Cristo y las mujeres
Fuente: Catholic.net
Autor: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma
En esta época en la que los movimientos feministas están tan de moda, me imagino
que más de alguna de sus líderes (y muchas de sus seguidoras) deberían alegrarse
sobremanera al leer algunas páginas del Evangelio.
Porque resulta que fueron mujeres las primeras destinatarias de los dos anuncios
más sublimes y extraordinarios de la historia de la humanidad. El anuncio de la
Encarnación del Hijo de Dios, que lo recibieron la Virgen María, y su prima
Isabel. Y el de la resurrección del Señor, que fue dirigido, a su vez, a unas
cuantas mujeres.
Sí, fueron ellas las que aquel día salieron, muy de mañana, hacia el sepulcro
para terminar de ungir el cuerpo del Señor; mientras ellos, los once apóstoles,
se estaban en casa, con las puertas cerradas, muertos de miedo. Y fue a ellas y
no a ellos, a las que Cristo resucitado quiso aparecerse en modo prioritario.
Ellas, las fieles, las que lo siguieron camino del Calvario hasta la cruz.
Ellos, en cambio, los infieles, los que se durmieron mientras Él oraba y luego
lo abandonaron en Getsemaní. Ellas, las valientes. Ellos, los cobardes. ¿Dónde
quedó el “aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré” de Pedro? ¿Dónde el
“vayamos y muramos con Él” de Tomás? Palabras; pero sin amor auténtico.
Es opinión común que en esto de la vida cristiana y del amor a Cristo, las
mujeres suelen llevarnos la delantera a los hombres. Ciertamente no todas ni a
todos. Pero me parece que muchos de nosotros, en vez de tildar de “cosas de
mujeres”, de beaterías o desatinos la fe y el amor de ellas, deberíamos sentir
cierta vergüenza y procurar imitar en eso su buen ejemplo.
Porque Cristo murió por todos, no sólo por unas cuantas incondicionales que lo
acompañaron camino del suplicio y al pie de la cruz. Él dio su vida también por
los que lo abandonaron o traicionaron, y por los que aún le gritamos que sólo si
baja de la cruz creeremos en Él y nos convertiremos a su amor. Cristo resucitó
para todos, no sólo para aquellas que se atrevieron a ir al sepulcro,
encontrándolo vacío. Resucitó igualmente para los incrédulos e indiferentes, y
para los que seguimos repitiéndole que si no vemos sus llagas y no metemos en
ellas la propia mano, no creeremos ni viviremos con aplomo nuestra vida
cristiana.
Asimismo hoy, Jesucristo viene a confirmar a todos los hombres y mujeres en la
certeza de una vida eterna. Él ya ha vencido a la muerte. Él está vivo. Y todos
deberíamos hoy romper el miedo y salir de casa -aunque no sea tan de mañana- e
ir al encuentro de Cristo resucitado. Todos deberíamos abrir de par en par la
puertas de nuestro corazón a Cristo e ir por el mundo seguros de nuestra fe,
orgullosos de ser lo que somos.
Ojalá que dejemos de ser los cristianos del ver para creer; y comencemos a ser
los cristianos del creer para amar, aún sin haber visto. Que siempre, pero en
especial este día, luzcamos un rostro radiante de felicidad como el de Cristo
resucitado.