¿CONVIENE EDUCAR AL NIÑO EN ALGUNA RELIGIÓN?
G. K. Chesterton
He aquí una frase que oí el otro día a una persona muy agradable e inteligente,
y que cientos de veces he oído a cientos de personas. Una joven madre me dijo:
"No quiero enseñarle ninguna religión a mi hijo. No quiero influir sobre él;
quiero que la elija por sí mismo cuando sea mayor".
Ése es un ejemplo muy común de un argumento corriente, que frecuentemente se
repite, y que, sin embargo, nunca se aplica verdaderamente. Por supuesto que la
madre siempre estará influyendo sobre su hijo. De la misma manera, la madre
podría haber dicho: "espero que escogerá sus propios amigos cuando crezca; por
eso no quiero presentarle ni a primas ni a primos".
Pero la persona adulta en ningún caso puede escaparse a la responsabilidad de
influir sobre el niño; ni siquiera cuando se impone la enorme responsabilidad de
no hacerlo. La madre puede educar al hijo sin elegirle una religión; pero no sin
elegirle un medio ambiente. Si ella opta por dejar a un lado la religión, está
escogiendo ya el medio ambiente; y además, un medio ambiente funesto y
contranatural.
La madre, para que su hijo no sufra la influencia de supersticiones y
tradiciones sociales, tendrá que aislar a su hijo en una isla desierta y allí
educarlo. Pero la madre está escogiendo la isla, el lago y la soledad; y, es tan
responsable por obrar así como si hubiera escogido la secta de los mennonitas o
la teología de los mormones.
Es completamente evidente, dicen, para quien piense durante dos minutos, que la
responsabilidad de encauzar la infancia pertenece al adulto, por la relación
existente entre éste y el niño, completamente aparte de las relaciones de
religión e irreligión. Pero la gente que repite esta fraseología no la piensa
dos minutos. No intentan unir sus palabras con una razón, con una filosofía. Han
oído ese argumento aplicado a la religión, y nunca piensan en aplicarlo a otra
cosa fuera de la religión.
Nunca piensan en extraer esas diez o doce palabras de su contexto convencional y
tratar de aplicarlas a cualquier otro contexto. Han oído que hay personas que se
resisten a educar a los hijos aun en su propia religión. Igualmente podría haber
personas que se resistieran a educar a los hijos en su propia civilización.
Si el niño cuando sea mayor, puede preferir otro credo, es igualmente cierto que
puede preferir otra cultura. Puede molestarse por no haber sido educado como un
buen sueco burgués; puede lamentar profundamente no haber sido educado como un
Sandzmanian. De la misma manera puede lamentar haber sido educado como un
caballero inglés y no como un árabe salvaje del desierto. Puede (con la ayuda de
una buena educación geográfica), mientras examina el mundo desde China al Perú,
sentirse envidioso por la dignidad del código de Confucio o llorar sobre las
ruinas de la gran civilización incaica.
Pero, evidentemente, alguien ha tenido que educarlo para llegar a ese estado de
lamentar tal o cual cosa; y la responsabilidad más grave de todas es tal vez la
de no guiar al niño hacia ningún fin.