CONTEMPLAR A DIOS EN LO COTIDIANO

 

Grupo de Oración Santa Catalina de Siena

 

 

Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3)

 

Dios nos está hablando continuamente en lo cotidiano. Dios está siempre presente. Podemos ir abriendo nuestra percepción de su Presencia.

El sentido que más nos abre a la realidad es la mirada, el ver. Por eso, para descubrir a Dios en nuestra vida hemos de pasar de una mirada superficial a una profunda. Así aprenderemos a contemplar la historia con los mismos ojos con que el Señor la mira y a descubrir su Presencia que se manifiesta... escondida.

Esto supone que el Señor nos enseñe:

·         a mirar con ojos nuevos tanto bien recibido;

·         a sorprendernos ante la realidad de tanta salvación que Él obra en  nosotros;

·         cuánto quiere seguir dándosenos en lo cotidiano;

·         a aprender a mirar cómo Dios habita en las criaturas;

·         cómo trabaja en nuestros corazones para sacar lo mejor de nosotros mismos;
           ser capaces de descubrir el trabajo que Dios va haciendo;

·         a descubrir todas las pequeñas cosas que cada día muestran a Dios;

·         a capacitarnos para recibir todo de Dios porque todos los bienes proceden de El.

 

Cuando el Señor nos enseña a mirar con ojos nuevos, nuestro corazón se abre, se expande. Vivir así nos hará más fácil encontrarnos con Dios en la vida. Podemos vivir las cosas y los acontecimientos por la fe, como un regalo, que no es ajeno a nosotros.

El estilo de vida de cada uno condiciona el encuentro con Dios pues hay una continuidad entre vida espiritual y vida cotidiana. La experiencia espiritual se va haciendo creíble en lo cotidiano y en nuestro estilo de vida. Que nuestro estilo de vida nos vaya haciendo más contemplativos...

 

¿Qué nos ayuda a vivir la contemplación integrándola en la vida?

 

·         Todo aquello que nos ayude a cuidar el fondo de nuestra vida. Hay que tener experiencia profunda de Dios para tener una mirada profunda. Cuidar el lugar que Dios ocupa en mi vida.

·         Espacios y tiempos para reconocer el paso de Dios en mi vida y para mantener fresca la memoria de Dios. Mantener viva la conciencia de que Dios está pasando por mi vida.

·         La oración hace visible que Dios es protagonista de mi vida. Me lleva al Encuentro. No es buena o mala según cómo me haya salido. La experiencia espiritual va más allá de la sensibilidad.

·         Ser constantes en la vida espiritual cuando las cosas no vayan bien, en los inviernos de nuestra vida. Resistir en los tiempos recios.

·         Descubrir la Presencia de Dios en lo que va sucediendo. Abrir los sentidos y la sensibilidad a lo que procede de Dios: <<por aquí está el Señor>>; <<me huele a Dios>>.

·         Que el estilo de vida nos vaya ayudando a ser dueños de nuestra vida. Que marquemos el ritmo de los acontecimientos y no dejar que los acontecimientos nos manejen.

·         Buscar con otros la voluntad de Dios. Dejarse acompañar, que otro me ilumine. Los que están cerca de nosotros también nos interpelan y nos hablan de Dios.

·         Que nuestro servicio y entrega a los demás no sea tanto una demostración de nuestras capacidades sino ayuda al otro, al más débil, al que incomoda, al necesitado con misericordia y humildad. Experimentar la pobreza, la ascesis del presente. Así nos iremos desposeyendo, siendo más gratuitos e incondicionales. Nos sacará de nuestro amor propio y de nuestro interés.

·         Recuperar toda la alegría escondida en las pequeñas cosas, que salen a nuestro paso.

 

La vida contemplativa se vive en lo cotidiano.

 

En silencio, releemos el texto y nos podemos preguntar:

 

¿Qué está haciendo Dios en mi vida?

¿Dónde lo reconozco?

¿Qué tentaciones empañan mis ojos y no me permiten contemplarlo? (La tentación de que el Espíritu Santo no tiene fuerza suficiente para sacar adelante mi vida o que sólo saldrá lo que yo sea capaz de hacer; o la urgencia, la impaciencia, la inercia, la superficialidad, la añoranza, la desesperanza, la ausencia de silencio y de escucha, etc.)

 

v      Canto: “Como un Niño pequeño”

 

Jesús bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todas las cosas en su corazón.

Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2,51-52)

 

Las cosas pequeñas (Alberto Rambla OP)

 

“A medida que el Señor iba entrando en mi vida, iba descubriendo  la necesidad de permanecer en su presencia. Cada día era revestido, al amanecer, de un nuevo deseo de moverme en Dios. Pude descubrir la presencia de Dios en cuanto me rodea y en el entorno mismo que me envuelve y comprendí que alcanzar la santidad es un largo camino en el que el hombre empeña toda su vida y cada instante de ella. Comprendí que cada llamada de Dios se realiza allá donde nos encontramos y el Señor me descubrió la santidad en las cosas pequeñas, en aquellas cosas que muchas veces se soslayan por carecer de importancia y por no ser visibles a los ojos de los hombres.

El Señor hizo que mi mirada se detuviera en aquellos pasajes que ningún evangelista escribió y de los cuales no nos ha llegado referencia ninguna: la vida oculta de Jesús. En ese ir encarnando su santidad en la humanidad que lo acogió, Jesús quiso expresarnos que la santidad se realiza en aquellas cosas de nuestra vida diaria, más aún, en la vida diaria vivida desde el amor al cumplimiento de la voluntad de Dios. Es ahí donde el hombre va encontrando al Dios con nosotros y al Dios que está ahí interviniendo, porque la presencia de su amor en nuestro corazón va transformando nuestra propia realidad para convertirla en la realidad de Dios vivo en nuestras vidas.

A partir de la contemplación de esos años de vida oculta, tomaron para mí una nueva dimensión las palabras de Pablo: <<nuestra vida está escondida con Cristo en Dios>>. Y el Señor me dio a conocer que la santidad que Él mismo vivió durante todos esos años fue una santidad impregnada de trabajo, de vida familiar y social, de actividades humanas, sencillas, posibles a todos los hombres.

Comprendí que precisamente, por la fidelidad al amor de Dios en esas cosas sencillas y comunes, Él mismo iba a ir transformando mi propia mirada para entregarme una nueva manera de ver la vida, las cosas y el mundo. Él mismo iba a asumir mi propia mirada para fundirla con la suya, con esa mirada llena de amor con que Él observa al hombre y al mundo. Por otra parte, al vivir lo cotidiano desde esa presencia constante del Señor, y al vivirlo buscando la presencia del Señor que lo alienta todo, Él se me iba a dar de tal manera que cada uno de mis alientos iba a estar sostenido por Él mismo.

Cuando reservamos nuestra vida de relación con Dios solamente a los momentos de oración, meditación, lectura espiritual, eucaristía nos vamos empequeñeciendo de tal manera que al final, el Señor se encuentra totalmente al margen de nuestro vivir y terminamos siendo cristianos que hablan muy bien de Dios, pero cuya vida está muy lejos de expresarlo.

El mismo Señor me recordó lo que había sido su propia vida: había escogido a doce hombres como discípulos, y los escogió entre los más humildes y sencillos – para que nunca nadie pudiera pensar que seguir a Jesús es cosa de aquellos que ya han alcanzado la santidad, sino de los sencillos – y conviviendo diariamente con ellos, éstos hombres alcanzaron la santidad a la que el Señor llama a todos los cristianos.

Para seguir el ejemplo de Jesús la vida cristiana debe estar centrada en ese vivir de tal manera al lado de Jesús que su propia vida se nos vaya comunicando día a día y se manifieste en cada una de nuestras vidas comunes.

Este fue el secreto de María: vivir de tal manera a Dios en todas las circunstancias y situaciones, que el Señor la llenó de sí mismo y engendró al Hijo de Dios. Esta es la actitud que María misma nos enseña con su propia vida. En ningún momento la vemos ocupando un lugar destacado a lo largo de todos los Evangelios. Por el contrario, llevando una vida escondida en Dios y viviendo al Señor en cada una de sus tareas. Ese fue el camino que el Señor estableció para alcanzar la santidad que Él mismo nos mandó. Cada una de nuestras acciones, cada uno de nuestros pensamientos, cada uno de nuestros deseos manifestados aún en el rincón más recóndito de nuestro ser y de nuestra vida puede ser revestido por una inspiración y revelación de Dios. Pensar que sólo en las grandes acciones o en los momentos de oración el Señor se nos hace sensible, es un error que debemos apartar de nuestra vida.

Dios quiere irradiarse al mundo desde la más pequeña de nuestras actividades y desde ella, llevar la salvación a los hombres de todos los tiempos y lugares. No importa dónde estés o lo que estés haciendo, Dios quiere salvar al mundo desde tu propia vida. Y porque Dios está presente en tus cosas diarias llenándolas de su amor, de su propia santidad, la santidad de Dios se irá manifestando en tu propia vida y, desde ella, irradiándose – sin darte cuenta de ello, pues es un don de Dios para los hombres – a todos los que te rodean.

Es en las cosas comunes, en las pequeñas, donde Dios se revela y se manifiesta a los pequeños, a sus hijos. Aprendí así a amar las cosas pequeñas, lo que los hombres no aman, lo que se hace sin que nadie te vea, lo que pasa inadvertido, y a amarlo porque el amor del Señor se me da en cada una de esas cosas y en ellas aprendí a amar a Dios.

Desde ese día aprendí que debía vivir a Dios, tanto en la oración como en la más insignificante de las tareas, pues tanto leyendo, escribiendo, acogiendo a un hermano o, simplemente preparando la comida del día, como desde la soledad y el silencio, el Señor se me regalaba como don de su amor.

Comprendí que la buena noticia de Jesús se proclama, no sólo desde un lugar de predicación o de oración, sino sobre todo, desde la vida misma con todas sus pequeñeces e insignificancias. Solamente cuando se vive en Dios y a Dios cada instante, la vida se impregna de la presencia de Dios y el hombre descubre a Dios y experimenta la presencia de ese Dios que lo inunda todo y llena el vacío de su ser.

<<Aquí estoy para hacer tu voluntad>> es vivir a Dios, en Dios y que Dios viva en ti cada instante de tu vida, ser una sola cosa con Él cada momento, sin que transcurra un solo instante en que todo tu ser no vibre ante la presencia de Dios”.

 

v   Podemos retomar alguna parte del texto que más nos diga y expresar nuestra oración.

 

v   Canto: “Como un niño pequeño.”

 

Te conozco. Me conoces.

 

Sé de Ti mucho más de lo que hubiera imaginado. Siento de Ti todo lo que te ocurre. Quiero de Ti todo lo que sea tuyo.

Tú. Te encuentro allá donde pareciera que todo acaba. Te veo al principio y al final de mi vida. Y en cada momento, en el más pequeño... estás Tú. Ya no sé decir otra palabra: Tú.

Hoy quiero hacer un largo viaje. Un viaje que atraviese mis barreras, mis proyectos, mis ilusiones..., un viaje que vaya más allá. Andar el camino de mi vida... de modo que ocupes Tú mi vida y Tú seas el ritmo de mi marcha, y el aliento... y la mañana, y la noche... y la brújula... y el oasis. Quiero que Tú seas mi viaje.

He aprendido con los ojos del amor a mirarte. Y por lejos que te vea, me tienes admirado. Me tienes hasta lo más íntimo de mi ser.

Ya no sé mirar a otra parte, ni caminar en otra dirección, ni querer casi ni respirar... sin Ti. Como un niño pequeño. Pero siento que he crecido lo suficiente para darte todo lo que soy capaz de sostener ahora en mis manos.

He aprendido a ver en Ti, a leer en Ti mi corazón. Todas las señales de mi vida aparecen en tus ojos. Y lo mayor, mi mayor tesoro, está en tus ojos, Jesucristo.

Todo mi ser se expande. Todo mi ser se queda quieto, como absorto. Es la paz.

Tendremos que darnos prisa. Para gozar y para sufrir. Para reír y para llorar. El viaje, que sea para siempre. Así será una buena señal de Quien nos ama.

Como yo a Ti. Como Tú a mí. Esta es la promesa de mi amor. Como yo a Ti. Como Tú a mí.

 

 

v      Todos juntos, rezamos esta oración pidiendo la gracia de reconocer el Paso de Jesús cada día de nuestra vida...

 

Incontables las veces, Amigo y  Señor,

que te haces Presencia entrañable,

Camino y Misterio, Maestro y Amor.

¡Te haces encuentro de tantas maneras!

¡Hablas en tantos silencios!

¡Confías en tantas palabras!

¡Esperas en tantos desvelos!

¡Te escondes en tantos pequeños!

Incontables las veces

que mis ojos desesperanzados

no reconocen que pasas cercano,

rompiendo ataduras,

cambiando proyectos, aclarando afanes,

avivando el mirar con entraña

a los rostros de tantos hermanos cercanos,

de lejos,

que son transparencia y huella de ese paso tuyo.

Señor de la historia, Señor de mis años,

tu presencia en el hoy de mi vida

viste ropas de lo cotidiano.

Conoces mis sueños, mis sombras, mis luces,

mis penas, mis alas sin vuelo,

mis pasos desasosegados...

Me conoces y sabes que me cuesta verte

en el <<paso a paso>>,

en lo rutinario, en el <<día a día>>,

en lo no brillante, en lo limitado.

¡Límpiame los ojos, mi Dios hecho hermano!

Me conoces y sabes que no me acostumbro a tu traje,

ropaje de pocos colores, concreto,

común, desgastado.

¡He buscado tu rostro, Señor de mis años!

Mis ojos han visto en tu paso,

señal de alianza, amor extremado.

Con gran confianza se han vuelto

buscando los tuyos,

pidiendo la gracia, la fuerza, el descanso.

Compañero siempre, mi Dios alfarero,

hazme a tu manera, cántaro sencillo,

de paz, de silencio,

de gratuidad hecha entrega.

Señor de mi vida, amigo, hermano,

hazme a tu manera, gesto cotidiano

de fe, de escucha, de ofrenda, de abrazo.

¡Mi Dios entrañable, mi Dios compañero,

gracias por tu paso!

 

Octubre 2006