Autor: Nelson Medina OP
Fuente:
www.fraynelson.com
Del miedo y su capacidad de disfrazarse
Ante todo hay que aclarar que el miedo tiene un valor positivo en la vida
Es curiosa la relación
entre el resentimiento y la cobardía, según la denuncia de Nietzsche y sus
seguidores. Curiosa porque muestra que muchas heridas permanecen en nosotros
por una especie de miedo. He aquí un concepto etraordinariamente útil para
evaluar las experiencias límite, de las que hemos empezado a hablar. Casi
podemos decir que sin miedo no hay experiencia límite.
Ante todo hay que aclarar que el miedo tiene un valor
positivo en la vida. Es básicamente el anuncio de un peligro y por lo tanto es
una manera de proteger la vida y nuestros demás bienes. Santo Tomás de Aquino,
en su Tratado de las Pasiones, muestra que el miedo tiene su raíz en el amor:
porque amo un bien que no quiero perder, respondo con atención máxima y
despliegue de mis fuerzas para defender lo que me pertenece y es valioso. El
miedo, pues, es bueno, o por lo menos cumple una función buena; el problema
empieza cuando se deforma o se hipertrofia.
Debe notarse que uno no se da cuenta de la mayor parte de los miedos que
tiene. Sucede así, en buena parte, porque el miedo es un recurso preparatorio
para la defensa y por eso nuestra atención no se dirige hacia el hecho de que
tenemos miedo sino hacia aquello de lo que creemos que tenemos que
defendernos. Si el miedo acaparara nuestra atención nos paralizaría, que es lo
que sucede en los momentos de miedo extremo y súbito, al que llamamos pánico.
Pero el miedo en sí mismo trata de no llamar la atención sobre sí mismo de
manera que todos nuestros recursos estén prontos al combate. Por eso tardamos
en percibir que sí tenemos miedo. He conocido casos de personas que han vivido
bajo un temor, a veces inexistente, años enteros, quizá la mayor parte de su
vida. La gente los conoce como personas tal vez arrogantes, agresivas,
impacientes o depresivas. Debajo de eso, a menudo, hay un lecho húmedo y
sombrío de puro y simple miedo.
Nada de raro entonces que uno necesite ayuda para identificar los propios
miedos. Pero no es fácil pedir ayuda, porque eso humilla nuestra soberbia; y
menos fácil es decir la frase "tengo miedo." Esta sencilla y humana
declaración de nuestra condición humana suena a signo de debilidad, y nuestra
sociedad occidental nos repite en todos los tonos que el mundo es de los
fuertes, los tenaces, los que nunca se rompen; se supone que ellos son los
únicos que se salen con la suy a.
Todo está servido, pues, para que el miedo se enmascare y enquiste. Desde su
caverna, sin embargo, sigue siendo un tirano que no dudará en estropear cada
uno de los días que nos queden sobre la tierra.
El disfraz más irónico del miedo es la certeza. Uno se olvida de que tiene
miedo sintiéndose seguro de cuáles son los problemas y sobre todo de quiénes
son los culpables. Debajo de la ferocidad de muchas acusaciones suele estar
una convicción total de la culpa que "alguien" tiene. Descargando la
agresividad emocional contra ese "alguien" sentimos que estamos haciendo
"algo" para defendernos. Pero esa convicción es falsa en la medida en que sólo
está ocultando una serie de preguntas inquietantes, por ejemplo: ¿Y qué
pasaría si no estuviera allí la verdadera causa del problema? ¿No será que yo
tengo también parte de responsabilidad en todo esto?
Los grandes tiranos han sido genios en el arte criminal de disfrazarle a la
gente los miedos qu e la misma gente tiene. El racismo, por ejemplo, es una
forma de miedo, pero si hablas con un racista verás que tiene todas las
explicaciones y demostraciones de que los negros, o los gitanos, o los judíos,
son la peor amenaza para la vida humana.
¿Puede hacerse algo contra este engaño?
Sí se puede. Por lo pronto, es bueno entrenarse en desconfiar de las certezas
al acusar.
Los juicios que declaran completamente inocente a uno y completamente culpable
a otro suelen estar errados y servir de escudo que esconde un miedo malo. Y
sin embargo, es más fácil creer en la inocencia perfecta, como puede ser la de
un bebé no nacido, que en la culpa perfecta. Aléjate de las condenas absolutas
y estarás más libre de los engaños de tus propios miedos.
Todo radica en el deseo expreso y perseverante de entender y aceptar las
razones, condicionamientos, adicciones, deseos profundos y duras tentaciones
de los demás. Sólo cuando sientes que ya podrías disculpar a una per sona es
cuando puedes suponer que has empezado a vencer seriamente tus miedos.
El proceso de tratar de entender a mi prójimo me lleva a encontrar una serie
de obstáculos adentro de mí. Y esta es una de las leyes básicas en este tema:
nada avanzo en el conocimiento propio que no sea un avance en la capacidad de
compadecer y amar a mis hermanos; recíprocamente: nada avanzo en el amor hacia
mis hermanos que no me lleve a comprender y valorar mejor lo que soy ante
Dios.