Víctor Manuel Fernández

 

¿Es realmente posible una oración pastoral?
Ejemplos prácticos

 

¿Cómo orar "pastoral y mundanamente", en medio de las tareas cotidianas que la misión nos depara e impone? Con esta nota, el autor comienza un recorrido que tratará de dar cuenta de la cuestión planteada.

 

Mirando hacia atrás descubro que en muchos artículos y libros escribí acerca de actitudes interiores y recursos que permitan vivir con más profundidad la actividad y el encuentro con los demás. Pero todavía escribí poco sobre una oración pastoral o mundana propiamente dicha. Mencioné insistentemente la necesidad de vivir un encuentro personal con Jesucristo en medio de las tareas, de recuperar la alegría de seguirlo en todo y en medio de cada cosa. Pero no me detuve a desarrollar cómo se puede vivir concretamente ese encuentro orante. A esta cuestión dedicaré varios artículos, ofreciendo abundantes ejemplos.

Unidad interior

Quiero recoger lo ya dicho sobre la necesidad de detenerse en cada tarea y ante cada ser humano, actitud que se ejercita en una práctica que nos lleva a debilitar nuestras resistencias y nos va enseñando a aceptar lo que nos toca vivir, sin estar con la mente en otro lugar ni estar deseando hacer otra cosa.

Cuando hay que cumplir una misión no se trata de distraerse pensando cuestiones religiosas y dejando de entregarse a la tarea. Al contrario, hay que desarrollar una mística de la atención plena, que nos lleve a "llevarle el apunte" con todo el corazón a la persona y a las tareas que tenemos delante.

Los jansenistas, con su desprecio hacia todo lo "mundano", sostenían que una acción tiene valor sólo en la medida en que esté directa y explícitamente ofrecida a Dios. No es eso lo que quiero proponer. Sin embargo, es verdad que lograr unificar toda la existencia es un ideal precioso. Pero esa unidad sólo es posible si también Dios se hace presente en las diversas situaciones de la vida, si conseguimos vivir en su presencia amorosa también lo que parece más banal y mundano. Veamos cómo se ejercita esto en el encuentro con los demás.

Ante una persona que sufre

Por ejemplo, cuando tengamos que estar quince minutos escuchando a una persona con problemas, que requiere nuestra atención, ese ser humano debe convertirse en lo único que existe en el mundo durante esos quince minutos, y para eso es indispensable "entregar" esos quince minutos, aceptar "perderlos" sólo con esa persona. Sólo a partir de esa aceptación es posible entrar a fondo en el misterio de ese ser humano, que merece ser atendido como si fuera el único ser del universo. En cambio, si durante esos quince minutos estamos pensando en otra cosa que desearíamos hacer y nos lamentamos por dentro por ese tiempo perdido, sólo viviremos una experiencia negativa, llena de tensión interna, altamente desgastante e inútil. Y no lograremos nada de lo que pretendamos planear con nuestra mente.

Por otra parte, la tensión interna nos lleva de alguna manera a detestar a la persona que tenemos delante, y a declararla culpable. Lo que nos diga se cargará de connotaciones negativas, y la persona nos parecerá tonta e insignificante. De ese modo, difícilmente se sentirá acogida y comprendida. Posiblemente, sintiéndose despreciado, ese ser humano nos dirá alguna palabra agresiva que nos molestará, y ese momento se volverá muy desagradable. ¿Para qué sirve una experiencia así?

Lo peor sucede cuando vivimos esta especie de tensión interna porque estamos deseando retirarnos un momento a orar. En ese caso, el anhelo "místico" mal entendido profundiza una dialéctica interior entre la oración y el encuentro fraterno que es parte de nuestra misión. Y lo que se resiente es la misión.

Para lograr valorar y aceptar a esa persona que tenemos al frente, que puede parecer desagradable, resentida y agresiva, los cristianos tenemos un recurso muy valioso en nuestra relación con Jesucristo, y podemos llegar a reconocerlo a él presente en el hermano que sufre. De ese modo, lo que podría ser un momento desagradable, se convierte en una altísima experiencia espiritual. Para entender cómo se realiza este encuentro orante, veamos cuidadosamente la siguiente oración:

Aquí estás Jesús, prolongando el misterio de tu Pasión. En este ser humano deprimido que está ante mis ojos, en este hermano destrozado por una autoestima profundamente dañada, seco por dentro y resentido por el amor que nunca tuvo, y en su cuerpo alterado por la falta de confianza en sí mismo. Aquí estás, Jesús, flagelado y coronado de espinas, sufriendo misteriosamente en la carne y en el corazón herido de este hermano que se me vuelve inmensamente sagrado. Por eso ya no deseo escapar de una persona detestable que no hace más que hablar de dolor y de miseria; ya no hay ante mis ojos alguien insoportable que se lamenta porque no tengo una respuesta para darle; ya no hay aquí un rencoroso que me irrita con su aparente egocentrismo. En su queja que me interpela, en ese reclamo lacerante, en ese lamento resentido, puedo escuchar tu propio grito: "¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" Aquí estamos Jesús, frente a frente, unidos místicamente los dos en esta cruz del hermano que pusiste en mi camino, para que ante él escuche, mire y reaccione como lo haría con vos coronado de espinas. Sé que te has unido íntimamente a cada ser humano en tu encarnación, en tu pasión y en tu resurrección. Por eso de verdad estás vos mirándome en los ojos de este ser humano, pidiéndome con cariño que saque lo mejor de mí, que ame, que te considere digno de todo afecto y de todo consuelo en este hermano que busca alivio. Estás aquí. Estamos juntos los dos una vez más en este espacio sagrado que se crea cuando la luz del amor me permite reconocerte de nuevo, entre los límites humanos. Y también este dolor se vuelve bendición.

Un "encuentro encarnado" con Jesucristo

Hay que advertir cómo esta oración implica tomarse en serio lo que le está sucediendo a la persona. No es un éxtasis religioso en medio de un encuentro con el enfermo donde nos evadimos en la presencia de Dios distrayéndonos de esa persona concreta que tenemos delante, con su realidad histórica concreta. Es más bien un "encuentro encarnado" con Jesucristo; es decir, encarnado en una situación concreta. ¿De qué situación hablamos? Precisamente de la situación de ese enfermo con todos sus dolores, miedos, angustias y lamentos. En ese caso concreto, el encuentro con Jesucristo no es una conversación con Jesús sobre mis propios asuntos, ni una alabanza profunda mientras finjo que estoy escuchando al enfermo. Al contrario, en este caso la oración se realiza en ese mismo encuentro directo con el dolor, convirtiendo en oración lo que vemos y escuchamos.

Así, la visita a un enfermo deja de ser una obligación protocolar, el cumplimiento de un compromiso para no quedar mal, o un gesto de lástima, y la visita adquiere una intensidad espiritual que enriquece la vida y la lleva a sus mayores profundidades místicas.

Para ser más claros, veamos un ejemplo de esta oración vivida en pleno contacto con un enfermo:

Jesús, Señor y Pastor de nuestras vidas.
Te ruego que te acerques ahora a esta persona enferma.
Se llama Laura.
Mira su cuerpo, que es semejante al tuyo.
Cárgalo sobre tus hombros y venda sus heridas.
Mira con ternura a esta hermana enferma,
que es obra de tus amorosas manos.
Mira sus enfermedades y sus debilidades.
Escucha Jesús lo que está diciendo.
Me habla de sus miedos, de su familia, de su abandono,
Me cuenta detalles precisos de su sufrimiento.
Compadécete de estos dolores y angustias.
Tú que estás lleno de misericordia,
toma cada uno de los órganos de su cuerpo
y dale un poco más de tu aliento de vida.
Sana también cualquier mal interior
que pueda provocar o agravar esta enfermedad.
Cura toda desilusión, todo miedo, todo recuerdo negativo.
Le preocupa su cuerpo enfermo.
Pasa Jesús por todo su organismo con tu soplo de amor.
Renueva sus tejidos y libéralos de toda impureza que los altere.
Toca con una caricia divina todos sus órganos,
que a veces se dañan por los nerviosismos y angustias.
Fortalece esos órganos que tú creaste con amor.
Dice que todo su interior está enfermo
por tantos nerviosismos y perturbaciones.
Sana su sistema nervioso, pacifica, calma, armonízalo todo,
para que pueda vivir con serenidad, con lucidez, con gozo.
Me habla de sus órganos enfermos, de sus pulmones, de su corazón de su sangre.
Adorado Jesús, pasa por cada célula de su cuerpo restaurándolo, devuélvele vida y fortaleza,
abrázalo y penétralo con tu cuerpo santísimo y lleno de salud.
También te pido que la liberes de todo temor a la enfermedad,
para que pueda enfrentarla sin angustia.
Me dice que tiene dudas sobre su tratamiento.
Bendice a cada médico que la atienda, ilumínalo,
y bendice también los remedios que deba tomar y a todas las personas
que intervengan en su tratamiento.
Me dice que encuentra algún consuelo en la fe.
Te doy gracias Señor, porque comprendes su dolor
y estás a su lado para darle fuerzas.
Me cuenta que a veces se cansa.
Dale paciencia y resistencia interior, para que pueda
soportar serenamente
los dolores y contratiempos de su enfermedad.
Ayúdale a unir sus propios sufrimientos
a los que tú sufriste en tu pasión,
y a ofrecer su enfermedad
por las demás personas que están sufriendo.
Amén.

Luego veremos que esta oración podría hacerse, en parte, en voz alta delante de la persona, después de haberla escuchado con atención.

En algunas tareas sacerdotales

Un sacerdote puede vivir sus compromisos pastorales como una mera obligación, a veces muy pesada. Podría pensarse que la misión sacerdotal es tan espiritual que su actividad es una permanente oración. Pero eso no es necesariamente así, porque también las tareas más sagradas pueden realizarse mecánicamente. Por otra parte, aunque un sacerdote predique muy bien, porque prepara su predicación, utiliza un lenguaje agradable, una entonación dulce y unos ejemplos atractivos, podría tratarse de un mero profesionalismo y no de una verdadera convicción interior que él está transmitiendo. Se trata de una esquizofrenia que hace mucho daño.

Una actividad vivida de esa manera no es verdaderamente satisfactoria, tarde o temprano se vuelve rutinaria, molesta, y no alimenta interiormente a la persona.

Veamos ahora tres ejemplos de modos concretos como un sacerdote podría darle un profundo sentido espiritual a algunas actividades, en las cuales se puede vivir una preciosa relación personal con el Señor:

          • En la Misa

¡Señor, cuánta riqueza se encierra en estas historias que están ocupando el templo, que han venido a buscarte en torno al altar! Todo eso Señor, se eleva con vos y penetra en el tabernáculo infinito de tu gloria, en el fuego ardiente y en la luz purificadora de tu amor. ¡Esta es la fiesta de la vida!

• En un Bautismo

Aquí estás, mi Dios, amando a este niño que has creado, tomándolo en tus brazos, haciéndolo entrar en tu intimidad divina, abriéndole las puertas de tu Reino de vida. Aquí estás, penetrando en sus venas con tu gracia, derramando tu propia sangre para hacerlo tu hijo. Aquí estás, abrazándolo con cariño sin límites mientras el agua que se derrama en su cabeza dice: "te amo, mi niño, te acaricio, te doy nueva vida, mi propia vida, soy tu Padre".

• En el Sacramento del perdón

Señor, en este hermano que ha confesado su pecado y recibe tu perdón, está naciendo un mundo mejor. Discretamente, un poco más de belleza y de bondad penetra en este mundo caído. Nace una esperanza mientras estoy trazando la señal de tu cruz y vos mismo estás diciendo con amor, como el padre que recibe a su hijo perdido: "Yo te absuelvo de tus pecados". ¡Y hay fiesta en el cielo! Por eso sé que vale la pena ser instrumento tuyo, y estar juntos sembrando nueva vida.

Sólo el ejercicio de esta manera de orar en medio de la actividad puede lograr que desarrollemos una mayor unidad de vida donde oración, encuentro fraterno y acción estén íntima y satisfactoriamente entrelazados. En la actividad es donde culmina y se arraiga la síntesis.

Todos estos ejemplos son particularmente receptivos. En otros artículos veremos otros ejemplos más activos, donde la oración impregna una relación más oblativa y más dinámica.