Fuente: encuentra.com
Como hacer oración?
Ya sabemos qué es la oración, qué debemos pedir y
dónde es más adecuado hacer oración, llega la parte crucial: ¿Cómo se hace?
Estando en el lugar apropiado, “Entra en el aposento de tu alma; excluye todo,
excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las
puertas, ve en pos de Él. Di, pues, alma mía, di a Dios: busco tu rostro
Señor; Señor, anhelo ver tu rostro.” (San Anselmo de Canterbury, Proslogión,
cap. 1)
Antes de hacer tu oración, determina cuánto tiempo vas a dedicarle. Algunos
autores insisten en un tiempo fijo, lo cual puede estar muy bien. Para
comenzar habría que dedicarle todos los días, sin excepción, diez minutos a
Jesús. Él después hará lo demás.
Una vez que has determinado donde, cuándo y cuánto tiempo harás de oración
ponte de rodillas (es un acto de sumisión y de reconocer lo poquito que somos
frente a Dios, pero también puedes hacerlo de pie o sentado), deja que pasen
algunos segundos para tranquilizarte y que tu mente esté despejada de lo que
has hecho en el día y entonces ponte en presencia de Dios.
Para empezar tu oración, recuerda el orden y las cosas que debes y puedes
pedir en la oración.
Puedes también tomar tu libro de lectura espiritual o las Sagradas Escrituras
meditándolo y comentándolo con Dios en tu oración.
"Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo.
Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la
realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que
agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para
llegar a la Luz: "Señor, ¿qué quieres que haga?". (CEC 2706)
Si deseas material que pueda ayudarte a hacer tu oración, dale un vistazo a
las Lecturas Espirituales.
Decir sinceramente: Señor, ¿qué quieres que haga?, supone hacer uno o varios
propósitos prácticos que intentaremos vivir en las próximas horas. Esas
resoluciones, díselas a Él y pídele ayuda para cumplir con lo que le prometes.
Procura acudir a María, nuestra Madre en tu oración. "Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos maravillamos y decimos: "¿De
dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a
Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos
nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para nosotros como oró para sí
misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración,
nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad". "Ruega
por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a
María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la
"Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos
"ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para
entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa
hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro
tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su
Hijo Jesús, al Paraíso. (CEC 2677)
Para terminar tu oración dale gracias a Dios desde el fondo de tu corazón y
pídele a la Virgen que te ayude siempre.
Qué decir y pedir en la oración?
Es necesario poner a Dios primero en nuestra
oración, porque Él nos lo da todo y es infinitamente generoso. Si le damos las
gracias a un mesero porque nos sirvió un café en un restaurante, ¿No tenemos
acaso una obligación infinitamente más grande con el Sumo Creador, que nos da
vida, la luz del sol, el aire que respiramos y que lo ha hecho sin tener
ninguna obligación? Nuestra oración debe comenzar por Él y no por nosotros.
Ahora bien, es perfectamente válido pedirle a Dios lo que necesitamos,
Jesucristo nos ha enseñado a hacerlo y a tenerle confianza y solicitarle lo
que nos hace falta: "Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le
pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da
un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los
que se lo pidan!" (Lc 11, 9-13) El problema está en que a veces únicamente le
pedimos cosas materiales y temporales ¿Y dónde dejamos a nuestra alma? El
Santo Cura de Ars en su Sermón sobre la Oración dice "Podéis pedir cosas
temporales... mas siempre con la intención de que os serviréis de ellas para
gloria de Dios, para salvación de vuestra alma y la de vuestro prójimo; de lo
contrario, vuestras peticiones procederían del orgullo o de la ambición; y
entonces, si Dios rehúsa concederos lo que le pedís, es porque no quiere
perderos."
Es importante reflexionar que antes de pedir cualquier cosa temporal, hay que
pensar en pedirle a Dios que perdone nuestras faltas y las ofensas que contra
él hemos cometido. Como seres humanos podemos muy poco. Tendemos a ser
débiles, a que nos falte voluntad, generosidad, Fe. ¿Qué hacer entonces? ¡Pues
pedirle su ayuda! Rogarle que haga del nuestro un corazón generoso, que nos
ayude a tener más y más fe. Esto lo expresa muy bellamente (y puedes llevarlo
a tu oración si te faltan palabras) el Papa Clemente XI en el primer párrafo
de su "Oración Univeral":
"Creo en Tí, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero en Ti, pero
ayúdame a esperar con más confianza; te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más
ardientemente; estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor"
Si ponemos primero a Dios en nuestra oración, entonces vamos por el camino
correcto. Y podemos pedirle cosas para nosotros, pero... ¿Y qué pasaó con el
mandamiento del señor en el que nos pide que amemos al prójimo como a nosotros
mismos? Recuerda aquel pasaje del Evangelio que dice: "...«¿Cuál es el primero
de todos los mandamientos?» Jesús le contestó: «El primero es: Escucha,
Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro
mandamiento mayor que éstos.» Mc12, 28-31
Como ya vimos, en nuestra primera parte de la oración siempre es buena idea
comenzar por Dios alabándole, glorificándole y dándole gracias por todo lo que
nos da cada día. En eso comenzamos a cumplir el primer Mandamiento, pero si de
inmediato nos ponemos a pedir cosas para nosotros, estamos dejando la caridad
a un lado y no estamos cumpliendo bien el mandamiento de amar al prójimo como
a uno mismo".
Siempre es bueno tener en nuestro Cuaderno de oración una lista de personas e
intenciones y pedir por nuestros seres más amados.
También podemos incluir a alguna obra de apostolado que conozcamos para que
rinda buenos frutos. Podemos pedir por las personas que sabemos que están
sufriendo, que tienen alguna necesidad, que están solas, que están enfermas o
en la cárcel. Y bueno, aunque no tenemos obligación de hacerlo, podemos pedir
por nuestros enemigos. Hacerlo es "de mucha perfección", decía Santo Tomás de
Aquino.
Tras pensar seriamente en lo que hemos escrito, a nadie le sorprenderá que el
Padre Nuestro sea la oración más perfecta, pues alabamos, glorificamos y le
pedimos a Dios lo que nos hace falta, y lo hacemos en el orden más perfecto.
Te recomendamos que leas la explicación del Padre Nuestro.
Y tras alabar y glorificar a Dios en nuestra oración y pedirle por otros, ya
habrá pasado un buen tiempo ¿Y luego dice uno que "no sabe qué decir en la
oración" o que "esa media hora en el oratorio es demasiado larga"? Bueno, pues
es que a veces no hacemos bien nuestra oración y nos parece un tiempo
interminable tal vez porque somos demasiado egoístas. Si viéramos un poco
hacia afuera, nos daríamos cuenta de que ¡Hay tanto de qué hablar con Dios aún
antes de hacer nuestras peticiones propias!
Una vez que hemos alabado, glorificado y dado gracias a Dios, y que hemos
pedido por los demás, entonces es el momento de abrirle al Señor nuestro
corazón, contándole confiadamente nuestras cosas, nuestros temores, nuestras
esperanzas. Nuestra oración debe ser un íntima confidencia con Dios que nos
ama infinitamente. En la oración Dios nos da luces, buenos propósitos,
afectos, inspiraciones. La oración fortalece nuestras vidas y les da un
sentido teniendo a Dios como centro. Por eso es importante acostumbrarnos a
contarle todo a Nuestro Señor: nuestras debilidades y caídas, nuestras luchas,
todo lo que está alrededor nuestro y poco a poco, veremos con más claridad lo
que Dios espera de nosotros.
No debemos tener miedo de contarle todo a Dios ¡Como si pudiera sorprenderse
de las cosas malas que hacemos! Cuando uno va al médico, tiene que decirle
dónde le duele, y si la herida se ve fea e incluso es maloliente, uno no debe
taparla por vergüenza, o de otro modo el doctor no podrá curarla. Pues lo
mismo pasa con Dios. Debemos hablarle con franqueza, hablarle de nuestros
pecados, de lo que nos cuesta trabajo. Hay que contarle con sinceridad aquello
que tanto nos cuesta porque si Él quiere puede curarnos. No debemos olvidar
nunca la gran cantidad de curaciones que hizo Jesús, y así como curaba los
cuerpos de tullidos y ciegos, él también puede curar nuestro espíritu.