¿Es lo mismo recibir la comunión en la mano que en la boca?
P. Jon M. de Arza, IVE.
Respuesta:
En primer lugar,
algunas normas. El primer documento de la Santa Sede que habla de la
comunión en la mano es la Instrucción Memoriale Domini, de la
Sagrada Congregación para el Culto Divino, 29 de mayo de 1969; más
tarde, la Instrucción Immensae caritatis, 29 de enero de 1973; el
Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la
misa, y una carta del 3 de abril de 1985, publicada por la
Congregación para el Culto divino en la que se expresan las condiciones
para dicha práctica.
Por su parte, la Institutio Generalis Missalis Romani, recogiendo
las normas antedichas, regla lo siguiente:
«161. Si Communio sub specie tantum panis fit, sacerdos hostiam
parum elevatam unicuique ostendit dicens: Corpus Christi. Communicandus
respondet: Amen, et Sacramentum recipit, ore vel, ubi concessum sit,
manu, pro libitu suo.
Communicandus statim ac sacram hostiam recipit, eam
ex integro consumit».
Es decir, en principio, la Comunión se
recibe en la boca, pero, donde sea concedido (por la Conferencia
Episcopal), puede el fiel, a elección, comulgar recibiendo la hostia en
la mano. En cambio, cuando la Comunión se recibe «por intinción» (esto
es, bajo ambas especies, mojando la hostia en el Cáliz), obviamente,
sólo puede recibirse en la boca (Cf. IGMR, 287).
La Instrucción Redemptionis sacramentum, de la Congregación para
el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (25/03/2004: AAS
96 (2004) 549-601), señala lo siguiente:
[92.] Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir
la sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir
en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos
lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe
administrar la sagrada hostia. Sin embargo, póngase especial cuidado en
que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del
ministro, y ninguno se aleje teniendo
en la mano las especies eucarísticas.
Si existe peligro de profanación, no se
distribuya a los fieles la Comunión en la mano.
[93.] La bandeja para la Comunión de
los fieles se debe mantener, para evitar el peligro de que caiga la
hostia sagrada o algún fragmento.
[94.] No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el
cáliz sagrado «por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de
mano en mano». En esta materia, además, debe suprimirse el abuso de que
los esposos, en la Misa nupcial, se administren de modo recíproco la
sagrada Comunión.
De aquí podemos deducir que el recibir
la Comunión en la mano es una excepción allí “donde la
Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede
Apostólica”.
Por distintos motivos, creemos que es más conveniente recibirla en la
boca, en primer lugar, porque el riesgo de profanación es mucho menor,
por eso se dice que “si existe peligro de profanación, no se distribuya
a los fieles la Comunión en la mano”; en segundo lugar, para impedir que
queden partículas en la mano, lo cual se quiere evitar al máximo cuando
se da en la boca, poniendo el uso de la bandeja; en tercer lugar, por
reverencia al Sacramento. El sacerdote, aunque indigno, tiene sus manos
consagradas con el crisma y es ministro ordinario de la Eucaristía, a
quien compete por oficio “dar lo sagrado”.
Es cierto que antiguamente se recibía la Comunión en la mano, la cual
debía presentarse como un trono que recibía a Cristo, y se comulgaba con
mucha reverencia: «Cuando te acerques (a recibir el Cuerpo del Señor),
no lo hagas con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos
separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu
derecha, que ha de recibir al Rey, y luego con la palma de la mano forma
un recipiente (cavidad), recoge el cuerpo del Señor y di “Amén”. En
seguida, santifica con todo cuidado tus ojos con el contacto del sagrado
Cuerpo y súmele, pero ten cuidado que no se te caiga nada; pues lo que
se te cayese, lo perderás como de los propios miembros. Dime: si alguno
te hubiera dado polvos de oro, ¿no lo guardarías con todo esmero y
tendrías cuidado de que no se te cayese ni perdiese nada? Y ¿no debes
cuidar con mucho mayor esmero que no se te caiga ni una miga de lo que
es más valioso que el oro y las perlas preciosas?» (SAN CIRILO DE
JERUSALÉN, Catequesis Mystagogicas, V, 21ss).
Incluso, en las misas dominicales se llevaba el Santísimo para
comulgar durante la semana, teniendo en cuenta que no había Misa todos
los días (Cf. J. A. JUNGMANN, El Sacrificio de la Misa, BAC, Madrid,
1961, vol II, 1066-1067), pero no por antigua, una práctica debe ser
estimada como mejor y más conveniente para nuestros tiempos.
Mons. Ranjith, secretario de la Congregación para el Culto Divino, ha
afirmado recientemente que «el Santo Padre habla a menudo de la
necesidad de salvaguardar el sentido de la “alteridad” en cada expresión
de la liturgia. El gesto de tomar la Sagrada Hostia y, en lugar de
recibirla, ponerla en la boca nosotros mismos, reduce el profundo
significado de la Comunión» (La Repubblica, 31/07/2008). La
Eucaristía es un don, y esto se pone mejor de manifiesto cuando se la
recibe directamente en la boca. Así se muestra la delicadeza con la que
Dios (a través del sacerdote, como un padre que da de comer a sus
hijos), nos alimenta con el mismo Pan de los ángeles.