TEMA 11

CONDICION JUVENIL, CRISIS DE VALORES

Y NUEVAS CATEGORIAS MORALES

EUGENIO ALBURQUERQUE   
 

1. LA CRISIS MORAL COMO CRISIS DE VALORES

Una de las características principales de nuestra sociedad es el cambio. Se trata de un cambio amplio, profundo, acelerado; un cambio que abarca todos los órdenes y niveles de la vida de los hombres; que incide también en el mismo horizonte ético de los comportamientos y valores humanos.

La crisis moral es hoy un fenómeno evidente. Llega a todas las clases sociales y a todas las generaciones. Implica los problemas humanos que nadie puede eludir: amor, sexualidad, justicia, desarrollo, convivencia, violencia... vida humana. Representa, ante todo, un interrogante radical y critico.

Inicialmente podriamos decir que la crisis moral consiste en el cuestionamiento de los valores, de las normas, de los modelos de comportamiento moral. Se trata, principalmente, de un hecho, de una experiencia. No es algo teórico o racional. Es algo con lo que nos topamos diariamente cuando tenemos que tomar una decisión moral.

Pero esta incertidumbre ante la decisión concreta supone otra incertidumbre más honda, que es el mismo cambio operado en la jerarquia de valores. Porque, como enseñaba Ortega y Gasset, "no existen cambios más radicales que los que proceden de una variación en la perspectiva del estimar".

Nuestra sociedad es y será cada vez más pluralista. Y este pluralismo se refiere especialmente a los valores. Esto entraña, entre otras cosas, el riesgo de convertirse en una sociedad "avalorativa"; no porque ignore los valores sino porque entre tantos y tan diversos, la falta el discernimiento del "valor" y del hombre, capaz de proporcionar un criterio último y vinculante con el que medir y jerarquizar los valores.

De hecho, el sentido más profundo de la critica que muchos jóvenes, consciente o inconscientemente, hacen de la sociedad actual, no está en una oposición de valores. No se trata, según ellos, de cambiar los valores viejos por otros nuevos. El sentido más radical está en la negación de todo valor. Y es aqui donde puede desembocar todo este proceso de cambio estimativo que viene impulsado por el mismo pluralismo social.

La crisis de valores alcanza múltiples dimensiones y se manifiesta de muy diversas maneras. X. Rubert de Ventós, de un modo muy sugerente y al mismo tiempo muy radical, se refiere al cambio de criteriologia actual en relación con los valores morales. Criterios y valores "convencionales" válidos durante mucho tiempo, como: el cumplimiento del deber, el dominio de sí mismo, la responsabilidad, la coherencia, la realización personal, la madurez, la ponderación y el justo medio... estarian dejando el puesto a otros valores opuestos: la vulnerabilidad, la ambiguedad, la dispersión, la disolución de uno mismo, la irrealización, el cumplimiento no del deber, sino del deseo....

Uno de los aspectos que, sin duda, influyen más en la percepción de los valores es la crisis moral de la autoridad. Los valores han tenido siempre un soporte histórico y social. Se han transmitido por medio de la familia y de la sociedad. Es decir, la autoridad de la tradición y de la sociedad ha ayudado a manifestar su fuerza y su obligatoriedad. Pero a veces este carácter obligante ha descansado exclusivamente en la autoridad. Y entonces nos podemos encontrar ante el riesgo de que la crisis de autoridad, la no aceptación de una moral heterónoma, signifique también la negación de auténticos valores morales, que quedan inmolados en aras de una ruptura con la autoridad.

Desde la perspectiva cristiana, uno de los aspectos más clamorosos de esta crisis lo encontramos en la contestación de la enseñanza de la Iglesia. La dimensión de esta crisis moral la podriamos analizar tanto a partir de las reacciones que han provocado los últimos documentos del Magisterio, como a partir de la relación entre estas doctrinas y la praxis moral de los creyentes. El desajuste entre la "moral oficial" promulgada por la Iglesia y la vida práctica de los cristianos es, sin duda, uno de los fenómenos más inquietantes de la crisis.

Porque todo esto desencadena un tremendo "subjetivismo". Se rompe con el valor y la autoridad, y se oscurece el sentido mismo de la exigencia moral. Y en último término, llegamos a colocar la crisis en la legitimación o no legitimación de la exigencia moral en cuanto tal. No están entonces en juego simplemente los valores o contenidos morales. Está en juego la misma moral en cuanto estructura del quehacer humano. La incertidumbre ante la acción y la vida se convierten en crisis de la misma racionalidad ética.

2. LOS JOVENES SUFREN Y PROVOCAN LA CRISIS

Si nuestra sociedad se caracteriza por un proceso de transformación y está marcada por una profunda crisis moral, es indudable que los jóvenes constituyen el grupo más sensible a estos cambios, y el grupo al que más le afectan.

Pero, por otra parte, los jóvenes, a su vez, son factor decisivo de este cambio. En el contexto de una sociedad estática solíamos considerar la juventud como una fase transitoria de la vida. Hoy los jóvenes forman un grupo específico y original que ejerce una influencia muy grande en la sociedad. No son sólo testigos del cambio y la crisis que nos envuelve; son también los principales artifices de este proceso de transformación. Tienen sus leyes, sus gustos y costumbres, sus propios valores. Como señalaba Garaudy, esta juventud que cuenta ya más de la mitad del mundo, está dando lugar a una "contrasociedad".

Pero, ciertamente, la juventud no forma un bloque homogéneo. Se trata más bien de una realidad polivalente y pluriforme, caracterizada por múltiples expresiones. Es imposible hablar de la "juventud". Los jóvenes en abstracto no existen, como tampoco existen los hombres en abstracto. Sin embargo, se podria hablar de algunos rasgos que darían un rostro a la "condición juvenil". Y existen, desde luego, diversas categorías de jóvenes, que podrían describirse siguiendo distintos criterios.

Desde nuestra reflexión sobre la crisis de valores, nos parece un criterio importante el grado de pertenencia a la sociedad. Podriamos hacer asi una escala desde los jóvenes sumidos en una absoluta marginación hasta los totalmente integrados, pasando por una serie de grados intermedios.

Se consideran "integrados" todos aquellos jóvenes que aceptan las normas, comportamientos y valores de la sociedad actual, aunque su aceptación no vaya desprovista a veces de una actitud crítica. Marginados absolutos, en cambio, serían aquellos que rechazan radicalmente la propuesta cultural del sistema, adoptando posturas "desafiantes" y comportamientos "desviados". El suicida sería el marginado absoluto; pero entran también en este grupo, "drogados", "delicuentes", etcétera. Entre estos dos extremos existe una amplia gama de categorías intermedias, que quizá cuantitativamente sea la más relevante: jóvenes pseudo-integrados y pseudo-marginados que viven en un continuo malestar y desaliento.

De todos modos, esta clasificación no agota la riqueza y complejidad de la realidad. Y, por otra parte, los cambrios sociales son tan rápidos que las reacciones y actitudes contestatarias de hoy son asumidas y absorbidas muy pronto en virtud de la misma fuerza del cambio.

Hoy quizá se pueda afirmar que la contestación y rechazo de la sociedad por parte de los jóvenes no se sitúa tanto a nivel político o estructural cuanto más bien a nivel cultural. Es decir, a nivel de valores, de representaciones, de modelos éticos. "Sus" valores no son ya los valores "convencionales" de otros tiempos. Los jóvenes más que nadie, manifiestan que el cambio y la mutación es algo consustancial a la vida del hombre. Y de ahí que, explícita o implícitamente, contesten una moral fixista, "de orden establecido", una moral "preexistente", "anterior" que se les queda anticuada, y principalmente una moral "autoritaria", que por serlo se les antoja "legalista" y "represiva".

La crisis moral de desajuste, de ambiguedad, de autoridad, de subjetivismo a que aludiamos anteriormente, no sólo encuentra en los jóvenes el terreno más propicio para ser sentida, sino que ellos mismos en sus reacciones, actitudes y lenguaje, la provocan y la expanden.

Pero, ciertamente, de la contestación y ruptura con unos valores y modelos éticos, surgen otras nuevas formas y categorias morales. Más que de una negación radical y global, a la cual indudablemente se puede llegar, se trata de un cambio de percepción y estimativa. Una nueva sensibilidad humana desencadena una nueva criteriologia, valoración y categorías morales.

3. NUEVAS CATEGORIAS MORALES

No pretendemos hacer un cuadro sistemático y exacto. Se trata simplemente de una reflexión sobre algunos valores que hoy emergen en nuestra cultura y en nuestra época actual, y a los que de algún modo los jóvenes son más sensibles. Todos ellos tienen a la persona como centro. Del personalismo nos queda, principalmente, el reconocimiento de la persona como valor primario. Este reconocimiento la convierte en la primera categoría moral. Desde ella se reconocerá y aceptará el valor de la creatividad e historicidad, la aspiración a la felicidad y el ideal a la comprensión humana y a la paz.

3.1. La persona humana, categoría fundamental

Ante todo, en la actual situación de crisis moral, hay que proclamar el valor fundamental de la persona en sí misma. Como ha explicado Aranguren los contenidos éticos proceden siempre de la idea de hombre vigente en cadá época. Fuera del hombre no tiene sentido hablar de moral. La persona, en cuanto tal, es el principio y criterio definitivo de toda moralidad. K. Rahner lo ha explicado así:

"Por todo ello (a la persona) le compete un valor absoluto y, por tanto, una dignidad absoluta. Lo que nosotros consideramos como vigencia absoluta e incondicional de los valores morales, se basa, fundamentalmente, en el valor absoluto y en la dignidad absoluta de la persona espiritual y libre. Absoluto significa aqui lo mismo que incondicional, pero no infinito. Es decir, todas las realidades y valores que tienen carácter de cosa son condicionadas; dependen de una valoración y elección libre aún éticamente: si --cosa a que no estás obligado--quieres esto olo otro, debes hacer, preferir, respetar, etcétera, esto y lo de más allá. La persona humana, empero, en su propio ser y en su propia dignidad, reclama un respeto incondicional, independiente de toda libre valoración y finalidad; absoluto, en una palabra".

Es decir, la persona humana es el valor absoluto; todos los demás valores morales están condicionados y supeditados a ella. Desde esta perspectiva aparece, pues, claramente el valor de la persona como la categoria moral fundamental. Y esto postula unas consecuencias posteriores. Porque la persona reclama inmediatamente, la garantia y desarrollo de unos derechos. Los "derechos humanos" constituyen hoy un criterio moral objetivo y universal, criterio que fecunda valores y contenidos éticos desde el mismo fundamento de la persona. El reconocimiento de la persona, de su dignidad y libertad, supone el reconocimiento total de sus derechos.

Y este reclamo universal a los derechos fundamentales e inalienables se traduce, principalmente, en una elevación de la justicia como valor primero de la sociedad. Paradójicamente podriamos afirmar que nuestro mundo es un mundo en situación de injusticia, pero en el que la justicia es valorada como una de las categorías morales decisivas y primarias. Quizá se podria decir que representa un ideal. ¿Llegará a ser aceptada real y totalmente como forma y calidad de vida? Es, desde luego, un hecho importante la valoración positiva de la justicia y la sensibilidad ante las desigualdades, discriminaciones, injusticias, opresiones y atropellos de todo género, que se pueden constatar en muchos jóvenes y en muchos hombres.

El problema de la justicia, declaraba el Sínodo de Obispos de 1971, "es el problema central de la sociedad mundial de hoy".

El reconocimiento de esta centralidad y la elevación a categoria moral decisiva puede llevar a pastores y educadores a una clarificación de los compromisos, de las metas educativas y del mismo tipo de educación.

3.2. La autorrealización y el valor de la creatividad

Situar a la persona como categoría moral primaria comporta también necesariamente la afirmación de la autonomía, del dinanlismo de la propia realización, de la personalización, de la creatividad. Y esto es lo que verdaderamente sienten y viven muchos jóvenes, aunque sea de un modo balbuciente: la aspiración a ser señores y duenos de su destino, de trazarse su vida, sus leyes, su ética. Intuyen y sienten, como ha explicado y escrito Aranguren, que la moral no tiene nada que ver con la sumisión ciega a los códigos morales, pero sí tiene que ver, en cambio, con la creatividad. Porque el quehacer moral consiste en la propia autorrealización, y la realización implica creación.

Si el pensamiento marcusiano fue tan entusiásticamente asumido por los jóvenes, esto se debe, especialmente, a su insistencia en la liberación del hombre deshumanizado, "unidimensional". Y en nuestra sociedad actual, según Marcuse, se llega a ella por la capacidad de liberación de la creatividad.

En el fondo de esta categoria de la creatividad está la comprensión de la vida moral como un proyecto a realizar, como una búsqueda del sentido de los valores y de la persona.

Según E. A. Levy-Valensi, la vida moral se inscribe en una doble trascendencia: el "todavía-no" y el "otro". Ambas categorías constituirían el parámetro de la creatividad. El "otro" permite la apertura a la comunión, a la participación; libera del egoísmo y abre las puertas a la creatividad del amor. El "todavía-no" es la categoría del tiempo y de la historia, el elemento fundamental de una moral dinámica, porque el tiempo es constitutivo esencial del ser y del obrar humano. El hacer posible la creación, la invención, la realización, la novedad. Y toda moral que reconozca la creatividad implicitamente acepta la categoría de la novedad. La búsqueda y la creación suponen la aceptación de lo "nuevo" como un valor. Los jóvenes, decíamos, concontestan una moral preexistente, anterior a sus vidas. La búsqueda de la novedad significa para ellos la búsqueda de la actualidad, la fidelidad a la historia y el devenir del hombre.

Una atención a esta categoría moral requiere un esfuerzo por descubrir el sentido de la novedad en el mensaje cristiano; novedad que engloba toda la realidad, toda la vida, en un proceso transformador del hombre y de la historia. Una moral impulsada por la novedad es una moral prospectiva y creadora, que no está necesariamente predeterminada por el pasado sino que se enraiza en la historia y se abre al futuro y a la esperanza.

Y por todo ello, al mismo tiempo, una moral de la creatividad y de la autorrealización se convierte en moral de la "responsabilidad". Porque el desarrollo y realización del propio proyecto ético, el esfuerzo por vivir en el cambio y en la novedad, la creatividad ante los valores, todo ello implica necesariamente la actividad de una persona libre y responsable. Ciertamente, hoy para el joven, desde el punto de vista ético, lo decisivo es la orientación global de su vida y las opciones que la sostienen. Y su tarea moral consistirá en vivirlas con autenticidad y responsabilidad.

3.3. La felicidad como aspiración y exigencia

La felicidad como aspiración y exigencia ha dominado y domina en todos los hombres la búsqueda de su realización personal. Todos los hombres sin excepción, afirmo Pascal, buscan ser felices. Este es el motivo de todas sus acciones. Difieren en la determinación de la felicidad. Pero todos la desean y la buscan no como algo pasajero, sino permanente. Y es que el hombre aparece y se muestra como un ser que estructuralmente tiende a la felicidad. Esto ha aparecido siempre claro en todos los tratados de Moral.

Pero hoy esta categoría adquiere un sentido y una importancia nueva. No se mira tanto a la felicidad como fin último, sino como realidad temporal. El hombre siente que su realización humana tiene que pasar por la felicidad. La mayor inmoralidad consistirá en ser completamente infeliz. El hombre moral no tiene por qué renunciar a la satisfacción y a la felicidad. Como deciamos anteriormente en expresión de X. Rubert de Ventós, a una ética del cumplimiento del deber sucede una ética del cumplimiento del deseo.

Pero la aceptación de esta categoria moral tiene que reconocer que la realización de una vida humana feliz supone la aceptación de la misma condición humana. Sólo este reconocimiento y aceptación de base posibilitarán dicha realización. Y sólo en este reconocimiento es la felicidad una llamada a la recreación de si mismo y del propio mundo.

Por otra parte, la felicidad como categoría moral integra también las categorías del deseo, placer, sexualidad. Muchas veces la moral ha considerado el deseo y el placer como algo sospechoso e incluso pecaminoso. Por eso es importante esta integración categorial.

En cuanto al deseo, hemos de partir de la realidad que el hombre es un ser de deseo; es decir, hay en él algo insaciable que constituye su misma esencia y estructura. Desde esta concepción se puede entender la expresión de E. A. Levy-Valensi: "no hay vida moral posible para un hombre falto de deseo". Y también hay que mostrar cierta cautela ante una ascética de renuncia y sacrificio de los deseos; siempre existe el riesgo de matar la aspiración. Y como explica Ricoeur, el deber no es otra cosa que una peripecia de la exigéncia y de la aspiración. La aspiración del hombre a trascenderse es algo constitutivo del ser humano. Por esto, el deseo es expresión de la persona: expresión de su limitación e insuficiencia y también de su ilimitación y trascendencia. En esta perspectiva, la norma y la ley aparecen como expresión de esta aspiración fundamental del hombre.

Finalmente, la aceptación de la felicidad ha de integrar también la valoración del placer. Naturalmente que hay que distinguir el placer de la felicidad. El placer es algo limitado, finito, acabado; la felicidad, en cambio, aspira a lo indefinido, inacabable e infinito. Hay que desmitificar la absolutización del placer. Pero hay que reconocerlo como valor. Su bondad está en él mismo. Su posible maldad proviene de algo que está fuera de él.

3.4. La paz como categoría evangélica incuestionable

La aspiración a la felicidad culmina en una felicidad compartida. Y éste es el gran deseo, la gran nostalgia, el gran ideal: una felicidad compartida, una paz duradera, una convivencia y comprensión en la vida humana.

La moral deja su rostro individualista. Se "socializa". La comunidad y el grupo se convierten en el ámbito de la vivencia y exigencia ética. El problema moral pasa del "yo" al "nosotros". La felicidad y la justicia culminan y convergen en la paz.

La paz así entendida, como felicidad común, como comprensión humana, como entendimiento y respeto entre los hombres y pueblos, como promoción de los derechos humanos fundamentales, como hilo conductor del desarrollo y superación de toda violencia, se convierte hoy en el gran valor y categoria moral. Se trata, sin duda, de una categoria vivamente sentida y difundida ampliamente. Pero al mismo tiempo, es hoy el ideal más difícil detraducir en la realidad de las situaciones como un valor eficaz.

Nuestra sociedad es una sociedad violenta. Guerras, torturas, aplastamiento de pueblos y de hombres indefensos, terrorismo, manipulación... dan hoy un rostro violento a nuestro mundo, y hacen gravitar la destrucción, el odio y la angustia en el corazón de los hombres. Nos hallamos envueltos en una "espiral de violencia". "No se nos ha preguntado si queriamos ser violentos o no-violentos. Se nos ha arrojado en un mundo donde la violencia es un hecho permanente y donde los hombres tienen necesidad de responder con la violencia".

Los jóvenes, inmersos en este mundo, sufren en su propia carne tal situación, y al mismo tiempo, como deciamos al principio, ellos mismos la provocan. Y sin duda, uno de los problemas morales más inquietantes sea hoy el de la violencia de los jóvenes. Se encuentran entre dos polos: ¿violencia o no-violencia? Muchos ven en L. King el testimonio de una vida basada en el amor, en el respeto y en la protesta no-violenta. Otros, en cambio, se fijan en C. Torres como coherencia de una vida que no ha reparado en usar la violencia en su búsqueda de la justicia.

Desde la perspectiva cristiana, la categoria de la paz es incuestionable y tiene que alcanzar hoy toda su fuerza y vigor. La no-violencia está inscrita en el corazón del Evangelio. Pero no puede entenderse pasivamente. Y los jóvenes necesitan comprender que el ideal de la paz no consiste en "cruzarse de brazos", en esperar que este mundo injusto y violento sea transformado por otros, en aceptar estoicamente la injusticia y la opresión. La paz como categoría moral, exige la renuncia a la violencia, pero también el compromiso de lucha por la justicia, por el desarrollo, por el respeto, derecho y dignidad de la persona.

Y todo esto tiene vigencia no sólo a nivel estructural, sino también personal. Es decir, se trata de un valor muy concreto que puede ser meta educativa en todos los ambientes. Educar para la-paz es educar a la convivencia, al respeto mutuo, a la justicia, a la fraternidad.

4. CONCLUSION

La crisis moral configurada como crisis de valores es un fenómeno amplio y profundo. Es al mismo tiempo riesgo y esperanza, peligro y promesa interrogante y búsqueda. Desde una perspectiva pastoral constituye un grán desafío: el desafio a mirar al Evangelio y encontrar en el mensaje de Jesús toda la fuerza y el vigor que contiene. La contestación de los valores de la sociedad actual, de los modelos de comportamiento que culturalmente se han venido trasmitiendo, en realidad es expresión de una ruptura con el conformismo y la ambiguedad; es expresión de un radicalismo muy cercano al radicalismo evangélico. Porque el mensaje de Jesús supone un vuelco, un cambio radical de perspectiva en la estimación de muchos valores. Y hoy es urgente la presentación y vivencia de la fuerza dinámica del amor, del sentido critico de la esperanza, del compromiso de la fe.

Las jóvenes piden a la Iglesia la presentación de la "novedad" de su mensaje. Piden que no se contente con repetir fórmulas y principios morales estereotipados, sino que asuma con coraje los interrogantes y problemas que plantea el momento actual.

Pero este radicalismo evangélico no tiene nada que ver con posturas integrístas y cerradas al mundo y a la historia. El radicalismo evangélico es el radicalismo del testimonio, de la capacidad de presentar hoy un nuevo modelo.

Pero este radicalismo evangélico no tiene nada que ver con posturas integristas y cerradas al mundo y a la historia. El radicalismo evangélico es el radicalismo del testimonio, de la capacidad de presentar hoy un nuevo modelo de vida. Y el modelo de referencia es la persona de Cristo.