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Adolescencia (desde los 11 a los
16)
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Definición:
Se conoce con el nombre de adolescencia el período evolutivo comprendido
entre la niñez y la edad adulta. Esta etapa es clave en el desarrollo de
la personalidad y en la integración de todos los niveles que componen el ser
humano, especialmente la integración de la sexualidad en la identidad de la
mujer o del varón.
La adolescencia es un tiempo maravilloso de crecimiento, maduración,
construcción de uno mismo, apertura a los demás y donación generosa. Pero
para que ocurra esto, los adolescentes necesitan adultos responsables y
veraces, auténticos y coherentes a su alrededor que les ayuden a superarse y
les ofrezcan un testimonio de verdadera madurez humana. Necesitan una mano
firme, lo que no es igual a gritos, golpes o correcciones frías sin
apelación posible. Pueden y quieren entender los motivos, desean conocerse y
construirse a sí mismos positivamente; para ello necesitan padres y
formadores que no cambien de dirección a la primera dificultad; que
comprendiendo las dificultades naturales de esta etapa, sepan potenciar sus
cualidades y capacidades. Más que regaños requieren alabanzas; más que
castigos necesitan motivaciones; mucho más que gritos y negativas
incuestionables, necesitan diálogo, razones y confianza. Si un adolescente
está convencido que sus padres lo aman y confían en que se comportará
correctamente en todo momento, se esforzará por no defraudarlos. Si
continuamente está escuchando que nada bueno se puede esperar de él, así lo
creerá y actuará de acuerdo con esa opinión.
Los conocidos cambios fisiológicos, psicológicos y espirituales que
experimenta la persona cuando llega a la edad de la adolescencia, con sus
variaciones culturales, educacionales y ambientales, pueden marcar el rumbo
definitivo de su vida. Las dificultades que suelen acompañar a estos cambios
deben ser asumidas por las formadoras con gran serenidad y responsabilidad,
sin desentenderse de ningún aspecto.
Si tuviéramos que concretar cronológicamente la adolescencia, la situaríamos
entre los diez u once y los dieciséis o diecisiete años. A veces se emplean
otros términos como el de pubertad para referirse a procesos que están
incluidos en este período. En línea de principio, de la pubertad suelen
hablar los médicos, mientras que de la juventud suelen hacerlo los
sociólogos. Los psicólogos y educadores en general, emplean preferentemente
el término de adolescencia. Así podemos delimitar, en cierta forma, las
facetas que estudian:
La adolescencia va desde la pubertad hasta los 16 años, aunque actualmente
se está postulando que se extiende más allá. La limitaremos a este período
porque las realidades que enfrentan un adolescente de 15 y un joven de 18
son bastante diversas.
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Modificaciones
físicas y fisiológicas de la adolescencia:
En un período relativamente breve, el cuerpo infantil se transforma en
adulto. Los cambios exteriores son a menudo tan pronunciados que, a primera
vista, la niña puede parecer otra para quienes no la han visto en dos o tres
años. Los cambios que se producen en el interior del cuerpo -en el tamaño,
forma y funcionamiento de los diferentes órganos y glándulas-, no son
visibles, pero son tan importantes como los exteriores.
Una clasificación conveniente de las modificaciones corporales incluye estas
categorías principales:
Pese a las diferencias individuales en el ritmo de las transformaciones, el
patrón es similar para todas las niñas y, por lo tanto, es predecible. Esto
permite ofrecer a la niña una adecuada información preventiva por parte de
los padres y formadoras.
Podemos dividir los cambios físicos en etapas:
Psicológicamente esta época inicia con la pubertad. Los caracteres sexuales
secundarios se desarrollan rápidamente y la persona alcanza una morfología
que no variará ya esencialmente. Los órganos sexuales alcanzan su
capacidad fisiológica de funcionamiento: reglas en las niñas y emisiones
de esperma en los varones.
Como ya se ha dicho, la sexualidad en la persona humana comprende todas sus
dimensiones: la fisiológica, la psicológica y la espiritual; es de esta
manera un “modo de ser” persona (hombre-mujer) que afecta todos sus actos.
Sería un error muy grave presentar a la niña la sexualidad de modo reductivo
o negativo, o que confundiera la “madurez” del sexo gonádico -en presencia
de la menarquia o primera menstruación- y de los órganos genitales, con la
madurez en la sexualidad. El ejercicio de la sexualidad habla de donación
afectiva e íntima, de unión fecunda en el amor matrimonial, de una
concepción de la mujer abierta a la relación complementaria en el amor y
para el amor, un amor auténtico: total, fiel, fecundo y eterno.
Algunos aspectos concernientes al desencadenamiento del desarrollo
fisiológico son: la maduración del sexo gonádico y genital. La niña debe
conocer de antemano los cambios que va a experimentar, entender su
significado y el papel que juegan en su madurez integral, y tener, además,
los resortes psicológicos y espirituales para vivirlos con naturalidad.
Las diferencias en cuanto a la edad de la maduración sexual se deben a
variaciones en el funcionamiento de las glándulas endocrinas que son las
responsables de la transformación del cuerpo infantil en adulto. Las
niñas maduran aproximadamente año y medio o dos años antes que los chicos,
es decir sobre los 11 y 12 años. Esta diferencia se manifiesta no sólo en
sus cuerpos, más grandes y más desarrollados, sino también en su
comportamiento más maduro, más agresivo, y su conducta más consciente del
sexo.
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Variantes en
la edad de transformación física:
Según se produzca antes o después de la edad promedio, la condición
correspondiente se denomina "maduración precoz" o "maduración
tardía", respectivamente. Una reserva insuficiente de hormonas gonádicas
retrasa la pubertad e impide el desarrollo normal de los órganos genitales y
de los aspectos sexuales secundarios (desarrollo de los senos, vellosidad,
aumento de la anchura y profundidad de la pelvis, desarrollo muscular, etc.)
Cuando la pubertad se retrasa, la niña puede sentir inseguridad y complejo
frente a sus compañeras ya desarrolladas.
La pubertad acelerada, conocida como pubertas praecox, se debe a una
provisión excesiva de hormona gonadotropina durante los primeros años de la
infancia. Ello afecta las gónadas y el individuo madura demasiado pronto.
También esto puede causar algunos traumas en la niña, mayores, incluso, que
en el caso de la maduración tardía, al verse diferente (“demasiado
desarrollada”) y no saber qué le está pasando.
Algunos factores que afectan a la maduración del sexo gonádico y genital
son:
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Herencia:
la edad de maduración "se proyecta en la familia". Lo que fue la
experiencia de la madre, precoz o no, puede ser la de la hija.
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Inteligencia: las niñas de inteligencia superior maduran sexualmente
un poco antes que aquellas cuyo índice intelectual corresponde al término
medio o es inferior a éste.
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Salud:
la buena salud, debida a un adecuado cuidado prenatal y postnatal, deriva
en una maduración más temprana.
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Nutrición:
una dieta en la que predominan las proteínas da como resultado una
maduración precoz. Algunas investigaciones en curso encuentran una
relación estrecha entre el desarrollo precoz y la ingestión de alimentos
vegetales y animales estimulados con hormonas.
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Status
socioeconómico de la familia: cuanto mejor es el medio socioeconómico,
tanto mayores son las posibilidades de una maduración temprana. Como
consecuencia de una atención médica deficiente y de una nutrición por
debajo de lo normal, las niñas criadas en ambientes socioeconómicos
deficitarios maduran a menudo más tarde, tal como sucede con las
provenientes de medios rurales.
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Tamaño y
conformación del cuerpo: las niñas más altas y gruesas alcanzan antes
la madurez sexual.
Las niñas muestran ventajas y desventajas de una maduración temprana
o tardía; estas manifestaciones son menos definidas en ellas en relación con
los muchachos. Veamos algunos posibles efectos en el caso de maduración
precoz:
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A diferencia
de los muchachos, las chicas, por lo general, presentan perplejidad
ante los cambios prematuros produciendo en ellas cierta desadaptación
a su entorno, manifestada en sentimientos de inseguridad y cohibición;
suelen ser menos expresivas y sociables y más introvertidas y tímidas que
las que maduran más tarde; se pueden sentir menos atractivas porque las
formas más redondeadas que aparecen con la pubertad chocan con los
actuales estándares culturales de belleza que enfatizan la delgadez.
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Puesto que
son más grandes que los chicos y más dominantes que las otras chicas, las
niñas que maduran más temprano pueden tener problemas por sentirse muy
maduras; el proceso de trabajo para solucionar estos problemas puede
ofrecerles una valiosa experiencia para enfrentarse más tarde con
problemas en la vida. Algunos investigadores, en efecto, han encontrado
que las niñas que maduran más temprano se adaptan mejor a la vida adulta.
Es muy posible que sus problemas sean una reacción a las actitudes de los
demás, especialmente de sus padres y profesores, que, por ejemplo, pueden
tratar más estrictamente y desaprobar más a las niñas que tienen un cuerpo
más maduro físicamente que a las niñas menos desarrolladas.
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Sin embargo,
la cultura actual, que exalta el valor del cuerpo a través de los medios
de comunicación, estimula y promueve la temprana presunción de sus
caracteres sexuales irrumpiendo en el proceso natural de madurez
psicológica y quemando etapas.
Maduración tardía: es verdad que le afecta también a la niña verse diferente
del resto de sus amigas, con un físico poco desarrollado, y puede sentir por
esto apocamiento y timidez, y cierto rechazo por los chicos y por sus
propias compañeras, en las actividades sociales por falta de sofisticación;
autorrechazo debido a las actitudes sociales, poco favorables. Pero en este
caso, otras cualidades de carácter, intelectuales o deportivas de la chica
pueden hacer mucho más llevadera su maduración tardía. Y en cualquiera de
los casos, es difícil generalizar, pues los efectos de una maduración
temprana o tardía en las adolescentes dependerán en gran parte de cómo ellas
mismas y la gente en su mundo las interpreten.
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Elementos de
educación sexual que no pueden faltar:
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Es muy
importante enseñar a las adolescentes, en el momento y el modo adecuado,
la diferencia entre sentir una sensación y consentirla. En el caso
de la chica, su impulso sexual más que físico es emotivo, y le lleva a la
curiosidad sobre su propio cuerpo y el del muchacho, a la exploración
corporal, a la conversación morbosa y a la fantasía erótica; debe aprender
a ordenarlo hacia el respeto incondicional al propio cuerpo y a la
dignidad del prójimo encauzando así esta fuerza hacia un amor verdadero,
entendiendo que esas tendencias son, a los ojos de Dios, algo natural si
no se consienten en esos momentos.
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La menarquia
(primera menstruación): desafortunadamente, en el pasado se hizo
énfasis en el aspecto negativo de la menarquia por lo incómodo y
embarazoso que resulta para las niñas. La menstruación ha sido en el
pasado tema tabú. Nuestra cultura trata este acontecimiento como una
crisis higiénica, que produce ansiedad en las niñas acerca de su limpieza,
pero no les produce orgullo por su feminidad. Hoy, aunque muchas niñas
tienen sentimientos confusos ante este hecho, otras lo toman con
naturalidad, incluso, a la ligera. Es muy cierto que cuanto mejor
preparada esté una niña para la menarquia, sus sentimientos serán más
positivos y experimentará menos angustia.
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Modificaciones
psicológicas y sociales:
Es la época en que se cuestionan sobre su propia personalidad e
individualidad. Desean definirse en autonomía de sus padres.
Entra en conflicto con sus padres y con todas las personas que implican una
autoridad establecida. Esto es algo normal, ya que lo que busca el
adolescente es tomar iniciativas, tener un mundo íntimo y situarse entre los
adultos como igual. Quiere ser libre, es decir, responsable de sí mismo, ser
dueño de sí con todas sus consecuencias.
La característica dominante en esta etapa es la ambivalencia, pasa
del afecto a la hostilidad, de la docilidad a la rebelión. Desea entrar en
el mundo de los adultos y al mismo tiempo siente temor ante una realidad que
le es desconocida. En realidad nos encontramos con un chico o chica que sabe
que no es ni infante ni adulto, no logra descubrir con serenidad su papel,
su lugar y lo busca hacia arriba con deseo y temor a la vez. Quiere crecer y
madurar, pero al mismo tiempo esto le causa temor e inseguridad, porque sabe
que dejará de tener a sus padres detrás, que deberá hacerse responsable de
sus decisiones y opciones, que se enfrentará con elecciones que tendrá que
resolver solo; todo esto, en un marco confuso: no se comprende a sí mismo,
no comprende sus propios cambios de humor, le preocupa el cambio por el que
está pasando su organismo, no se siente a gusto en un cuerpo que ha crecido
demasiado rápido y con el cual se mueve torpemente. Además la maduración en
los distintos aspectos de la persona ocurre cada vez con mayor diferencia:
la madurez física, intelectual y afectiva no son concomitantes; y si a esto
le agregamos una genitalidad en pleno hervor, nos encontramos con un niño en
un cuerpo de adulto al que no sabe aún controlar.
Otro elemento que debemos considerar es la “mala fama” que se le ha hecho a
esta etapa. Hoy los padres temen el momento en que sus hijos lleguen a la
adolescencia, los maestros se reconocen en dificultades y las autoridades
hablan de la problemática de la adolescencia. Los niños no son impermeables
a esta campaña publicitaria. Desde los ocho o nueve años escuchan que sus
hermanos o primos mayores han entrado en la difícil edad de la adolescencia,
oyen frecuentemente que “nadie comprende al adolescente, ni siquiera él
mismo”, son testigos de las discusiones con los padres, de la actuación de
las pandillas o grupos de amigos, de las rebeliones y cambios de hábitos y
costumbres. Vienen con la idea de que eso es lo “normal” a esa edad.
La pubertad es propiamente el momento de crisis moral y humoral, con
oscilaciones de temperamento y carácter. Es el momento de cristalización
de la personalidad. Después será posible variarla para mejor o peor pero no
cambiarla substancialmente. Está claro que todas estas divisiones son
aproximadas, pues en los adolescentes se dan variaciones individuales
mayores que en la niñez.
En la adolescencia se dan las dos tendencias fundamentales de apertura a
los demás y de búsqueda y afirmación de sí mismo. En esta etapa, la
apertura a los demás, surge ya no sólo como amistad sino como amor,
especialmente amor sexual, ya que es un instinto que despierta con fuerza.
El adolescente llega poco a poco a la madurez en el amor, gracias a una
serie de pasos sucesivos. Primero dirige su atención a sí mismo, después
hacia los otros, buscando inicialmente la amistad con los de su propio sexo,
después con los del otro, lo que desembocará en la juventud o madurez en la
elección de una pareja estable.
Esta sucesiva evolución no supone que el hombre deba caer en una serie de
desviaciones sexuales, y mucho menos que éstas ayuden a alcanzar un amor
verdaderamente adulto, maduro. La afirmación de sí mismo no debe confundirse
con el narcisismo y la masturbación, ni la amistad con compañeros con la
homosexualidad, ni la amistad y más adelante el noviazgo con personas de
otro sexo con la prostitución y el amor libre. Estas desviaciones no sólo no
significan progreso para la afectividad en los psicológico y moral, sino que
son un verdadero retroceso que impide o dificulta la superación de la
egosexualidad y la llegada a una heterosexualidad madura, adulta y generosa.
Actualmente se postulan algunas teorías que dicen que la búsqueda de mayor
amistad con el mismo sexo es señal inequívoca de homosexualidad y que debe
impulsarse al adolescente, que se encuentra envuelto en sentimientos
confusos sobre sí mismo, a aceptarla y vivirla casi como si estuviese
predestinado a ello. O en dirección contraria, el impulso y la atracción
sexual hacia personas del sexo opuesto no puede ni debe ser sujetada por
principios y normas valóricas, porque podrían crear fuertes traumas. Y en
nombre de esta “defensa de la salud mental” se postula y promueve el sexo
libre, o más bien libertino.
Todo esto causa confusión y graves problemas a los adolescentes. En otras
palabras, se les está diciendo que ellos son incapaces de dominar sus
impulsos, que es mejor que ni lo intenten. Se duda de su fuerza de voluntad
y decisión sin ofrecerles una posibilidad y ayuda para demostrar realmente
su gran capacidad. Obviamente si antes no se les dan recursos y medios para
fortalecer su voluntad y formar su conciencia, no podrán en estos momentos
salir adelante sin grandes dificultades.
Necesitan claridad de parte de sus padres y formadores. Son capaces, si les
explica, de vivir la abstinencia sexual. Hay algunas características propias
de esta edad que les ayudan: viven una dualidad respecto a su sexualidad:
ante los adultos y extraños son pudorosos, en grupos pequeños y con los
amigos suelen ser desinhibidos. La masturbación comienza en estas edades. La
mayor dificultad que tiene el adolescente es la cantidad de información
sexual incorrecta o incompleta que reciben de sus compañeros mayores y del
mundo que les rodea, en parte porque está saturado el ambiente, pero también
porque no la reciben a tiempo de sus padres y formadores que son los que
deben actuar antes.
El riesgo mayor en esta edad es que lleguen a separar por completo la
satisfacción física del amor humano y espiritual, aprendiendo a separar el
acto sexual de sus fines y justificación.
Padres y educadores deben, ante todo, querer profundamente a los
adolescentes. Decirles que sus dificultades son normales y que ellos pueden
superarlas. Hay que impedir un sentimiento excesivo de culpabilidad,
ayudarles a encauzar sus ímpetus, encontrar la justa medida y dirigir sus
deseos y necesidades de cariño y atención hacia formas más maduras.
Es muy importante estar cerca, especialmente los padres. Los impulsos
sexuales despiertan con fuerza e intensidad por momentos; si el adolescente
tiene a quien recurrir, estará en menor peligro que uno que no encuentra a
nadie cercano. Que los adolescentes sepan que sus padres están dispuestos a
ayudarles, a ofrecerles apoyo, a escucharlos y colaborar en su esfuerzo por
madurar correctamente. Hay que hablar con ellos sin atosigar, porque aunque
parece que no están escuchando todo entra y cala. Especialmente si desde
antes existía una buena comunicación con los padres.
Hay que dirigir sus energías hacia algún deporte, actividades al aire
libre, etc. Tienen mucha energía aunque por momentos se sientan cansados ya
que el crecer consume mucha energía. Son muy adecuadas actividades en grupos
con líderes positivos algunos años mayores que ellos, pueden encauzar sus
energías, les ofrecen modelos adecuados y positivos y les demuestran que, al
contrario de lo que dicen la televisión y las revistas, es posible la
vivencia de la castidad.
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Otras
consideraciones:
En esta edad comienzan las dudas y los cuestionamientos en materia religiosa
y moral. Se les hace difícil aceptar cosas que no ven o que van en contra de
lo que sus instintos les dicen o piden. El ambiente tiene además mucha
fuerza y en general se opone a los valores y tradiciones que les dio la
familia. Además uno de los mayores “defectos” en esta edad es la falta de
fuerza de voluntad y el escaso espíritu de lucha frente a las adversidades.
Aquí la figura del formador (padres o maestros) es muy importante. Debe
encontrarse cerca, fomentar el trato personal, estar abierto a las
consultas individuales y al diálogo; ser capaz de tranquilizar, de
enriquecer, de guiar, de aclarar dudas; todo esto colabora en la adquisición
de una personalidad madura y auténtica. Es muy importante calmar sus
angustias, ya que se desesperan fácilmente. Hay que ayudarles a encontrar
una forma equilibrada y estable de obrar, alejada de los extremos.
La oposición hacia los padres es fuerte y a menudo tienen algunos argumentos
de razón, ya que por las dificultades propias de la edad, sería extraño
encontrar un padre o una madre que jamás haya errado. Pero los errores
paternos tienen menos importancia, si los adolescentes saben que sus padres
se equivocan porque los quieren y buscan lo mejor para ellos. Si los padres
los educan con amor y testimoniando este amor entre sí y hacia sus hijos,
los adolescentes suelen rebelarse, peor no en gran escala ni por mucho
tiempo, y aceptan de mejor grado los “límites a su libertad”.
Los padres deben ser conscientes que son la fuente principal de influjo de
los hijos. Por eso es tan importante la presencia cercana de ambos, el
testimonio de amor verdadero entre padre y madre y hacia los hijos, de
respeto mutuo, de comprensión y ayuda. La educación supone tiempo y
esfuerzo, no es instantánea ni se da por sí sola, aunque si existe vida
familiar podemos decir que sí se transmite bastante por osmosis. Una familia
estable y serena, en la que todos se saben amados y aceptados como son, a la
que es posible acudir en momentos de necesidad es la mejor garantía para que
los hijos lleguen a una juventud y madurez serena y estable.
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Medios que los
padres pueden utilizar:
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Generales:
oración, testimonio y consejos (siempre necesarios, la oración para
alcanzar la gracia y la luz necesarias; el testimonio porque es lo único
que arrastra y los consejos porque ellos los necesitan y no siempre se
atreven a pedirlos)
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Fomentar
conversaciones personales con los adolescentes, profundizar en temas y
cuestiones que a ellos les interesen, estar presentes en los momentos
importantes: presentaciones deportivas o artísticas, fechas claves, etc.
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Hablar con
claridad y con argumentos y razones. A estas edades ya no es posible
darles una negativa sin explicarles las causas. Inicialmente puede que no
la acepten o finjan no aceptar, pero en su interior perciben que los
padres buscan su bien
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Llevarles a
hacer opciones personales. La conversación no debe ser neutra, debe llevar
a los adolescentes a un compromiso, a una opción de vida. Ayudarles a
juzgar los hechos o comportamientos (nunca las personas) y a optar por una
forma de conducta sana
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Crear
momentos de encuentros personales y conversaciones profundas: salir a
cenar con uno de los hijos, quedarse a solas cuando los demás se han ido a
dormir, esperarlos despiertos de una fiesta para preguntarles cómo les
fue, quiénes estaban presentes, con quiénes estuvo, etc. Nunca recriminar
por la hora o reclamar por algo
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Nunca
asombrarse u horrorizarse por las confidencias que hagan, ser claros al
dar un juicio, pero hacia el acto, nunca juzgarlos a ellos. Si ante una
confidencia reaccionamos exageradamente, nunca volverán a abrirse
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Fomentar las
actividades recreativas al aire libre y en grupos y ambientes sanos. Los
amigos, y principalmente el líder del grupo, tienen mucha influencia en
las opciones que hacen los adolescentes
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Conocer el
grupo de amigos, invitarlos a casa y dejándolos en libertad de organizarse
a su estilo y gusto dentro de las normas de conducta que se pide respetar
en casa. Siempre es mejor que se diviertan en casa donde están los padres
(aunque estos permanezcan la mayor parte del tiempo en otra sala o
habitación)
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Saber ser
amigos de los amigos de los hijos. Cuando los amigos sienten admiración,
respeto y cariño por los padres de un adolescente, éste puede ver
cualidades que de otra forma no vería. Ser amigo de un adolescente no
significa comportarse como otro adolescente sino demostrar comprensión,
respeto por sus opiniones y asuntos sin perder de vista lo correcto o
incorrecto, ser claros y firmes, demostrarles confianza sin ponerlos en
situaciones peligrosas
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Explicando la
menarquia y el desarrollo en los niños
La edad normal en que comienza el desarrollo son los 11 a 12 años, aunque
hay niños que se adelantan y otros que se atrasan. Siempre hay algunas
“pistas” que nos permiten saber que el momento se acerca, como el “estirón”,
el inicio de la aparición de caracteres sexuales secundarios (crecimiento de
senos en las niñas, aparición de vello en axilas, etc) y es importante que
los niños lleguen preparados, sabiendo que es una etapa normal del
desarrollo, que indica que están creciendo, madurando y en camino a hacerse
adultos.
Actualmente se habla y se dice de todo delante de los niños, y muchos saben
más de lo que sus padres creen e incluso en ocasiones, más que los propios
padres. Pero esto no significa que estén realmente preparados y formados.
Saber mucho no es lo mismo que valorar correctamente. La niña no sólo debe
saber que tendrá menstruaciones regularmente, sino que ello significa que su
organismo se está preparando para la posibilidad de ser madre, que su
sexualidad es un tesoro que debe reservarse para la persona adecuada y que
las molestias que pueda sentir son normales y no deben preocuparla. De la
misma manera el chico debe saber que puede comenzar a sentirse excitado
frente a imágenes, ideas, conversaciones; que tendrá “poluciones nocturnas”
que son normales; pero que todo esto no significa que debe dar rienda suelta
a su deseo o a sus instintos, sino que su capacidad sexual que ha despertado
es un don con el cual puede dar vida y que debe cuidar y defender de todo
aquello que desee ensuciarlo o “pervertirlo”.
La mamá sigue siendo clave, pero el papá puede y debe comenzar a desarrollar
un papel importante en la educación de sus hijos. A los hijos varones, puede
explicarles y enseñarles desde el punto de vista de otro varón, es decir,
“de hombre a hombre”, que la vivencia sana y madura de la sexualidad implica
saber dominarse y contener el impulso de la excitación surgida; que el
verdadero respeto y cariño hacia las mujeres y hacia la mujer con la que
algún día formará un hogar, requiere que él aprenda a abnegarse y a buscar
siempre lo mejor para ambos en una relación de cariño. A una niña, su papá
puede enseñarle a darse cuenta qué actitudes, palabras y acciones pueden ser
provocativas, a asimilar que aunque no lo digan, los chicos desean para
compañera de su vida a una joven que se respete a sí misma y que ayude al
varón a respetarse y respetarla. Además éste es un excelente momento para
fortalecer una relación padre-hija, padre-hijo hasta entonces un poco en
segundo plano.
El cómo y cuándo deben escogerse en cada caso. Es bueno hacerlo cerca de los
9 años, ya que a esa edad pueden comprender, aún hay tiempo y su curiosidad
es muy científica. Para explicar la menarquia, a las niñas se les puede
decir que en el paso de niña a mujer, su cuerpo adquiere la capacidad de
tener un bebé. Ella ya sabe que durante nueve meses las mamás llevan a los
bebés en su vientre, dentro de un órgano especial que se llama útero. Para
que el bebé pueda permanecer ahí, el útero debe prepararse y lo hace cada
mes, cuando prepara un “nido” para alojar a un posible bebé. Es una especie
de entrenamiento para cuando ella crezca y forme su familia. Ese nido está
formado especialmente de sangre y hay que cambiarlo mensualmente. Durante
algunos días del mes, el útero se limpiará del nido viejo expulsando sangre,
pero en pequeñas cantidades y que ella no sufrirá consecuencias para su
salud.
Esta explicación puede acompañarse de figuras y dibujos (hoy son muy fáciles
de encontrar en las librerías). Si la niña pregunta cómo el útero sabe que
no hay un bebé o cuándo sí se produce un embarazo y cuando no, se le puede
explicar que los hombres y las mujeres producen unas semillas, que deben
unirse para que se forme un bebé. Esto ocurre en el matrimonio y cuando esto
pasa, el bebé se queda en el nido y el útero no expulsa la sangre, porque
hay un bebé alojado en él.
Aproximadamente a los 11 ó 12 años ya es necesario explicarles la relación
sexual, aunque no necesitan excesivos detalles. Se le puede decir que en
ocasiones papá y mamá desean demostrarse de forma especial su amor y tener
un bebé, para esto papá introduce en el útero de mamá sus espermatozoides
(en esta edad ya se puede hablar de espermatozoides y óvulos). Lo hace por
medio de su órgano sexual (o pene o como acostumbren a llamarlo en la
familia, nunca despectivamente) en el órgano de mamá, que es la vagina, cuya
abertura está cerca del orificio por donde ella orina. La vagina y el útero
están conectados y por ellos es posible que se unan ambas células (óvulo y
espermatozoide) para formar el futuro bebé.
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Juventud (entre los 16 a los 25
aproximadamente)
Va desde los 16 a los 25 aproximadamente. Es el período en que se
perfecciona la regulación de impulsos y se escoge el estado profesional antes
de contraer matrimonio.
Una de las características principales, que se inicia en la adolescencia y
continúa hasta poco antes del final de la juventud, son las oscilaciones.
Son disposiciones periódicas que conducen a los jóvenes de un extremo a otro.
Pueden depender de la química corporal (hormonas), de las disposiciones
genéticas, de factores que perturban el equilibrio físico o psicológico
(enfermedades, cansancio, estrés, etc.) además de la transformación de
su cuerpo, normal para la edad.
Pasa del idealismo puro y sacrificado a la entrega a sus instintos y pasiones;
de la obediencia ciega a la rebelión contra toda autoridad; del optimismo a la
melancolía; de la seguridad en sí mismo a la más completa inseguridad; del
trabajo infatigable a la pereza. Es la edad de los ensueños, de los
enamoramientos, de las pasiones, dirigidas a veces hacia alguien del mismo
sexo a quien admiran (sin significar homosexualismo) o al sexo opuesto.
Sentimientos cambiantes o tormentas afectivas que irán apaciguándose poco a
poco para dar paso al amor maduro, adulto, orientado ya hacia una persona del
sexo opuesto.
Los primeros años de la juventud se caracterizan por la falta del sentido de
continuidad: se vive para el momento presente, con la constante tentación de
vivir al día dejando que los acontecimientos marquen el ritmo. Incluso su
idealismo lleva consigo una buena dosis de inmadurez, fantasía y carga
afectiva, por lo que tarde o temprano se desvanecen. Los ideales que vienen
desde la adolescencia se van perfilando y haciendo más “realistas”, aunque no
dejan de ser ideales y no deben desaparecer sino permanecer vigentes como
modelos de perfección que los estimulan a crecer según sus valores y a dar lo
mejor de sí mismos.
En el ámbito religioso la juventud es el momento en que se termina de fraguar
la opción. Puede volver a los valores y las prácticas religiosas que
recibieron en la infancia o decidir por otra diversa o por ninguna. Claramente
lo importante es lo que hayan recibido antes y el testimonio de coherencia de
los adultos que están a su alrededor. El problema no es la aparición de dudas,
sino la imposibilidad de resolverlas adecuadamente, ya sea por falta de
formación o por la incoherencia que ven a su alrededor.
Y la religión es importante. La vivencia de una fe que exige compromiso,
coherencia, responsabilidad, sacrificio y abnegación es una ayuda para los
jóvenes. Todas estas actitudes de fondo son imprescindibles para vivir con
madurez y coherencia la propia sexualidad. Cuando hay razones superiores y
trascendentes, serán recursos adicionales que ayudan a superar momentos
difíciles, a evitar peligros innecesarios, a cuidar el ambiente y las
amistades.
Pero como decíamos antes, es difícil en esta edad dar lo que no se tuvo
durante todos los años previos. Siempre puede producirse una conversión, pero
será más costosa y le impide gozar de la proximidad de Dios y su gracia hasta
que ocurre. La vivencia de la fe no debe plantearse nunca separada de la
formación integral y es algo que padres y formadores deben tener claro. No
significa obligar a creer, sino ofrecer la posibilidad de creer y las
herramientas para hacerlo a fondo. Y uno de los mejores medios es, como ya
hemos dicho, el testimonio de aquellos que les rodean.
En esta etapa los planes y proyectos de vida van madurando y se van dando los
pasos en la realización de ese proyecto. Se escoge carrera, se realizan los
estudios universitarios o técnicos, la inmensa mayoría vive aún con los
padres, comienza el noviazgo y se construye la estructura de la vida futura.
Para poder realizar todo esto con expectativas de éxito, los jóvenes
requieren: madurez humana, madurez intelectual, voluntad formada, jerarquía de
valores sólida y establecida de acuerdo a unos principios propios. En pocas
palabras, ser personas maduras. Hace poco escuché una definición de madurez
que me gustó: “la madurez es la constancia en el amor”. Y es verdad, quien es
maduro es constante pese a las dificultades y a los tropiezos. El hombre y la
mujer maduros hacen opciones definitivas y serán coherentes con ellas y con
los valores y principios que las fundamentaron. Si esta madurez es requisito
para superar la juventud, lo es mucho más para llegar a la plenitud de la
vivencia de su sexualidad en esta etapa.
Cuantas relaciones formales e incluso matrimonios fracasan por inmadurez de
uno o de ambos. Y esto ocurre cada vez con mayor frecuencia en los primeros
años de matrimonio, a veces incluso antes del primer aniversario. Son jóvenes
que llegaron a esta etapa sin formarse adecuadamente y aún se dejan llevar por
sus impulsos, por sus instintos, por los sentimientos. Incapaces de hacer
algún sacrificio en aras de un bien mayor, no logran decir no a sus instintos
ni a sus tendencias. En definitiva no saben amar. Porque el amor es donación,
el amor es entrega generosa e incondicional, el amor es darse sin esperar nada
a cambio. Y esto sólo es posible para quien ha madurado.
Los problemas más frecuentes en esta etapa, en el área de la sexualidad, son:
-
la elección de pareja
-
la sexualidad en el noviazgo
-
la elección de un método de
regulación de la fertilidad
A los padres y formadores les corresponde escuchar y aconsejar desde la
experiencia. No quieren cifras y pruebas científicas, aunque también ayudan,
quieren que les hablen de lo que han ganado a través de sus años de vida. Esa
experiencia de vida de la que los padres poseen buena dosis. Hay que escuchar,
escuchar mucho y bien, prestando verdadera atención; y luego, hablar. A veces
pocas palabras bastan, las necesarias y justas en el momento. Y luego
acompañar, estar cerca para apoyar la decisión que el joven maduramente ha
tomado.