CRISTO REY

Fuente http://www.accioncatolica.com/docum/docum04.htm

I. CRISTO REY.

“Cristo tiene que reinar”, dice San Pablo. Colabora a la construcción de ese Reino el que realiza el amor y la justicia, aunque no reconozca a Cristo explícitamente. De aquí la pregunta extrañada de los justos del Evangelio. Cada vez que acallamos un hambre, una sed o una soledad, extendemos el Reino de Cristo. Esta lucha contra el mal y el sufrimiento sólo termina con la aniquilación de la muerte. La fe en Cristo resucitado hace posible esa esperanza que anima sin descanso a la transformación del mundo hasta colocarlo bajo sus pies.

CRISTO REY Y LA ACCIÓN CATÓLICA.
Como miembros de la Acción Católica, celebramos a Jesús nuestro Rey, alejados de la imagen histórica de reyes y principados de este mundo, que El mismo desde el principio se encargó de diferenciar muy bien: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo de la misma manera que el Hijo del hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate de muchos”( Mt. 20, 25-28)
Por eso celebramos la alegría del servicio de trabajar en la construcción del reino de Dios, que presente entre nosotros, necesita germinar hasta la plenitud y cuyo Rey no tiene ejércitos, ni organiza combates, sino que ama profundamente a los hombres y los sirve hasta dar la vida para salvación de todos, a través de las más diversas acciones misioneras.
Fue el Papa Pio XI quien asoció a la Acción Católica con Cristo Rey, en aquella Encíclica Ubi Arcano (1922), donde hablaba sobre la realiza de Cristo y del Reino y nuestra finalidad de “restaurar la Paz de Cristo en el reino de Cristo”. Esta frase actualizada, es la que aún figura en nuestro ritual de oficialización en el momento que se nos entrega el escudito: “Recibe el distintivo y al hacer uso de él no olvides que es tu deber trabajar por la paz de Cristo, en el Reino de Cristo”.
Frase que anuncia la alegría de ser “invitados a la Viña”(Mt. 20, 1-2) para construir un Reino “que no es de este mundo”( Jn. 18,36) pero que crece en él y al que debemos amar porque por le dió la vida Cristo, realizando en medio de él nuestra vocación y misión propia de laicos.

En la Asamblea Diocesana iniciamos uno de los trabajos, mirando, observando, contemplando nuestro propio ambiente de trabajo, estudio, familia, parroquia, impregnando nuestra mirada con el texto del Evangelio que sigue:
“En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla, y abandonándolo todo, lo siguieron”. (Lc. 5, 1-11).

Observemos y contemplemos ahora a Pedro, cuando “se echó a los pies de Jesús”.
Nos puede ayudar:
1. Imaginar la mirada de Pedro hacia Jesús. Cuántas veces en mi vida he mirado al Señor con tanta admiración y reconociéndolo Hijo de Dios, mi Salvador, mi Rey?
2. Imaginar la mirada de Jesús a Pedro. Qué mezcla misteriosa de Amor y de Firmeza en esa mirada! Frente a un Pedro que duda, como puedo dudar yo, en diferentes momentos de mi día y de mi vida, Jesús dá señales inequívocas de su Reinado, de su Poder, de su Gran Amor por mí y por todos los hombres.
3. Me siento invitado por el Señor a echar las redes confiando incondicionalmente en El?



II. CRISTO REY. FIESTA DE LA IGLESIA.
FIESTA DE LA ACCIÓN CATÓLICA.
Somos convocados a una Fiesta.
¿Podemos festejar frente a tanto dolor en nuestra Iglesia y en nuestros ambientes?

HACER FIESTA, “CONTRA VIENTO Y MAREA”.
“Ciertamente, a veces uno tiene la sensación de que no son tiempos para andar haciendo fiesta. Hablar de fiesta en circunstancias tan duras como las que vivimos y en este mundo, tan herido por la pobreza y el dolor, suena casi irrespetuoso. Sin embargo, es necesaria la fiesta, no para alienarse, sino para juntar fuerzas.
Me vienen a la memoria dos escenas que, creo, pueden dar razón de esto que hemos dicho: una es bíblica. Está relatada en el Antiguo Testamento, en el libro de Nehemías.
El pueblo de Israel ha vuelto del destierro babilónico y se encuentra con una Jerusalén destruída, “la muralla en ruinas y sus puertas incendiadas”(recordemos que eran ciudades amuralladas a las que se accedía por grandes puertas). Todo un símbolo de devastación y tristeza.
En ese contexto de desolación es que se reunió todo el pueblo en la plaza, en torno al gobernador Nehemías, y a Esdras, el sacerdote, que les leía el libro de la Ley. Y viendo que la gente lloraba les dijo:
“Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios; no hagan duelo ni lloren. Vayan a casa, coman buenas tajadas, beban vinos generosos y envíen porciones a los que no tienen nada, porque hoy es día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes: la alegría en el Señor es vuestra fortaleza” ( Ne 8, 2-10).
Y dice que “el pueblo se fue, comió, bebió, envió porciones y organizó una gran fiesta (la fiesta duraba 8 días), porque habían comprendido lo que les habían explicado”. Y al día siguiente, los jefes de familia se reunieron para organizar la reconstrucción de la muralla.
Este Jubileo también es “un año de gracia” que necesitamos celebrar profundamente, aún en medio de las ruinas del corazón y del mundo por donde a veces nos parece caminar. Y no lo hacemos para “borrarnos” ni para negar que hay muchas cosas que no están como deberían. Sino para que, con el corazón renovado por la fiesta, podemos “al día siguiente” poner nuestras manos a la obra en lo que Dios nos pida personal y eclesialmente, en lo que haya que sostener o reconstruir.
El otro ejemplo habla de la fiesta “en pobreza”, y si bien hace referencia a una pobreza no tan común, porque es una pobreza elegida como modo de vida, creo que de todos modos el ejemplo nos sirve. Lo narra Julien Green en su biografía de San Francisco de Asís y lo comenta Martín Descalzo sabrosamente:
“Francisco y sus hermanos estaban en tiempo de rigurosos ayunos, y una noche, mientras dormían en una cueva Francisco oyó los lamentos de un hermano que gemía. Se levantó. Qué pasa hermano? ‘Lloro – respondió aquel- porque me muero de hambre’... Francisco entonces despierta a los demás hermanos y les explica que el ayuno está muy bien, pero que no pueden dejar que un hermano se muera de hambre. Y como tampoco deben dejarle que sufra la vergüenza de comer él solo, es necesario que todos los compañeros se levanten y se pongan juntos a comer con él. Y el hambre del hermano se convirtió en una fiesta, aunque la comida estuvo compuesta sólo de pan y unos pocos rábanos, pero bien regados por la alegría común.’
Es evidente que nadie, nunca, será capaz de curar todo el mal del mundo. Pero también es evidente que el amor avanza lenta e implacablemente. Lo urgente es compartir el pan hoy y acompañarlo hoy con el reparto de la alegría. Quien tenga pan, que lo reparta. Quien tenga pan y sonrisa, que distribuya los dos. Quien sólo tenga sonrisa, que no se sienta pobre e impotente; que reparta sonrisa y amor.
Porque el hambre volverá mañana, pero el recuerdo de haber sido querido por alguien permanecerá floreciendo en el corazón. Seguro que al buen fraile que se moría de hambre en los tiempos de Francisco, más que el pan y los rábanos lo alimentó el cariño de sus compañeros, que interrumpieron su sueño sólo para que aquel hambriento se sintiera participante de un banquete (de una fiesta) común”.
Cristo no quiere creyentes satisfechos. Por eso nos señala una meta: la perfección del Padre que está en el cielo. Esto es todo un desafío y un privilegio.
1. Me siento llamado personalmente por Jesús a dejarlo Reinar en mi corazón humilde y sencillo?
2. Estoy dispuesto a celebrar junto al Señor? Está mi grupo de Acción Católica dispuesto a celebrar?
3 Qué celebraré en este próximo Cristo Rey?


III. EL REINADO DE CRISTO: VOCACIÓN DE LA A.C.A.

El Reino de Dios no es proyección al futuro de las esperanzas no cumplidas y de la paciencia acumulada. No es “otro mundo”. El Reino es este mundo transformado, hecho nuevo.
El sueño y la realidad se mezclan. Entonces aparece el deseo de vivir en un mundo mejor, en una Iglesia mejor, donde los hombres se amen y se respeten sin miedos ni complejos, un mundo y una Iglesia donde la paz no sea sólo un tratado firmado con hipocresía, sino el mejor fruto de la justicia. Un mundo y una Iglesia, donde las miradas puedan cruzarse sin ser opacadas por la desconfianza y el engaño; un mundo y una Iglesia, donde todos los hombres puedan vivir dignamente, alimentarse y rezar. Alguien podría pensar que estos son sueños. Es un sueño hecho realidad, pues este mundo nuevo y esta Iglesia ya existen. Jesús lo ha inaugurado. Eso es lo que predicó incansablemente.
Construir este mundo y esta Iglesia, no es tarea de una o dos generaciones de hombres y mujeres de buena voluntad, sino que es fruto del trabajo permanente y silencioso de todos nosotros. Ese trabajo, que como todo trabajo necesita esfuerzo, y que solo perdurará si se inicia y se basa en la Oración y, fundamentalmente, en el alimento que El mismo dió: La Eucaristía.
Como miembros de nuestra Acción Católica, a donde Cristo mismo nos convocó a través de su LLAMADO, ¿somos concientes que el Señor nos miró, nos eligió, nos convocó a la Boda, nos hace participar YA de su Reino?

Muchos de nosotros somos oficializados o hemos realizado la promesa. En ese momento se nos entregó un distintivo, el escudito. Muchos más son convocados a comprometerse en esta hermosa vocación dentro de la Iglesia, para la Santificación de la misma Iglesia y de cada uno de nuestros ambientes.
Este distintivo que nos identifica, es signo y testimonio.
Así como la alianza matrimonial simboliza el amor conyugal, el hábito la consagración, la lámpara en el sagrario la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía, el distintivo simboliza la vocación apostólica del miembro de Acción Católica.
Ahora bien, ni la alianza hace al matrimonio, ni el hábito al monje, ni la luz a Cristo. Tampoco el distintivo hace a la Acción Católica ni a cada uno de sus miembros, pero es un testimonio, un anuncio y un compromiso.
Este signo, solo TESTIFICA el estido de vida que hemos elegido quienes lo llevamos, concientes de haber sido LLAMADOS.
El distintivo es: - una imagen que logra reunir un montón de vivencias, anhelos y tensiones que tironean el alma.
- señala una meta: la Cruz. Si observás el distintivo allí se distingue clara y centralmente la Cruz. Eso nos lleva decir junto a San Pablo “Lejos de mí gloriarme sino en la Cruz”.
- Representa la consigna por la que vivimos y nos movemos: Cristo en los ambientes, cada día.
Nuestro distintivo tiene:
- una forma: de escudo, como símbolo de que la construcción de la civilización del amor es una tarea tenaz, esforzada, activa, pero pacífica.
- Un estilo: que es sobrio, sencillo, como signo de la austeridad y espíritu que debe guiar nuestro peregrinar cotidiano, explicado con sabiduría de Dios en las Bienaventuranzas.

Hagamos realidad el llamado de Jesús en este momento de nuestra vida: “SEAMOS UNO PARA QUE EL MUNDO CREA”.

En forma individual y luego compartiendo en grupo, podemos entrar en intimidad con Nuestro Señor, contemplando su Rostro, a través de esta oración:
Señor Jesús, tu poder multiplica la obra del hombre.
Crece cada día, entre nuestras manos, la obra de tus manos.

Nos señalaste un trozo de la viña y nos dijiste: “Ven y trabaja”.
Nos mostraste una mesa vacía y nos dijiste: “Llénala de pan”.
Nos presentaste un campo de batalla y nos dijiste: “Construye la paz”.
Nos sacaste al desierto y nos dijiste: “construye la ciudad”.
Pusiste una herramienta en nuestras manos y nos dijiste: “Es tiempo de crear”.

Escucha Señor el rumor de la obra, ya que queremos que nuestras manos sean tu obra más hermosa, para la construcción de tu Reino.


IV. CRISTO REY. MISTERIO DE ESTA REALEZA.

1. Rey ante todo por su divinidad, ya que el Hijo, eterno y trascendente, es la Imagen perfecta del Dios invisible, su Palabra eterna, al tiempo que la base de sustentación, el vínculo de unidad y el principio arquitectónico de la entera creación. Todo fue hecho para El, por El y en El, y nada de lo que se hizo se hizo sin El, nos dice San Juan.
2. Rey por su encarnación. Así lo proclamó el ángel del Señor cuando anunció el prodigio: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
3. El quiere, sin duda, ganar el universo, pero prefiere hacerlo conquistando primero los individuos. Anhela ser Rey de nuestros corazones. Vino al mundo para dominar la rebeldía de los pueblos, pero ésta había surgido precisamente en el corazón del hombre que le negó su obediencia y su afecto.
4. Cristo quiere, pues poner su trono en nuestros corazones. Pero ello no es todo. También ha dicho: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Es el eco de lo que profetizara Daniel, según lo escuchamos en Dan. 7, 13-14: “Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas”. Efectivamente, Cristo quiere ser también el Rey de las sociedades. Los hombres no se independizan de El por el hecho de haberse organizado en sociedad. Hay quienes querrían ofrecer a Cristo el incienso de Dios, pero no el oro de su Realeza en el orden temporal. Y sin embargo el Apocalipsis nos describe al Cordero soberano, revestido con un largo manto en cuya orla está escrito: “Rey de los reyes y Señor de los señores”.
El Papa Pío XI instituyó esta Fiesta y tal es nuestra tarea, impregnar todo el orden temporal –la política, la economía, la cultura, el arte- con el espíritu del Evangelio.
5. No perdamos la confianza al menos en la victoria final. Frente a tantas personas y a tantas sociedades que se resisten a la acción redentora del Señor, y que parecen ir dominando el mundo, frente a la crisis que hoy sacude a la Iglesia y provoca en no pocos de sus hijos aquello que un sagaz teólogo contemporáneo dio en llamar la “apostasía inmanente” (“apostasía” porque con el corazón ya se han separado de la Iglesia; “inmanente” porque aparentemente siguen permaneciendo a ella). Frente a todo esto, a pesar de todo esto, nunca dejemos de esperar y de anhelar aquel Día en que el Reino de Cristo encontrará su realización plena.
Mientras quedamos esperanza un acontecimiento tan glorioso, se nos concede hoy, tomar parte en el Santo Sacrificio de la Misa. Así como la Cruz fue el trono real del Señor, el altar será el nuevo trono del sacrificio de Cristo.

Que Cristo penetre hoy en nuestros corazones como entró un día en el seno purísimo de su Madre, y encuentre que con los pañales de nuestra humildad hemos sabido prepararle en pequeño trono desde donde pueda reinar sin trabas sobre cada uno de nosotros.