Cómo vivir un Desierto.

(P. Ignacio Larrañaga)


La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón. Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así lo hicieron los profetas, los santos y sobre todo, Cristo.

Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos diarios, unas cuantas horas cada quince días. Tiempos fuertes no sólo para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad interior, la serenidad, y la paz; porque de otra manera las gentes acaban por desintegrarse en la locura de la vida.

Si salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a tí: ¿de qué? del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se quiere.

Cuando se dedica al Señor un día entero (al menos unas siete horas) en silencio y soledad, a este día se le llama Desierto. Para hacer un Desierto es conveniente, casi necesario, salir del lugar donde uno vive o trabaja, y retirarse a un lugar solitario, sea campo, bosque, montaña o una Casa de Retiro. Desierto es un tiempo fuerte dedicado a Dios en silencio, soledad y penitencia.

Es conveniente disponer de un conjunto de textos bíblicos, salmos, ejercicios de relajación... No olvidarse de llevar un cuaderno para anotar impresiones.

Pauta orientadora:

1. Utiliza esta pauta con flexibilidad porque el Espíritu Santo puede tener otros planes. Debes dar un margen a la espontaneidad de la Gracia. Por ejemplo tienes que tomar con mucha libertad los minutos que asigno a cada punto.

2. Una vez que llegues al lugar donde va a transcurrir el día, comienza con una lectura rezada de salmos. Se trata de preparar y ambientar el nivel profundo de la persona, el nivel del espíritu. Unos sesenta minutos.

3. En caso de que te encuentres en estado dispersivo, prepara tu nivel periférico con ejercicios de relajación, concentración y silenciamiento. Unos treinta minutos. A lo largo del día puedes repetir estos ejercicios, pero, de entrada, es necesario conseguir un estado elemental de serenidad.

4. Diálogo personal con el Señor Dios, diálogo no necesariamente de palabras sino de interioridades, hablar con Dios, estar con El, amar y sentirse amado...Es lo más importante del Desierto. Unos sesenta y cinco minutos.

5. Por ser un día intenso en cuanto a la actividad cerebral, es conveniente que haya varios intervalos de descanso en que lo importante es no hacer nada, sólo descansar.

6. No puede faltar en el Desierto, una prolongada lectura meditada, utilizando los textos bíblicos, confrontando tu vida personal y apostólica con la Palabra de Dios. Unos ochenta minutos.

7. Tampoco debe faltar un sabroso y prolongado diálogo con Jesucristo, expresamente con El. Hablar con El como un amigo habla con otro amigo, haciendo mentalmente un paseo con El por los caminos de la vida, solucionando las dificultades. Unos cincuenta minutos.

8. Un ejercicio intensivo de abandono: sanar de nuevo las heridas, aceptar tanta cosa rechazada, perdonarse y perdonar, consolidar y robustecer la paz. Unos cuarenta minutos. Ten presente las orientaciones prácticas que te doy en este librito. No te pongas eufórico en las consolaciones, ni deprimido en las arideces. El criterio seguro de presencia divina es la paz. Si tienes paz, aún en plena aridez, Dios está contigo. Y recuerda cuántos Desiertos hacía Jesús.




Ejercicio de acogida.

En este ejercicio yo permanezco quieto y receptivo y el TU sale hacia mí; y yo acojo, gozoso, su llegada. Es conveniente efectuar este ejercicio con Jesús resucitado.

Ayúdate de ciertas expresiones, comienza a acoger, en la fe, a Jesús resucitado y resucitador "que llega a tí". Deja que el Espíritu de Jesús entre e inunde todo tu ser. Siente que la presencia de Jesús llega hasta los últimos rincones de tu alma mientras vas pronunciando las expresiones. Siente como esa Presencia toma plena posesión de lo que eres, de lo que piensas, de lo que haces, cómo Jesús asume lo más íntimo de tu corazón. En la fe: acógelo sin reservas, gozosamente.

En la fe, siente cómo Jesús "toca esa herida que te duele", cómo Jesús saca la espina de esa angustia que te oprime, cómo te alivia esos temores, te libera de aquellos rencores. Hay que tomar conciencia de que esas sensaciones generalmente se sienten en la boca del estómago como espadas que punzan. Por eso se habla de la espada del dolor.

Luego salta a la vida. Acompañado de Jesús y revestido de su figura, haz un paseo por los lugares donde vives o trabajas. Preséntate ante aquella persona con quien tienes conflictos. Imagínate cómo la miraría Jesús. Mírala con los ojos de Jesús. Cómo sería la serenidad de Jesús si tuviera que enfrentarse con aquel conflicto, afrontar esta situación, qué diría a esta persona, cómo serviría en aquella necesidad. Imagina toda clase de situaciones, aún las más difíciles y déjale a Jesús actuar a través de tí; mira por los ojos de Jesús, habla por su boca, que su semblante aparezca por tu semblante. No seas tú quien viva en tí sino Jesús.

Es un ejercicio transformante o cristificante.
Toma una posición orante. Después de pronunciar y vivir una frase, quédate un tiempo quieto y en silencio, permitiendo que la vida de la frase resuene y llene el ámbito de tu alma.

Jesús, entra dentro de mí.
Toma posesión de todo mi ser.
Tómame con todo lo que soy,
lo que pienso, lo que hago.

Toma lo más íntimo de mi corazón.
Cúrame esta herida que tanto me duele.
Sácame la espina de esta angustia.
Retira de mí estos temores,
rencores, tentaciones. ..

Jesús, ¿qué quieres de mí?
¿cómo mirarías a aquella persona?
¿cuál sería tu actitud en aquella dificultad?
¿cómo te comportarías en aquella situación?

Los que me ven, te vean, Jesús.
Transfórmame todo en tí.
Sea yo una transparencia de tu persona.