentir en su corazón el amor que Cristo tuvo a sus enemigos (cf. Luces y gracias 1869, 12 de octubre (Claret, o. c., p. 663).

78 No a nosotros, Señor, sino a tu nombre da la gloria (Sal 115, 1). Este texto está marcado con una manecilla en la Biblia vulgata, editada por el Santo y publicada por la Librería Religiosa en 1862.

79 Lo que se dice de palabra suena y pasa; en cambio, lo que se escribe permanece.

80 San Antonio María Claret escribió estas oraciones siendo novicio en el noviciado de los jesuitas, en Sant’Andrea in Montecavallo, junto al Quirinal, en Roma, a finales de 1839 y principios de 1840. Más tarde transcribiría estas oraciones en su Autobiografía (n. 154-164). En ellas está dibujado, al menos en sus líneas generales, el espíritu del Fundador y de los futuros misioneros cf. Aguilar, M., Vida admirable del siervo de Dios P. Antonio María Claret [Madrid 1894] t. l p. 104). Son una consagración filial y apostólica a la Virgen María, parafraseada con toda la vehemencia y exuberancia de un celo que abarca el mundo entero, y que ahora no tenía más cauce que la súplica. El tono exaltado y a menudo oratorio es un reflejo del gusto romántico de la época. Pero bajo estas apariencias aflora la sinceridad de un amor apostólico intenso y universal.

81 Más tarde escribirá hijo en lugar de devoto (Aut. n. 154).

82 En la Autobiografía escribirá de todas las herejías (n. 155).

83 No hay quien haga lo bueno, no hay siquiera uno (Sal 52, 4; cf. Rom 3, 12).

84 Cf. 1Jn 3, 17.

85 En la Autobiografía escribirá mi lengua en vez de lengua (n. 159).

86 Envíame (Is 6, 8).

87 Por la gracia de Dios soy lo que soy (1Cor 15, 10).

88 Deseo yo mismo ser apartado de Cristo por la salud de mis hermanos (Rom 9, 3).

89 Todo lo puedo en aquel [aquella] que me conforta (Flp 4, 13). Claret modifica levemente el texto para aplicarlo a la Virgen.

90 En la Autobiografía añade las palabras y objeto de mi amor (n. 162).

91 Alude a la conocida oración de [atribuida a] San Bernardo "Acordaos" (Obras completas [BAC, Madrid 1953] t. l p. 723).

92 En la Autobiografía añade las siguientes palabras: y además esa misma imagen es (n. 162).

93 La palabra preciosísima la suprimió en la Autobiografía (n. 162).

94 En la Autobiografía escribió a pesar, pero lo tachó y escribió no obstante.

95 Este apéndice no aparece en las dos primeras ediciones del opúsculo Avisos a un sacerdote (1844, 1845). El P. Claret debió de escribirlo a raíz de su experiencia misionera por tierras de Cataluña, deseoso de suscitar evangelizadores entre los sacerdotes que había encontrado, y que tal vez no sentían el fuego del celo misionero tal como lo sentía nuestro Santo, urgido e impelido siempre por la caridad de Cristo. Esta explicación de la parábola del Evangelio aparece en la edición de Barcelona de 1846. La parábola de los talentos se encuentra en Mt 25, 14-30.

96 Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las criaturas (Mc 16,15).

97 Cf. Mt 25, 30.

98 "Me basta mi alma" (San Agustín, In loan. tract. 10, 9 [BAC, Madrid 1955] t. 13 p. 305).

99 "Ea, ¿no te viene a la mente aquel siervo que escondió el talento?" (San Agustín, ib.).

100 ¿Para qué ha de ocupar terreno en balde? (Lc 13, 7).

101 Cf. Lc 13, 9.

102 Finalmente sobrevendrá una inmensa venganza. Cf. Concilio Coloniense I, 4, c. 3: Mansi, J.-D., Sacrorum Conciliorum nova el amplissima collectio (Graz 1901) t. 32 col. 1241. El Concilio se celebró en 1536.

103 Lc 16, 21.

104 Cf. Jer 4, 4.

105 Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros (Jn 20, 21). Cf. Mt 25, 27.

105 En estas palabras se puede apreciar cómo San Antonio María Claret tenía fe en la utilidad y necesidad apostólica de la oración. Así lo manifiesta en la Autobiografía, donde afirma que la oración es el medio máximo "para obtener la conversión de los pecadores" (n. 264).

108 Cf. Mt 13, 7.

109 Cf. I Cor 4, 15.

110 2Tim 4, 1-5.

111 Nadie da lo que no tiene. Aforismo filosófico.

112 Cf. Sal 38, 4: En mi meditación se inflamará fuego. La idea de que la meditación aviva el fuego del amor es corriente en San Antonio María Claret. Así lo comprobó en su experiencia espiritual: "En las vidas y obras de estos santos meditaba, y en esta meditación se encendía en mí un fuego tan ardiente, que no me dejaba estar quieto. Tenía que andar y correr de una parte a otra" (Aut. n. 227). Alude con frecuencia a este versículo del salmo cf. El colegial (Barcelona 1861) t. l p. 97; Carta ascética (Barcelona 1863) p. 5; Carta pastoral al pueblo (Santiago de Cuba 1853) p. 5; Carta a un devoto dei Inmaculado Corazón de María, en Gil, J. M., Epistolario Claretiano (Madrid 1970) II p. 1501. Sobre este tema puede verse: Viñas, J. M., La meditación claretiana: St Cl 5 (1966) 43-67.

113 Es bien conocida la doctrina de Claret sobre la mansedumbre (cf. Aut. n. 372-383) y cómo afirma repetidas veces que "el sacerdote ha de tener para sí entendimiento y corazón de fiscal y de juez, [y] para el prójimo, corazón de madre" (Claret, Escritos autobiográficos [BAC, Madrid 1981] p. 607). "En el confesonario es en donde debe el sacerdote ejercitar más la caridad y mansedumbre de Jesucristo" (El colegial [LR, Barcelona 1861] t. 2 p. 445).

114 Señor, he amado la hermosura de tu casa (Sal 25, 8).

115 Cf. Gén 4, 3-5.

116 Cf. Mt 21, 12.

117 Os ruego que seáis imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo (1Cor 4, 16).

118 Cf. Anónimo, El espíritu de San Francisco de Sales (LR, Barcelona 1856) p. 39. Ex libris

119 Cf. Lc 10, 34.

120 Cf. Lc 9, 55.

121 Cf. Mt 5, 4. Claret hace este comentario de la segunda bienaventuranza: "El que se ha hecho superior a las riquezas, ha subido ya el primer grado de perfección, y conviene que pase al segundo, que consiste en domar la ira, el encono y otras pasiones del ánimo. Por esto dice Jesús: Bienaventurados los mansos, esto es, aquellos que con humilde paciencia sufren las persecuciones injustas, aquellos que ni tienen rencillas ni contiendas con otros por cosas temporales; aquellos, en fin, en quienes habita el Señor por la dulzura y unción de su espíritu. Ellos poseerán la tierra de los vivientes, que es el cielo; y aun se harán dueños de los corazones ya en esta vida, porque los mansos heredarán la tierra y se complacerán en la multitud de la paz, según David" (El santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo, anotado [LR, Barcelona 1856] p. 5 nota 1).

122 Si uno no sabe gobernar su casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios? (1Tim 3, 5).

123 Cf. Mt 18, 9.

124 Cf. Mt 18, 6.

125 Si hay quien no mira por los suyos, mayormente si son de la familia, este tal ha negado la fe y es peor que un infiel (1Tim 5, 8).

126 Cf. 1Tim 5, 13.

127 A estas alturas, cuando escribe estas líneas, en 1846, Claret ha predicado ya en muchos pueblos y ciudades de Cataluña, y conoce bien los problemas de muchas parroquias, como él mismo dice.

123 "Y no porque sean más santas uno no debe precaverse menos, pues cuanto más santas son, tanto más atraen, y, bajo pretexto de blanda conversación, se mezclan vicios de torpe libido. Créeme; soy obispo, hablo en nombre de Cristo, no miento. Hallé cedros del Líbano, es decir, hombres de altísima contemplación, que bajo este pretexto cayeron, de cuya caída no dudaba más que de Jerónimo y Ambrosio? (San Agustín, apud Lug. Dom. 3 post Pent. § 1; Lohner, T., Instructissima bibliotheca manualis concionatoria [Augustae Vindelicorum et Delingae 1595] p. 636. Ex libris).

129 Santo Tomás, De modo confitendi art. 2.

130 San Ignacio de Loyola, Carta al P. Emeterio de Bonis: Roma, 23 mayo 1556: Obras completas (BAC, Madrid 1977) 3.ª ed. revisada, pp. 1002-1003.

131 Anónimo, El espíritu de san Francisco de Sales (LR, Barcelona 1856) pp. 95-96,190-191.

132 "Sigamos el consejo de San Jerónimo, que dice: a la mujer que ves que conversa bien, ámala con la mente, no con el trato corporal, porque el comienzo libidinoso está en la visita de las mujeres". Cit. por Anónimo, Discurso sobre el ministerio sacerdotal (Barcelona s.a.) pp. 64-65. Ex libris.

133 Especialmente, el IV Concilio de Constantinopla (869-870), c. 5-6.

134 Concilio IV de Letrán, celebrado en 1215: Const. 7, 30. El P. Claret tiene algunas notas sobre el juego en sus pláticas a los sacerdotes (cf. Mss. Claret, Vll, 569-570, 663-664; IX, 16, 57, 364; Xl, 300-304).

135 "Fue el diablo el que inventó los juegos y las diversiones" (San Juan Crisóstomo, In Matth. c. 2 hom. 6, 7: Opera omnia [Venetiis 1780] t. 7 p. 76. Ex libris).

136 "Pienso que hay que evitar no sólo los juegos inmoderados, sino todos... aunque sean Juegos honestos, sin embargo, se oponen a la regla eclesiástica".

137 Probablemente, se refiere a este texto: "Quantum ego possum mea recolere memoria, numquam venatorem in bonam partem legi" (Comment. in Michaeam l. 2 c. 5 n. 494: PL 25, 1204).

138 Leyendo la vida de Claret y sus planes y reglamentos, vemos cómo apreciaba el tiempo y lo empleaba con avidez extraordinaria, proponiéndose con frecuencia no perder ni un minuto: "Eficazmente propongo no perder nunca un instante de tiempo, sino que lo emplearé en la oración, en el estudio y en obras de caridad con los prójimos vivos y difuntos" (Propósitos 1843: Claret, Escritos autobiográficos [BAC, Madrid 1981] p. 525). El mismo propósito se repite de forma parecida en 1850 (cf. ib., p. 533).

139 Alude a su experiencia como vicario (1835-1836) y luego como ecónomo (1836-1839) de Sallent, su pueblo natal. Sobre su actuación en aquella época de su vida puede verse la Autobiografía (n. 107-111). El general Pavía (1814-1896), que le conoció y le trató en esos años en Sallent, declaró: "Su conducta y comportamiento era tal, que, aunque joven, con su predicación y ejemplo sostuvo unido al pueblo" (cf. Aguilar, F., Vida p. 416).

140 Cf. Is 41, 18-19. Citados en Aut. n. 119.

141 Cf. Eclo 4, 33.

 

Edición preparada y comentada por: Jesús BERMEJO, CMF