Catequesis sobre la Eucaristía
Autor: Arquidiócesis de Guadalajara
Fuente: Catholic.net
TEMA 7
La Eucaristía, memorial del sacrificio pascual de Cristo
OBJETIVO
Reconocer la Eucaristía como memorial y sacrificio ofrecido por todos,
para vivirla con una actitud de fe, esperanza y caridad.
NOTAS PEDAGOGICAS
Con este tema se trata de dar un impulso al cristiano en su respuesta
generosa y decidida a vivir la Eucaristía como memorial y sacrificio en la
entrega de la vida diaria.
Muchos cristianos, aunque frecuentan el Sacramento de la Eucaristía,
desconocen aspectos esenciales del mismo.
Se sugiere que el catequista que va a desarrollar este tema lo haga
creativamente, de manera que los participantes queden motivados a
comprometerse con los demás dando un testimonio de vida a ejemplo Jesús y
de los mártires.
Llevar imágenes de los mártires para ambientar el lugar de la reunión; y
la biografía de uno de ellos. Por ejemplo, se puede llevar un poster o
fotografía del Padre Cristóbal Magallanes.
VEAMOS
Es importante que iniciemos con una experiencia significativa para la vida
de Iglesia en México: los mártires de la “época de los cristeros”
(1926-1929). Los mártires se fueron haciendo tales poco a poco, en la
medida que fueron respondiendo a Dios con su vida. La entrega y
sacrificio, en constantes llamadas que El va haciendo hasta llegar al
heroísmo, se consigue con la ayuda de Dios, con el ejercicio de las
virtudes, la fe, la esperanza, el amor, el espíritu de sacrificio, la
sencillez de la vida, la voluntad para aceptar la voluntad de Dios.
(Hablar de la vida de Cristóbal Magallanes Jara, que encabeza el grupo de
los mártires mexicanos por su admirable estatura espiritual demostrada en
el desempeño de su ministerio sacerdotal y su gloriosa muerte).
PENSEMOS
La celebración de la Eucaristía ha sido deseada por el mismo Jesús y
entregada a la Iglesia. La víspera de la Pasión, mientras estaba a la mesa
con sus discípulos, quiso que participaran vitalmente de su Pascua:
instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y resurrección, y mandó
que la celebraran hasta su vuelta gloriosa (ver SC 47; CIC 1337; OGMR 48).
Por lo tanto, celebramos la Eucaristía para obedecer la voluntad de
Cristo: renovar su sacrificio y hacer actual su entrega para salvarnos.
Memoria Litúrgica del Sacrificio de Cristo
Toda la grandeza de la Eucaristía se encuentra por medio de las palabras y
los gestos del sacerdote que preside la asamblea litúrgica, en nombre de
Cristo (in persona Christi, según la conocida expresión de Santo Tomás de
Aquino), se hace presente y operante la Pascua del Señor Jesús. El es el
“verdadero y único Sacerdote, el cual, al instituir el sacrificio de la
eterna alianza, se ofreció a sí mismo al Padre como víctima de salvación y
nos mando perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya” (Prefacio I de la
Eucaristía).
El sacrificio de la Cruz no se repite, como no se repiten los
acontecimientos históricos de Jesús, pero estos misterios de la vida del
Señor se actualizan en la acción sacramental: “Por eso, Señor, nosotros
tus siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la
pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, Nuestro Señor; de su Santa
Resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los
cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que
nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y
cáliz de eterna salvación” (Plegaria Eucarística I).
La memoria litúrgica abarca todo el misterio histórico de Cristo Salvador,
Hijo de Dios “que nació de mujer” (Gál 4, 4). “Si el Cuerpo que comemos
y la Sangre que bebemos son el don inestimable del Señor resucitado para
nosotros, peregrinos, lleva también consigo, como Pan fragante, el sabor y
el perfume de la Virgen María” (Juan Pablo II, Alocución al Angelus, 5 de
junio de 1983).
En verdad, desde el primer instante de su vida en el seno materno, Jesús
se ofreció para la gloria de Dios y por la vida y redención del mundo (ver
Heb 10, 5-10); la cima de la oblación es la hora de la cruz; el fruto es
la Resurrección; el don salvífico es la participación del hombre en la
vida divina.
El memorial eucarístico, haciendo presente el pasado, anticipa la garantía
de la gloria futura. Así lo proclamamos en cada Misa cuando después de la
consagración decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!”.
Memoria Eclesial del Sacrificio de Cristo
Las palabras de Jesús “Haced esto en memoria mía”, debemos cumplirlas en
comunidad. La Eucaristía no es un hecho privado y su naturaleza eclesial
no permite que se piense y se viva como un acto individual, aun cuando
implique a una sola persona; al contrario, siempre es la acción de la
Iglesia, para la edificación de la Iglesia.
La “Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”, la
comunidad cristiana desde siempre celebra el memorial de la Pascua de
Cristo como fuente y cúlmen de la propia identidad y misión. Por lo tanto,
reunirse todos los domingos, en el nombre del Señor, para alimentarse de
la mesa de la Palabra y Pan de vida, es obedecer a la voluntad que Cristo
manifestó la Víspera de su Pasión (ver DD 31-54). No podemos llamarnos
cristianos y no cumplir el mandato de Jesús “Haced esto en memoria
mía”.
Al celebrar la muerte y resurrección del Señor, la Iglesia encuentra
siempre su propia vitalidad, redescubriendo la vocación de pueblo de la
nueva y eterna alianza, peregrino por los caminos y entre las pruebas del
mundo, hacia la comunión de Dios en la Jerusalén del cielo.
Memoria hecha vida siguiendo el ejemplo de Jesús
Haciendo memoria de la Pascua de Cristo, la Iglesia está llamada por el
Espíritu a unirse a la víctima inmaculada que presenta al Padre. El
sacrificio de Cristo se convierte, también de esta manera, en el
sacrificio del que participa en él (ver CIC 1368).
Efectivamente, sabemos que el mandato: “Haced esto en memoria mía”,
está estrechamente unido al mandamiento nuevo, que también dio Jesús a sus
discípulos mientras estaba a la mesa con ellos: “Pues si yo, siendo el
Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse
los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como
he hecho yo” (Jn 13, 14-15).
De verdad, no se puede hacer memoria de Jesús en la acción litúrgica sin
recordar su gesto de amor total en la vida diaria. Esto es lo que hace a
los discípulos verdaderamente obedientes a su Maestro y Señor. De hecho,
los discípulos de Cristo nunca deben seguir un camino diferente al del
Señor muerto y resucitado. Prueba evidente de ello es el martirio que
acompaña a la historia de la Iglesia hasta nuestros días. Las reliquias de
los mártires, colocada desde los tiempos antiguos bajo el altar donde se
celebra el memorial de “esta víctima de reconciliación”, son una llamada
constante a la memoria viva del mandato de Jesús. Sólo la fuerza de la
Eucaristía ha permitido y sigue permitiendo también hoy a innumerables
hombres y mujeres testimoniar con la novedad extraordinaria del sacrificio
del Señor, su Pascua gloriosa.
Entregado por nosotros y por todos.
El amor verdadero lleva consigo el don incondicional de sí mismo. Fuera de
esta visión, se convierte en amor posesivo, corre el riesgo de ser
chantaje, se confunde con ilusión. Al contrario, el amor genuino es
entrega plena a los demás, olvidándose de sí mismo. Así es el sacrificio
de Cristo, consumado con libertad y en la gratuidad: “El buen pastor da
su vida por las ovejas. El Padre me ama porque yo doy mi vida... Nadie me
la quita, sino que yo mismo la entrego” (Jn 10, 11. 17-18). Además, no
hemos de olvidar que, en Jesús, el entregar la vida tiene una profundidad
aún mayor: “Dios dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo murió
por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rom 5, 8). Que de
hecho, Jesús no sólo ofreció su propia sangre por los que corresponden a
su amor.
De esta manera, la caridad divina revela su propia perfección: dar
gratuitamente, beneficiando a los justos y los injustos. El amor hacia el
miserable -que no puede intercambiar el don- es la misericordia; el amor
hacia el enemigo -del que no se puede esperar nada bueno- es el perdón. De
este amor gratuito, que nos manifestó Cristo, brota la redención, esto es,
la remisión de los pecados y la reconciliación de los pecadores: “Pero
Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estabamos
muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura
gracia ustedes han sido salvados!” (Ef 2, 4-5).
ACTUEMOS
- ¿Qué consecuencias trae la celebración y participación en la Eucaristía
como memoria y sacrificio?
- ¿Cuánto te falta para identificarte con Cristo, a la manera de los
mártires?
- ¿Qué significa la Eucaristía como: memoria hecha vida?
CELEBREMOS
Hacemos un círculo y tomados de las manos proclamamos la profesión de fe
donde confesamos la fe en Jesucristo que murió y resucito por nosotros.
Oración: Señor Jesucristo, que por amor a hombre donaste tu vida como
testimonio del amor al Padre, y que participas de este mismo amor a tu
Iglesia, concédenos como a nuestros mártires, testigos tuyos, la gracia de
ser íntegros cristianos, capaces de transformar y hacer germinar en
nuestro alrededor la semilla de tu Evangelio. Por Cristo nuestro Señor.
Amen.
Terminamos cantando:
El testigo
Por ti, mi Dios, cantando voy la alegría de ser tu testigo Señor...