TEMA 53

EL MISTERIO DE JESÚS DE NAZARET  
 

3. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN

3.1. Pascua, Navidad y Pentecostés

La fe cristiana no consiste en aceptar un conjunto de verdades, sino en aceptar a Cristo como la última verdad; ni consiste en observar unas leyes, sino en aceptar a Cristo como modelo de vida; ni tampoco consiste en poner nuestras esperanzas en las promesas de Dios sino en apoyar todo nuestro futuro en Jesucristo, muerto y resucitado, Hijo de Dios y hermano de los hombres, dador del Espíritu Santo. Cristiano es, pues, el que busca en Jesús el sentido de su vida; quien lo acepta como último criterio de actuación y quien en medio de dificultades y fracasos espera en Cristo resucitado la salvación definitiva del hombre.

La vida de Jesús de Nazaret acabó en un estrepitoso fracaso ante el pueblo y ante los dirigentes de Israel. Su destino parecía el olvido. Pero no fue así. Pocos días después de su muerte, sus seguidores hablan de una experiencia única: el Crucificado está vivo, ha sido devuelto a la vida por ese Dios al que él llamaba Padre. Y, a la luz de la resurrección, recordaron las palabras y los hechos de Jesús. Reflexionando sobre su actuación, empezaron a atisbar el misterio encerrado en este hombre liberado de la muerte por el Padre. Luego, empleando lenguajes y formas diferentes, puesto que pertenecían a culturas diversas, expresaron su fe en Jesús: <<En este hombre Dios nos ha hablado>>. En este hombre Dios ha querido compartir nuestra vida, vivir nuestros problemas, experimentar nuestra muerte y abrir una salida a la humanidad. Este hombre no era uno más. En Jesús, el Hijo de Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación. Y su Espíritu prolonga en nosotros el amor del Padre a través de todos los tiempos.

Resurrección, Encarnación y envío del Espíritu, o lo que es lo mismo, Pascua, Navidad y Pentecostés, son el quicio sobre el que se asienta el misterio de Jesús, que no es otro que el misterio de la salvación del hombre, el misterio del amor incondicional de Dios.

En la muerte-resurrección de Jesús alguien percibe que <<verdaderamente éste era el Hijo de Dios>> (Mt 27,54). Y ya antes él había dicho: <<Os conviene que yo me vaya para que os envíe el Espíritu; El os lo enseñará todo>> (cf. Jn 16,7).

3.2. El sentido de la muerte y resurrección de Jesús

APROXIMACIONES A LA MUERTE DE JESÚS

Jesús no murió de muerte natural. Fue ejecutado a consecuencia de los conflictos que provocó su actuación. ¿Dónde radica la causa de su muerte, de su rechazo, del paso de la aclamación del Domingo de Ramos al ajusticiamiento del Viernes Santo?

La actitud de Jesús ante la Ley de Moisés ponía en crisis todas las instituciones judías y a sus rectores y dirigentes. Jesús se coloca, con la libertad que le viene de lo alto, por encima de todas las leyes y tradiciones multiseculares judías. El absoluto no es la Ley sino el Amor.

Añadamos a esto que Jesús revela a un Dios Padre, Padre de todos los hombres: extranjeros, paganos, pecadores, pobres. Ello supone el rechazo de los privilegios y alianzas del pueblo de Israel. Su anuncio es una Buena Noticia para todos. Por eso Jesús será acusado de blasfemo, porque destruye la alianza y contradice las esperanzas judías basadas en la pertenencia carnal al pueblo y en la obediencia a la Ley.

Políticamente, la actuación de Jesús frente a toda autoridad, su obediencia a Dios por encima de todo César, su anuncio decidido de un reino, ponía en peligro la estabilidad romana. Jesús era un perturbador del orden político establecido por Roma.

Y, para el pueblo, Jesús se ha había convertido en un agitador de esperanzas y un decepcionador de las mismas. El pueblo esperaba algo más completo, más espectacular. Algo que condujera a Israel a la expulsión de los romanos y a la implantación de un reino mesiánico entendido al estilo judío.

LO QUE NOS REVELA LA MUERTE DE JESÚS

Jesús ve venir su muerte como una consecuencia de su vida. Tiembla ante su propia ejecución, pero se mantiene fiel hasta el final: fiel al Padre, fiel a sí mismo, fiel a su misión. Por eso, en su muerte descubrimos:

× Su plena confianza en el Padre: <<Padre, en tus manos pongo mi vida>> (Lc 22,46).

× La libertad y radicalidad de Jesús: será capaz de entregar lo que más ama un hombre, su propia vida.

× Su solidaridad y actitud de servicio para con los hombres: su vida y su muerte son un servicio a la causa de Dios y a la salvación de los hombres.

× La fuerza con que Jesús denuncia el odio, la injusticia, la mentira. Sólo en el amor puede encontrar el hombre la salvación definitiva: <<Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen>> (Lc 23,34).

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Diferentes documentos y textos literarios nos revelan que Jesús ha resucitado: las confesiones de fe (1 Cor 15,5; Rm 10,9), los himnos cristológicos (Col 1 ,15-20; Flp 2,6-1 1), los relatos sobre la tumba vacía, las apariciones. No pretenden ofrecernos una reconstrucción de los hechos tal como sucedieron. Son, a veces, expresiones de fe, catequesis cristianas en las que los fieles, evocando los acontecimientos que dieron origen a su comunidad, tratan de ahondar su fe en Cristo resucitado (Mc 28; Jn 20 y 21).

* ¿ Qué quieren decir al hablar de resurrección ?

La resurrección no es un retorno a la vida anterior como pudo ser el caso de Lázaro. Jesús no regresa a la vida, sino que entra en la Vida definitiva de Dios (Rm 6,9-10). Tampoco se explica como una supervivencia de su alma inmortal: no es un fantasma, es un hombre completo que ha sido liberado de la muerte en toda su personalidad humana. Ni siquiera es una prodigiosa operación biológica: no se trata de un prodigio por el que el cuerpo y el alma se han vuelto a unir. Tampoco es la resurrección una permanencia en el recuerdo. La resurrección supone una intervención resucitadora de Dios: <<Jesús ha sido resucitado por Dios>> (Hch 2,14;3,15). Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva.

La resurrección es un acontecimiento que desborda la experiencia en que nosotros nos movemos. Por eso, no lo podemos ni abordar ni constatar de la misma manera que otros hechos que suceden en nosotros. Esto no quita que sea un acontecimiento real; más aún, para los creyentes es el acontecimiento más real, importante y decisivo que ha sucedido en la historia de la humanidad.

LA FE EN LA RESURRECCIÓN

¿Cómo entender esta fe en la resurrección? ¿Qué quiere decir que el Señor ha resucitado?

* Dios es fiel

Jesús va a la muerte porque asume el compromiso que Dios Padre le pide. Jesús va a la muerte porque es fiel al plan de Dios. <<Nadie me quita la vida; soy yo el que la da>> (Jn 10,17-18). ¿Y Dios es fiel a Jesús? ¿Hay fidelidad por parte de Dios para con el hombre justo? Al decir que <<Jesús ha resucitado>>, estamos respondiendo que sí, que no ha nadie más fiel que Dios. La inmortalidad no es tanto una propiedad esencial del hombre cuanto un efecto de la fidelidad de Dios: al inocente que muere, Dios lo recupera en una vida gloriosa junto a sí.

* Jesús tenía razón

El amor incondicional de Dios se afirma y se confirma en la resurrección. Decir que Jesús ha resucitado equivale a decir que Jesús tenía razón. Esto es, Dios es como Jesús dijo que era, como Jesús lo reveló. Y nosotros nos tenemos que relacionar con Dios como Jesús dijo. Y nos debemos relacionar entre nosotros com Jesús se relacionó con nosotros, entregando su vida por amor.

* El sentido de nuestra vida

El sentido de nuestra vida está en ser como Jesús. ¿Para qué estamos aquí ¿Cuál es el sentido de la historia, de la vida? ¿Para qué vale el mundo? Afirmar la resurrección de Jesús equivale a decir que estamos aquí para vivir, morir resucitar como Jesús. Este es el sentido de nuestra vida; esta es nuestra esperanza. Cristo nos ha salvado porque ha hecho posible que nosotros reproduzcamos la imagen de Dios que es él mismo. Si Jesús tenía razón, Jesús es hombre como Dios quiere que sea el hombre. Ser hombre es ser como Jesús. Así hay que relacionarse con Dios y con los otros. Esto es ser creyente; eso es ser hombre y, por tanto, el sentido de nuestra vida y de nuestra historia es hacerlo realidad.

* El nacimiento de la Iglesia

En la fe en Jesús resucitado tiene lugar la fundación de la Iglesia. Así se manifiesta en alguna de las apariciones: Emaús (Lc 24,13-35). Los discípulos lo reconocen en la Palabra, al partir el pan, vuelven a la comunidad. Jesús resucitado congrega a la Iglesia que es el grupo de los que confiesan que el Señor vive y que orientan su existencia desde estas perspectivas: Dios nunca abandona al hombre justo, merece la pena ser como Jesús, convencidos de que en su itinerario está el sentido del mundo y de nuestra historia.

3.3. Jesús, hijo de Dios hecho hombre

DIOS SE HACE HOMBRE

Dios ha querido hacerse hombre, compartir nuestra propia vida y saber por experiencia qué es ser hombre y qué es vivir una vida dolorosa y difícil (1 Jn 4,9-1 6).

* El gran acontecimiento de la historia

En Jesús, Dios ha decidido ser hombre con todas las consecuencias. Ya no hay un Dios cuya vida pueda discurrir al margen de la humanidad; ya no hay un Dios que no sepa ponerse en nuestro lugar. Dios ha querido ser para siempre como nosotros. No ha querido ser Creador solamente. Ha querido conocer personalmente la vida de la creatura. Ya no somos únicamente imagen de Dios, sino hijos de Dios, ya que Jesús es Dios viviendo nuestra vida humana, Dios compartiendo nuestra existencia de creaturas. Y éste es, para nosotros, el acontecimiento decisivo de toda la historia.

* Semejante en todo a nosotros...

Este hombre-Dios ha querido vivir nuestra experiencia humana hasta el fondo. La Encarnación no ha sido un teatro bien montado, ni un paseo triunfal de Dios por el mundo. Por eso, experimentó qué es eso de nacer, de ir aprendiendo, de escuchar a los demás (Lc 2,40-52). Quiso saber qué era eso de trabajar, sufrir, gozar, luchar, esperar y desalentarse, confiar en el Padre y experimentar el abandono (Mc 15,34). Se vio sometido a los condicionamientos biológicos, psicológicos e históricos, y sufrió en su propia carne la injusticia, el egoísmo y hasta la misma muerte (Hb 5,8; Mc 15,34; Lc 23,46).

* ... menos en el pecado

Cristo ha compartido nuestra vida de pecadores, pero él no puede ser contado entre los pecadores. De él queda excluida toda complicidad con el pecado. Dios ha querido solidarizarse en todo con nosotros, pero es inconcebible en el Dios-amor la experiencia del pecado, el síntoma más claro del anti-amor. Necesitábamos, no un Dios que nos acompañara en el pecado, sino un Dios que se solidarizara con nosotros para liberarnos del pecado.

JESÚS, REVELACIÓN DEL DIOS SALVADOR

Si Dios se ha hecho hombre en Jesús, Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios, el que nos descubre a Dios con rasgos humanos. El Dios, a quien nadie ha visto jamás, adquiere caracteres humanos y se deja ver porque quien ve a Jesús está viendo al Padre (Jn 14,9). Dicho de otra manera: Jesús es el modo humano que tiene Dios de existir y presentarse ante los hombres. Todo lo que nosotros sabemos de Dios, lo conocemos en Jesús y desde Jesús. En su actuación, en su mensaje, en sus gestos, en su muerte, descubrimos lo que Dios es para nosotros, cómo reacciona ante el hombre, cómo se interesa para nosotros, cómo busca nuestra salvación.

Descubrimos en Jesús que Dios:

× es un Padre que ama al hombre desinteresadamente, sin buscar su propia utilidad;

× no es un rival del hombre, sino alguien interesado en su liberación y en su salvación total;

× es alguien que sabe perdonar siempre;

× no busca ser servido sino servir;

× se pone siempre a favor del pobre, del débil, del maltratado, del que necesita ayuda;

× defiende siempre la justicia y la verdad;

× se preocupa de la salud y la felicidad última del hombre;

× es capaz de ir a la muerte por ser fiel a su voluntad de salvar a la humanidad.

JESÚS, REVELACIÓN DEL HOMBRE

En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, descubrimos quién es Dios, qué es ser hombre y a qué se le puede llamar humano. En Jesús descubrimos nuestra verdadera grandeza.

* El hombre, imagen de Dios

Que Dios se haya encarnado en el hombre Jesús, quiere decir que el hombre puede traducir, revelar y expresar a modo humano el misterio de Dios. Esta es nuestra mayor dignidad: ser imagen de Dios. Vivir para Dios no es algo despersonalizador ni alienante. La vida de Jesús es verdaderamente humana no a pesar de, sino precisamente porque vive enteramente para Dios. Nosotros somos humanos en la medida en que la justicia, la verdad, la libertad y el perdón de Dios se van manifestando en nuestras vidas.

* El hombre, lugar del encuentro con Dios

× Si Dios se ha hecho hombre en Cristo, sabemos que Dios puede y debe ser encontrado en el hombre. No es necesario abandonar el mundo y alejarnos de los hombres para buscar a Dios. A Dios lo podemos encontrar dentro de los límites de la existencia humana.

× Si Dios se ha hecho hombre en Cristo, luchar por ser humanos es ya acoger a Dios. Quien acepta la vida con todo lo que conlleva: sufrimientos y alegrías, trabajos o interrogantes, problemas y misterios, de alguna manera, acepta a ese Dios que se ha encarnado en nuestra misma humanidad.

× Si Dios se ha hecho hombre en Cristo, acoger al otro es ya, de alguna manera, acoger a Dios. Donde hay amor sincero, incondicional y desinteresado al hombre, allí hay amor a Dios, que ha querido hacerse hombre (Mt 25,40; 1 Jn 3,17; 4,7-8.20).

La Palabra que se hizo hombre nos reveló la gloria del Hijo de Dios porque de su plenitud todos hemos recibido infinidad de gracias (cf. Jn 1,14-16). La encarnación humilló a Dios para elevar al hombre hasta cotas insospechadas.

3.4. Pentecostés, el tiempo del espíritu

Durante años, muchos han creído que el punto culminante del año litúrgico era el Viernes Santo. Hoy se va imponiendo la importancia de la Pascua. Y aún nos queda por descubrir plenamente Pentecostés. Porque de nada habrían servido la muerte y la resurrección de Cristo, si no hubiera llegado a nosotros su fruto, el Espíritu Santo.

CRISTO, SEÑOR Y DADOR DEL ESPÍRITU

Isaías nos recuerda veladamente la presencia del Espíritu en el Antiguo Testamento: <<El espíritu del Señor está sobre mí; me ha ungido para que anuncie a los pobres la buena nueva>> (cf. Is 61,1). E. Schweizer afirmaba que Cristo no fue un profeta más poseído por el Espíritu, sino el Señor del Espíritu. Los evangelistas, por otra parte, no coinciden al afirmar el momento de la presencia estable del Espíritu: Lucas habla de que el Espíritu fue derramado sobre los discípulos el día de Pentecostés (Hch 2,1-4); Juan, por el contrario, afirma que esto ocurrió el día de Pascua (Jn 20,22) o en el momento de su muerte: <<Inclinando la cabeza entregó el Espíritu>> (Jn 19,30). No se trata de datos contradictorios, sino que conviene recordar que resurrección, ascensión y pentecostés son desdoblamientos pedagógicos de un mismo acontecimiento.

Jesús había dicho: <<Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré>> (Jn 16,7). El Espíritu Santo aparece así como el sustituto de Jesús ausente; o mejor, la misma inmediatez de su presencia. No se trata, en efecto, de la sustitución de una persona por otra, sino de la sustitución de un modo de estar por otro. Pablo lo expresó así: <<El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu, allá está la libertad>> (2 Cor 3,17).   
 
 

QUEREMOS VER EL ROSTRO DE DIOS

Dios Padre actúa en el mundo por medio del Hijo y del Espíritu Santo. El Padre envió su Hijo al mundo, pero, hoy, ya no podemos ni oírlo ni tocarlo porque ya ha partido de entre nosotros. Nos queda el Espíritu que el Padre envió tras la muerte de su Hijo. Y ese Espíritu ya no es sólo el del Padre, sino también el del Hijo (cf. Gál 4,6).

La generación de Pablo ya no había convivido físicamente con Jesús, pero no se considera inferior a sus predecesores. Pablo afirma que más importante que conocer a Cristo <<según la carne>> (2 Cor 5,16) es poder decir <<ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí>> (Gál 2,20), puesto que tengo su mismo Espíritu. Ya lo dejó expresado también san Basilio: <<El camino que conduce al conocimiento de Dios es a partir del único Espíritu, por medio del único Hijo, hasta el único Padre. Por el contrario, la bondad divina recircula del Padre, por el Hijo al Espíritu>>, llegando así hasta nosotros.    
 
 
 

ALGUNAS ACLARACIONES

× La misión del Hijo fue protagonizada por un ser humano absolutamente único: Jesús de Nazaret; la del Espíritu abarca a todos los individuos y recorre la historia entera. Quiere esto decir que la historia de la salvación no termina en Cristo; sigue adelante gracias al Espíritu Santo.

× El Hijo, si exceptuamos a Jesús de Nazaret, actuaba desde fuera de los individuos; el Espíritu Santo lo hace desde dentro. <<El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado>> (Rm 5,5; cf. 2 Cor 1,22).

El día que tomemos conciencia de estar habitados por el Espíritu de Dios será de verdad, como un nuevo nacimiento.

Concluyendo, todo lo dicho anteriormente nos debe hacer pensar que Pentecostés no es menos importante que la Encarnación. Podríamos decir que Pentecostés es la democratización de la encarnación ya que por la participación del Espíritu todos nos religamos a la divinidad. Lograr asimilar que el Espíritu Santo forma parte de nuestra experiencia diaria es un atrevido reto. Ya lo decía san Juan: <<Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es>> (1 Jn 3,1-2). ¡Y es verdad! Aún falta camino por andar Pentecostés nos ha dado solamente las primicias del Espíritu. Un día llegará 1a plenitud (cf. Rm 8,23; 2 Cor 1,22).