LA CELEBRACIÓN.

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3. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN

3.1. La fiesta

Ante diferentes definiciones de fiesta, nosotros optamos por la que dice: <<La fiesta consiste esencialmente en la afirmación exuberante de la vida y exige el contraste con el ritmo diario>>. Cuando se celebra una fiesta, lo primero que pasa es que la rutina y la monotonía de la vida se interrumpen: la gente deja de trabajar, se pone una ropa mejor o más bonita, se suele comer y beber también mejor que de ordinario; la casa o la ciudad se adornan, hay algún acto especial -civil o religioso- según sea la fiesta que se celebra.

Ciertamente existe un gran contraste entre la fiesta y la vida de cada día; un choque entre la realidad y la utopía, entre los convencionalismos y la naturaleza.

La fiesta puede parecer a veces un caos, un momento en el que se liberan todos los instintos y se permiten todos los excesos. Los sentimientos que normalmente se reprimen o descuidan, en la fiesta se dejan en libertad. No importa el mañana; lo que cuenta es el presente, aunque se goce sólo un instante.

Y aunque la fiesta es, de alguna manera, la ruptura del ritmo ordinario, no suprime la tragedia de la vida, sino que la asume y la recompone. Es como un volver a empezar. La fiesta es una expansión y una dilatación del ser humano en todas sus dimensiones; un ensanchamiento del campo de la conciencia rebasando la estrechez de la realidad cotidiana y llevando al hombre a una experiencia más totalizante.

A diferencia de la diversión, la fiesta no es frívola; su gozo no baña sólo la superficie del ser; tiende a penetrarlo totalmente. La fiesta así entendida, entra en el campo de la mística, de la exaltación, de la imaginación y de la fantasía. Quien festeja vive en un mundo nuevo, que es éste mismo, pero mirado con ojos de profeta; encuentra el mundo bueno que Dios creó, y no lo llama enemigo sino hermano.

3.2. Estructura religiosa de la fiesta

La fiesta es una forma de vivir el tiempo: como realidad simbólica, sacral y religiosa. En la fiesta se condensa el tiempo sagrado abriendo al hombre trascendente al tiempo divino. En la fiesta, el hombre recupera su referencia a lo divino, su relación con el misterio, a través de las acciones simbólicas y de la celebración, que le conducen y proyectan a la fiesta que no acaba, a la eternidad sin fin.

En toda celebración festiva siempre existe un acontecimiento mítico o histórico-salvífico que es su razón de ser y su objeto central. La fiesta hace posible la celebración, la arropa y la concreta en el tiempo.

3.3. Características de la fiesta y celebración cristiana

La fiesta cristiana es:

* Signo de la presencia del Señor. Si la proponemos para celebrarla es porque el Señor, que obró cosas grandes en el pasado, prometió estar con su pueblo hasta la consumación de los siglos. Recordar que lo que hizo obliga necesariamente a sentirle presente ahora.

* Anticipación y anuncio de lo definitivo. El, el Señor, ha prometido algo futuro y perdurable. La fiesta, nuestra fiesta, es lo más parecido a esa situación definitiva y gozosa que él promete.

* Novedad. Comparada con el resto de las fiestas, la fiesta cristiana es diferente. En ella está presente la Palabra y se hace referencia a Cristo y a su Misterio Pascual.

* El centro de la fiesta cristiana es la Eucaristía. Del mismo modo que no hay fiesta sin el rito -llámese banquete o gesto colectivo de ofrenda persona- la fiesta cristiana no tiene sentido si no es con la participación en la Eucaristía, fuente y culmen de toda celebración festiva y verdadero centro de la fiesta.

3.4. La celebración

Celebrar una fiesta es una forma de glorificar al Señor y de darle gracias. Tal convicción necesita momentos de expresión particular; de lo contrario se extenúa o muere. El hombre necesita codearse con otros que se alimentan de la misma fe, que abrigan la misma esperanza. Y necesita, además, respirar el aire libre de la expresión, en voz alta; descubrir y proclamar lo que lleva dentro, en un ambiente que lo comprende y lo comparte. Se requiere la celebración de la fiesta para reactuar la conciencia de grupo y no ser un individuo aislado ante Dios. Por eso, al considerar la celebración cristiana, no debemos olvidar las notas siguientes:

Reunión festiva

El grupo, la comunidad, se reencuentran en la totalidad de sus miembros y de ese modo se inicia la alegría, la fiesta del volver a verse, del saludarse, del estar juntos, del departir interpersonal, inicio del compartir comunitario ulterior. La celebración cristiana es fiel a esta ley de toda fiesta humana. Toda asamblea es una fiesta. Lo prueban las palabras de Cristo: <<Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre...>> La mayor prueba de que es fiesta la tenemos en esa presencia de Cristo.

Reunión eclesial

<<Las acciones litúrgicas no son acciones privadas (particulares), sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad; es decir, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan e influyen en él. Atañen a cada uno de los miembros>>. (Constitución conciliar sobre la Liturgia, no 26). Esto nos exige atender a las características de la asamblea eclesial:

* Asamblea creyente. Cuando no hay una fe real, el venir a la celebración tiene poco sentido. Denota a lo más un conformismo sociológico. No se entrará en el juego de la implicación participativa necesaria, no se asumirá el papel de sujeto activo. Se contribuirá al letargo, al aburrimiento, a la rutina.

* Asamblea abierta. No puede estar reservada a minorías o élites de tipo intelectual, cultural, social, sentimental o incluso espiritual. La asamblea litúrgica debe ser el espacio concreto, el signo sacramental de esa realidad teológica de la Iglesia donde ya no hay <<ni judíos ni paganos ni griegos ni bárbaros ni esclavos ni libres...>> (Pablo).

* Asamblea reconciliada. Es algo que va implícito en la nota de apertura. Habrá que procurar que todos intervengan en la celebración, sin marginar a nadie; antes, al contrario, tratando que los marginados en la vida social tengan aquí voz y se hagan oír. En la distribución de las diversas actividades se deberá cuidar que estén representadas las diferentes minorías (niños, ancianos, jóvenes, adultos) que componen toda asamblea.

* Asamblea activa. La asamblea es el espacio donde surgen y se desarrollan los carismas. El Espíritu es quien confiere dinamismos a la celebración. Su presencia es vínculo de unidad y cataliza la comunicación tanto horizontal (entre los miembros de la asamblea) como vertical (entre Dios y su pueblo). Gracias a esta comunicación real, mediada por la realización de los mismos gestos, la participación en los mismos signos, oraciones, cantos, etc., el grupo reunido deja de ser un público anónimo, suma de personajes yuxtapuestos y se transforma en comunidad de personas. Personas activas que dan curso al impulso del Espíritu que actúa en ellas.

¿Tiene toda celebración cotidiana carácter de fiesta, en su manifestación externa? Evidentemente, no. La celebración cristiana tiene lugar cada domingo; hasta cada vez que se celebra la Eucaristía; y es imposible celebrar una fiesta con tanta frecuencia. Aunque cada encuentro cristiano participa de ese espíritu, no constituye necesariamente una fiesta en el sentido estricto expuesto anteriormente.

Cualidades de la celebración

La celebración puede tener dos grados: la reunión y la fiesta. La distinción entre reunión y fiesta radica, pues, en la concurrencia, en la exuberancia y en los medios de manifestarla. Entre estos dos casos extremos de la celebración existen numerosas gradaciones. No hay norma que valga para el modo de celebrar; cada comunidad deberá encontrar el suyo. Pero, en cualquier caso, la celebración deberá responder a estas cualidades:

* Ha de ser auténtica. Hay que enfrentarse a la ineludible pregunta: ¿Viven los bautizados una vida cristiana? ¿Tienen conciencia de su misión en el mundo y la llevan a la práctica en la medida que pueden? La calidad de la celebración depende del grado de entrega que se ejercite fuera; es imposible una celebración cristiana, si no se vive la dedicación cristiana; separar una de otra, reduce la celebración a la búsqueda de emociones religiosas, como en el paganismo, pervirtiendo el sentido de la revelación. La autenticidad de la celebración quedará manifiesta si en ella se dan actitudes de igualdad, apertura, colaboración, participación, como se indicaba más arriba.

* Ha de ser contemplativa. La presencia de Dios en el hombre y en el mundo empapa la fiesta y la reunión, creando una atmósfera contemplativa. Tal celebración requiere hombres profundos; pero el cristiano, curtido por la dedicación que es la vida entera, posee esa profundidad. Va a la celebración a expresar la experiencia de Dios en su vida; se supone, por tanto, que esa experiencia existe. La celebración auténtica estimula la contemplación. La unión en Cristo, percibida en la presencia corporal, en la comunicación confiada, revela la presencia del Espíritu de Dios. La fiesta lleva a la reflexión y contemplación personal. La contemplación nace al contacto con lo profundo de la realidad. La fiesta descubre, precisamente, el cimiento de la realidad entera -el amor de Dios- en la experiencia de libertad, de hermandad y alegría; por eso es esencialmente contemplativa. Contemplación es experiencia gozosa de una presencia. Así lo expresó Pedro en lo alto del monte: <<Señor, ¡qué bien se está aquí!>> Esa presencia se percibe unas veces, en el cuarto con la llave echada, otras, en el tranquilo conversar y otras, en la algazara y regocijo común de los que Cristo ha liberado.

* Ha de tener estilo propio. La continuidad entre la celebración y la vida delinea el estilo de aquélla. Si la celebración es vida, destilada y concentrada, seguirá el estilo de la vida misma, haciendo resaltar los rasgos de ella que caracterizan a la fiesta. El estilo no se establece con normas, pertenece a la esfera de la expresión; el hombre de hoy usa, para expresarse, un determinado estilo; sería artificial querer imponer a la celebración un estilo diferente. Cada comunidad, libre y espontánea, encontrará su manera. Preparará, de acuerdo con su manera de ser, el local. La iglesia es un hogar común para el pueblo de Dios, espacio funcional para la asamblea festiva, que ha de expresar hospitalidad, familiaridad y alegría.

* Las actitudes corporales pertenecen también al estilo y son, sobre todo, el signo de unidad de la asamblea. Convendrá seleccionarlas y trabajar por que sean la expresión de todos los que se reúnen. No habrá que descuidar la referencia a las actitudes corporales utilizadas por otras comunidades.

* En la celebración no tienen precedencia los objetos, sino las personas. No obstante, conviene tener en cuenta que la fiesta se expresa también, además en la vistosidad en el vestir, en la ambientación del espacio. El mobiliario ha de ser funcional, sin lugar preestablecido a priori, según las necesidades de la concurrencia y el tipo de celebración. La mesa de la eucaristía puede ser de madera y móvil. La silla para el que preside debe ser única y diferente. Es distintivo de autoridad. El que preside sabemos que sacramentaliza la presencia de Cristo en la asamblea.

* La reunión cristiana no es evasión ni excursión a otro planeta. No se trata en ella de olvidar sino de superar, descubriendo bajo las miserias del mundo y de la vida, el amor activo de Dios por su obra.

3.5. La creatividad

Teniendo en cuenta muchas de las cosas que hemos afirmado hasta aquí, lógicamente deberemos concluir que la celebración tiene que estar siempre animada de un talante creativo. Para afirmar esto basta apoyarnos primero en el carácter mismo de la celebración (para el hombre); pero, además, en la práctica misma de la Iglesia. Por la historia de la Liturgia y la celebración, conocemos la capacidad que la Iglesia ha tenido y tiene para adaptarse a las necesidades de la comunidad que celebra, a los imperativos de cada época y al deseo de una celebración más adecuada. También podemos apoyarnos, en segundo lugar, en la actitud decidida de la Iglesia al afrontar la reforma en el Concilio y, después, en la posibilidad que ofrece de hacer cosas iguales de maneras diferentes. El principio de la adaptación al grupo concreto que celebra implica una atención a las posibilidades y lagunas del mismo, a la vez que se cuida la naturaleza propia de todo cuanto se vaya a celebrar. Ordinariamente nos movemos en el ámbito de tres niveles de expresión:

* Un primer nivel universal, basado en las características comunes de toda persona, en sus rasgos comunes: la estructura de su cuerpo, por ser la misma, autoriza ademanes y acciones análogos: alzar las manos, doblar las rodillas, inclinarse, comer, beber, danzar... Son acciones comunes a toda raza.

* Un segundo nivel es cultural. Por nacer y educarnos en determinada cultura, adquirimos rasgos psicológicos que originan procederes constantes, pasando a ser una segunda naturaleza. El nivel cultural, sin embargo, no caracteriza la expresión hasta su detalle. Dentro de cada cultura existen grupos diferentes que constituyen un nuevo nivel.

* Un tercer nivel. Una asamblea festiva podrá estar integrada por gente instruida o ignorante, por jóvenes o viejos, por campesinos o habitantes de la ciudad. A nivel de grupo, la expresión adquiere matices peculiares haciéndose bulliciosa o tranquila, gesticulante o comedida, traducida en instrumentos músicos de guitarra o de órgano.

En la práctica, nos encontramos con personas que requerirán el que nos movamos en los tres niveles.

A la hora de acomodarnos a la situación concreta, siempre tendremos que tener presentes algunos presupuestos y criterios universales:

Presupuestos y criterios

En la liturgia, en nuestra fe, en sus ritos y ritmos, en el misterio de la salvación, se nos propone no algo que crea el hombre o que proceda de él, sino algo propuesto por la libre iniciativa de Dios. De ahí se sigue que el primer deber de todo esfuerzo auténtico de creatividad es el de respeto a la acción divina y a su intención, evitando una superposición de significados meramente humanos que desvirtúen su sentido genuino. Un ejemplo de indebida superposición podría ser la tendencia a ver en la Eucaristía simplemente la sublimación de una fraternidad humana o de la celebración de la fraternidad en Cristo, olvidando que la Eucaristía es, ante todo, celebración memorial de la Pascua de Cristo de la que brota la dimensión de caridad-fraternidad.

La liturgia asume y transforma el dato humano. En el momento en el que la liturgia cristiana asume elementos humanos, realiza ya una obra de verdadera creatividad al darles un nuevo y más alto significado en relación con su contexto natural y cultural. En cada caso, cualquier intervención creativa deberá moverse en el ámbito preciso de esa transfiguración.

La liturgia es una en sí, pero históricamente varia en las formas. Será necesario, por tanto, tener siempre en cuenta una doble fidelidad: a lo que en ella hay de inmutable y a la exigencia de creatividad, que no debe confundirse, por tanto, con la simple espontaneidad que hace referencia esencialmente a necesidades subjetivas.

Indicaciones metodológicas

* Contexto histórico-cultural

Profundo conocimiento del contexto histórico-cultu-ral y asunción crítica del mismo. Es necesario que los valores y sus correspondientes expresiones sean atentamente acrisolados, rechazando todo lo que resulte indisolublemente unido a errores y super-sticiones y aceptando cuanto sea susceptible de ser orientado hacia el misterio cristiano.

* Relectura soteriológica de la relación rito-cultura. Para evitar que adaptación y creatividad acaben reduciéndose a una mera operación cultural, será absolutamente necesario referir esos elementos culturales a lo que la liturgia es directamente signo y actuación: el misterio salvífico de Cristo. Por eso habrá que hacer una reinterpretación del alcance de la acción de Cristo en el substrato antropológico del rito, de modo que la experiencia humana pueda ser reconocida, reexpresada y vivida en los actos salvíficos de Cristo que proponga la celebración.

* Universalidad y particularidad. Respeto equilibrado de las exigencias de la universalidad (católica) y la particularidad. Cada comunidad que celebra es manifestación de la gran comunidad que es toda la iglesia. Conviene, pues, que, salvaguardándose las necesidades concretas de cada grupo, se manifieste también de manera clara e inequívoca su relación con la totalidad.

* Otras ciencias. La liturgia necesita también de otras ciencias, sobre todo en el ámbito de la creatividad. El criterio que debe inspirar su recurso a esas ciencias (sagradas: exégesis bíblica, teología, historia eclesiástica, tradición patrística; y humanas: antropología, psicología, simbología, lenguaje ritual) ha de ser doble: por una parte, debe respetarse su autonomía propia y, por otra, ha de tenerse presente su carácter auxiliar, sin elevarlas a criterio último de validez de los resultados obtenidos o que se quieran obtener.

* Perfeccionamiento. Por último, no habrá que olvidar que toda acción litúrgica -cualquier celebración- es perfeccionable. No se podrá descuidar, pues, la continua evaluación y el avance gradual en las propuestas creadoras.

3.6. Animación

El papel de quien lleva o conduce la celebración es decisivo en el desarrollo de la misma. Su estilo deberá ser el de la animación. Animación, no entendida como actividad para ayudar a la gente a superar el aburrimiento y la angustia de la rutina, sino como la actitud según la cual se tiende a considerar a la persona como sujeto y protagonista de su propio crecimiento. La animación es una cualidad, una manera de hacer y de ser, que afecta a todo: estilo de relaciones, contenidos, metodología. Es un saber adaptarse a los diversos tipos de grupos, a las técnicas y dinámicas que favorecen procesos de aprendizaje, la relación y maduración de las personas. Trata de despertar e implicar la parte más consciente y libre de la persona en los procesos que la afectan, tanto personales como culturales o sociales.

La animación, como estilo de educación, será de gran valor para conducir una celebración puesto que es un estilo de hacer propio de toda actividad, relacionada con el crecimiento de cuanto posee gérmenes de vida. La animación favorecerá la calidad de la celebración puesto que es una actividad intencional y metódica que, procediendo por pasos ordenados y lógicos, pretende una finalidad muy concreta: capacitar a las personas y a los grupos como sujetos conscientes y activos de los procesos que configuran su vida ordinaria. La animación parte del convencimiento de que las personas se mueven desde dentro, en base a sus propias fuerzas de superación, y no por imposiciones externas.

El camino de la animación pasa por la aceptación, la confianza y la motivación; y se rige, en su aplicación práctica, por algunos criterios como el del análisis de la realidad (el grupo concreto que celebra: su momento de fe, sus preocupaciones, sus expectativas, sus condicionamientos); la adecuación y concreción a las propuestas celebrativas de la Iglesia a la luz de esa realidad; la diversidad de propuestas con el fin de llegar al máximo de las situaciones personales reales; la gradualidad y continuidad en las mismas celebraciones; la participación y responsabilidad para conseguir autenticidad y veracidad. Criterios, todos éstos, que coinciden casi totalmente con las indicaciones metodológicas propuestas en el apartado de la creatividad.

3.7. Celebración y catequesis

La celebración (palabra unida al rito sacramental) ejerce una función catequética eficaz. Lo que en la catequesis ordinaria solamente evocado y explicado adquiere, en la celebración, una fuerza de actualidad verdaderamente única. La celebración resulta una catequesis por sí misma y no sólo por su adaptación a la psicología humana mediante sus formas simbólicas y su lenguaje total, o porque se inserte en la misma pedagogía de Dios; la celebración resulta una catequesis en sí porque, además, es una profesión de fe y es comunicación de gracia ya que realiza lo que significa. Además, la celebración se inserta en el tejido existencial de la comunidad, cuando es auténtica en las palabras y en los ritos y está abierta al compromiso cristiano.

<<Todo proceso catequético, en cualquier edad y situación, debe suponer para quien lo hace, una verdadera experiencia de Iglesia. El catecúmeno, en unión fraterna con los demás creyentes, va adentrándose de forma progresiva en lo que la Iglesia cree, vive, celebra y anuncia. En la catequesis, la Iglesia se va presentando a sí misma como realidad sacramental de salvación>>.

La finalidad de la catequesis con respecto a la celebración litúrgica comienza mostrando el significado de las acciones litúrgicas en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia e iluminando los fundamentos antropológicos y sociológicos de los ritos cristianos, así como su más profundo enraizamiento en la naturaleza del hombre y en la vida de la comunidad.

Más específicamente, la catequesis litúrgica viene a ser iniciación frente a los signos litúrgicos, sobre todo los Sacramentos, constituidos por cosas, gestos y palabras, a través de los cuales entramos a participar en el misterio salvífico de Cristo, con la conciencia de que se hallan en una línea de continuidad con la pedagogía de Dios que se expresa en toda la Biblia y con la que nos sale Dios al encuentro a nuestra medida humana. Una catequesis, pues, que sabe moverse dentro de las realidades naturales y de las experiencias humanas, en busca de una inteligencia bíblica más profunda a la luz de la palabra interpretativa que acompaña al gesto. La celebración exige una participación lo más consciente posible, activa, comunitaria, plena, fructífera; pues Dios quiere que los hombres colaboren en la obra que El realiza para su salvación.