La Biblia y la Tradición
Autor: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender
su Fe
A menudo los
hermanos evangélicos, discutiendo con nosotros los católicos, nos dicen: «¿Dónde
habla la Biblia del purgatorio? ¿Dónde dice la Biblia que San Pedro fue a Roma?
¿De dónde sacan ustedes los católicos eso de que María es la Inmaculada
Concepción y que subió al cielo en cuerpo y alma?».
Para los evangélicos, la Revelación Divina y la Biblia son lo mismo. Es decir,
para ellos solamente en la Biblia se encuentra toda la Revelación de Dios.
Ahora bien: ¿Es correcta esta posición? ¿Es cierto que la Biblia contiene todo
el Evangelio de Cristo? ¿Qué dice la misma Biblia al respecto? Además, ¿quién
reunió todos los libros inspirados que constituyen la Biblia? ¿Acaso no fue la
Iglesia la que recibió el encargo de predicar el Evangelio por todo el mundo,
hasta el fin de los tiempos? ¿Qué hubo primero: la Biblia o la Iglesia?
Hermanos, en esta carta les explicaré por qué la Revelación Divina no abarca
solamente la Biblia, como piensan los evangélicos, sino que la Revelación de
Dios se manifiesta en la Tradición Apostólica y en la Biblia. Es un tema un poco
difícil, pero fundamental para la comprensión correcta de la fe católica. Es un
tema que ha sido causa de muchos malos entendidos entre la Iglesia Católica y
las distintas iglesias evangélicas.
La Revelación Divina
La Revelación es la manifestación de Dios y de su voluntad acerca de nuestra
salvación. Viene de la palabra «revelar», que quiere decir «quitar el velo», o
«descubrir».
Dios se reveló de dos maneras:
La Revelación natural, o revelación mediante las cosas creadas.
Dice el apóstol Pablo: «Todo aquello que podemos conocer de Dios El mismo se lo
manifestó. Pues, si bien a El no lo podemos ver, lo contemplamos, por lo menos,
a través de sus obras, puesto que El hizo el mundo, y por sus obras entendemos
que El es eterno y poderoso, y que es Dios» (Rom 1,19-20).
La Revelación sobrenatural o divina
Desde un principio Dios empezó también a revelarse a través de un contacto más
directo con los hombres, mediante los antiguos profetas y de una manera perfecta
y definitiva en la persona de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. «En diversas
ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres, por medio de
los profetas, hasta que, en estos días que son los últimos, nos habló a nosotros
por medio de su Hijo» (Heb.1,1-2). Jesús nos reveló a Dios mediante sus palabras
y obras, sus signos y milagros; sobre todo mediante su muerte y su gloriosa
resurrección y con el envío del Espíritu Santo sobre su Iglesia. Todo lo que
Jesús hizo y enseñó se llama «Evangelio», es decir, «Buena noticia de la
Salvación».
¿Cómo fue transmitida la Revelación Divina?
Para llevar el Evangelio por todo el mundo, Jesús encargó a los apóstoles y a
sus sucesores, como pastores de la Iglesia que El fundó personalmente:
«Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo
que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se
termine este mundo» (Mt. 28,18-20).
Aquí notamos cómo Jesús ordenó «predicar» y «proclamar» su Evangelio. Y de hecho
los Apóstoles «predicaron» la Buena Nueva de Cristo. Años después algunos de
ellos pusieron por escrito esta predicación. Es decir, al comienzo la Iglesia se
preocupó de predicar el Evangelio. Por supuesto el Evangelio que Jesús entregó a
los Apóstoles no estaba escrito. Jesús no escribió nunca una carta a sus
Apóstoles; su enseñanza era solamente oral. Así lo hicieron también los
Apóstoles.
La Tradición Apostólica
Este mensaje escuchado por boca de Jesús, vivido, meditado y transmitido
oralmente por los Apóstoles, se llama «la Tradición Apostólica».
Cuando aquí hablamos de la Tradición» (con mayúscula), nos referimos siempre a
la «Tradición Apostólica». No debemos confundir «la Tradición Apostólica» con la
«tradición» que en general se refiere a costumbres, ideas, modos de vivir de un
pueblo y que una generación recibe de las anteriores. Una tradición de este tipo
es puramente humana y puede ser abandonada cuando se considera inútil. Así Jesús
mismo rechazó ciertas tradiciones del pueblo judío: «Ustedes incluso
dispensan del mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres» (Mc.7,8).
La Tradición Apostólica se refiere a la transmisión del Evangelio de Jesús.
Jesús, además de enseñar a sus apóstoles con discursos y ejemplos, les enseñó
una manera de orar, de actuar y de convivir. Estas eran las tradiciones que los
apóstoles guardaban en la Iglesia. El apóstol Pablo en su carta a los Corintios
se refiere a esta Tradición Apostólica: «Yo mismo recibí esta tradición que,
a su vez, les he transmitido» (1 Cor. 11, 23).
Resumiendo, podemos decir que Jesús mandó «predicar», no «escribir» su
Evangelio. Jesús nunca repartió una Biblia. El Señor fundó su Iglesia,
asegurándole que permanecerá hasta el fin del mundo. Y la Iglesia vivió muchos
años de la Tradición Apostólica, sin tener los libros sagrados del Nuevo
Testamento.
La Biblia
Solamente una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por
escrito por los mismos apóstoles y otros evangelistas de su generación.
Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento
(NT), que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al
escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús.
«Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no
habría lugar en el mundo para tantos libros», nos dice el apóstol Juan (Jn.
21,25).
La Sagrada Escritura, y especialmente el NT, es la Palabra de Dios, que nos
manifiesta al Hijo en quien expresó Dios el resplandor de su gloria (Heb.1,3).
Podemos decir que sólo la parte más importante y fundamental de la Tradición
Apostólica fue puesta por escrito. Por esta razón la Iglesia siempre ha tenido
una veneración muy especial por las Divinas Escrituras.
Biblia y Tradición
Después de esto podemos decir que la revelación divina ha llegado hasta nosotros
por la Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura. No debemos considerarlas
como dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios. El Concilio
Vaticano II lo describe muy bien: «La Tradición Apostólica y la Sagrada
Escritura manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia el
mismo fin». La Tradición y la Escritura están unidas y ligadas, de modo que
ninguna puede subsistir sin la otra.
Además, la Sagrada Escritura presenta la Tradición como base de la fe del
creyente: «Todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me
han visto hacer, háganlo» (Fil.4,9). «Lo que aprendiste de mí, confirmado por
muchos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir
después a otros» (2. Tim. 2,2).
«Hermanos, manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les
enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).
Está claro que el Apóstol Pablo, para confirmar la fe de los cristianos, no usa
solamente la Palabra de Dios escrita, sino que recuerda también de una manera
muy especial la Tradición o la predicación oral.
Para el Apóstol las formas de transmisión del Evangelio: Sagrada Escritura y
Tradición, tienen la misma importancia. En realidad, una vez que se escribió el
NT no se consideró acabada la Tradición Apostólica, como si estuviera completa
la Revelación Divina. La Biblia no dice eso; en ninguna parte está escrito que
el cristiano debe someterse ¡sólo a la Biblia! Esta es una idea que surgió entre
los protestantes recién en los años 1550. En la Iglesia Católica hubo siempre
una conciencia clara sobre la importancia de la Tradición Apostólica, sin quitar
a la Biblia el valor que tiene.
¿Sólo la Biblia?
Es un error creer que basta la Biblia para nuestra salvación. Esto nunca lo ha
dicho Jesús y tampoco está escrito en la Biblia. Jesús, reitero, nunca escribió
un libro sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Lo único que hizo Jesús fue fundar
su Iglesia y entregarle su Evangelio para que fuera anunciado a todos los
hombres hasta el fin del mundo.
Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se escribió y fue aceptado el N.T.,
bajo su autoridad apostólica. Además la Iglesia vivió muchos años sin el N.T.,
el que se terminó de escribir en el año 97 después de Cristo. Y también es la
Iglesia la que, en los años 393-397, estableció el Canon o lista de los libros
que contienen el N.T.
Por tanto, si aceptamos solamente la Biblia, ¿cómo sabemos cuáles son los libros
inspirados? La Biblia, en efecto, no contiene ninguna lista de ellos. Fue la
Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la lista de los libros inspirados.
Supongamos que se perdiera la Biblia, en ese caso la Iglesia seguiría poseyendo
toda la verdad acerca de Cristo, la cual hasta la fecha ha sido transmitida
fielmente por la Tradición, tal como lo hizo antes de escribir el NT.
Los evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo
considerablemente el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos
esta ley de oro que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando
fielmente la Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes.
2,15).
El Magisterio de la Iglesia
La Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este
depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los
Apóstoles al conjunto de la Iglesia. Ahora bien el oficio de interpretar
correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo. Este
Magisterio, según la Tradición Apostólica, lo forman los obispos en comunión con
el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.
El Magisterio no está por encima de la Revelación Divina, sino que está a su
servicio, para enseñar puramente lo transmitido. Por mandato divino y con la
asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la Iglesia lo escucha
devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.
Los fieles, recordando la Palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a
ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con docilidad las
enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas. El
Magisterio de la Iglesia es un guía seguro en la lectura e interpretación de la
Sagrada Escritura, «ya que nadie puede interpretar por sí mismo la Escritura»
(2 Ped. 1, 20).
El Magisterio de la Iglesia orienta también el crecimiento en la comprensión de
la fe. Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la comprensión de la fe puede
crecer en la vida de la Iglesia cuando los fieles meditan la fe cristiana y
comprenden internamente los misterios de la Iglesia. Es decir, el creyente vive
la palabra de Dios en las circunstancias concretas de la historia y hace cada
vez más explícito lo que estaba implícito en la Palabra de Dios.
En este sentido la Tradición divino-apostólica va creciendo, como sucede con
cualquier organismo vivo.
Este es precisamente el significado que hay que dar a las definiciones
dogmáticas, hechas por el Magisterio de la Iglesia.
Conclusión
1. Resumiendo, podemos decir que la Iglesia no saca solamente de la Escritura la
certeza de toda la Revelación Divina.
2. La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de
la Palabra de Dios, en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante
contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.
3. El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado
únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los obispos en comunión con el Papa.
4. La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan de
Dios, están íntimamente unidos, de modo que ninguno puede subsistir sin los
otros. Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu
Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de los hombres.
Cuestionario
¿Qué fue primero: la Biblia o la Iglesia? ¿Qué significa la palabra revelación?
¿De cuántas maneras se reveló Dios al Hombre? ¿Qué ordenó Jesús antes de subir
al cielo? ¿Cuándo se pusieron por escrito las enseñanzas de Jesús? ¿Qué
significa la palabra Tradición Apostólica? ¿Basta la sola Biblia para la
salvación? ¿Jesús fundó una Iglesia o mandó difundir la Biblia? ¿Cuál es la
función del Magisterio?