Educar en la sexualidad al adolescente y al joven
(Mujer Nueva, 2001-06-21)

 

 


 

  1. Adolescencia (desde los 11 a los 16)

     

  2. Juventud (entre los 16 a los 25)


 

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  1. Adolescencia (desde los 11 a los 16)

     

    1. Definición:

      Se conoce con el nombre de adolescencia el período evolutivo comprendido entre la niñez y la edad adulta. Esta etapa es clave en el desarrollo de la personalidad y en la integración de todos los niveles que componen el ser humano, especialmente la integración de la sexualidad en la identidad de la mujer o del varón.

      La adolescencia es un tiempo maravilloso de crecimiento, maduración, construcción de uno mismo, apertura a los demás y donación generosa. Pero para que ocurra esto, los adolescentes necesitan adultos responsables y veraces, auténticos y coherentes a su alrededor que les ayuden a superarse y les ofrezcan un testimonio de verdadera madurez humana. Necesitan una mano firme, lo que no es igual a gritos, golpes o correcciones frías sin apelación posible. Pueden y quieren entender los motivos, desean conocerse y construirse a sí mismos positivamente; para ello necesitan padres y formadores que no cambien de dirección a la primera dificultad; que comprendiendo las dificultades naturales de esta etapa, sepan potenciar sus cualidades y capacidades. Más que regaños requieren alabanzas; más que castigos necesitan motivaciones; mucho más que gritos y negativas incuestionables, necesitan diálogo, razones y confianza. Si un adolescente está convencido que sus padres lo aman y confían en que se comportará correctamente en todo momento, se esforzará por no defraudarlos. Si continuamente está escuchando que nada bueno se puede esperar de él, así lo creerá y actuará de acuerdo con esa opinión.

      Los conocidos cambios fisiológicos, psicológicos y espirituales que experimenta la persona cuando llega a la edad de la adolescencia, con sus variaciones culturales, educacionales y ambientales, pueden marcar el rumbo definitivo de su vida. Las dificultades que suelen acompañar a estos cambios deben ser asumidas por las formadoras con gran serenidad y responsabilidad, sin desentenderse de ningún aspecto.

      Si tuviéramos que concretar cronológicamente la adolescencia, la situaríamos entre los diez u once y los dieciséis o diecisiete años. A veces se emplean otros términos como el de pubertad para referirse a procesos que están incluidos en este período. En línea de principio, de la pubertad suelen hablar los médicos, mientras que de la juventud suelen hacerlo los sociólogos. Los psicólogos y educadores en general, emplean preferentemente el término de adolescencia. Así podemos delimitar, en cierta forma, las facetas que estudian:

       



      La adolescencia va desde la pubertad hasta los 16 años, aunque actualmente se está postulando que se extiende más allá. La limitaremos a este período porque las realidades que enfrentan un adolescente de 15 y un joven de 18 son bastante diversas.

       

    2. Modificaciones físicas y fisiológicas de la adolescencia:

      En un período relativamente breve, el cuerpo infantil se transforma en adulto. Los cambios exteriores son a menudo tan pronunciados que, a primera vista, la niña puede parecer otra para quienes no la han visto en dos o tres años. Los cambios que se producen en el interior del cuerpo -en el tamaño, forma y funcionamiento de los diferentes órganos y glándulas-, no son visibles, pero son tan importantes como los exteriores.

      Una clasificación conveniente de las modificaciones corporales incluye estas categorías principales:
       



      Pese a las diferencias individuales en el ritmo de las transformaciones, el patrón es similar para todas las niñas y, por lo tanto, es predecible. Esto permite ofrecer a la niña una adecuada información preventiva por parte de los padres y formadoras.

      Podemos dividir los cambios físicos en etapas:
       



      Psicológicamente esta época inicia con la pubertad. Los caracteres sexuales secundarios se desarrollan rápidamente y la persona alcanza una morfología que no variará ya esencialmente. Los órganos sexuales alcanzan su capacidad fisiológica de funcionamiento: reglas en las niñas y emisiones de esperma en los varones.

      Como ya se ha dicho, la sexualidad en la persona humana comprende todas sus dimensiones: la fisiológica, la psicológica y la espiritual; es de esta manera un “modo de ser” persona (hombre-mujer) que afecta todos sus actos. Sería un error muy grave presentar a la niña la sexualidad de modo reductivo o negativo, o que confundiera la “madurez” del sexo gonádico -en presencia de la menarquia o primera menstruación- y de los órganos genitales, con la madurez en la sexualidad. El ejercicio de la sexualidad habla de donación afectiva e íntima, de unión fecunda en el amor matrimonial, de una concepción de la mujer abierta a la relación complementaria en el amor y para el amor, un amor auténtico: total, fiel, fecundo y eterno.

      Algunos aspectos concernientes al desencadenamiento del desarrollo fisiológico son: la maduración del sexo gonádico y genital. La niña debe conocer de antemano los cambios que va a experimentar, entender su significado y el papel que juegan en su madurez integral, y tener, además, los resortes psicológicos y espirituales para vivirlos con naturalidad.

      Las diferencias en cuanto a la edad de la maduración sexual se deben a variaciones en el funcionamiento de las glándulas endocrinas que son las responsables de la transformación del cuerpo infantil en adulto. Las niñas maduran aproximadamente año y medio o dos años antes que los chicos, es decir sobre los 11 y 12 años. Esta diferencia se manifiesta no sólo en sus cuerpos, más grandes y más desarrollados, sino también en su comportamiento más maduro, más agresivo, y su conducta más consciente del sexo.


       

    3. Variantes en la edad de transformación física:

      Según se produzca antes o después de la edad promedio, la condición correspondiente se denomina "maduración precoz" o "maduración tardía", respectivamente. Una reserva insuficiente de hormonas gonádicas retrasa la pubertad e impide el desarrollo normal de los órganos genitales y de los aspectos sexuales secundarios (desarrollo de los senos, vellosidad, aumento de la anchura y profundidad de la pelvis, desarrollo muscular, etc.) Cuando la pubertad se retrasa, la niña puede sentir inseguridad y complejo frente a sus compañeras ya desarrolladas.

      La pubertad acelerada, conocida como pubertas praecox, se debe a una provisión excesiva de hormona gonadotropina durante los primeros años de la infancia. Ello afecta las gónadas y el individuo madura demasiado pronto. También esto puede causar algunos traumas en la niña, mayores, incluso, que en el caso de la maduración tardía, al verse diferente (“demasiado desarrollada”) y no saber qué le está pasando.

      Algunos factores que afectan a la maduración del sexo gonádico y genital son:

       

      1. Herencia: la edad de maduración "se proyecta en la familia". Lo que fue la experiencia de la madre, precoz o no, puede ser la de la hija.
         

      2. Inteligencia: las niñas de inteligencia superior maduran sexualmente un poco antes que aquellas cuyo índice intelectual corresponde al término medio o es inferior a éste.
         

      3. Salud: la buena salud, debida a un adecuado cuidado prenatal y postnatal, deriva en una maduración más temprana.
         

      4. Nutrición: una dieta en la que predominan las proteínas da como resultado una maduración precoz. Algunas investigaciones en curso encuentran una relación estrecha entre el desarrollo precoz y la ingestión de alimentos vegetales y animales estimulados con hormonas.
         

      5. Status socioeconómico de la familia: cuanto mejor es el medio socioeconómico, tanto mayores son las posibilidades de una maduración temprana. Como consecuencia de una atención médica deficiente y de una nutrición por debajo de lo normal, las niñas criadas en ambientes socioeconómicos deficitarios maduran a menudo más tarde, tal como sucede con las provenientes de medios rurales.
         

      6. Tamaño y conformación del cuerpo: las niñas más altas y gruesas alcanzan antes la madurez sexual.



      Las niñas muestran ventajas y desventajas de una maduración temprana o tardía; estas manifestaciones son menos definidas en ellas en relación con los muchachos. Veamos algunos posibles efectos en el caso de maduración precoz:

       

      1. A diferencia de los muchachos, las chicas, por lo general, presentan perplejidad ante los cambios prematuros produciendo en ellas cierta desadaptación a su entorno, manifestada en sentimientos de inseguridad y cohibición; suelen ser menos expresivas y sociables y más introvertidas y tímidas que las que maduran más tarde; se pueden sentir menos atractivas porque las formas más redondeadas que aparecen con la pubertad chocan con los actuales estándares culturales de belleza que enfatizan la delgadez.

         

      2. Puesto que son más grandes que los chicos y más dominantes que las otras chicas, las niñas que maduran más temprano pueden tener problemas por sentirse muy maduras; el proceso de trabajo para solucionar estos problemas puede ofrecerles una valiosa experiencia para enfrentarse más tarde con problemas en la vida. Algunos investigadores, en efecto, han encontrado que las niñas que maduran más temprano se adaptan mejor a la vida adulta. Es muy posible que sus problemas sean una reacción a las actitudes de los demás, especialmente de sus padres y profesores, que, por ejemplo, pueden tratar más estrictamente y desaprobar más a las niñas que tienen un cuerpo más maduro físicamente que a las niñas menos desarrolladas.

         

      3. Sin embargo, la cultura actual, que exalta el valor del cuerpo a través de los medios de comunicación, estimula y promueve la temprana presunción de sus caracteres sexuales irrumpiendo en el proceso natural de madurez psicológica y quemando etapas.



      Maduración tardía: es verdad que le afecta también a la niña verse diferente del resto de sus amigas, con un físico poco desarrollado, y puede sentir por esto apocamiento y timidez, y cierto rechazo por los chicos y por sus propias compañeras, en las actividades sociales por falta de sofisticación; autorrechazo debido a las actitudes sociales, poco favorables. Pero en este caso, otras cualidades de carácter, intelectuales o deportivas de la chica pueden hacer mucho más llevadera su maduración tardía. Y en cualquiera de los casos, es difícil generalizar, pues los efectos de una maduración temprana o tardía en las adolescentes dependerán en gran parte de cómo ellas mismas y la gente en su mundo las interpreten.

       

    4. Elementos de educación sexual que no pueden faltar:

       

      1. Es muy importante enseñar a las adolescentes, en el momento y el modo adecuado, la diferencia entre sentir una sensación y consentirla. En el caso de la chica, su impulso sexual más que físico es emotivo, y le lleva a la curiosidad sobre su propio cuerpo y el del muchacho, a la exploración corporal, a la conversación morbosa y a la fantasía erótica; debe aprender a ordenarlo hacia el respeto incondicional al propio cuerpo y a la dignidad del prójimo encauzando así esta fuerza hacia un amor verdadero, entendiendo que esas tendencias son, a los ojos de Dios, algo natural si no se consienten en esos momentos.

         

      2. La menarquia (primera menstruación): desafortunadamente, en el pasado se hizo énfasis en el aspecto negativo de la menarquia por lo incómodo y embarazoso que resulta para las niñas. La menstruación ha sido en el pasado tema tabú. Nuestra cultura trata este acontecimiento como una crisis higiénica, que produce ansiedad en las niñas acerca de su limpieza, pero no les produce orgullo por su feminidad. Hoy, aunque muchas niñas tienen sentimientos confusos ante este hecho, otras lo toman con naturalidad, incluso, a la ligera. Es muy cierto que cuanto mejor preparada esté una niña para la menarquia, sus sentimientos serán más positivos y experimentará menos angustia.



       

    5. Modificaciones psicológicas y sociales:

      Es la época en que se cuestionan sobre su propia personalidad e individualidad. Desean definirse en autonomía de sus padres. Entra en conflicto con sus padres y con todas las personas que implican una autoridad establecida. Esto es algo normal, ya que lo que busca el adolescente es tomar iniciativas, tener un mundo íntimo y situarse entre los adultos como igual. Quiere ser libre, es decir, responsable de sí mismo, ser dueño de sí con todas sus consecuencias.

      La característica dominante en esta etapa es la ambivalencia, pasa del afecto a la hostilidad, de la docilidad a la rebelión. Desea entrar en el mundo de los adultos y al mismo tiempo siente temor ante una realidad que le es desconocida. En realidad nos encontramos con un chico o chica que sabe que no es ni infante ni adulto, no logra descubrir con serenidad su papel, su lugar y lo busca hacia arriba con deseo y temor a la vez. Quiere crecer y madurar, pero al mismo tiempo esto le causa temor e inseguridad, porque sabe que dejará de tener a sus padres detrás, que deberá hacerse responsable de sus decisiones y opciones, que se enfrentará con elecciones que tendrá que resolver solo; todo esto, en un marco confuso: no se comprende a sí mismo, no comprende sus propios cambios de humor, le preocupa el cambio por el que está pasando su organismo, no se siente a gusto en un cuerpo que ha crecido demasiado rápido y con el cual se mueve torpemente. Además la maduración en los distintos aspectos de la persona ocurre cada vez con mayor diferencia: la madurez física, intelectual y afectiva no son concomitantes; y si a esto le agregamos una genitalidad en pleno hervor, nos encontramos con un niño en un cuerpo de adulto al que no sabe aún controlar.

      Otro elemento que debemos considerar es la “mala fama” que se le ha hecho a esta etapa. Hoy los padres temen el momento en que sus hijos lleguen a la adolescencia, los maestros se reconocen en dificultades y las autoridades hablan de la problemática de la adolescencia. Los niños no son impermeables a esta campaña publicitaria. Desde los ocho o nueve años escuchan que sus hermanos o primos mayores han entrado en la difícil edad de la adolescencia, oyen frecuentemente que “nadie comprende al adolescente, ni siquiera él mismo”, son testigos de las discusiones con los padres, de la actuación de las pandillas o grupos de amigos, de las rebeliones y cambios de hábitos y costumbres. Vienen con la idea de que eso es lo “normal” a esa edad.

      La pubertad es propiamente el momento de crisis moral y humoral, con oscilaciones de temperamento y carácter. Es el momento de cristalización de la personalidad. Después será posible variarla para mejor o peor pero no cambiarla substancialmente. Está claro que todas estas divisiones son aproximadas, pues en los adolescentes se dan variaciones individuales mayores que en la niñez.

      En la adolescencia se dan las dos tendencias fundamentales de apertura a los demás y de búsqueda y afirmación de sí mismo. En esta etapa, la apertura a los demás, surge ya no sólo como amistad sino como amor, especialmente amor sexual, ya que es un instinto que despierta con fuerza.

      El adolescente llega poco a poco a la madurez en el amor, gracias a una serie de pasos sucesivos. Primero dirige su atención a sí mismo, después hacia los otros, buscando inicialmente la amistad con los de su propio sexo, después con los del otro, lo que desembocará en la juventud o madurez en la elección de una pareja estable.

      Esta sucesiva evolución no supone que el hombre deba caer en una serie de desviaciones sexuales, y mucho menos que éstas ayuden a alcanzar un amor verdaderamente adulto, maduro. La afirmación de sí mismo no debe confundirse con el narcisismo y la masturbación, ni la amistad con compañeros con la homosexualidad, ni la amistad y más adelante el noviazgo con personas de otro sexo con la prostitución y el amor libre. Estas desviaciones no sólo no significan progreso para la afectividad en los psicológico y moral, sino que son un verdadero retroceso que impide o dificulta la superación de la egosexualidad y la llegada a una heterosexualidad madura, adulta y generosa.

      Actualmente se postulan algunas teorías que dicen que la búsqueda de mayor amistad con el mismo sexo es señal inequívoca de homosexualidad y que debe impulsarse al adolescente, que se encuentra envuelto en sentimientos confusos sobre sí mismo, a aceptarla y vivirla casi como si estuviese predestinado a ello. O en dirección contraria, el impulso y la atracción sexual hacia personas del sexo opuesto no puede ni debe ser sujetada por principios y normas valóricas, porque podrían crear fuertes traumas. Y en nombre de esta “defensa de la salud mental” se postula y promueve el sexo libre, o más bien libertino.

      Todo esto causa confusión y graves problemas a los adolescentes. En otras palabras, se les está diciendo que ellos son incapaces de dominar sus impulsos, que es mejor que ni lo intenten. Se duda de su fuerza de voluntad y decisión sin ofrecerles una posibilidad y ayuda para demostrar realmente su gran capacidad. Obviamente si antes no se les dan recursos y medios para fortalecer su voluntad y formar su conciencia, no podrán en estos momentos salir adelante sin grandes dificultades.

      Necesitan claridad de parte de sus padres y formadores. Son capaces, si les explica, de vivir la abstinencia sexual. Hay algunas características propias de esta edad que les ayudan: viven una dualidad respecto a su sexualidad: ante los adultos y extraños son pudorosos, en grupos pequeños y con los amigos suelen ser desinhibidos. La masturbación comienza en estas edades. La mayor dificultad que tiene el adolescente es la cantidad de información sexual incorrecta o incompleta que reciben de sus compañeros mayores y del mundo que les rodea, en parte porque está saturado el ambiente, pero también porque no la reciben a tiempo de sus padres y formadores que son los que deben actuar antes.

      El riesgo mayor en esta edad es que lleguen a separar por completo la satisfacción física del amor humano y espiritual, aprendiendo a separar el acto sexual de sus fines y justificación.

      Padres y educadores deben, ante todo, querer profundamente a los adolescentes. Decirles que sus dificultades son normales y que ellos pueden superarlas. Hay que impedir un sentimiento excesivo de culpabilidad, ayudarles a encauzar sus ímpetus, encontrar la justa medida y dirigir sus deseos y necesidades de cariño y atención hacia formas más maduras.

      Es muy importante estar cerca, especialmente los padres. Los impulsos sexuales despiertan con fuerza e intensidad por momentos; si el adolescente tiene a quien recurrir, estará en menor peligro que uno que no encuentra a nadie cercano. Que los adolescentes sepan que sus padres están dispuestos a ayudarles, a ofrecerles apoyo, a escucharlos y colaborar en su esfuerzo por madurar correctamente. Hay que hablar con ellos sin atosigar, porque aunque parece que no están escuchando todo entra y cala. Especialmente si desde antes existía una buena comunicación con los padres.

      Hay que dirigir sus energías hacia algún deporte, actividades al aire libre, etc. Tienen mucha energía aunque por momentos se sientan cansados ya que el crecer consume mucha energía. Son muy adecuadas actividades en grupos con líderes positivos algunos años mayores que ellos, pueden encauzar sus energías, les ofrecen modelos adecuados y positivos y les demuestran que, al contrario de lo que dicen la televisión y las revistas, es posible la vivencia de la castidad.

       

    6. Otras consideraciones:

      En esta edad comienzan las dudas y los cuestionamientos en materia religiosa y moral. Se les hace difícil aceptar cosas que no ven o que van en contra de lo que sus instintos les dicen o piden. El ambiente tiene además mucha fuerza y en general se opone a los valores y tradiciones que les dio la familia. Además uno de los mayores “defectos” en esta edad es la falta de fuerza de voluntad y el escaso espíritu de lucha frente a las adversidades.

      Aquí la figura del formador (padres o maestros) es muy importante. Debe encontrarse cerca, fomentar el trato personal, estar abierto a las consultas individuales y al diálogo; ser capaz de tranquilizar, de enriquecer, de guiar, de aclarar dudas; todo esto colabora en la adquisición de una personalidad madura y auténtica. Es muy importante calmar sus angustias, ya que se desesperan fácilmente. Hay que ayudarles a encontrar una forma equilibrada y estable de obrar, alejada de los extremos.

      La oposición hacia los padres es fuerte y a menudo tienen algunos argumentos de razón, ya que por las dificultades propias de la edad, sería extraño encontrar un padre o una madre que jamás haya errado. Pero los errores paternos tienen menos importancia, si los adolescentes saben que sus padres se equivocan porque los quieren y buscan lo mejor para ellos. Si los padres los educan con amor y testimoniando este amor entre sí y hacia sus hijos, los adolescentes suelen rebelarse, peor no en gran escala ni por mucho tiempo, y aceptan de mejor grado los “límites a su libertad”.

      Los padres deben ser conscientes que son la fuente principal de influjo de los hijos. Por eso es tan importante la presencia cercana de ambos, el testimonio de amor verdadero entre padre y madre y hacia los hijos, de respeto mutuo, de comprensión y ayuda. La educación supone tiempo y esfuerzo, no es instantánea ni se da por sí sola, aunque si existe vida familiar podemos decir que sí se transmite bastante por osmosis. Una familia estable y serena, en la que todos se saben amados y aceptados como son, a la que es posible acudir en momentos de necesidad es la mejor garantía para que los hijos lleguen a una juventud y madurez serena y estable.

       

    7. Medios que los padres pueden utilizar:

       



       

    8. Explicando la menarquia y el desarrollo en los niños

      La edad normal en que comienza el desarrollo son los 11 a 12 años, aunque hay niños que se adelantan y otros que se atrasan. Siempre hay algunas “pistas” que nos permiten saber que el momento se acerca, como el “estirón”, el inicio de la aparición de caracteres sexuales secundarios (crecimiento de senos en las niñas, aparición de vello en axilas, etc) y es importante que los niños lleguen preparados, sabiendo que es una etapa normal del desarrollo, que indica que están creciendo, madurando y en camino a hacerse adultos.

      Actualmente se habla y se dice de todo delante de los niños, y muchos saben más de lo que sus padres creen e incluso en ocasiones, más que los propios padres. Pero esto no significa que estén realmente preparados y formados. Saber mucho no es lo mismo que valorar correctamente. La niña no sólo debe saber que tendrá menstruaciones regularmente, sino que ello significa que su organismo se está preparando para la posibilidad de ser madre, que su sexualidad es un tesoro que debe reservarse para la persona adecuada y que las molestias que pueda sentir son normales y no deben preocuparla. De la misma manera el chico debe saber que puede comenzar a sentirse excitado frente a imágenes, ideas, conversaciones; que tendrá “poluciones nocturnas” que son normales; pero que todo esto no significa que debe dar rienda suelta a su deseo o a sus instintos, sino que su capacidad sexual que ha despertado es un don con el cual puede dar vida y que debe cuidar y defender de todo aquello que desee ensuciarlo o “pervertirlo”.

      La mamá sigue siendo clave, pero el papá puede y debe comenzar a desarrollar un papel importante en la educación de sus hijos. A los hijos varones, puede explicarles y enseñarles desde el punto de vista de otro varón, es decir, “de hombre a hombre”, que la vivencia sana y madura de la sexualidad implica saber dominarse y contener el impulso de la excitación surgida; que el verdadero respeto y cariño hacia las mujeres y hacia la mujer con la que algún día formará un hogar, requiere que él aprenda a abnegarse y a buscar siempre lo mejor para ambos en una relación de cariño. A una niña, su papá puede enseñarle a darse cuenta qué actitudes, palabras y acciones pueden ser provocativas, a asimilar que aunque no lo digan, los chicos desean para compañera de su vida a una joven que se respete a sí misma y que ayude al varón a respetarse y respetarla. Además éste es un excelente momento para fortalecer una relación padre-hija, padre-hijo hasta entonces un poco en segundo plano.

      El cómo y cuándo deben escogerse en cada caso. Es bueno hacerlo cerca de los 9 años, ya que a esa edad pueden comprender, aún hay tiempo y su curiosidad es muy científica. Para explicar la menarquia, a las niñas se les puede decir que en el paso de niña a mujer, su cuerpo adquiere la capacidad de tener un bebé. Ella ya sabe que durante nueve meses las mamás llevan a los bebés en su vientre, dentro de un órgano especial que se llama útero. Para que el bebé pueda permanecer ahí, el útero debe prepararse y lo hace cada mes, cuando prepara un “nido” para alojar a un posible bebé. Es una especie de entrenamiento para cuando ella crezca y forme su familia. Ese nido está formado especialmente de sangre y hay que cambiarlo mensualmente. Durante algunos días del mes, el útero se limpiará del nido viejo expulsando sangre, pero en pequeñas cantidades y que ella no sufrirá consecuencias para su salud.

      Esta explicación puede acompañarse de figuras y dibujos (hoy son muy fáciles de encontrar en las librerías). Si la niña pregunta cómo el útero sabe que no hay un bebé o cuándo sí se produce un embarazo y cuando no, se le puede explicar que los hombres y las mujeres producen unas semillas, que deben unirse para que se forme un bebé. Esto ocurre en el matrimonio y cuando esto pasa, el bebé se queda en el nido y el útero no expulsa la sangre, porque hay un bebé alojado en él.

      Aproximadamente a los 11 ó 12 años ya es necesario explicarles la relación sexual, aunque no necesitan excesivos detalles. Se le puede decir que en ocasiones papá y mamá desean demostrarse de forma especial su amor y tener un bebé, para esto papá introduce en el útero de mamá sus espermatozoides (en esta edad ya se puede hablar de espermatozoides y óvulos). Lo hace por medio de su órgano sexual (o pene o como acostumbren a llamarlo en la familia, nunca despectivamente) en el órgano de mamá, que es la vagina, cuya abertura está cerca del orificio por donde ella orina. La vagina y el útero están conectados y por ellos es posible que se unan ambas células (óvulo y espermatozoide) para formar el futuro bebé.



     

  2. Juventud (entre los 16 a los 25 aproximadamente)

    Va desde los 16 a los 25 aproximadamente. Es el período en que se perfecciona la regulación de impulsos y se escoge el estado profesional antes de contraer matrimonio.

    Una de las características principales, que se inicia en la adolescencia y continúa hasta poco antes del final de la juventud, son las oscilaciones. Son disposiciones periódicas que conducen a los jóvenes de un extremo a otro. Pueden depender de la química corporal (hormonas), de las disposiciones genéticas, de factores que perturban el equilibrio físico o psicológico (enfermedades, cansancio, estrés, etc.) además de la transformación de su cuerpo, normal para la edad.

    Pasa del idealismo puro y sacrificado a la entrega a sus instintos y pasiones; de la obediencia ciega a la rebelión contra toda autoridad; del optimismo a la melancolía; de la seguridad en sí mismo a la más completa inseguridad; del trabajo infatigable a la pereza. Es la edad de los ensueños, de los enamoramientos, de las pasiones, dirigidas a veces hacia alguien del mismo sexo a quien admiran (sin significar homosexualismo) o al sexo opuesto. Sentimientos cambiantes o tormentas afectivas que irán apaciguándose poco a poco para dar paso al amor maduro, adulto, orientado ya hacia una persona del sexo opuesto.

    Los primeros años de la juventud se caracterizan por la falta del sentido de continuidad: se vive para el momento presente, con la constante tentación de vivir al día dejando que los acontecimientos marquen el ritmo. Incluso su idealismo lleva consigo una buena dosis de inmadurez, fantasía y carga afectiva, por lo que tarde o temprano se desvanecen. Los ideales que vienen desde la adolescencia se van perfilando y haciendo más “realistas”, aunque no dejan de ser ideales y no deben desaparecer sino permanecer vigentes como modelos de perfección que los estimulan a crecer según sus valores y a dar lo mejor de sí mismos.

    En el ámbito religioso la juventud es el momento en que se termina de fraguar la opción. Puede volver a los valores y las prácticas religiosas que recibieron en la infancia o decidir por otra diversa o por ninguna. Claramente lo importante es lo que hayan recibido antes y el testimonio de coherencia de los adultos que están a su alrededor. El problema no es la aparición de dudas, sino la imposibilidad de resolverlas adecuadamente, ya sea por falta de formación o por la incoherencia que ven a su alrededor.

    Y la religión es importante. La vivencia de una fe que exige compromiso, coherencia, responsabilidad, sacrificio y abnegación es una ayuda para los jóvenes. Todas estas actitudes de fondo son imprescindibles para vivir con madurez y coherencia la propia sexualidad. Cuando hay razones superiores y trascendentes, serán recursos adicionales que ayudan a superar momentos difíciles, a evitar peligros innecesarios, a cuidar el ambiente y las amistades.

    Pero como decíamos antes, es difícil en esta edad dar lo que no se tuvo durante todos los años previos. Siempre puede producirse una conversión, pero será más costosa y le impide gozar de la proximidad de Dios y su gracia hasta que ocurre. La vivencia de la fe no debe plantearse nunca separada de la formación integral y es algo que padres y formadores deben tener claro. No significa obligar a creer, sino ofrecer la posibilidad de creer y las herramientas para hacerlo a fondo. Y uno de los mejores medios es, como ya hemos dicho, el testimonio de aquellos que les rodean.

    En esta etapa los planes y proyectos de vida van madurando y se van dando los pasos en la realización de ese proyecto. Se escoge carrera, se realizan los estudios universitarios o técnicos, la inmensa mayoría vive aún con los padres, comienza el noviazgo y se construye la estructura de la vida futura.

    Para poder realizar todo esto con expectativas de éxito, los jóvenes requieren: madurez humana, madurez intelectual, voluntad formada, jerarquía de valores sólida y establecida de acuerdo a unos principios propios. En pocas palabras, ser personas maduras. Hace poco escuché una definición de madurez que me gustó: “la madurez es la constancia en el amor”. Y es verdad, quien es maduro es constante pese a las dificultades y a los tropiezos. El hombre y la mujer maduros hacen opciones definitivas y serán coherentes con ellas y con los valores y principios que las fundamentaron. Si esta madurez es requisito para superar la juventud, lo es mucho más para llegar a la plenitud de la vivencia de su sexualidad en esta etapa.

    Cuantas relaciones formales e incluso matrimonios fracasan por inmadurez de uno o de ambos. Y esto ocurre cada vez con mayor frecuencia en los primeros años de matrimonio, a veces incluso antes del primer aniversario. Son jóvenes que llegaron a esta etapa sin formarse adecuadamente y aún se dejan llevar por sus impulsos, por sus instintos, por los sentimientos. Incapaces de hacer algún sacrificio en aras de un bien mayor, no logran decir no a sus instintos ni a sus tendencias. En definitiva no saben amar. Porque el amor es donación, el amor es entrega generosa e incondicional, el amor es darse sin esperar nada a cambio. Y esto sólo es posible para quien ha madurado.

    Los problemas más frecuentes en esta etapa, en el área de la sexualidad, son:
     



    A los padres y formadores les corresponde escuchar y aconsejar desde la experiencia. No quieren cifras y pruebas científicas, aunque también ayudan, quieren que les hablen de lo que han ganado a través de sus años de vida. Esa experiencia de vida de la que los padres poseen buena dosis. Hay que escuchar, escuchar mucho y bien, prestando verdadera atención; y luego, hablar. A veces pocas palabras bastan, las necesarias y justas en el momento. Y luego acompañar, estar cerca para apoyar la decisión que el joven maduramente ha tomado.