Aspectos políticos y sociales de la encíclica Dios es amor

Eduardo A. González
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El presente artículo nos propone una aproximación a la reciente –y primera– encíclica de Benedicto XVI, donde se destacan las connotaciones sociales y políticas del amor cristiano

Escuché los avances de la primera encíclica de Benedicto XVI en una transmisión radial. Inmediatamente después un programa musical difundió un tango en el que, aún a riesgo de su descontextualizació n y simplificació n, se resumía en las breves palabras de una de sus estrofas la temática de la Deus caritas est (en adelante DCE): "Es la historia de un amor / como no hay otro igual / que me hizo comprender / todo el bien, todo el mal...".

Su posterior lectura me llevó a pensar que así como Juan Pablo II se refirió a la importancia de la búsqueda de la verdad objetiva en la carta Veritatis splendor, –que significa el esplendor de la verdad–, ésta bien podría llevar como subtítulo amoris splendor, es decir, el esplendor del amor.

Como se divide en dos partes "La unidad del amor en la creación y en la historia de la salvación" y "Caritas: El ejercicio del amor por parte de la Iglesia como comunidad de amor", quién esté interesado en conocer sus aspectos políticos y sociales tenderá a dirigirse directamente a la segunda, sobre todo a los párrafos agrupados bajo el subtítulo "Justicia y caridad" (26-29).

En mi opinión con tal actitud se parcializa su estudio y comprensión, porque se dejarían de lado los párrafos finales de la primera parte (14-18) que justamente actúan como "bisagra", ya que después de mostrar la necesidad de plenificar la espontánea tendencia del eros con la apertura que brinda el agapé en un amor plenamente humano (2-13) explican por qué este último vocablo es utilizado también para designar la celebración del sacramento de la Eucaristía del Señor, su característica social y su proyección en el amor al prójimo.

La Eucaristía se escapa del templo

"Pero ahora se ha de prestar atención a otro aspecto: la ‘mística’ del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan... Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía : en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros. Sólo a partir de este fundamento cristológico- sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor... Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma" (DCE, 14).

La idea de una Eucaristía que desborda el rito y llega de alguna manera al extremo de identificarse con los pobres ya había sido audazmente planteada por un joven teólogo de 29 años, en 1956 cuando, todavía en el pontificado de Pío XII, escribió:

"Si la esencia de la Eucaristía es unirnos realmente con Cristo y unos con otros, quiere decir que la Eucaristía no puede ser mero rito y liturgia; no puede en absoluto celebrarse por completo en el ámbito del templo, sino que la caridad diaria y práctica de unos con otros es parte esencial de la Eucaristía y esa diaria bondad es verdaderamente liturgia y culto de Dios. Más aún, solo celebra realmente la Eucaristía quien la completa con el culto diario de la caridad fraterna... Y una vez más es el Crisóstomo quien se atreve a decir que los pobres son el altar vivo del sacrifico neotestamentario, que se construye con los miembros de Cristo: ‘Además el altar es aquí maravilloso porque, aun siendo por naturaleza de piedra, es santo cuando sostiene el cuerpo de Cristo, pero aquel altar (= los pobres, pudiéramos decir, el prójimo en general) es santo, porque él mismo es cuerpo de Cristo’. Es decir, la liturgia de Cristo se celebra en cierto sentido con mayor realismo en el diario quehacer que en acto ritual" (J. Ratzinger, El Nuevo Pueblo de Dios, Barcelona 1969, 99).

¿Quién es mi prójimo?

En el ambiente hebreo, el concepto de prójimo tendía referirse al próximo en cuanto cercano, familiar, vecino, compatriota o habitante en las tierras de Israel. La enseñanza de Jesús de Nazaret, sobre todo a través de las parábolas, lo amplía hasta comprender a todo humano que tenga necesidad de "proximidad" por sus carencias económicas, físicas, sociales o afectivas, por que en esa persona se encuentra oculto no sólo Él mismo, sino también su Padre.

Así lo resume un escrito de 1965, sobre el final del Concilio Vaticano II: "El que tiene la caridad lo tiene todo. Eso basta de manera completa, simple y absoluta. Así se desprende... señaladamente de la audaz parábola del juicio final (Mt 25, 31-46) en que el juez del mundo no pregunta lo que cada uno ha creído, pensado y conocido, sino que juzga única y exclusivamente por el criterio de la caridad. El sacramento del hermano aparece aquí como el único camino suficiente de salvación, el prójimo como la incógnita de Dios, en que se decide el destino de cada uno. Lo que salva no es que uno conozca el nombre del Señor (Mt 7, 21); lo que se pide es que trate humanamente al Dios que se esconde en el hombre" (Ratzinger, El Nuevo Pueblo de Dios, 391).

Por eso no es de extrañar que antes de analizar los aspectos de la justicia y la caridad organizada la encíclica, ya no redactada por el teólogo privado, sino por el ahora Obispo de Roma reitere ese examen sobre la solidaridad: "En fin, se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. ‘Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’ (Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (DCE, 15).

La parábola sobre el Juicio de los Pueblos fue comentada con un sentido nuevo por Juan Pablo II: "no nos detengamos en una interpretació n individualista de la ética cristiana, puesto que ella tiene también una dimensión social... A la luz de las palabras de Cristo, este Sur pobre juzgará al opulento Norte. Y los pueblos pobres y las naciones pobres –pobres de modos distintos, no sólo faltos de alimentos, sino también privados de libertad y de otros derechos humanos– juzgarán a los que les arrebatan estos bienes, acumulando para ellos el monopolio imperialista del predominio económico y político a expensas de otros... " (en Canadá, el 17/IX/1984).

La justicia y el amor político

Los temas de la Segunda parte de la Encíclica pueden agruparse en torno a la actividad caritativa organizada de la Iglesia Católica como tarea propia. y al orden justo de la sociedad como tarea principal de la política, explicada en una sucinta síntesis (26-29). Ambas tareas son el despliegue del auténtico agapé, porque "toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano" (CDE, 19).

La gestión política inmediata es "es más bien propia de los fieles laicos. No pueden eximirse de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Aunque las manifestaciones de la caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del Estado, sigue siendo verdad que la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos, y por lo tanto su actividad política vivida como caridad social" (DCE, 29).

La caridad social y política mira a la sociedad en su conjunto y a las causas que provocan la marginación y la pobreza, de tal manera que el mandato del amor al prójimo "en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida o bien eliminar los factores sociales que causan la indigencia" (Compendio de la doctrina social de la Iglesia , 208).

Ciertas corrientes del marxismo criticaban las obras de caridad porque en un orden injusto frena el
potencial revolucionario, pero al negar la posibilidad de la ayuda concreta "el hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc del futuro, un futuro cuya efectiva reali-zación resulta al menos dudosa" (DCE, 30, b).

A la inversa, en los países donde predomina el liberalismo capitalista, a partir de la caída del Muro de Berlín y con el proceso de globalización, cada vez más se acentúa una concentración estructural de la riqueza, causante de injusticias y de víctimas sacrificadas a la idolatría del becerro de oro que la siempre necesaria, generosa y aún abundante ayuda directa no puede resolver.

La situación fue advertida por el beato chileno Alberto Hurtado: "Atacar no tanto los efectos, cuanto sus causas. Algunos se compadecen de la miseria del pueblo, otros lamentan sus males, pero ¿quién se consagra en cuerpo y alma a atacar las causas profundas de sus males? De aquí la ineficacia de la filantropía, de la mera asistencia, que es un parche a la herida, pero no el remedio profundo" (¿A quién amar? Reflexión personal, noviembre de 1947).

Por eso la sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia , sino que depende de los proyectos que históricamente, con más o menos acierto y posibilidades, realizan las distintas agrupaciones políticas y sociales que conforman al pueblo en su conjunto y al Estado como organización jurídica de la Nación. Los cristianos y cristianas, participantes como ciudadanos en la sociedad civil y en los movimientos populares, aportan su visión del hombre, de la cultura, de la justicia social y del bien común que les brinda la iluminación de la fe.

Un análisis lúcido y crítico tenderá a evitar un grave error del siglo XIX, que en muchos aspectos sigue más agravado en el presente, cuando "los medios de producción y el capital eran el nuevo poder que, estando en manos de pocos, comportaba para las masas obreras una privación de derechos contra la cual había de rebelarse. Se debe admitir que los representantes de la Iglesia percibieron sólo lentamente que el problema de la estructura justa de la sociedad se planteaba de un modo nuevo." (DCE, 26-27). Puede ocurrir lo mismo ante los nuevos conflictos provenientes de la expansión globalizada del capitalismo. "Pero la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia". Además el aporte del Magisterio brinda una doctrina social que argumenta a partir de lo que es conforme con la naturaleza humana, fundamento y origen de los derechos humanos. "En este punto, política y fe se encuentran" (ver DCE, 28b).

Creo que es necesario agregar que por su parte el Obispo –y de manera análoga los presbíteros que participan de su sacerdocio– "como profeta de justicia.... predica la doctrina social de la Iglesia , fundada en el Evangelio y asume la defensa de los débiles, haciéndose la voz de quien no tiene voz para hacer valer sus derechos... El Obispo es también defensor y padre de los pobres, se preocupa por la justicia y los derechos humanos, es portador de esperanza" (Juan Pablo II, Pastores Gregis, 67).

La reciente historia latinoamericana nos ha mostrado que esa actividad profética incide con tal fuerza que molesta a los poderosos de la política y la economía y lleva a la calumnia, la muerte cruenta y al martirio. El obispo argentino Enrique Angelelli y el salvadoreño Oscar Arnulfo Romero merecen ser citados, en perspectiva latinoamericana, como lo hace la Encíclica con uno de los pioneros de la doctrina social de la Iglesia a fines del siglo XIX, el obispo alemán Wilhelm Emanuel barón von Ketteler de Maguncia (ver DCE, 27).

En el mismo sentido, se ha de ubicar la alta política y exquisita diplomacia desarrollada por intervenciones que como la de Juan Pablo II y la de su enviado, el cardenal Antonio Samoré, impidieron en 1978 el enfrentamiento entre Argentina y Chile; la clara oposición a la guerra contra Irak o como, en un tono más limitado pero no menos intenso, culminaron, después de la mediación del sacerdote Juan Carlos Molina, en el acuerdo entre el sindicato y las compañías petroleras de la provincia de Santa Cruz, en febrero de 2006, después de la muerte de un oficial de policía.

Una teología del amor organizado

La existencia de numerosas instituciones del Estado y de las ONG, que trabajan en los diversos ámbitos de la solidaridad, "se explica por el hecho de que el imperativo del amor al prójimo ha sido grabado por el Creador en la naturaleza misma del hombre" (DCE, 31).

Por su parte, ya las primeras comunidades cristianas con la elección de los "siete varones", según relatan los Hechos de los Apóstoles (ver 2, 44-45), pusieron el fundamento del ministerio diaconal. "Con la formación de este grupo de los Siete, la diaconía –el servicio del amor al prójimo ejercido comunitariamente y de modo orgánico– quedaba ya instaurada en la estructura fundamental de la Iglesia misma." (DCE, 20). La restauración del diaconado permanente propuesta por el Concilio Vaticano II pone de mayor relieve el valor sacramental del servicio tal como lo mostró Jesús de Nazaret en el lavatorio de los pies a los discípulos durante la Cena de despedida (ver Jn 13, 1-10).

En la actualidad la Iglesia Católica , como comunidad de amor, desarrolla una acción específica a través de organizaciones como el Consejo Pontificio Cor Unum, Caritas y muchas otras similares tanto en el ámbito internacional, nacional o diocesano.

El Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos subraya lo específico de la misión de los sucesores de los Apóstoles en el ámbito de cada una de sus propias Iglesias. Tendrá la ayuda de colaboradores capaces de "sintonizar con las otras organizaciones en el servicio a las diversas formas de necesidad" (DCE, 34). Los encargados del servicio de la caridad "necesitan, además de la preparación profesional, también y sobre todo una formación del corazón... El programa del cristiano –el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús– es un corazón que ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia" . Su acción no será proselitista ni invasiva de la conciencia del otro. "El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre él, dejando que hable sólo el amor" (ver DCE, 31a/b/c). La experiencia señala que la "preparación profesional" no es sólo la capacitación que pueden brindar los centros de formación en el ámbito universitario, sino también, y sobre todo, la práctica creativa que muchas veces llevan a cabo personas casi analfabetas, pero con gran sentido de la cultura del pueblo pobre del que forman parte. Las cooperativas cartoneras son sólo un ejemplo de las tantas iniciativas desplegadas en las situaciones más precarias.

La oración de protesta

La oración se convierte en el medio concreto de recibir las fuerzas necesarias para una tarea que requiere constancia y perseverancia, en medio de dramáticas situaciones que parecen insolubles y agotadoras. Se necesita también entonces la oración de protesta que se expresa "en diálogo orante: ¿Hasta cuando, Señor, vas a estar sin hacer justicia, tú que eres santo y veraz? (ver Apoc 6, 10)... Nuestra protesta no quiere desafiar a Dios... [Es] la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros" (DCE, 38). Siguiendo la enseñanza de Jesús de Nazaret, la Iglesia ora para que "venga a nosotros el Reino de Dios", de tal manera que mientras esperamos la venida de Cristo en gloria, crezca en la tierra ese reino, "amor, querer y voluntad del Padre", también mediante el compromiso de varones y mujeres al servicio de la justicia y la paz (ver Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica , 590).

En todas las dimensiones de la vida personal, política y social, la caridad es la total integración humana del eros y del agapé con nostalgia del encuentro con el amor divino que desde siempre ha salido en nuestra búsqueda y que, siguiendo al Pseudo Dionisio "puede ser calificado sin duda como eros, que, no obstante, es también totalmente agapé" (DCE, 9).