Consiste en el anuncio de
Jesucristo. Él es la buena noticia
(evangelio) que proclamaban desde el principio los apóstoles, como escribe San
Pablo: “Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué, que recibisteis, en
el que os mantenéis firmes, y por el cual sois salvados... Porque os transmití
en primer lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados,
según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Cefas, y después a los doce” (1 Cor 15,1-5). Ese
mensaje se refiere directamente a la muerte y resurrección de Jesús por nuestra
salvación e incluye que Jesús es el Mesías (Cristo) enviado por Dios tal como
había sido prometido a Israel. El anuncio de
Jesucristo abarca por tanto la fe en Dios
único, creador del mundo y del hombre, y protagonista principal de la historia
de la salvación.
El mensaje cristiano anuncia que con
Jesucristo se ha realizado en plenitud la
revelación de Dios al hombre: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban
bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4,4-5). Jesús
revela quien es Dios de una manera nueva y más profunda que la que tenía el
pueblo de Israel; revela a Dios como su Padre de forma única hasta llegar a
decir: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Apoyándose en las enseñanzas de los
Apóstoles la Iglesia anuncia a
Jesucristo como Hijo de Dios y verdadero
Dios de la misma naturaleza que el Padre.
Jesús actuó durante su vida en la tierra con el poder de Dios y del Espíritu de
Dios que estaba en Él (Lc 4,18-21), y además prometió enviar el Espíritu después
de su resurrección y glorificación junto al Padre (Jn 14,16; et.). Cuando los
Apóstoles recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés comprendieron que
Jesús había cumplido su promesa desde el cielo, y experimentaron su fuerza
transformadora. El Espíritu Santo continúa vivificando a la Iglesia como su
alma. El mensaje cristiano incluye por tanto al Espíritu Santo, verdadero Dios y
la tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El mensaje cristiano anuncia también lo que anunciaba Jesucristo: el Reino de
Dios (Mc 1,15). Jesús llenó de contenido esa expresión simbólica indicando con
ella la presencia de Dios en la historia humana y al final de la misma, y la
unión de Dios con el hombre. Jesús anunciaba el Reino de Dios como ya iniciado
por su presencia entre los hombres y sus acciones liberadoras del poder del
demonio y del mal (Mt 12,28). Es esa presencia y acción de
Jesucristo la que continúa en la Iglesia
por la fuerza del Espíritu Santo. La Iglesia es en la historia humana como el
germen y la semilla de ese Reino, que culminará gloriosamente con la segunda
venida de Cristo al final de los tiempos misma. Entretanto en ella adquiere el
hombre, mediante el Bautismo, una nueva relación con Dios, la de hijo de Dios
unido a
Jesucristo, que culminará también la tras
la muerte y en la resurrección final. Cristo sigue estando realmente presente en
la Iglesia en la Eucaristía, y actuando también en los demás Sacramentos, signos
eficaces de su gracia. Mediante la acción de los cristianos, si viven la
caridad, se va manifestando el amor de Dios a todos los hombres. Todo ello entra
en el mensaje cristiano.