El
testimonio apostólico sobre Jesús y la
historia
por el Prof. Olivier-Thomas Venard
Escrito por Ecclesia Digital
martes, 08 de febrero de 2011
Introducción
Cuando los medios de comunicación social hablan de los comienzos del cristianismo proceden como si la historia fuera una ciencia exacta y difunden tesis y prejuicios racionalistas que ya cuentan con uno o dos siglos a sus espaldas. Y eso cuando no acreditan las fantasías de novelistas aplicando las «teorías del complot» a los orígenes de la Iglesia. Bajo su influencia, parece admitido hoy por el público en general que no se conoce ya adecuadamente el personaje histórico de Jesús.
Que el relato tradicional
del cristianismo sobre sus orígenes
brindado por el testimonio apostólico y
consignado en el Nuevo Testamento no es
más que una interpretación entre otras
de hechos que los historiadores deben
intentar reconstituir... Como reacción,
algunos medios cristianos sienten la
tentación de refugiarse en una
interpretación literalista de las
Escrituras (que constituye una de las
bases doctrinales del «fundamentalismo»
protestante).
Los católicos no tienen
ninguna razón para refugiarse en este
suicidio del espíritu, sino que
encontrarán muchas en la exégesis
bíblica reciente para responder a los
viejos tópicos historicistas. Ésta se ha
vigorizado, en efecto, con la
autocrítica llevada a cabo por la
ciencia histórica en la segunda mitad
del siglo XX y con el considerable
enriquecimiento de nuestra documentación
sobre la cultura judía del siglo I desde
la década de 1950.
1. Voy a consagrar el
primer punto de mi exposición a la
situación actual de la historia
2. En un segundo momento,
desearía describir brevemente lo que
puede decir el historiador de hoy sobre
el proceso de transmisión apostólica de
la memoria en lo relacionado con la
enseñanza, la vida y la persona de Jesús
de Nazaret.
3. En un tercer momento,
me gustaría describir a grandes trazos
el contenido de esta tradición.
1/ ¿EN QUÉ PUNTO SE
ENCUENTRA LA HISTORIA?
LAS TRANSFORMACIONES
RECIENTES DE LA CIENCIA HISTÓRICA
La ciencia histórica se
ha afinado sobremanera a lo largo de los
últimos decenios.
1. Jesús según la
historia positivista
La historicidad de un
hecho se prueba, según una concepción
moderna estricta, por la existencia de
dos fuentes de distinta naturaleza, y
tan contemporáneas de ese hecho como sea
posible, que lo atestigüen. Debemos
hacer ya de entrada una observación de
sentido común. Según esta definición, el
99% de lo que vivimos no es «histórico»,
porque no estará documentado de una
manera satisfactoria. «Histórico», en
este sentido, no es, por consiguiente,
sinónimo de «sucedido realmente». A
continuación, por lo que se refiere a
Jesús, esta definición del hecho
histórico plantea una cuestión de
método. El testimonio apostólico en su
diversidad (los cuatro diferentes
evangelios, las cartas de Pablo y de los
otros autores del Nuevo Testamento),
¿constituyen una sola fuente o varias?
«-¡Varias!», responderá
un historiador benévolo, consciente de
la variedad de los géneros literarios,
de los acentos teológicos o simplemente
de los medios que aparecen en la
literatura cristiana primitiva.
«-¡Una sola, dirá el
historiador racionalista, porque todos
los documentos primitivos son obra de
creyentes!». Para él, el testimonio
apostólico documenta mucho más, desde el
punto de vista histórico, las creencias
y las acciones de los primeros
discípulos que la vida de Jesús: su fe
arruina su objetividad, y el
procedimiento debe comenzar por la duda
a priori.
Afortunadamente, la
historicidad de Jesús está garantizada,
incluso en este marco epistemológico,
por algunas fuentes no cristianas. Sin
embargo, no proporciona más que un
conocimiento muy sumario de Jesús:
nació, sin duda, hacia el año -6 o -7,
fue conocido como maestro, obrador de
milagros y seguido por discípulos, fue
ejecutado en la cruz por orden del
gobernador romano de Judea (Poncio
Pilato, entre el año 26 y el 36). Hasta
las razones por las que le crucificaron
los romanos o los judíos le tomaron por
un mago siguen siendo tema de debate.
En pocas palabras, el
«Jesús histórico» reconstituido
siguiendo esta concepción de la historia
es una especie de esqueleto conceptual,
algo que no podríamos identificar ni con
el «verdadero Jesús», ni con el «Jesús
terrestre», ni con el «Jesús de la fe».
2. Las preocupaciones
actuales de la disciplina histórica
Ahora bien, en nuestros
días, la historia tiene mucho más que
eso para decir sobre Jesús, porque ya no
se limita a practicar una metodología
tan reductora del pasado.
Fundamentalmente, en
primer lugar, los historiadores han
hecho la historia de nuestra relación
con el tiempo. La idea según la cual
el pasado es radicalmente diferente del
presente es en sí misma una idea
situada, cultural e históricamente.
Sustituir sistemáticamente la
historia-tradición por la
historia-reconstitución es una opción
que no se impone racionalmente.
A continuación, los
historiadores han redescubierto la
historia también es literatura. Tras el
«giro lingüístico» del pensamiento
occidental, los historiadores han
deconstruido las ingenuas pretensiones a
la «cientificidad» de sus predecesores
positivistas. Están volviendo a
descubrir la historia como Clío, una de
las musas de la poética antigua,
como una disciplina literaria que
obedece a unas opciones conscientes o
inconscientes del que narra. Por
ejemplo, se constató, ya desde los
comienzos del siglo XX, que las «Vidas
de Jesús» que habían sustituido a los
evangelios en nombre de la ciencia
histórica a lo largo de todo el siglo
XIX presentaban a unos Jesús que se
parecían extrañamente a sus autores,
hasta en su antisemitismo en algunos
casos tristemente célebres.
De un modo más positivo,
la disciplina histórica se ha visto
enriquecida por las «ciencias humanas».
Hoy, para reconstituir los hechos del
pasado, se otorga una gran importancia a
la historia de las mediaciones
culturales que nos los dan a
conocer. Es bien sabido que las ideas no
existen por sí solas, sino que siempre
aparecen encarnadas en un lenguaje y,
por consiguiente, son relativas a una
comunidad humana, codificada y
jerarquizada por definición. En
particular, si queremos hacer la
historia de un personaje como Jesús, que
vivió en la cultura semioral de la
Palestina judía del siglo I, la
etnología histórica y comparada, las
investigaciones en la historia oral y en
la memoria social obligan a partir de
ahora a descentrarse de la «Galaxia
Gutenberg» y del modelo de la
transmisión a través de lo escrito y lo
imprimido.
Para evitar los
anacronismos culturales, debemos
revolucionar nuestra manera de entender
el nacimiento y la transmisión del
discurso sobre Jesús I. En su cultura,
la del judaísmo proto-rabínico, la
dominación de la Torá oral sobre la Torá
escrita implicaba un sistema de
transmisión de tipo esotérico, de
maestro a discípulo, más apreciado que
la sola exactitud literal de la
reproducción de los textos. Y en virtud
de ello, por lo menos dos evangelistas
conciben explícitamente sus textos como
cuaderno de notas, mientras que se
detecta en los cuatro las huellas de una
estructuración esotérica de la enseñanza
de Jesús. Por otra parte, las
composiciones y ediciones orales suponen
una cierta moderación por algunas
autoridades de control en las
comunidades que se entregan a ellas. La
institución de los apóstoles, encargados
de la enseñanza por Jesús, adquiere todo
su realismo histórico en este contexto
cultural. Mutatis mutandis, la
composición de los testimonios
apostólicos estuvo más cerca de lo que
pasó un siglo más tarde en la
compilación oral de la Misná que
de los trabajos de edición de textos
imaginados por los sabios del siglo XIX
en sus bibliotecas.
Los historiadores de las
culturas anteriores a la imprenta
también están redescubriendo, junto con
sus colegas historiadores de las
culturas contemporáneas, la validez
epistemológica de la categoría del
testimonio. El discurso del
testimonio no requiere, en el plano
científico, la duda sistemática, sino
una recepción dialéctica. Pide, a la
vez, adhesión, porque implica un
deseo de convencer personalmente, y
verificación, porque el testigo
pretende decir lo que pasó realmente y
se dirige a unas mentes racionales
invitándolas a proceder a una
verificación. Para decirlo de una manera
sencilla, un testigo pide que le tomen
en serio, a menos que haya buenas
razones para dudar de él. Pensar a
priori que los testigos inventan
aquello de lo que hablan, postular la
duda universal como fundamento de una
lectura crítica del Nuevo Testamento,
constituye un error hermenéutico.
Richard Bauckham ha
consagrado un libro reciente al reexamen
de las relaciones entre Jesus and the
Eyewitnesses, cuyos resultados son
sorprendentes. El Nuevo Testamento
reivindica el hecho de tener su origen
en testimonios oculares, verificables.
El movimiento primitivo en torno a Jesús
se muestra así más sensible que el resto
de la tradición judía a la concepción
griega de la historia, que otorga
prioridad desde Tucídides al testimonio
ocular, lo más contemporáneo posible a
los acontecimientos.
3. La documentación
ha crecido considerablemente
Por último y sobre todo,
nuestra evaluación de las relaciones
entre el testimonio apostólico sobre
Jesús y la historia se ha renovado
porque hoy disponemos de una riqueza
documental nunca alcanzada antes sobre
el judaísmo palestinense del siglo I.
Las bibliotecas antiguas exhumadas en
Qumrán y Nag Hammadi ponen hoy a nuestra
disposición cientos de documentos judíos
y cristianos antiguos, desconocidos hace
sesenta años. La aportación de estos
textos, ilustrada por los nuevos datos
arqueológicos, también numerosos,
especialmente en Israel, para
reconstituir este marco real del
ministerio de Jesús y de la transmisión
de su memoria, es inmensa.
Estamos descubriendo el
alto grado en que el judaísmo de los
partidos del siglo I estaba
diversificado en sus creencias y en sus
prácticas. En cuanto a la
concepción del mundo, ésta iba desde
el dualismo extremo de los esenios a las
componendas de los plutócratas judíos,
pasando por la apertura a la
apocalíptica de los fariseos. La
tradición ritual y litúrgica estaba
cargada de disputas sobre el templo o
sobre la misma circuncisión. La misma
concepción de Dios estaba menos
unificada de lo que dejaría pensar el
monoteísmo judío según Maimónides. En
este marco, muchas de las
características de los evangelios que
parecían «tardías» o incluso «griegas y
no semíticas» a los sabios del siglo XIX,
se revelan como perfectamente
verosímiles; el valor histórico del
testimonio joaneo, en particular, se ha
visto considerablemente reforzado por
toda esta nueva documentación.
La relación de los
judíos del siglo I con sus Escrituras
santas también era diferente. El
cumplimiento de las Escrituras era
entonces una práctica: todo buen
judío vivía el ideal de «cumplir la
Torá». Los que aprendían a escribir lo
hacían en la Torá, cuyos relatos y
enseñanzas estructuraban también de un
modo más amplio la sensibilidad y el
obrar del pueblo en las sinagogas. Las
Escrituras constituían así la matriz
cultural común para verbalizar,
memorizar y comunicar la experiencia
corriente.
Estos datos
pertenecientes a la historia cultural
tienen consecuencias importantes en la
apreciación del testimonio apostólico
sobre Jesús desde el punto de vista
histórico. La cita masiva de las
Escrituras en los testimonios
apostólicos no es, necesariamente,
sinónimo de interpretación tardía.
Por ejemplo, el relato
originario de la Pasión de Jesús, la
secuencia narrativa más arcaica de los
testimonios apostólicos, estaba ya
trufado de alusiones bíblicas. A ejemplo
de otros escritores judíos del siglo I,
los testimonios apostólicos sobre Jesús
conservados por el canon del NT emplean
las Escrituras como un vasto depósito de
motivos, de intrigas desligadas de su
contexto original, y disponibles para
delimitar y verbalizar la acción de Dios
en su época.
Conclusión sobre la
historia
Hacer correctamente hoy
la historia positiva (aunque no
positivista) de Jesús, a partir de los
testimonios apostólicos, implica el
esfuerzo de tener en cuenta un contexto
cultural y una visión del mundo
desambientadas para nuestras
mentalidades secularizadas y encadenadas
a la información escrita e imprimida
desde hace más de seis siglos. Obrando
con realismo cultural, debemos volver a
situar los testimonios apostólicos
consignados en el NT en el
funcionamiento de la transmisión de la
memoria de las sociedades semiorales.
Esbocemos ahora este movimiento.
*
2/ ¿Qué podemos decir hoy
del testimonio apostólico?
Y, en primer lugar, vamos
a plantear la cuestión:
1. ¿QUIÉN transmite?
Para responder a ello,
vamos a recordar los que el historiador
puede decir de la autoridad apostólica.
Se acogen hoy con
escepticismo las atribuciones
tradicionales de los testimonios
apostólicos. De hecho, los nombres de
los evangelistas no aparecen
atestiguados hasta la segunda mitad del
siglo II, y nos planteamos preguntas
sobre los auténticos autores de varios
libros del NT. Con todo, aunque no sea
posible precisar sus identidades con
seguridad, se admite que los autores del
NT fueron apóstoles o colaboradores
suyos.
Los historiadores saben
el alto grado en que la cuestión de
la autoridad, en materia legal y
religiosa, era una cuestión que se
imponía al espíritu en el judaísmo del
Segundo Templo. A escala de la historia
de las religiones semíticas, deja la
huella de un despliegue de autoridad
extraordinario, no sólo como intérprete
de la Ley, sino también como sanador.
Tanto Flavio Josefo como el Talmud se
hacen eco de este poder. Los
interrogantes sobre la autoridad de
Jesús y la de sus apóstoles comparadas
con la del establishment
religioso judaico, que jalonan los
testimonios apostólicos, no son las a
retroproyecciones de las polémicas
ulteriores entre los discípulos de Jesús
y los judíos mayoritarios. El ministerio
de Jesús, Las palabras exousia y
dynamis (autoridad y poder) están
ligadas de un modo particular en el
Nuevo Testamento a los Doce que Jesús se
asoció en su ministerio de enseñanza y
de curación. Los apóstoles y sus
discípulos, al unirse con las
estructuras del judaísmo sectario de su
tiempo, «suceden al taumaturgo Jesús,
cuyo nombre es poderoso y cuyo retorno
se espera; del que ellos son testigos
‘desde el bautismo de Juan hasta el día
en que nos fue arrebatado’».
Tampoco tiene nada de
extraño que los ministerios de
enseñanza de los didaskaloi
fueran los primeros retribuidos en las
comunidades. El vínculo frecuente que se
establece entre memoria, Espíritu y
disciplina comunitaria en el Nuevo
Testamento sugiere la función de control
de la tradición sobre Jesús que debieron
ejercer los testigos oculares, al menos
durante una generación. Apóstoles,
ancianos y maestros actuaban como
bibliotecas de referencia ambulantes.
Más aún, el análisis de
las focalizaciones narrativas y de los
marcos enunciativos permite detectar
diversos puntos de vista actuando
en los textos recitativos fuentes de los
evangelios canónicos. Así, el punto de
vista petrino desempeña un gran papel en
relatos esenciales a la estructura
primitiva del evangelio reflejada por
Marcos y Mateo. Del mismo modo, la
perspectiva originaria del «discípulo al
que Jesús amaba» es la que mejor explica
la paradoja histórica que representa el
cuarto evangelio, a la vez el último
puesto por escrito y el más
exacto en su topografía y en su
cronología. Otras investigaciones
subrayan el papel de las mujeres
discípulas en la elaboración del relato
de la pasión, papel que refuerza además
su credibilidad para el historiador, que
conoce la desconfianza respecto al
testimonio de las mujeres en las
culturas patriarcalistas antiguas. Y,
después de todo, ¿acaso no celebra la
tradición litúrgica a María de Magdala
como la apóstol de los apóstoles?
Por último, los
apóstoles parecen haber tenido un cierto
deseo de instituir su autoridad si nos
atenemos al episodio de la sustitución
de Judas. Con esta ocasión, la categoría
de «testigo de Cristo» parece encontrar
incluso una definición técnica. En pocas
palabras, para emplear la jerga de los
teóricos de la «memoria social», la
«comunidad mnemónica» encargada de la
memoria sobre Jesús estuvo constituida
por sus apóstoles y por aquellos a los
que instituyeron para ayudarles. Estamos
lejos de la inventiva comunitaria
imaginada por los historiadores
románticos, que se consideraba obligada
a comprender la literatura cristiana
primitiva como un folclore.
Vayamos al contenido de
esta memoria.
2. ¿QUÉ? Contenido y
contornos generales de una tradición
aislada concerniente a Jesús
El interés de los judíos
del siglo I por la biografía del
fundador de su movimiento ilustrado por
el Nuevo Testamento es excepcional. Fue
tan fuerte que, ya desde el período
apostólico, se insertó en el Credo
a un personaje tan falto de interés como
Poncio Pilato. Muy pronto se constituyó
una tradición muy apartada [isolated
tradition] de la memoria relacionada
con Jesús, a la que los primeros
testigos dieron forma, autorizaron y
transmitieron.
En este punto resultan
iluminadores los estudios sobre el
sentido de la palaba euangelion
en Pablo. A finales del siglo XIX se
pensaba que designaba el mensaje
sobre Jesús elaborado por el
mismo Pablo (grosso modo, la
proclamación de la salvación adquirida
por la muerte y la resurrección de Jesús
confesado como Cristo, el kerigma). De
repente se forjó el eslogan de
Pablo-inventor-del-cristianismo.
Investigaciones más afinadas han
mostrado después que, aunque escriba sus
cartas antes de que se hubiera puesto
por escrito ningún evangelio, Pablo
no cesa de referirse a las tradiciones
apostólicas sobre la vida y la enseñanza
de Jesús. El término euangelion
también hace referencia en Pablo al
mensaje de Jesús (grosso
modo, la proclamación en palabras y
con actos del acontecimiento del reino
en el curso de una vida ejemplar que
proporciona un marco narrativo a su
memorización). Y en virtud de ello,
¿cómo se hubiera podido reducir el
testimonio apostólico sobre Jesús al
kerigma de la muerte y de la
resurrección de Cristo? Los
evangelizados deseaban saber, a buen
seguro, de quién se estaba hablando, de
suerte que también era preciso contar a
Jesús, con mayor o menor abundancia de
detalles según el conocimiento que
hubieran podido adquirir antes. Por otra
parte, Pablo convierte a Jesús,
en su metáfora arquitectónica de la
Iglesia, en el fundamento y en la
piedra angular sobre la que él o
los otros apóstoles construyen. Él se
considera como garante de la memoria de
Jesús en la que están fundadas las
comunidades.
Los primeros evangelios
usaron el término euangelion en
el mismo sentido que Pablo. Para recoger
una fórmula que se ha vuelto célebre,
esos evangelios se presentan como un
relato de pasión precedido de un extenso
prefacio: la buena nueva está unida a la
continuidad entre el ministerio de Jesús
y su resurrección de los muertos, a la
que ilumina tanto como es iluminado por
ella. Incluso Juan, que no emplea la
palabra euangelion ni sus
derivadas, permanece fiel a este modelo
del Evangelio.
Resumiendo, tal vez los
evangelios no estén tan alejados de esta
memoria originaria concerniente a Jesús,
a su vida y a su obra. La palabra de
Jesús, su vocabulario o sus giros, están
bien particularizados en los evangelios.
Si comparamos esto con la diversidad de
lugares y de épocas en las que fueron
compuestos, a lo largo de un período de
20 a 30 años, ¿no es sorprendente su
acuerdo? Las tradiciones conservadas son
tan ricas y tan vivo el retrato de Jesús
que se puede sacar de ellas, que el
interés por él debió remontarse a los
primeros tiempos.
Para asegurarnos,
debemos plantearnos la siguiente
cuestión:
3. ¿CÓMO se transmite el
testimonio apostólico?
1) Evoquemos, en primer
lugar, la disciplina de la transmisión
apostólica
La memoria concerniente
a Jesús, patrimonio de una comunidad
judía, fue codificada de golpe,
como muestra adecuadamente la pregnancia
de las alusiones bíblicas y de los
procedimientos de la ironía en los
testimonios apostólicos.
También estaba
controlada por testigos autorizados
y maestros. La voluntad de respetar la
tradición se manifiesta a través de
varios hechos. Por ejemplo, Jesús no
aborda aquí nunca ningún debate halákico
importante para las primeras comunidades
de discípulos. Ningún texto pone en
labios de Jesús enseñanza alguna sobre
la circuncisión. Juan, el primero que
identifica formalmente a Jesús como
logos, no pone esta designación en boca
de Jesús. Y, a la inversa, la
autodesignación favorita de Jesús como
«Hijo del hombre» apenas ha sido
desarrollada por la tradición
apostólica...
Los que la transmitían
no dominaban por completo la
memoria sobre Jesús. No la asimilaron
pura y simplemente a su propia enseñanza
moral. Cuando Pablo o Santiago se
inspiran en sus enseñanzas para dar sus
propias determinaciones morales a sus
comunidades, no se sienten obligados a
atribuirlas a Jesús; al contrario, las
distinguen a veces cuidadosamente de lo
que procede del Señor. Pablo evoca
otro proceso de transmisión
diferente a la enseñanza moral: «Pues yo
recibí del Señor lo que os transmití:
que el Señor, la noche que era
entregado, tomó pan,...».
Esta tradición sobre
Jesús constituía un valor en sí, y no un
repertorio modelable al son de las
aplicaciones que se hiciera de ella en
las comunidades según sus necesidades.
No debemos sobreestimar la capacidad
inventiva del ministerio profético en el
testimonio apostólico. Los exégetas
atribuyeron antaño una gran cantidad de
relatos sobre Jesús y sobre sus
enseñanzas a los «profetas», que habrían
continuado una enseñanza de Cristo
resucitado para las primeras
comunidades. Ahora bien, como acabamos
de ver, su actualización de las
enseñanzas antiguas parece haber
respetado la tradición aislada
concerniente a Jesús. Del mismo modo, la
invención pura y simple de material
narrativo concerniente al ministerio
público y a la pasión de Jesús por
amplificación retórica de chreiai
a la manera grecorromana, o por
comentario midrásico a la manera judía,
propuesta en ocasiones por los sabios,
sigue siendo hipotética.
Dicho esto, sería un
error imaginar la transmisión apostólica
de la memoria sobre Jesús como un
fixismo. No era algo inmutable como una
pieza que se mete en un armario en
espera de devolvérsela a su propietario.
Estaba atravesada por la lógica de la
fecundidad que el Evangelio enseña, al
mismo tiempo, como un precepto para la
vida en general y para la actividad de
enseñar en particular. Eso es lo que
expresa perfectamente el símbolo de la
semilla aplicado por Jesús a su palabra,
y después al mismo Evangelio por los
evangelistas. ¡Lo que pide la semilla es
que la siembren y desarrollarse, no que
la conserven en una vitrina! Estaba bien
actualizada en función de las
preocupaciones de los oyentes, de las
comunidades, pero las variaciones
estaban controladas. Veamos esto de
un modo un poco más detallado.
2) Los soportes de la
transmisión apostólica
Parte oral: intento
de descripción
El capítulo 10 de los
Hechos de los Apóstoles alude relatos
precoces sobre Jesús: «[Dios] ha enviado
su palabra [logos] a los
israelitas, anunciándoles la buena nueva
[euangelizomenos] de la paz por
Jesucristo». Ya desde el tiempo de su
ministerio público, se elaboró un
discurso sobre Jesús a fin de preparar
su camino. Contrariamente a lo que
sostenía antaño la crítica de las
formas, pero de acuerdo con las leyes de
la literatura oral, debía tratarse de
conjuntos orgánicos y no de pequeñas
unidades. Muchos pasajes de Marcos,
incluso fijados por escrito, se dejan
analizar fácilmente como una seguida de
reagrupamientos mnemotécnicos a base de
tramas cronológicas, de unidades
temáticas, de juegos de palabras-gancho.
Junto con ciertos conjuntos del material
que no era de marco común a Mateo y
Lucas (lo que la crítica de las fuentes
llama la fuente Q», bien organizados
tópicamente, podrían haber estado los
repertorios del ministerio itinerante de
los primeros discípulos, destinado a
preparar el paso de Jesús. No hay
ninguna razón para pensar que estos
agrupamientos no se hicieron más que en
la última etapa de la redacción de los
evangelios: algunos podrían remontarse
incluso Jesús.
Hay otra parte de la
tradición apostólica sobre Jesús
ciertamente muy antigua: el relato de
la Pasión. Los evangelios siguen
casi el mismo desarrollo desde la
entrada en Jerusalén hasta la sepultura
de Jesús, algo que ocurre mucho menos
con todo lo que precede. Esta importante
sección despliega un relato que tiene la
forma de una crónica casi hora a hora.
Esa estructura narrativa ha atravesado
intacta todas las etapas del proceso de
transmisión hasta que fueron puestas por
escrito. Lo que sugiere una tradición
arraigada en la memoria de los que
participaron en los acontecimientos y
transmitida muy pronto con su autoridad.
El testimonio apostólico
se elaboró muy pronto en liturgias
comunitarias en cuyo desarrollo se
meditaba la memoria de Jesús en
catequesis o era performada (performée)
en rituales, bajo el control de
testigos, de apóstoles o de ancianos.
Para tales comunidades, «acordarse y
volver a hacer la experiencia del pasado
se fusionaron en un solo acontecimiento»
–lo que constituye una bella definición
del acto litúrgico judeocristiano en la
línea del «memorial» veterotestamentario–.
El entendimiento entre locutores y
oyentes supuesto por la ironía narrativa
cargada de sentido en los evangelios,
particularmente en los relatos de la
Pasión, remiten con mucha probabilidad a
estas experiencias comunitarias de
formación de la memoria. Se ha llegado a
proponer incluso ver en Marcos
una hagadá de Pascua de los discípulos
de Jesús. En todo caso, como obra
litúrgica, la tradición concerniente a
Jesús era estructuralmente conservadora:
un «prehistoriador» de los evangelios
habla incluso de la existencia de un
«canon de lo que se podía decir» o no de
Jesús.
Una simple lectura
sinóptica de los evangelios basta para
mostrar que los diferentes tipos de
tradiciones que cristalizan en ellos
tienen grados variables de
estabilidad, y el modelo de
transmisión como cultura semioral da
cuenta de ellos de un modo mucho más
verosímil que un trabajo editorial sobre
unos escritos. Los relatos de aparición
de Jesús resucitado, en particular,
tienen una fluidez mucho mayor que las
otras tradiciones sobre Jesús. Los
diferentes relatos sobre el Resucitado
parecen recogidos por los evangelistas
con un gran respeto por sus
particularidades, sin intentar armonizar
sus localizaciones o sus beneficiarios.
Esta mayor variabilidad de los relatos
de encuentro con el Resucitado tal vez
se deba a la diferencia de estatuto que
tenían en la transmisión comunitaria de
la memoria de Jesús. Se trataba de los
testimonios personales de
aquellos a los que el Resucitado había
elegido para aparecerse, no de las
enseñanzas dirigidas a todos. Las
asambleas, con sus ancianos y sus
maestros, podían añadir la fe a estos
relatos de experiencias personales, pero
no tenían que elaborarlas: en
consecuencia, estas tradiciones,
altamente individualizadas, en torno a
María Magdalena, Pedro o Juan, por
ejemplo, no han sido pulidas por la
repetición de las prestaciones en el
marco de las asambleas comunitarias
antes de encontrar sitio al final de las
compilaciones escritas.
Otro fenómeno
apasionante ligado a la oralidad
primitiva y todavía poco estudiado es el
encaje enunciativo recíproco de
la palabra de Jesús en la palabra de sus
testigos, este encaje favorece la
migración de motivos, de símbolos, de
temas, incluso de relatos, desde el
contenido de la palabra de Jesús hacia
el mismo Jesús, de un modo tan bien
hecho que las parábolas de la enseñanza
de Jesús y los episodios de su vida han
entrado a veces en interacción. Este
fenómeno ilumina de una manera bastante
regular la comparación de pasajes de
Juan que se hacen eco de los sinópticos.
Parte escrita: la
progresiva aparición de los evangelios
canónicos
Cuando se compara los
evangelios canónicos entre ellos, se
detectan pasajes casi idénticos palabra
por palabra. La proximidad literal de
ciertos pasajes de los sinópticos,
sugiere claramente una fijación escrita
precoz de varias tradiciones. Lucas hace
referencia a ello además en su prefacio.
Estos escritos
parciales pudieron haber sido muy
precoces. La presencia, bastante
vigorosa, de la escritura en la vida
cotidiana de Palestina está demostrada
arqueológicamente, aunque se evalúe en
una tasa bastante baja la
alfabetización. Todo nos invita a pensar
que lo oral y lo escrito se completaron
en el trabajo de dar forma y de
transmisión del «acontecimiento Jesús»
ya desde los días de su vida en la
carne. Hay en el entorno inmediato de
Jesús y de los apóstoles gente que sabe
escribir: por ejemplo Zacarías, Zaqueo,
Mateo-Leví, los centuriones o sus
subalternos, tal vez Juana, mujer de
Cusa. Todos ellos pueden haber procedido
a una «escribalización» precoz del
discurso de y sobre Jesús. La idea según
la cual todo habría sido oral hasta un
determinado período, y consignado
después por escrito por razones
disciplinarias o técnicas, es simplista
desde el punto de vista histórico. De
hecho, lo escrito debió servir muy
pronto para vencer las limitaciones del
espacio y del tiempo a la hora de
difundir el Evangelio.
Las circunstancias de
la redacción de los evangelios
canónicos siguen siendo objeto de
debate. Con todo, las cuestiones de
cronología o de interdependencia
editorial no son tan importantes como se
cree a veces para apreciar la relación
entre el testimonio apostólico sobre
Jesús y la historia. En efecto, los
evangelios, surgidos de la cultura
semioral de Jesús y de sus apóstoles, no
se componen de capas editoriales o
redaccionales envueltas de recuerdos
simples en elaboraciones atribuidas al
Resucitado y siguiendo unas leyes
estilísticas de creciente
complexificación, como creyeron Rudolf
Bultmann y su época. Tampoco son el
resultado de un trabajo editorial de un
libro sobre otro. Son las resultantes de
proezas de la tradición de Jesús, y
presentan, por consiguiente, elementos
estables y variaciones. De golpe, las
diferencias entre relatos de un mismo
episodio de la vida de Jesús son menos
indicios de errores fácticos pendientes
de resolución, que huellas de diferentes
maneras, autorizadas desde el punto de
vista apostólico, de recordar estos
momentos, su importancia y su
significación.
La redacción escrita de
las tradiciones orales anteriores fue
una variación más en las proezas a las
que las Iglesias estaban acostumbradas.
Los acondicionamientos de la tradición
originaria más detectables (por ejemplo,
comparando a Mateo con Marcos, o a
Lucas-Q en aquellos pasajes en que los
acuerdos literales son tan grandes que
se puede suponer su transmisión en forma
escrita) siguen siendo modestos.
Disponemos, además, de gran cantidad de
huellas de la preferencia duradera de
los cristianos por la tradición
apostólica oral, incluso mucho después
de la publicación de los evangelios
escritos.
Toda esta elaboración en
forma oral y escrita de la memoria sobre
Jesús condujo al nacimiento de un
nuevo género literario, en el grupo de
las bioi o « Vidas» antiguas.
Los evangelios son «biografías» de un
tipo particular. Como están centradas en
un personaje histórico, cuya apariencia
física ni siquiera se toman el trabajo
de describir, lo relatan más como una
función en el plan divino de
salvación que esbozan las Escrituras,
que como un ejemplo a seguir. Es
la fuente de las bendiciones
divinas que deben acoger. Los evangelios
no constituyeron una verdadera
revolución literaria y religiosa:
subvirtieron de una manera espectacular
la inmutable jerarquía antigua de los
géneros al mismo tiempo que inventaban,
¡diecinueve siglos antes!, el relato
realista. Con todo, el hecho de que los
evangelios hayan marcado un giro
decisivo en la historia literaria
occidental no basta para reducirlos al
ámbito «de la literatura». Y es que su
novedad literaria les venía justamente
del coeficiente de su realismo
histórico. El relato de la muerte de
Jesús aparecía, en su corazón, a escala
de la literatura antigua como algo
revolucionario, basado en «hechos
históricos obstinados» y en la
«creatividad que los mismos
acontecimientos obligaron» a desplegar.
Conclusión
Si emprendemos la tarea
de elaborar la historia basándonos en
documentos procedentes de testimonios
anclados en una temporalidad cotidiana y
transmitidos en un marco comunitario,
que pasaron a tradiciones populares y
orales, deberemos distinguir hoy entre
la historicidad y la posibilidad de
reconstituir con exactitud una
cronología. Los evangelios son a la vez
cuadernos de notas comenzados ya en vida
de Jesús (presentan huellas cronológicas
y topográficas precisas de su
ministerio), y las tradiciones
fundadoras de comunidades (que presentan
una abundancia de simbolismo intertexto
bíblico, resultado de la composición y
de la transmisión orales), puestos
finalmente por escrito en la forma que
los conocemos, en un caso al menos al
cabo de una investigación histórica. Se
refieren, por tanto, a la vida de Jesús
de maneras diversas, unas veces
simplemente descriptiva, otras
simbólica, unas isocrónica, otras
sincopada. Como ante el cuadro de un
maestro, unas veces tenemos que
acercarnos mucho para apreciar un
detalle pequeño, otras hay que
distanciarse para contemplarlo en la
estructura global de la obra, a fin de
apreciar su historicidad. La diversidad
de los evangelios no debe hacernos
olvidar que sus títulos no son
«evangelio de» Mateo, Marcos,
Lucas o Juan, sino «evangelio según»
Mateo, Marcos, Lucas o Juan (kata
más acusativo [«según»] y no el genitivo
de autor esperado). No hay más que un
solo evangelio, que sigue siendo el
mismo adaptando constantemente su forma,
porque no hay más que un solo Jesús de
Nazaret.
A él es a quien tenemos
que ir ahora.
*
3/ ¿Sobre Jesús?
Las tradiciones
apostólicas presentan a un Jesús muy
característico, sobre el fondo del
judaísmo sectario del siglo I. Vamos a
esbozar una clasificación cronológica de
las imágenes de Jesús transmitidas por
el testimonio apostólico:
1. Jesús como
exorcista y taumaturgo
Los sinópticos presentan
abundantes exorcismos realizados por
Jesús o en su nombre. Juan presenta
curaciones espectaculares. Ya hemos
hablado más arriba de la importancia de
este hecho al evocar la cuestión de la
autoridad en aquel tiempo. La autoridad
extraordinaria de Jesús podemos
detectarla de modo particular en una
mutación introducida en la fórmula de
exorcismo: en una cultura que, miles de
años antes y miles de años después de
él, no ha practicado jamás exorcismo
alguno más que en nombre del gran Dios,
Jesús exorciza a los demonios ¡en su
propio nombre!
2. Jesús como maestro
de sabiduría y pedagogo
En la cultura de la Torá
que hemos evocado, Jesús enseñó en
competición con la «torá oral», que por
aquel tiempo se encontraba en pleno
auge, para interpretar las Escrituras.
Se presentó como un moshel, que
elaboraba parábolas y enigmas de puntas
agudas (meshalim). Precisemos un
poco, porque una gran parte del
testimonio apostólico sobre Jesús
consiste en sus enseñanzas.
Cuestiones tratadas
Jesús trató una gran
cantidad de cuestiones típicamente
judías en el marco sociológico de la
Galilea agricultora y artesana. Y este
debate se prolongó, en varios puntos, en
la primera comunidad. Jesús proclamó la
venida ya iniciada del «reino de Dios».
A la manera de los apocalípticos de su
tiempo, dio también a sus interlocutores
algunas pistas para interpretar sus
hechos y gestos, insertándolos
explícitamente en scenarii
preexistentes en la memoria bíblica
común: por ejemplo, el destino del «hijo
del hombre» o el retorno de profetas
antiguos. Se mostró muy lacónico sobre
su propia identidad, se reveló con
palabras enigmáticas y con hechos
misteriosos. Su pedagogía consistía en
seguir siendo una pregunta: «Y tú,
¿quién dices que soy yo?»
Modo como las trató
Jesús, como buen
pedagogo, enseñó también a enseñar.
Previó el desarrollo de su enseñanza:
los evangelistas autorizan en varios
pasajes su producción con las mismas
palabras de Jesús, que la predice u
ordena, piensa en su grandeza, y
proporciona el arte poético. Esto nos
permite comprender adecuadamente por qué
la «tradición aislada» no fue un fixismo
estéril: preservaba no sólo las palabras
que el Maestro había dicho, sino la
capacidad de hablar del mismo modo que
él. En consecuencia, resulta vano, tanto
desde el punto de vista histórico como
desde el teológico, pretender aislar en
los evangelios canónicos las mismas
palabras de Jesús (las famosas
ipsissima verba), que pudo muy bien
dar una misma enseñanza de diversas
formas y que no deseaba únicamente ser
memorizado al pie de la letra. Los
evangelistas han transmitido tanto la
competencia como las prestaciones
(performances) lingüísticas de Jesús.
Ipsissima
vox
De golpe, nada nos
prohíbe pensar que la ipsissima vox
de Jesús siga siendo perceptible en los
evangelios: el brío del pensamiento y el
aliento de la palabra de Jesús de
Nazaret actuaban en la transmisión de su
memoria. Señalemos, por ejemplo: el uso
asertivo único del término Amén;
el arte de la parábola que desborda la
simple ilustración moral; la innovación
en el contexto bíblico de la metáfora de
la palabra como semilla; y, en
definitiva, esta manera característica
de emplear la palabra que un poeta de
nuestro tiempo ha llamado «la ironía
crística», que consiste en responder
menos a las preguntas planteadas por sus
interlocutores, que a las razones que
éstos tenían para planteárselas. Juan
explica esto diciendo que «Jesús sabía
desde el comienzo lo que hay en el
corazón del hombre».
3. Jesús profeta
Jesús entregó una
enseñanza en palabras y en actos
desconcertantes remitiéndose a los unos
y a las otras, a la manera de los
profetas bíblicos. En particular,
invierte en su comportamiento social la
relación con los excluidos: los impuros
rituales y los resha’im
están invitados a sentarse a la mesa del
Reino. Del mismo modo, su estallido en
el templo, que parece haber sido
decisivo en su trágico final, se sitúa
en la prolongación de las acciones
simbólicas de un Isaías o de un
Jeremías. Muchos le identificaron, por
tanto, con un profeta, sin duda a la
manera en que los deuteronomistas
consideraban a Moisés.
4. Jesús como
Mesías-rey: hijo de Dios, reconstructor
del Templo, etc.
Jesús recurrió a cierto
número de motivos reales a lo largo de
su ministerio. Al llamar a Doce
apóstoles, eco evidente a las doce
tribus del Israel ideal, Jesús sugería
un designio restauracionista para
Israel. El hecho de que Jesús fuera
crucificado por el ocupante encargado
del orden público en cuanto rey de
los judíos parece remitir con
claridad a la mala comprensión de un
problema mesiánico planteado por él
mismo ya antes de su Pascua. Jesús fue
reconocido y escarnecido a la vez como
mesías, adulado y condenado, después,
como rey –un título no recogido
en la primera literatura cristiana–.
Volens nolens, Jesús asumió varios
títulos tradicionales ligados a la
dinastía davídica: «mesías», «hijo de
Dios», «rey de los judíos», pero
sustrayéndose a las expectativas que
éstos suscitaban en sus compatriotas y
correligionarios.
5. Jesús como mesías
paradójico: crucificado, muerto y
resucitado
El reconocimiento de la
mesianidad de un hombre con un final tan
trágico como el de Jesús es algo
extremadamente inesperado según la
concepción judía corriente del mesías,
aunque tal vez no tan imposible como se
pensaba en otro tiempo. Lo que es cierto
es que la memoria relativa a Jesús
durante los días de su vida en la carne
fue iluminada por la luz de su
resurrección, en estrecha unión con la
disciplina del cumplimiento de las
Escrituras. De modo más particular, el
título de «hijo de Dios» que se le había
podido dar con un sentido hebraico
mesiánico-davídico o simplemente con una
connotación romana de majestad real, se
enriqueció con armónicos que remiten a
un engendramiento divino.
Por eso, la fe en la
resurrección de Cristo no ha cambiado la
naturaleza de la tradición sobre Jesús
ya constituida, quitándole todo carácter
de relato referencial y haciéndola
bascular en la pura predicación. Los
testimonios apostólicos de encuentros
con el Resucitado están bien insertados
en su cultura: el acento puesto en el
hecho de que se trata de una
resurrección física, es algo típicamente
judío. Y el hecho de que los
evangelistas continúen distinguiendo, a
veces de una manera explícita, entre lo
que pasó antes y lo que pasó después de
su última Pascua muestra a las claras
que no se ha reconfigurado por completo
la historia de Jesús después de su
resurrección.
Sin embargo, al término
de todo el proceso de elaboración que
acabamos de sintetizar de una manera
excesivamente esquemática, los
testimonios apostólicos presentan lo
inaudito de la inclusión de un hombre en
el culto de adoración rendido al Dios
único por judíos. Ya desde antes de la
fijación escrita de los cuatro
evangelios canónicos, algunos judíos que
creían en Jesús le han igualado
prácticamente al Único, como
atestiguan los himnos a Jesús Señor
citados por Pablo
que corta al
mismo tiempo todo tipo de idolatría, a
la manera de los profetas antiguos.
Lo atestigua también el hecho de que sus
discípulos sustituyeran el nombre de
Dios por el de Jesús en sus exorcismos.
En su cultura todo se oponía a la
adoración de una criatura. Lo más
verosímil es, por consiguiente, que se
sintieran obligados a ello en
virtud de lo que habían vivido con Jesús
o por lo que los testigos apostólicos
les habían transmitido: ¡que habían
reconocido la autoridad del Creador
desplegándose en la historia de su
maestro! Retrospectivamente, la
ortopraxis de este movimiento judío que
nacía en torno a la memoria viva de
Jesús de Nazaret se nos presenta como la
cuna de la ortodoxia cristológica de los
grandes concilios de la Iglesia
imperial.
*
Conclusión
Vamos
a concluir con cuatro proposiciones.
(1) La manera en
que el Nuevo Testamento se presenta él
mismo como testimonio apostólico no es
menos plausible que las múltiples
reconstituciones propuestas por los
sabios que lo deconstruyen para intentar
reconstituir «hechos verdaderos».
(2) La investigación
reciente converge con la intención de
Joseph Ratzinger en sus grandes obras
sobre Jesús: esta investigación
establece que, en el marco histórico de
la Palestina judía antigua, el Jesús del
testimonio apostólico tal como lo
entiende la fe católica es absolutamente
verosímil.
(3) El reconocimiento
práctico de la divinidad de Jesús, en
una época precoz en que la Iglesia
carecía aún de las categorías
filosóficas para expresarla, es una
clave de integración del conjunto de los
datos recogidos por la investigación
sobre el Nuevo Testamento, que los
historiadores ya no deberían desdeñar.
(4)
La
formulación del dogma alcanzada, por
fin, el año 451 en Calcedonia fue el
mejor modo de establecer la ecuación
planteada por el conjunto de los
recuerdos sobre Jesús contenidos en el
testimonio apostólico –con una rigurosa
fidelidad a la pedagogía de Jesús, que
sigue siendo una cuestión planteada a
todo hombre a lo largo de los siglos,
incluido también el historiador: para
vosotros, ¿quién soy yo?
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