Entre las acusaciones más
antiguas de judíos y paganos contra Jesús se encuentra la de ser un mago. En el
siglo II, Orígenes refuta las imputaciones de magia que Celso hace del Maestro
de Nazaret y a las que aluden San Justino, Arnobio y Lactancio. También algunas
tradiciones judías que pueden remontarse al siglo II contienen acusaciones de
hechicería. En todos estos casos, no se afirma que él no hubiera existido ni que
no hubiera realizado prodigios, sino que los motivos que le llevaban a hacerlos
eran el interés y la fama personales. De estas afirmaciones se desprende la
existencia histórica de Jesús y su fama de taumaturgo, tal como lo muestran los
evangelios. Por eso, hoy en día, entre los datos que se dan por demostrados
sobre la vida de Jesús, está el hecho de que obró exorcismos y curaciones.
Sin embargo, en relación a otros personajes de la época conocidos por realizar
prodigios, Jesús es único. Se distingue por el número mucho mayor de milagros
que obró y por el sentido que les dio, absolutamente distinto al de los
prodigios que pudieron realizar algunos de esos personajes (si es que de verdad
los hicieron). El número de milagros atribuidos a otros taumaturgos es
muy reducido, mientras que en los evangelios tenemos 19 relatos de milagro en Mt;
18 en Mc; 20 en Lc y 8 en Jn; además hay referencias en los sinópticos y Juan a
los muchos otros milagros que Jesús hizo (cfr Mc 1,32-34 y par; 3,7-12 y par;
6,53-56; Jn 20,30). El sentido es también diferente al de cualquier otro
taumaturgo: Jesús hace milagros que implicaban en los beneficiados un
reconocimiento de la bondad de Dios y un cambio de vida. Su resistencia a
hacerlos muestra que no buscaba su propia exaltación o gloria. De ahí que tengan
un significado propio.
Los milagros de Jesús se entienden en el contexto del Reino de Dios: “Si yo
expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado
a vosotros” (Mt 12,28). Jesús inaugura el Reino de Dios y los milagros son una
llamada a una respuesta creyente. Esto es fundamental y distintivo de los
milagros que obró Jesús. Reino y milagros son inseparables.
Los milagros de Jesús no eran fruto de técnicas (como un médico) o de la
actuación de demonios o ángeles (como un mago), sino resultado del poder
sobrenatural del Espíritu de Dios.
Por tanto, Jesús hizo milagros para confirmar que el Reino estaba presente en
Él, anunciar la derrota definitiva de Satanás y aumentar la fe en su Persona. No
pueden explicarse como prodigios asombrosos sino como actuaciones de Dios mismo
con un significado más profundo que el hecho prodigioso. Los milagros sobre la
naturaleza son señales de que el poder divino que actúa en Jesús se extiende más
allá del mundo humano y se manifiesta como poder de dominio también sobre las
fuerzas de la naturaleza. Los milagros de curación y los exorcismos son señales
de que Jesús ha manifestado su poder de salvar al hombre del mal que amenaza al
alma. Unos y otros son señales de otras realidades espirituales: las curaciones
del cuerpo —la liberación de la esclavitud de la enfermedad— significan la
curación del alma de la esclavitud del pecado; el poder de expulsar a lo
demonios indica la victoria de Cristo sobre el mal; la multiplicación de los
panes alude al don de la Eucaristía; la tempestad calmada es una invitación a
confiar en Cristo en los momentos borrascosos y difíciles; la resurrección de
Lázaro anuncia que Cristo es la misma resurrección y es figura de la
resurrección final, etc.