Autor: Germán Sánchez Griese
 

Comunicar el empuje evangelizador a los laicos

 

El magisterio de la Iglesia ha expresado en los últimos años la imposibilidad de llevar a cabo la tarea de la nueva evangelización sin la ayuda de las almas consagradas, y en especial de las mujeres consagradas

 

Una asignatura pendiente…

Desde que Cristo antes de su ascensión nos dejó su mandato de “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (Mt. 28, 19) los cristianos tenemos una asignatura pendiente: la evangelización del mundo.


Diversas han sido las etapas por las que ha tenido que pasar la evangelización y nunca podemos dar por supuesto aquel dicho de que “tiempos pasados siempre fueron mejores”, Cada uno de los períodos históricos ha tenido sus avatares y sus vicisitudes y siempre el Espíritu ha asistido a hombres y mujeres en esta gran tarea.


Junto con la fe en la misión, la esperanza en los logros y el amor que debe inflamar cada acción evangelizadora, como parte del amor conviene que los hombres y mujeres empeñados en la evangelización analicen los signos de los tiempos con el fin de desarrollar mejor su cometido. Hoy más que nunca nos impele el aprovechar al máximo todos los recursos a nuestra disposición como pueden ser el personal, los medios y, sobretodo, el tiempo. Los resultados podrán medirse por la eficacia con la que sepamos asignar a todos esos recursos su papel dentro de la evangelización. La mejor asignación de los recursos escasos no sólo es obra de la economía, sino del amor, pues como ha dicho un autor espiritual de nuestros tiempos no querer lo mejor para del Amado es indiferencia, lo contrario del amor.


Nuestra sociedad no es ni mejor ni peor que las sociedades que han existido en otros tiempos. Partir de un juicio peyorativo o laudatorio sería partir de una pista falsa, lo cual no permitiría al evangelizador ser objetivo en el buscar los medios más adecuados para “enseñar a guardar todo lo que Cristo nos ha mandado”(Mt. 28, 19). Debemos dar por supuesto que el programa de trabajo es el mismo, ayer, hoy y siempre: “El nuestro es un tiempo de continuo m ovimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del « hacer por hacer ». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando « ser » antes que « hacer ».” De esta forma, los evangelizadores del nuevo milenio, aquellos que llevarán a cabo el mandamiento de Ir y enseñar deben primero ser antes que <7>hacer El programa se centra por tanto en tener a Cristo como el eje de todo el programa de la evangelización, expresado en el mismo documento de Juan Pablo II, antes citado: “No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálo go y una comunicación eficaz. Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio.”


Necesariamente los evangelizadores deben tomar en cuenta el tiempo y la cultura si quieren en verdad que el evangelio penetre en la vida de las personas y pueda así cambiar la cultura de la sociedad. Pero bien sabemos que la tarea que nos une a todos los agentes de la evangelización es precisamente la nueva evangelización proclamada por Juan Pablo II y recogida en todas las exhortaciones que hablan sobre la situación de la Iglesia en el mundo. Así, para Oceanía leemos: “La generazione attuale di cristiani è chiamata e inviata a realizzare una nuova evangelizzazione tra i popoli dell´Oceania, una nuova proclamazione della permanente verità evocata dal simbolo della Croce del Sud. Questa chiamata alla missione pone grandi sfide, ma apre altresì nuovi orizzonti, ricolmi di speranza e persino di un senso di avventura.” En África encontramos: “Es necesario, pues, « que la nueva evangelización esté centrada en el encuentro con la persona viva de Cristo ».« El primer anuncio debe tender, por tanto, a hacer que todos vivan esa experiencia transformadora y entusiasmante de Jesucristo, que llama a seguirlo en una aventura de fe ».Tarea, ésta, singularmente facilitada por el hecho de que « el africano cree en Dios creador a partir de su vida y de su religión tradicional.” Para Asia, el mensaje es: “La nueva evangelización, como invitación a la conversión, a la gracia y a la sabiduría, es la única esperanza auténtica para un mundo mejor y para un futuro más luminoso.


La cuestión no consiste en si la Iglesia tiene algo esencial que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino más bien si lo puede decir con claridad y de modo convincente.” Y en el continente americano, precisamente en dónde Juan Pablo II acuño el término nueva evangelización, leemos: “Al aceptar esta misión, todos deben recordar que el núcleo vital de la nuev a evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado a través de su misterio pascual.” Y para Europa tenemos lo que puede ser una exclamación desgarradora, nacida de un gran corazón de padre que ha nacido y vivido en suelo europeo: “¡Iglesia en Europa, te espera la tarea de la « nueva evangelización »! Recobra el entusiasmo del anuncio. Siente, como dirigida a ti, en este comienzo del tercer milenio, la súplica que ya resonó en los albores del primer milenio, cuando, en una visión, un macedonio se le apareció a Pablo suplicándole: « Pasa por Macedonia y ayúdanos » (Hch 16, 9). Aunque no se exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y verdadera que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una esperanza que no defrauda.


A ti se te ha dado esta esperanza como don para que tú la ofrezcas con gozo en todos los tiempos y latitudes. Por tanto, que el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la esperanza, sea tu honra y tu razón de ser. Continúa con renovado ardor el mismo espíritu misionero que, a lo largo de estos veinte siglos y comenzando desde la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, ha animado a tantos Santos y Santas, auténticos evangelizadores del continente europeo.”


Hemos querido ser prolijos en la colección de textos para darnos cuenta la importancia que la evangelización, la nueva evangelización, tiene en nuestro tiempo y para todas las culturas. Los retos a los que se enfrenta nuestra sociedad son variados y difíciles , pero no imposibles de superar. Y son los mismos retos los que perfilan el tipo de evangelización que se requiere para imbuir de evangelio las realidades terrenas. La tarea que hoy llama a nuestra puerta es la de la nueva evangelización, “compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión.” Es hoy un imperativo para toda la Iglesia. El ardor, el empuje, el celo apostólico, la militancia son términos que de alguna manera quieren expresar la característica principal que deberá seguir la transmisión del mensaje en el Tercer milenio. Sólo con un empuje evangelizador podrá resolverse positivamente la asignatura que hoy todos, laicos y consagrados tenemos pendientes. Cómo vivir este ardor misionero, este empuje evangelizador será parte de nuestro artículo que discutiremos a continuación.


¿Quiénes son los actores de la nueva evangelización?
Nos debe quedar claro que el trabajo de la nueva evangelización es un trabajo destinado a todos los católicos. Si en algo ha insistido el Concilio es en la corresponsabilidad de todos los bautizados por propagar la buena noticia. No hay ya cristianos de primera o de segunda clase, meros espectadores del trabajo de otros. Todos somos corres ponsables en la evangelización del mundo: “Por lo cual todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización.”


Como toda obra eclesial, la evangelización contempla una división de funciones, manteniendo siempre la unidad. Esta división no se realiza por la importancia que unos puedan tener por encima de otros, sino en base a la diferente función que cada uno está llamado a realizar por ministerio propio. Tenemos así como al sucesor de Pedro le toca la labor de enseñar la verdad , a los obispos, sucesores de los Apóstoles, la autoridad de enseñar , el testimonio es función esencial para los religiosos y para los laicos la de instaurar el reino de Cristo en todas las realidades terrenas . Son por tanto distintas funciones en orden a realizar con mayor eficacia la labor de la evangelización.


De esta diferencia queremos partir para expresar una realidad nada despreciable en la nueva evangelización: la importancia que tienen las mujeres consagradas de frente a los laicos. El magisterio de la Iglesia ha expresado en los últimos años la imposibilidad de llevar a cabo la tarea de la nueva evangelización sin la ayuda de las almas consagradas, y en especial de las mujeres consagradas: “También el futuro de la nueva evangelización, como de las otras formas de acción misionera, es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas.” . Pero esta ayuda, lejos de ser algo irreal o meramente imaginaria, viene a sintetizarse en el ardor misionero como catalizador de todas las funciones que deben llevarse a cabo en la evangelización. A nuestro parecer, la función primaria de las mujeres consagradas es saber transmitir el ardor por la nueva evangelización, ardor que se traduce en impulso misionero.


¿En qué consiste el e mpuje evangelizador?
Bien sabemos que la evangelización requiere de distintas etapas. “La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado.” Todos estos elementos no pueden vivirse bajo la perspectiva de una institución social en donde se deben cumplir determinados procesos para ser admitido. El proceso puede llevarse a cabo por distintos agentes de la evangelización, sin importar que éstos sean sacerdotes, religiosos o laicos. Sin embargo, deben ser vividos, sostenidos e impulsados por el amor. Este es el elemento que hace que se verifiquen los demás pasos del proceso. Sin este amor, que podemos traducir por ardor misionero o empuje evangelizador, es muy fácil desvirtuar la labor evangelizadora o caer en la desesperación, el cansancio, la tristeza. Evangelizar hoy en ciertos ambientes no es nada fácil. Pensemos lo que significa anunciar el evangelio en sociedades como la europea en donde tal parece que los hombres vivieran como si Dios no existiese, o sociedades que nunca han oído hablar de Jesucristo como en ciertos lugares de Asia o de África, e incluso enfrentar peligros de todo tipo de frente a quienes rechazan el evangelio de Jesucristo. Sin un ardor misionero que mantenga siempre vivo el interés por evangelizar, es difícil poder perseverar en esta tarea.


El empuje misionero nace teológicamente hablando del mismo amor de Dios hacia la humanidad, que no duda de enviar a su Hijo para la salvación de los hombres. Y este mismo celo o ardor lo vemos en Jesucristo, que viene enviado por el Padre para cumplir con una misión . El empuje misionero brota de un verdadero amor a Cristo y un amor al prójimo que impele a contagiar la felicidad del evangelio que cada evangelizado vive en primera persona. Quien en verdad vive un proceso de conversión constante no puede dejar de experimentar una felicidad tal que se traduce en compromiso por transmitirla a los demás. La evangelización no es más que compartir lo que se vive. Y es precisamente este afán, esta ilusión la que se traduce en fuerzas, en energías por utilizar nuevos métodos, nuevas técnicas y por conquistar, uno a uno, almas para Cristo .


Hoy vivimos la nueva evangelización en todo el mundo. Sin embargo, los resultados son muy diversos. Ahí en dónde se vive el ardor misionero, pueden verse comunidades católicas gozosas de vivir el evangelio. Los resultados no están asociados por tanto a la aplicación del proceso evangelizador, sino al empuje evangelizador con el que se aplica dicho proceso. En donde el amor está como fundamento del evangelio, los resultados se ven a todas luces. Y este amor, este fervor por anunciar el evangelio se alimenta, de acuerdo a las palabras del apóstol San Pablo: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amán doos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con un espíritu fervoroso; sirviendo en el Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad (Rm. 12, 9 – 13).


Sin este celo evangelizador fácilmente los obstáculos aparecerán y serán imbatibles: “Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y de esperanza.” Por ello es necesario fomentar constantemente este empuje evangelizador. No es una virtud con la cual se nace, sino que como toda virtud hay que cultivar. Para ello, los evangelizadores harán muy bien en tomar conciencia de la misión. Saber que lo que está en juego es la salvación de las almas, y no sólo de las almas en general, sino de cada una de las almas en forma individual. La evang elización no es un proceso en masa, sino un proceso individual que propone un mensaje y que tiene que ser aceptado en la libertad de las personas . Por ello el evangelizador debe reflexionar siempre en lo que Dios ha puesto en sus manos como valor infinito para sus prójimos. “Debe comprender (el evangelizador) que su misión se identifica con la misión de Cristo y, por tanto, que su vocación y su vida se injertan en la historia de la salvación. Desde el momento en que percibió la llamada de Dios (como evangelizador), su historia personal se ha convertido en historia sagrada.”


¿Por qué las mujeres consagradas poseen este “empuje” evangelizador?
Hemos visto cómo el Concilio Vaticano II ha despertado la conciencia por un renovado empeño en la labor de la evangelización, descubriendo de manera especial el carácter apostólico de los laicos. No puede concebirse por tanto un laico de brazos cruzados es decir, un bautizado que no se empeñe en transmitir el mensaje del evangelio. Como la misión de la Iglesia es una, todos los fieles estamos llamados a participar en ella, cada uno desde su vocación específica, ya que, si bien la misión es una, no todos participamos en la misión de la misma manera.


Hay quien tiene que enseñar, quien debe santificar, quien tiene que gobernar. Y esto es aún más evidente en el mundo de la consagración, en donde cada carisma específico posee una misión particular dentro de la misión general de toda la Iglesia. No puede por tanto reducirse la variedad carismáticas por razones de escasez de personal, dificultad por afrontar los retos de apostolado, etc. Puede hablarse de cooperación entres los carismas, pero no de desaparición de los carismas, pues se perderían campos muy específicos de la misión de la Iglesia.


Y así como existe esta diversidad de carismas entre las congregaciones religiosas, cooperando cada una de ellas en la misión global de la Iglesia, así lo s laicos y las mujeres consagradas realizan labores específicas para completar la misión de la Iglesia. “Es cierto que la misión de la Iglesia es única en el sentido que no tiene otra misión que Cristo le ha confiado. Y también es cierto que es común a cada cristiano la misión fundamental de vivir y actuar siempre en modo coherente con las exigencias de la vida cristiana. Pero esto no permite reducir la misión global de la Iglesia a la misión que puede y debe realizar cada persona cristiana, ni permite afirmar que la misión es totalmente idéntica a todos y cada uno de los cristianos.” Sin establecer una jerarquía de inútiles consecuencias, podemos decir que existe una misión en la Iglesia para los laicos y una misión en la Iglesia para las mujeres consagradas.


En la mujer consagrada la misión está especialmente unida a la nueva y especial consagración que recibe al momento de consagrarse perpetuamente a Dios. Por la especial dedicación que tiene a Dios, la mujer cons agrada no sólo puede dedicarse íntegramente a las obras específicas que le marca la congregación o el instituto religioso, sino, y más importante todavía que las obras, puede dedicar todo su ser a la misión de la Iglesia. Es decir, pone todo su ser a disposición de la misión de la Iglesia. De esta manera se establece una simbiosis entre vida consagrada y vida de la Iglesia: la vida de una mujer consagrada sólo puede ser entendida dentro, en y para la misión de la Iglesia. Por ello, en la medida en que la mujer consagrada se conforme más con la persona de Cristo, en esa medida podrá cumplir mejor con la misión que la Iglesia le ha encomendado.


Y no nos estamos refiriendo meramente a las obras apostólicas cuando hablamos de misión. Más bien pensamos al testimonio personal, ya que la vivencia de los consejos evangélicos es de por sí una gran obra de apostolado, pues permiten contemplar ya en esta tierra los bienes de la otra vida, de los cuales los consejos evangélicos son ya prenda de la visión beatífica. “En realidad la misión apostólica, antes que en la acción, consiste en el testimonio de la propia entrega plena a la voluntad salvífica del Señor.”


La vida de una mujer consagrada es por tanto una vida en constante misión, porque su vida y la misión de la Iglesia han quedado unidas perentoriamente en el momento de la consagración religiosa, hasta poder llegar a exclamar con San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí.” (Gal. 2, 20). Este carácter especial de su misión puede ser vivido, sin embargo con diversas tonalidades, de acuerdo al amor que cada mujer consagrada tenga por Cristo y por la humanidad. Puede ser mediocre y transcurrir la vida replegada en sí misma. Puede ser un amor lleno de reparos y así pasarán los años en el miedo, en las entregas a medias. O puede ser un amor que lo lleve a entregar todo, a pesar de las dificultades, y entonces será un amor lleno de empuje, de celo por las almas. Sólo qu ien se deja poseer verdaderamente por Dios, es capaz de hacer algo por ella misma y por los demás. “El fuego del amor, que el Espíritu infunde en los corazones lleva a interrogarse constantemente sobre las necesidades de la humanidad y sobre cómo responder a ellas, sabiendo que sólo quien reconoce y vive la primacía de Dios puede realmente responder a las auténticas necesidades del hombre, imagen de Dios.”


Y para vivir este empuje evangelizador, la mujer consagrad no se encuentra sola, pues cuenta con el carisma de la Congregación. Es allí, en la espiritualidad, en las sanas tradiciones, en la vida fraterna en comunidad, en las diversas obras de apostolado, en donde encuentra la fuente, las energías y los medios para forjar este celo por las almas. Si la vida de la consagrada es una constante donación al Padre, por el Hijo, a través del espíritu Santo, el carisma es el punto de convergencia de la llamada del Padre a seguir la vida del Hijo. Y el papa Juan Pablo II, haciéndose eco de las disposiciones conciliares que pedía, como punto esencial para la renovación de la vida consagrada el volver a los orígenes , proponía la vida de los fundadores como un ejemplo para seguir en el empuje misionero: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.”


Es por ello que la mujer consagrada puede tener un empuje evangelizador, pues está llamada a reproducir las cualidades evangelizadoras más específicas de su fundador o de su fundadora, partiendo, lógicamente, de una profunda vida espiritual, a semejanza de sus mismos fundadores. Los retos a los que debe enfrentarse la vida consagrada en nuestros días podrían vencerse más fácilmente si la mujer consagrada pudiese estudiar alguna virtud de su fundador o fundadora y la llevará ala práctica en su vida diaria.


¿Cómo puede comunicar el empuje evangelizador?
La evangelización no es una labor meramente institucional en donde a través de unas estructuras, un programa, un guía y un calendario, se obtienen los resultados deseados. La conversión verdadera de las almas, el seguimiento de Cristo, requiere, cierto, de algunas planeaciones e instituciones que la sostengan, pero sobretodo es necesario la labor de hombre y mujeres apasionados por la misión para seguir de cerca de cada una de las almas confiadas.


La nueva evangelización no podrá llevarse a cabo sin un seguimiento personalizado a los agentes de la evangelización y a las almas evangelizadas. Son más bien pasos individuales que deben ser vividos en primera persona y acompañados por alguien que sirva de maestro y de guía. Aún más, en nuestra sociedad contemporánea, refractaria a los valores espirituales y trascendentes, apoyándose en un individualismo exasperado, este acompañamiento se convierte en un elemento esencial del proceso de evangelización.


Para quien es evangelizado, el acompañamiento espiritual personalizado, la dirección espiritual, no puede ser un elemento impuesto, sino propuesto al neófito. Es fruto de un amor personal a la persona que viene acogida en el seno de una nueva comunidad, la comunidad ya evangelizada. Es el amor a la misión, el empuje misionero, el ardor por la misión, la que hace capaz de poner a disposición de las personas que viven este paso del neo-paganismo a la vida de fe, momentos de diálogo, de confronto, de evaluación personal. Sólo de esta manera se puede transmitir la fe con plenitud, como una experiencia personal y no como una serie de normas o datos que deben ponerse en práctica. Si la evangelización es ante todo una transmisión de un mensaje, esta transmisión no puede renunciar a su carácter personal.


Y para quien es agente de evangelización, el ejemplo de las mujeres consagradas, dedicadas de por vida a la misión, re sulta significativo el hecho de poder contar con ellas como “expertas” no sólo en las técnicas de la evangelización, sino en la animación de dicha evangelización. La mujer consagrada, con el patrimonio espiritual que posee puede ser la inspiradora de programas de evangelización, pero sobretodo, puede animar y dirigir dichos programas de evangelización. A través del coloquio frecuente, de la revisión de dichos programas, la mujer consagrada puede animar comunidades de evangelización en los diversos puestos que la obediencia le ha asignado, sirviéndose de los laicos para llegar a lugares en dónde ella no puede llegar.


No es necesario estudiar mucho para transmitir el empuje evangelizador a los laicos a través de la dirección espiritual. Basta que la mujer consagrada desarrolle un gran don que ha recibido y que le permite entender a los hombres hasta en el más íntimo de sus sentimientos. Un don que para el neófito se hace caricia materna en su camino de la fe y para el agente evangelizador se convierte en mano segura y firme en su trabajo apostólico. Es el don de la maternidad espiritual. “una vez purificados algunos aspectos de la personalidad, el ofrecimiento de sí se eleva a Dios con mayor pureza y generosidad, y revierte en los hermanos y hermanas de manera más sosegada y discreta, a la vez que más transparente y rica de gracia. Es el don y la experiencia de la paternidad y maternidad espiritual.”


Bibliografía
Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio ineunte, 6.1.2001, n. 15.
Ibidem., n. 29.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Oceania, 27.11.2001, n. 13. No existe la traducción oficial del texto en español.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Africa, 14.9.1995, n.57.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Asia, 6.11.1999, n.29
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in America, 22.1.1999 , n.66
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 45.
No es nuestro objetivo en este artículo hacer un elenco detallado de todos los retos a los que se enfrenta la nueva evangelización en el mundo. Ésta es la tarea de los evangelizadores. Bástenos señalar algunas de las características más importantes que pueden resumirse en lo dicho por Juan Pablo II en la Carta apostólica Novo Millennio ineunte, 6.1.2001, n. 51.
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del Celam en Port-au-Prince, 9.3.1983.
Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 36
“El Sucesor de Pedro, por voluntad de Cristo, está encargado del ministerio preeminente de enseñar la verdad revelada. El Nuevo Testamento presenta frecuentemente a Pedro "lleno del Espíritu Santo", tomando la palabra en nombre de todos. Por eso mismo San León Magno habla de él como de aquel que ha merecido el primado del apostolado. Por la misma razón la voz de la Iglesia pr esenta al Papa "en el culmen —in apice, in specula—, del apostolado". El Concilio Vaticano II ha querido subrayarlo, declarando que "el mandato de Cristo de predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) se refiere ante todo e inmediatamente a los obispos con Pedro y bajo la guía de Pedro".” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 67)
“A los obispos están asociados en el ministerio de la evangelización, como responsables a título especial, los que por la ordenación sacerdotal obran en nombre de Cristo (103), en cuanto educadores del pueblo de Dios en la fe, predicadores, siendo además ministros de la Eucaristía y de los otros sacramentos.” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 68).
“Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta san tidad de la que ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos.” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 69).
“Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —esa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (Concilio Vati cano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 70).
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 57.
Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 24.
“Ser Iglesia es ser misión. En primer lugar porque la Iglesia nace del movimiento que se inicia en el seno del Abbá y que envía a su Hijo al mundo para reunir a todos los hijos dispersos. La missio Dei tal como se refleja en la misión del Hijo es la razón de ser de la Iglesia: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único; tanto amo Dios al mundo que le entregó a la Iglesia, <> (LG9). La Iglesia nace también de la missio Dei, en cuanto misión y e-misión del Espíritu.” José C.R. García Paredes, Teología de la vida religiosa, BAC, Madrid, 2002, p. 167.
Debemos cuidar de no quedarnos ahogados en los métodos, las estructuras, los planes. Muchas veces las diócesis y las congregaciones religiosas producen planes pa storales que son verdaderas joyas de la evangelización, pero que quedan atrapados en la burocratización. Así lo ha expresado Alessandro Pronzato cuando dice: “El peligro en nuestros días, en el campo de la caridad cristiana, puede ser el dar una importancia mayor a la organización, a las estructuras, a las formas exteriores. La burocratización termina por sofocar la espontaneidad, anular la búsqueda de relaciones personales, cancelar la atención a los individuos en particular.” Alessandro Pronzato, Alla ricerca delle virtù perdute, Piero Gibraudi editore, Milano, 2000, p. 199.
Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelio nuntiandii, 8.12.1975, n.80.
Al hablar de celo misionero, ardor y empuje evangelizador no debemos olvidar que esta cualidad no está peleada con la libertad de las personas. Nuestra época, tan reacia a las dictaduras militares y tan favorable a la libertad individual hasta llegar a exaltar la libertad como valor supremo, ve con ojos cautelosos todo aquello que tenga referencia con militancia, conquista de las almas, lucha y combate. Nada más lejos del concepto de ardor y empuje misionero que no son sino términos que quieren expresar el amor de caridad hacia los hombres que busca contagiar la felicidad del evangelio, utilizando para ello los más y mejores medios lícitos puestos a disposición del evangelizador. Recordemos a este respecto las palabras de Pablo VI: “Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer —sin coacciones, solicitaciones menos rectas o estímulos indebidos—, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante. O, ¿puede ser un crimen contra la libertad ajena proclamar co n alegría la Buena Nueva conocida gracias a la misericordia del Señor? O, ¿por qué únicamente la mentira y el error, la degradación y la pornografía han de tener derecho a ser propuestas y, por desgracia, incluso impuestas con frecuencia por una propaganda destructiva difundida mediante los medios de comunicación social, por la tolerancia legal, por el miedo de los buenos y la audacia de los malos? Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su reino, más que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir a través de él, el anuncio de la Buena Nueva de la salvación. Esta salvación viene realizada por Dios en quien El lo desea, y por caminos extraordinarios que sólo El conoce. En realidad, si su Hijo ha venido al mundo ha sido precisamente para revelarnos, mediante su palabra y su vida, los caminos ordinarios de la salvación. Y El nos ha ordenado transmitir a los demás, con su misma autoridad, esta revelación. No sería inútil q ue cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza —lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio—, o por ideas falsas omitimos anunciarlo? Porque eso significaría ser infieles a la llamada de Dios que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en árbol y produzca fruto. Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas.” Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelio nuntiandii, 8.12.1975, n.80.
Marcial Maciel, La formación integral del sacerdote, BAC, Madrid, 1994, p. 108.
Ángel Pardilla, cmf., Vita consacrata per il nuevo millennio , Libreria Editrice Vaticana, 2003, p. 1390.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 30.
Ibidem. n. 44
Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9.2005.
“Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2b.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 37.
Ibidem. n. 70.