ALEJADOS

Entre ellos hay gente de bien, predestinados

Vamos a utilizar una meditación de san Agustín sobre este salmo (136). En ella el gran Padre de la Iglesia introduce una nota sorprendente y de gran actualidad: sabe que incluso entre los habitantes de Babilonia hay personas comprometidas en favor de la paz y del bien de la comunidad, aunque no comparten la fe bíblica, es decir, aunque no conocen la esperanza en la ciudad eterna a la que aspiramos. Llevan en sí mismos una chispa de deseo de algo desconocido, de algo más grande, de algo trascendente, de una verdadera redención. Y él dice que incluso entre los perseguidores, entre los no creyentes, se encuentran personas con esa chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la medida que les es posible en las circunstancias en que viven. Con esta fe también en una realidad desconocida, están realmente en camino hacia la verdadera Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta apertura de esperanza también para los babilonios —como los llama Agustín—, para los que no conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y a pesar de ello desean algo desconocido, algo eterno, nos exhorta también a nosotros a no fijarnos simplemente en las cosas materiales del momento presente, sino a perseverar en el camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza más grande podemos también transformar este mundo, de modo adecua-

do. San Agustín lo dice con estas palabras: «Si somos ciudadanos de Jerusalén (...), y debemos vivir en esta tierra, en la confusión del mundo presente, en esta Babilonia, donde no vivimos como ciudadanos sino como prisioneros, es necesario que no sólo cantemos lo que dice el Salmo, sino que también lo vivamos: esto se hace con una aspiración profunda del corazón, plena y religiosamente deseoso de la ciudad eterna».

Y añade, refiriéndose a la «ciudad terrestre llamada Babilonia»: <Tiene personas que, impulsadas por el amor a ella, se esfuerzan por garantizar la paz —la paz temporal—, sin alimentar en su corazón otra esperanza, más aún, poniendo en esto toda su alegría, sin buscar nada más. Y vemos que se esfuerzan al máximo por ser útiles a la sociedad terrena. Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura en este esfuerzo, Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, pues los ha predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén, pero con tal de que, viviendo en Babilonia, no tengan su soberbia, su lujo caduco y su irritante arrogancia (...). Ve su esclavitud y les mostrará la otra ciudad, por la que deben suspirar verdaderamente y hacia la cual deben dirigir todo esfuerzo» (Esposizioni sui Salmi, 136, 1-2: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, pp. 397. 399).

Pidamos al Señor que en todos nosotros se despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y que también los que no conocen a Cristo sean tocados por su amor, de forma que todos juntos estemos en peregrinación hacia la ciudad definitiva y la luz de esta ciudad brille también en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

(Audiencia general. Miércoles 30 de noviembre de 2005.)