Entrevista a Su Excelencia Monseñor Mauro Piacenza

Secretario de la Congregación para el Clero

 

Excelencia Reverendísima, ¿por qué Benedicto XVI ha querido convocar un Año Sacerdotal?

El Santo Padre se preocupa particularmente, como es natural, de la vida, la espiritualidad, la santificación y la misión de los Sacerdotes. La misma plenaria de la Congregación para el Clero, en la Audiencia durante la cual fue anunciado el Año Sacerdotal, tenía como título: «La identidad misionera del presbítero en la Iglesia, como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera». Es urgente y necesario, en este tiempo, recordar con fidelidad a los sacerdotes, y al pueblo santo de Dios, la belleza, la importancia y lo indispensable del ministerio sacerdotal, en la Iglesia, para la Salvación del mundo.

Un Año dedicado a profundizar y redescubrir qué es el sacerdocio católico, ampliando los espacios de oración para y con los Sacerdotes, no puede sino hacer bien a toda la misión de la Iglesia, la cual, justamente en el ministerio ordenado, ve expresada una de sus “notas” esenciales, que siempre proclamamos en el credo dominical: la Apostolicidad.

 

El Año Sacerdotal ha sido convocado con ocasión del 150o Aniversario de la muerte de San Juan María Vianney. ¿Qué figura de sacerdote era el Cura de Ars?

El Cura de Ars es ante todo Sacerdote de Jesucristo, es realmente en la imitación de Cristo Sumo Sacerdote y en la misión realizada en Su Nombre que se revela el carisma pastoral. Es Cristo mismo que unifica al Santo, a través de la gracia bautismal y sobre todo sacerdotal. San Juan María Vianney es “totalmente sacerdote” en cada una de sus opciones y de sus gestos, en todo su ser, y es planamente consciente de ello. Esta profunda unión le permite acompañar al Señor en el huerto de los olivos, en la pasión, hasta la Cruz. Él tiene consciencia, como sacerdote, de ser uno de los instrumentos privilegiados (y de aquí el gran sentido de responsabilidad) para conducir el mundo a Dios.

            Discípulo de Cristo, él fue plenamente hijo de la Iglesia, de la que recibió mucho y a la que donó todo, permaneciendo siempre su hijo humilde y obediente, libre y exigente.

            Las Virtudes teologales caracterizan la vida del Santo de Ars, que resplandece por su fe, vivida plenamente en modo heroico; una fe siempre mendigada y al mismo tiempo clara y radicada en lo más profundo de su ser y de su vida. Fue por excelencia un hombre de esperanza, con los ojos fijos hacia el cielo, tuvo la Eternidad como horizonte último. Vivió asimismo una caridad “desbordante” por el prójimo, que amaba por y a través de el amor por Dios. Junto a las tres grandes virtudes, los consejos evangélicos representaron un elemento fundante de la espiritualidad del Cura de Ars. Los vivió plenamente, sacando de ellos fuerza para la misión. Incluso no siendo un religioso, miembro de algún Instituto, los vivió en modo no sólo ejemplar, sino realmente heroico. Pobreza, castidad y obediencia han sido luces de su vida.

 

¿Qué “imagen” de sacerdote, para el hombre de hoy, propone el Papa en la celebración de este Año?

¡La imagen de siempre! La que la Iglesia y la genuina doctrina han siempre propuesto y que encuentran una espléndida síntesis en la figura evangélica del “Buen Pastor”. Ciertamente, nuestro tiempo, con notables diferencia entre Occidente secularizado y relativista y otras partes del mundo en las que el sentido de lo Sacro es todavía muy fuerte, vive algunas tentaciones que inevitablemente afectan también al ministerio sacerdotal y que, también con la ayuda de este Año, será necesario iniciar a corregir. Pienso, por ejemplo, en la tentación del activismo, que ataca a no pocos sacerdotes, quienes, si a veces parecen heroicos en la total dedicación, sin embargo no pocas veces ponen en riesgo su vocación misma y la eficacia del apostolado, si no permanecen establemente en esa relación vital con Cristo que se nutre de silencio, oración, Lectio Divina y, sobre todo, de la S. Misa cotidiana, de la adoración Eucarística y del Santo Rosario. El Santo Padre mismo, ha recordado a los sacerdotes que «nadie anuncia o se lleva a sí mismo, sino que, dentro y a través de su propia humanidad, todo sacerdote debe ser muy consciente de que lleva a Otro, a Dios mismo, al mundo. Dios es la única riqueza que, en definitiva, los hombres desean encontrar en un sacerdote» (Benedicto XVI, Alocución, 16/03/2009).

 

¿Cómo se vivirá este Año Sacerdotal?

El Año Sacerdotal, como querido por el Santo Padre, no será un año “reservado a los Sacerdotes”, sino que toda la Iglesia, en todos sus elementos, será llamada a redescubrir, a la luz de la tensión misionera que le es propia, la grandeza del don que el Señor ha querido dejarLe con el ministerio sacerdotal.

En esa dirección va también el título felizmente escogido por el Santo Padre para este Año: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del Sacerdote”, indicando el primado absoluto de la gracia, como recuerda la Primera Carta de Juan: «Nosotros amamos porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4,19) y, al mismo tiempo, la indispensable cordial adhesión de la libertad amante, recordando que, el nombre del amor en el tiempo es “fidelidad”.

Se trata de un evento no espectacular sino para ser vivido sobre todo como renovación interior en el redescubrimiento gozoso de la propia identidad, de la fraternidad en el propio presbiterio, de la relación sacramental con el Obispo propio.

 

¿Qué frutos podrá ofrecer a la Iglesia el Año Sacerdotal?

¡Los que Dios quiera! Ciertamente el Año Sacerdotal representa una ocasión importante para mirar de nuevo y siempre con grato asombro la obra del Señor que, “la noche en que fue traicionado” (1Cor 11,23), quiso instituir el Sacerdocio ministerial, vinculándolo imprescindiblemente a la Eucaristía, cumbre y fuente de vida para toda la Iglesia.

Será, entonces, un Año para redescubrir la belleza y la importancia del Sacerdocio y de los ordenados individualmente, sensibilizando a todo el pueblo santo de Dios: los consagrados y las consagradas, las familias cristianas, quienes sufren, y sobre todo los jóvenes tan sensibles a los grandes ideales, vividos con auténtica entrega y constante fidelidad. Recordaba el Santo Padre en el discurso de convocatoria: «También parece urgente la recuperación de la convicción que impulsa a los sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles tanto por el juicio de fe como por las virtudes personales, e incluso por el vestido, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia». El Año sacerdotal quiere sostener e implorar al Espíritu estos frutos de presencia visible.