Jesús Eucaristía, el Amigo que siempre te espera.
Autor: P. Angel Peña O.A.R.
Capítulo 2: Segunda Parte: Adoración al Santísimo
En esta segunda parte, queremos hacer entender la importancia de la adoración a
Jesús sacramentado como presencia viva y real de Jesús, nuestro Dios, en medio
de nosotros. El está como un amigo cercano, esperándonos. Procuremos ir a
visitarlo para reparar así tanta indiferencia y sacrilegios, que recibe en este
sacramento.
CONTENIDO
Indiferencia y sacrilegios
Adoración a Jesús sacramentado
Adoración perpetua. Otras expresiones
La visita diaria a Jesús
La comunión espiritual
La mirada de Jesús. El silencio de Jesús
Mensajes de nuestra Madre
Capítulo 1: Indiferencia y sacrilegios
En este mundo, en que vivimos, hay mucha indiferencia religiosa. ¿Cuántos
creen verdaderamente en Dios y lo aman de todo corazón? ¿Cuánta falta de fe
hay en muchos católicos, que aceptan el aborto, la mentira y la
inmoralidad..., como cosa normal en sus vidas. Y es que les falta oración y
Dios cuenta muy poco para ellos. Están muertos o enfermos en el alma y les
falta amor, les falta paz, les falta Dios. Y, sin Dios la vida no tiene
sentido. Y una vida sin sentido, no es posible vivirla con felicidad. De ahí
que el alma que ha perdido a Dios, es botín muchas enfermedades síquicas y
necesita del siquiatra. Ya en su tiempo, el famoso siquiatra J.G. Jung decía:
“De todos mis pacientes que han rebasado la mitad de la vida, es decir los
treinta y cinco años edad, no hay uno solo cuyo supremo problema no sea el
religioso. En último término, están enfermos por haber perdido aquello que la
religiosidad viva ha podido dar en todos los tiempos a sus seguidores y
ninguno ha sanado sin haber llegado a recobrar sus convicciones religiosas”.
El mismo S. Agustín escribía: “Yace en todo el orbe de la tierra el gran
enfermo. Para sanarlo vino el médico omnipotente... Bajó al lecho del enfermo
para dar recetas de salvación y los que las ponen en práctica se salvan” (Sermo
80,4).
Pues bien, ahí está Jesucristo, el Señor de la vida, el médico de cuerpos y
almas. Si necesitamos paz, El la tiene toda, porque El es el príncipe de la
paz (Cf Is 9,6). El nos sigue diciendo como hace dos mil años: “Venid a Mí los
que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré y daré descanso para
vuestras almas” (Mt 11,28). Pero ¿quien le hace caso? Muchos se ríen de El,
como se reían, cuando lo veían clavado en la cruz y lo creían derrotado para
siempre. Ya muy pocos creen verdaderamente en El. Por eso, mucha gente está
enferma del alma. Buscan a los sicólogos y siquiatras y se olvidan de Jesús...
Y, sin embargo, El es un Dios de amor, es el amor de Dios en la tierra. Es el
mismo Jesús que, bajo la apariencia de un pobre carpintero, se paseaba por
aquellos caminos de Palestina, con todo su poder divino. Es el mismo Jesús de
Nazaret, que actualmente está escondido e invisible bajo la pobre apariencia
de un poco de pan. Y lo hace por humildad y por amor a nosotros, para no
cegamos o asustarnos ante la grandeza de su divinidad.
Quizás sea por esto que muchos católicos abusan de confianza y le faltan
fácilmente al respeto. ¡Cuántos asisten a la iglesia vestidos indecentemente!
¡Cuántas blasfemias contra la hostia santa en algunos lugares! ¡Cuántas
comuniones sacrílegas! ¡Qué pocos son los que creen verdaderamente en su
presencia eucarística! ¡Cuántos sagrarios abandonados!
¡Cuánto sufre Nuestra Madre la Virgen María ante tanta indiferencia,ante la
falta de fe de sus hijos, muchos de los cuales van por el camino de la
perdición eterna! ¿Nos puede extrañar que, en muchas ocasiones haya llorado en
sus imágenes hasta lágrimas de sangre? En las apariciones de La Salette,
aprobadas por la Iglesia, decía la vidente Melania “La Santísima Virgen
lloraba durante casi todo el tiempo que me habló. Yo hubiera querido arrojarme
a sus brazos y decirle: Mi buena Madre, no lloréis. Yo os quiero amar por
todos los hombres de la tierra Pero me parecía que me respondía: hay tantos
que no me conocen”. Si estás dispuesto a consolar a María, la mejor manera es
amar a Jesús Eucaristía. Pero muchos no creen ni quieren creer.
No obstante, Satanás y los suyos sí creen y se esfuerzan todo lo posible por
fomentar los sacrilegios y profanaciones. Roban hostias a las iglesias,
celebran misas negras con hostias consagradas... y hacen con ellas todo cuanto
la maldad satánica les puede sugerir para profanarlas. He tenido oportunidad
de hablar con personas que asistieron a reuniones satánicas y adoraron a
Satanás. Allí, el rito central es la misa negra. El que hace de sacerdote
lleva vestiduras especiales y hace los rituales de la misa, pero invertidos y
profanados deliberadamente. Reza el Padrenuestro al revés. Se profanan los
sacramentos, especialmente la hostia santa. Allí, en lugar de oraciones, se
dicen blasfemias Al ofertorio, cada uno de los miembros renuevan el
ofrecimiento de su alma a Satanás. Pero el centro de todo es la profanación de
la Eucaristía y la adoración de Satanás.
Como vemos, el diablo sí toma muy en serio la presencia de Jesús en la
Eucaristía y nosotros seguimos permaneciendo indiferentes ante tantos
sacrilegios y tantos sagrarios profanados y tantas comuniones sacrílegas...
El 2 de Abril de 1290, en la calle Billetes de París, ocurrió un hecho
extraordinario. Un judío llamado Jonatás se consiguió una hostia consagrada de
una feligresa de la parroquia de Saint Merry. Sobre la hostia descargó su
rabia y, a golpes de cuchillo, la masacró. Entonces, comenzó a correr la
sangre y él se asustó. La echó al fuego y se elevó milagrosamente sobre las
llamas. La arrojó en una olla de agua hirviendo y ensangrentó la olla. Después
se levantó en el aire y tomó la forma de un crucifijo. Por fin, se posó sobre
una escudilla... Una feligresa, que corrió al oír los gritos, la recogió y la
llevó al sacerdote. La casa, donde ocurrió este hecho, la hicieron capilla al
año siguiente y hay dos documentos originales, que certifican la veracidad de
este suceso. En ellos se habla también de la conversión de la esposa de
Jonatás y de sus hijos y de varios de sus correligionarios.
Pero las profanaciones no son hechos lejanos o de ciencia ficción. Una
religiosa italiana me escribía en diciembre 1996 lo siguiente: “Tendría yo
unos tres años de edad. Un día, la empleada de mi casa me condujo con ella a
visitar a una bruja, llevándole una hostia consagrada, que había recibido en
la comunión. La bruja apuñaló la hostia varias veces con un cuchillo delante
de mí. Y el Señor quiso hacerme entender de un modo muy claro y profundo, en
lo más íntimo de mi ser que estaba presente realmente en aquella hostia; que
estaba vivo, sufriendo por aquella acción, pero, al mismo tiempo, entendí que
estaba glorioso. Y me di cuenta, con mi corta edad, de que Jesús necesita
nuestro amor para ser consolado de tantos ultrajes y ofensas que recibe en
este sacramento del amor”.
Y nosotros ¿que hacemos para consolar a Jesús Eucaristía? Jesús sigue
sufriendo como sufrió en Getsemaní, que sudó sangre al pensar en tanto amor
divino rechazado y en tantos sacrilegios y pecados de todos los hombres de
todos los tiempos. Pero también recibió el consuelo del ángel y en él recibió
el consuelo de todos los hombres buenos y de tantos adoradores que repararían
y lo consolarían de tantas ofensas. ¿Quieres ser tú uno de estos adoradores y
reparadores? ¿Estás dispuesto a darlo todo por tu amigo Jesús?
Capítulo 2: Adoración a Jesús sacramentado
Jesús es nuestro Dios y debemos adorarlo. Es el Rey de Reyes y Señor de los
Señores. Sin embargo, no quiere que lo tratemos como Rey, sino como un amigo
íntimo, con sencillez y naturalidad. Los ángeles, que lo adoran en cada hostia
consagrada, podrían decimos con Isaías “No tengáis miedo, aquí está nuestro
Dios” (Is 35,4). El se va a sentir feliz de nuestra visita y, como decía el
cura de Ars, nos va a tomar nuestra cabeza entre sus manos y nos va a llenar
de cariño y de ternura.
Y recordemos que toda adoración es también reparación: Hay que ofrecer nuestro
amor a Jesús para reparar tantas ofensas que recibe especialmente en este
sacramento del Amor. Como le diría nuestra Madre a Lucía de Fátima: “Tú al
menos procura consolarme”.
Ahora bien, no centremos tanto nuestra atención en la adoración que olvidemos
su relación con la misa y la comunión. Lo más grande es asistir a la
celebración de la misa, ofrecernos con Jesús y después unirnos a El en la
comunión. Y, como consecuencia de esto, continuar nuestra propia misa y
comunión en la adoración al Santísimo. En el ritual de la sagrada comunión y
del culto a la Eucaristía la Iglesia nos dice: “Los fieles, cuando veneren a
Cristo en el sacramento, recuerden que esta presencia proviene del sacrificio
y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual” (N° 80) Y
debemos prolongar en la adoración, la unión conseguida en la comunión, y
renovar la alianza que hemos hecho con Cristo en la celebración eucarística (Cf
N° 81). Y en este mismo número, hablando de la Exposición del Santísimo, se
nos dice que nos lleva a la adoración y nos “invita a la unión de corazón con
El, que culmina. en la comunión sacramental. Por eso, hay que procurar que, en
las Exposiciones, el culto al Sacramento manifieste aun en los signos
externos, su relación con la misa”.
¡Qué alegría damos a Jesús, cuando lo adoramos y lo acompañamos como a un
amigo querido! S. Basilio (muerto el 397) nos relata que algunos monjes de
Egipto, al no tener sacerdote, llevaban consigo la Eucaristía. Esta costumbre
estaba muy extendida en aquellos tiempos también entre los laicos por motivo
de las persecuciones. En el siglo XIII, a raíz de la institución de la fiesta
del Corpus Christi, comenzaron las procesiones eucarísticas, que al principio
llevaban la hostia santa, cubierta con un velo, por respeto y pudor. Ya a
mediados del siglo XIV se hacían procesiones por las calles y los campos en
acción de gracias, y también como rogativas o en casos de peligro. En ese
mismo siglo XIV, se practicaba ya la Exposición solemne del Santísimo, aunque
al principio se hacía sólo durante la octava del Corpus, y la Exposición se
realizaba en adoración totalmente silenciosa, sin oración ni canto alguno.
Hacia el 1500, ya en muchísimas Iglesias se hacía la Exposición todos los
domingos después de Vísperas, uso que ha llegado hasta nuestros días. En el
siglo XIV también se empezaron a crear altares y capillas especiales del
Santísimo Sacramento. A partir del siglo XVI, comienza la práctica de las
cuarenta horas, que tuvo su principal propagador en S. Antonio María Zaccaria.
En este mismo siglo, comienzan también la adoración nocturna y muchas
cofradías u organizaciones eucarísticas. A partir del siglo XVII, surgen
diversas Congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, para la adoración
perpetua del Santísimo Sacramento.
En el siglo XIX nacen los Congresos eucarísticos diocesanos, nacionales e
Internacionales. El primer Congreso eucarístico internacional se celebró en
Lille (Francia) en 1881. En 1997 se celebró el XLVI Congreso eucarístico
internacional en Wroclaw (Polonia). Y con e! movimiento litúrgico nacido del
Vaticano II, se da nuevo impulso a estas prácticas de piedad. Sin embargo, se
invita a los fieles a no encerrarse en una piedad meramente individualista,
con menoscabo de la dimensión eclesial y social de la fe. ¡Hay que amar a
Cristo Eucaristía para vivir mejor nuestra vida y amar más a los demás!.
Hay lugares donde las parroquias hacen por turno las cuarenta horas, bien sea
en dos días seguidos sin interrupción o en tres durante las horas del día. En
algunas Iglesias, hay grupos de adoración nocturna todas las noches o
solamente una vez a la semana o al mes. Cada vez son más frecuentes las
Exposiciones del Santísimo, aunque sean breves, con motivos especiales. Se
pueden hacer para bendecir enfermos (en misas de sanación), para bendecir a
los esposos, a los niños, a los ancianos y familias enteras o personas, en
especial necesidad. Esto, por supuesto, recomendándoles la asistencia a misa y
la comunión frecuente.
En la medida en que las normas de la Iglesia lo permitan, podría ser útil en
algunos lugares, sobre todo en la misa del domingo, acompañar a Jesús
Eucaristía (con el copón o la custodia) hasta la puerta del templo para, desde
allí, bendecir a toda la población, a los campos, trabajos... El Papa Pío XII
decía en la encíclica Mediator Dei que “es muy de alabar la costumbre
introducida en el pueblo cristiano de da fin a muchos ejercicios de piedad con
la bendición eucarística”. Y todos debemos adorar a nuestro Dios en público y
en privado, reconociendo a Jesús como Señor y dueño de nuestras vidas.
Reservemos algo de nuestro tiempo, exclusivamente, para estar a solas con El.
Pidamos a S. Julián Eymard “el campeón de Cristo presente en el sagrario”,
según Pío XII, y que fue “un gran adorador del santísimo sacramento” según
Juan XXIII, que nos ayude en esta misión.
Capítulo 3: Adoración perpetua. Otras expresiones
ADORACION PERPETUA
Cómo sería de desear que en todas las parroquias del mundo hubiera pequeñas
capillas de adoración perpetua, las veinticuatro horas del día, a Jesús
sacramentado. Capillas acogedoras con mucha luz, con muchas flores, con mucho
amor, donde los fieles pudieran acercarse a cualquier hora del día o de la
noche para visitar al amigo Jesús. Al menos, que estas capillas tengan
Exposición del Santísimo durante las horas del día
Lo importante es que los fieles hagan turnos para no dejar solo a Jesús y
pedir unidos por algunas necesidades especiales de la parroquia, del país o
del mundo. Suele decirse que a grandes males, grandes remedios. ¿No es hora de
poner todo lo posible de nuestra parte para que haya más paz en nuestra
sociedad y más unión y felicidad en los hogares?
El Papa quiere la adoración perpetua en todas las parroquias. ¿Es mucho pedir
que los buenos católicos puedan dedicar una hora a la semana para adorar a
Jesús sacramentado? De esta manera, se podría cubrir por turnos las 168 horas
de la semana. Que no nos tenga que decir Jesús: ¿“No habéis podido velar una
hora conmigo?” (Mt 26,40).
El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose al Congreso eucarístico internacional de
Sevilla de 1993 decía: “Espero que el fruto de este Congreso eucarístico sea
el establecimiento de una adoración eucarística perpetua en todas las
parroquias y en todas las comunidades cristianas a través del mundo”. Y El
mismo había ya dado ejemplo, pues inauguró el 2 de diciembre de 1981 en la
basílica de S. Pedro del Vaticano una capilla de adoración perpetua. Ya en
algunos lugares han comenzado la oración, al menos durante el día, pero van
creciendo los lugares donde hay adoración nocturna también.
Muchos sacerdotes han encontrado maneras de hacer a Nuestro Señor disponible a
los fieles, aun cuando deban cerrar las puertas de la iglesia por razones de
seguridad. Algunos han construido una capilla en el edificio de la Iglesia,
sin por eso dejar de cerrarla. Otros han convertido un cuarto pequeño, ya sea
en el presbiterio o en el convento, en una pequeña capilla, construyendo una
pequeña puerta privada por la cual se puede entrar. Otros, simplemente, buscan
un cuidante para que haya seguridad. Donde existe amor y buena voluntad,
siempre se podrá encontrar o construir un cuarto, aunque sea pequeño para
ofrecer posada a Jesús, de modo que todos puedan acercarse a adorarlo, incluso
la noche.
Algunos piensan que es peligroso tener la adoración a medianoche. Pero en la
Basílica del Sagrado Corazón de París ha habido adoración perpetua durante más
de 100 años y nunca ha ocurrido un incidente. S. Juan Neumann comenzó las 40
horas para pedir la paz contra el crimen y el terrorismo. Y, por medio de la
adoración eucaristía consiguió la paz. Muchos sacerdotes han comprobado que
los crímenes en sus barrios han disminuido desde que empezó la adoración
perpetua. Y es que Jesús en el Santísimo Sacramento es más poderoso que todos
los ejércitos del mundo. Y nos sigue diciendo como hace dos mil años “Animo,
soy yo. No tengáis miedo” (Mc 6,50).
Jesús, por medio de la adoración perpetua, desea abrir las compuertas de su
amor y de su misericordia sobre este mundo cargado de problemas. Desea sanar
al género humano tan quebrantado. ¿Por qué tú no eres uno de los apóstoles de
la adoración perpetua, es decir, de amar y adorar a Jesús las veinticuatro
horas de cada día? ¿Qué respuesta le darás tú a Jesús? Ojalá que tengas un
alma eucarística y un corazón hecho Eucaristía como Mons. Manuel González y
quieras ser, como él, adorador perpetuo durante la vida y después de la
muerte. El escribió el epitafio de su tumba: “Pido ser enterrado junto a un
sagrario para que mis huesos después de muerto, como mi lengua y mi pluma en
vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No
lo dejen abandonado!”.
¡Cuánta fuerza de evangelización tiene el poder irradiante de Jesús
sacramentado! ¡Cuánto poder tiene el apostolado de la adoración! ¡Cuántos
ancianos y enfermos podrían dedicarse a este apostolado tan eficaz, empleando
así mucho de su tiempo libre! Para Charles de Foucauld, en el desierto, sólo
el hecho de tener el sagrario era ya, una manera de evangelizar, pues la
presencia poderosa de Jesús Eucaristía llegaba, de alguna manera, a todos los
que lo rodeaban. Pienso también ahora en los conventos que tienen la adoración
perpetua y en tantas religiosas viejecitas, que se pasan horas y horas ante
Jesús sacramenta do. ¡Cuánta fuerza de apostolado tienen estos conventos y
estas personas por muy ancianas o inútiles que parezcan a los ojos del mundo!
Seamos almas eucarísticas para ser también misioneros con Jesús. Como diría el
Papa Juan Pablo II: “Estoy convencido de que el auténtico secreto de los
éxitos pastorales no está en los medios materiales, y menos aún en la riqueza
de los medios. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales nacen de la
santidad del sacerdote. ¡Éste es su fundamento!” (DM 9). Y lo que dice del
sacerdote lo puede decir de cualquiera de nosotros, ya que “el puro amor vale
más que cualquier obra y la vida contemplativa tiene también una
extraordinaria eficacia apostólica y misionera” (Vita consecrata 59). Seamos
contemplativos en la acción y misioneros en la contemplación eucarística.
OTRAS EXPRESIONES
¿Cómo le podemos demostrar nuestro amor a Jesús Eucaristía? Puede haber
diferentes expresiones personales, en las que puede entrar mucho nuestra
propia imaginación: horas de adoración breves o prolongadas visitas.,, “El
pueblo cristiano se recrea con el humilde saludo de “Alabado sea el Santísimo
sacramento”. Y se siente atraído a tantas capillas e iglesias que, teniendo al
Señor manifiesto, invitan a las visitas al Santísimo, que dan calor a la
jornada y llevan al coloquio personal con El” (Pablo VI, Congreso eucarístico
del Perú 30-8-65).
En algunos conventos es de alabar, que en ciertas fiestas, haya procesión con
el Santísimo por todos los rincones para que Jesús visite y tome posesión de
cada lugar. Y ¡qué felicidad la de aquellos conventos que tienen Exposición
perpetua día y noche y que nunca lo dejan solo, y hacen guardia por turnos!
¡Qué feliz se sentirá Jesús! En algunos conventos es costumbre, al finalizar
el día, que el Superior dé la bendición con el Santísimo.
También es muy de alabar la costumbre de algunos lugares de hacer la señal de
la cruz, cuando se pasa delante de una iglesia, donde se encuentra Jesús
sacramentado. Al menos, dirijamos a Jesús una mirada y un saludo de amor.
Estemos siempre en contacto espiritual con el sagrario más cercano y así
vivamos en continua adoración, haciendo frecuentes comuniones espirituales. A
fin de cuentas, para Jesús no hay distancias. Y desde el sagrario se proyecta
como un rayo luminoso que llega hasta nosotros para que podamos estar en
contacto personal con El. Y, si no podemos asistir a misa, asistamos en
espíritu, si es posible por radio o por televisión, pero si no, simplemente
uniéndonos a misa más cercana, sabiendo la hora de su celebración o uniéndonos
a las misas que en ese momento se celebran en alguna parte del mundo.
De todos modos, las expresiones personales de amor, pueden ser innumerables.
Una señora buscaba cada día la flor más hermosa de su jardín para Jesús. Otra,
que era sacristana, tenía la costumbre de besar todos los días el cáliz. Y
cuando alguien le preguntó el porqué, respondió: “porque quiero que cada día,
cuando venga Jesús, encuentre mi beso al pie del cáliz”. Había otra que echaba
perfume junto al sagrario y se esmeraba en que todo estuviera bien limpio para
Jesús. Lo importante es hacerlo todo por amor a Jesús: enviarle besos con el
corazón darle la mejor de las sonrisas, decirle palabras de amor...
Una Superiora, que podía dar la comunión, colocaba la hostia en el
portaviáticos y se lo colgaba y lo abrazaba junto a su corazón para que el
Corazón de Jesús formara con el suyo un solo CORAZON. Y se pasaba la hora de
oración, en adoración, con Jesús entre sus manos. pero éstas y otras
expresiones especiales de cariño a Jesús Eucaristía, sólo deben hacerse con
permiso del director espiritual o de la Superiora, y nunca llevar el
portaviáticos con Jesús Eucaristía a cualquier parte, de modo casi permanente,
fuera de lo estrictamente necesario para llevar la comunión a los enfermos.
¡Con cuánto amor debemos tratar a Jesús! Siempre que pasemos delante del
sagrario, debemos hacer genuflexión, y genuflexión doble al pasar delante de
Jesús sacramentado expuesto. Los que dan la comunión deben hacerlo con todo
respeto y cariño, pues al estar en contacto físico con Jesús, están en
comunión con El. Los que lo reciben en la mano deben hacerlo con las manos
limpias, haciendo una pequeña cuna con sus manos (la mano izquierda sobre la
derecha) para recibir al Rey Jesús, al Dios Omnipotente. No deben quitarle la
hostia al sacerdote “al vuelo”, sino esperar a que la deposite en su mano y
recibirla allí mismo, al costado del sacerdote, sin llevársela para tomarla
por el camino.
Los que participan en el altar (monitores, lectores, cantores...) deben ir
bien vestidos, como para una fiesta, para estar a tono con la dignidad y
solemnidad del misterio que se celebra. Cuando se lleva la comunión a los
enfermos a las casas, los familiares deberían esforzarse lo más posible en
preparar bien la habitación, con dos velas encendidas en una mesita, quizás
unas flores y, sobre todo, mucho amor ante la alegría de que el propio Jesús
en persona se ha dignado visitar su casa. Si lo reciben así, con amor,
¡cuántas bendiciones repartirá para todos!
Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor Dios está aquí, venid
adoradores, adoremos a Cristo Redentor Gloria a Cristo Jesús. Cielos y tierra,
bendecid al Señor. Honor y gloria a Ti, Rey de la gloria; amor por siempre a
Ti, Dios del amor.
Capítulo 4: La visita diaria a Jesús
Antes era el hombre quien esperaba a Dios, ahora resulta que es Dios quien
espera al hombre y éste ni se entera. Por eso, no te pierdas la visita diaria
a Jesús. “La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un
signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo Nuestro Señor” (Cat 1418).
Y la Iglesia concede una indulgencia plenaria al fiel que visite a Jesús para
adorarlo en la Eucaristía, durante media hora. ¡Cuántas bendiciones traerá a
tu vida la visita diaria a Jesús! Si la haces en la mañana, antes de ir al
trabajo, será como un acumulador eléctrico, pues durante todo el día te
irradiará amor, paz y alegría. ¡Llénate de energías por la mañana delante del
Santísimo! Y si vas por la noche, después de un día de trabajo agotador,
entonces te parecerá que se abre una válvula de escape, que te relajará de tus
tensiones y así te apaciguará y te dará tranquilidad para dormir mejor. ¿Acaso
es demasiado pedir que todos los días visites a tu Dios? ¿No tienes acaso nada
que agradecerle en este día?, ¿nada, nada?
Visitar a Jesús sacramentado cada día es exponer nuestra alma enfermiza y
anémica a la irradiación invisible de su amor. De este modo, nuestra alma
comenzará a renovarse con una nueva vitalidad, florecerá como en primavera y
brotará con vigor la alegría y la paz dentro del corazón.
“Jesús es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido
permanecer con nosotros para siempre. Cuando se tiene esta fe en su presencia
real, ¡Qué fácil resulta estar junto a El, adorando al Amor de los amores!
¡Qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los
siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía” (Juan Pablo II, Lima
15-5-88).
S. Alfonso María de Ligorio escribió su famoso libro “Visitas al S. sacramento
y a María Santísima”, que ha superado las dos mil ediciones y dice así: “Dónde
tomaron las almas santas más bellas resoluciones que al pie del S. Sacramento?
¡Y quién sabe si tú resolverás las tuyas al darte del todo a Dios ante este
sacramento! ¡Qué ventura es conversar amorosamente con el Señor que, sobre el
altar; está rogando por nosotros al Eterno Padre, ardiendo en llamas de amor!
Este amor; es quien lo hace permanecer escondido, desconocido y hasta
despreciado de los hombres. Pero ¿ a qué más palabras? Gustad y ved”. “Venid y
veréis” (Jn 1,39).
Pero alguno me dirá: es que las Iglesias están cerradas. Ciertamente, que esto
ocurre con demasiada frecuencia. ¡Cuántas bendiciones y gracias se pierden así
para la persona y para sus familias, para la Iglesia y para el mundo en
general, porque los fieles no tienen facilidad para visitar a Jesús! “La
visita al Santísimo Sacramento es un gran tesoro de la fe católica... Y todo
acto de reverencia, toda genuflexión que hacéis delante del Santísimo
Sacramento es importante, porque es un acto de fe en Cristo, un acto de amor a
Cristo. Y cada señal de la cruz, cada gesto de respeto hecho todas las veces
que pasáis ante una iglesia, es también un acto de fe. Que Dios os conserve
esta fe en el Santísimo sacramento” (Juan Pablo II, homilía en Dublin,
29-9-79).
El Papa Pío XII en la encíclica Mediator Dei pide que “los templos estén
abiertos lo más posible para que los fieles, cada vez más numerosos, llamados
a los pies de Nuestro Salvador; escuchen su dulce invitación: Venid a mí todos
los que estáis agobiados y sobre cargados que yo os aliviaré”. Y el canon 937
ordena que “la Iglesia en que está reservada la Santísima Eucaristía debe
quedar abierta a los fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que
obste una razón grave, para que puedan hacer oración ante el Santísimo
Sacramento” Esto mismo se dice en la Instrucción Eucharisticum mysterium y en
el Ritual de la Eucaristía.
Pero la triste realidad es que la mayoría de los fieles no sienten deseos de
visitar a Jesús durante la semana. Por lo cual, tampoco se ve la necesidad de
dejar abiertas las iglesias. Y Jesús se pasa horas y horas, solitario,
esperando a alguna alma piadosa, que venga a consolarlo y darle la alegría de
pedirle sus bendiciones. “Cristo, personalmente presente junto a la luz
vacilante de la lámpara solitaria, sigue exigiendo una respuesta personal,
invitando al diálogo a los que adoran con fe” (Pablo VI al Congreso
eucarístico del Perú, 30-8-65). Cristo no está en el sagrario de modo
estático, como si estuviera durmiendo, sino está vivo y dinámico. Su presencia
real no es un “estar ahí”, sino “estar por ti”. Te está esperando ¿hasta
cuándo?.
En los primeros tiempos del cristianismo, se guardaba la Eucaristía en las
casas para llevarla a los enfermos o a los cristianos que iban a padecer el
martirio o a otras Iglesias en señal de comunión. ¡Con cuánto amor la
guardaban!
Cuando entres a una iglesia y veas la luz parpadeante de la lámpara, piensa
que allí está Jesús, tu Dios, esperándote. En la hostia santa está el milagro
más grande del mundo, un milagro que la mente humana no puede comprender,
porque es un milagro de amor. El te sigue esperando desde hace dos mil años,
escondido en la hostia, pequeño, invisible, pero el mismo Jesús de Nazaret.
Acércate a El con amor y devoción como los pastores, como los magos, como lo
hicieron María y José aquel día de Navidad. Después de la misa y comunión, la
mejor receta que puedo darte para que crezcas en santidad es: ¡Cinco minutos
de sagrario cada día!
Cuando necesites a Jesús, búscalo en el sagrario de nuestras iglesias, míralo
a los ojos, ten sed de no perderlo de vista, ten sed de quedarte a sus pies,
ten sed de amarlo con todo tu corazón. No te canses amarlo día y noche. A
todas horas, levanta tu mirada hacia el sagrario más cercano. Allí está tu
amigo Jesús. Allí está el Amor y la Vida. Allí está la Salud y la Paz. Allí
está tu Dios. ¡Cuántos secretos de amor se encierran allí! ¡Cuánta luz sale
del sagrario! Jesús Eucaristía debe ser centro de tu vida, el amigo más
querido, el tesoro más preciado. En El encontrarás la ternura de Dios.
Mira a Jesús en el sagrario y déjate amar por El. Vete cada día a visitarlo.
Allí aprenderás más que en los libros. Escucha su Palabra como la Magdalena,
que estaba a los pies de Jesús. Pon en sus manos tus problemas Y necesidades.
Háblale de tu vida, de los tuyos, del mundo entero, pues todo le interesa. Y
sentirás una paz inmensa que nada ni nadie podrá darte jamás. El sosegará tu
ánimo y te dará fuerzas para seguir viviendo. El te dirá como a Jairo: “No
tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36).
¡Qué benditos momentos los pasados junto a Jesús en el sagrario! ¡Cómo ayudan
a crecer espiritualmente! Es algo sublime que no se puede explicar. No te
pierdas tantos tesoros. No digas que no tienes tiempo. Aunque sea unos
momentos, no dejes de entrar, cuando pases delante de una iglesia y, si está
cerrada, dirígele desde fuera unas palabras de amor. Dile que lo amas y
salúdalo con una sonrisa.
En el sagrario hay vida, está la fuente de la vida, hay corrientes de vida,
manantiales de vida, hogueras misteriosas de vida. Allí está Jesús, el Dios de
la vida. Allí recibirás las inmensas riquezas de un Dios Omnipotente, que
quiere ser tu amigo y servirse de ti para salvar a tus hermanos.
Oh Santísima Eucaristía, divinidad admirable y santa. Oh Trinidad adorable.
Te adoro con todo mi corazón y te alabo con todo mi ser. Ave, Santísimo
Sacramento. Ave mil y mil veces, mi Jesús sacramentado.
Capítulo 5: La comunión espiritual
Es muy importante que, cuando no podamos comulgar, o cada vez que hagamos una
visita al Santísimo, e incluso muchas veces durante el día, podamos unirnos a
Cristo en comunión espiritual. La comunión espiritual es una comunión
sacramental en deseo, pero es más que un deseo de comulgar. Dice el gran
teólogo alemán Rahner en el libro “La Eucaristía y los hombres de hoy” que:
“la comunión espiritual procura realmente el fruto y utilidad del sacramento”,
siempre que se reciba con fe y amor verdaderos. Porque es un acto de amor y de
fe, ordenado a fortalecer la unión y amistad con Jesús. “Es una adhesión
consciente a la unión espiritual con Cristo, que da la gracia del Espíritu
Santo; es la aceptación renovada en el fondo del corazón de una tal unión (con
Cristo) que aumenta y profundiza la realidad ontológica (de la verdadera
comunión con El)”.
Esto quiere decir que la comunión espiritual no es una simple imaginación,
sino una experiencia real de unión con Cristo, que nos da su gracia y su amor
de modo efectivo. Por esto, la comunión espiritual nos debe hacer sentir
mayores deseos de la comunión sacramental, pues nos hace desear y vivir más
íntimamente la unión con Jesús.
Sta. Teresa de Jesús recomendaba: “Cuando no podáis comulgar ni oír misa,
podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho” (CP 62,1). Ya
el concilio de Trento habla de “aquellos que, comiendo en deseo aquel celeste
pan eucarístico, experimentan su fruto y provecho por la fe viva que obra por
la caridad” (Denz 881). S Antonio Ma. de Claret también la recomendaba: “Si
con fe viva deseas comulgar, ya comulgaste espiritualmente, calla, adora y
entrégate a Jesús sin reserva”.
Rahner afirma que “el lugar por excelencia de la comunión espiritual es la
iglesia y su momento privilegiado es aquél en el que la persona está
arrodillada ante el Santísimo sacramento”. (La comunión espiritual se puede
hacer en cualquier momento del día y en cualquier lugar del mundo, pero,
ciertamente, el momento más apropiado es el de la visita y adoración a Jesús
sacramentado). Incluso, viajando o trabajando, podemos estar en adoración ante
Jesús sacramentado.
“Si ustedes practican el santo ejercicio de la comunión espiritual bastantes
veces al día, en un mes se encontrarán completamente cambiados” (S. Leonardo).
Ésta puede ser una práctica importante, especialmente, para aquellos
convivientes, casados sólo por lo civil o divorciados vueltos a casar, que no
pueden comulgar sacramentalmente. Ellos no deben sentirse excluidos de la
Iglesia ni condenados ya al infierno; pero deben comprender que, al no tener
la bendición de Dios en su matrimonio, no pueden tener participación plena en
la vida de la Iglesia a través de la comunión eucarística. Sin embargo, el
Papa Juan Pablo II en la exhortación apostólica “Familiaris Consortio” de 1981
afirma: “se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el
sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de
caridad, a educar a sus hijos en la fe cristiana. La Iglesia rece por ellos,
los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y
en la esperanza. La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura,
reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados
que se casan otra vez... Si se les admitiera a la Eucaristía, los fieles
serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre
la indisolubilidad del matrimonio”. Pero, como hemos dicho anteriormente,
pueden suplir, de alguna manera, la comunión sacramental con muchas comuniones
espirituales.
Sobre esto, Sta. Catalina de Siena tuvo una visión. Vio a Jesús con dos
cálices y le dijo: “En este cáliz de oro pongo tus comuniones sacramentales y,
en éste de plata, tus comuniones espirituales Los dos cálices me son
agradables”. La Bta. Angela de la Cruz decía: “si el confesor no me hubiera
enseñado a hacer comuniones espirituales no hubiera vivido”. Sta. Catalina de
Génova decía: “Oh Jesús, deseo tanto la alegría de recibirte y estar contigo,
que me parece que, si muriera volvería a la vida sólo para recibirte”. Ojalá
que tengas tú también esas ansias. “Como el ciervo suspira por las corrientes
de agua así alma suspira por Ti, Oh Dios. Mi alma tiene sed de Dios” (Sal
41,2)
El P. Pío de Pietrelcina decía: “Cada mañana antes de unirme a El en el
Santísimo Sacramento, siento que mi corazón es atraído por una fuerza
superior. Siento tanta sed y hambre antes de recibirlo que es una maravilla
que no me muera de ansiedad. Mi sed y mi hambre no disminuyen después de
haberlo recibido en la comunión, sino que aumentan. Cuando termino la misa, me
quedo con Jesús para darle gracias”.
Procuremos vivir durante el día la gracia de nuestra comunión diaria. De
hecho, después de comulgar, si no estamos en unión permanente con la humanidad
de Jesús, que ha desaparecido al desaparecer las especies sacramentales, sí
estamos en comunicación con ella en cuanto a la radiación de su amor; pues ha
dejado una huella en nosotros. Además, hay luz y gracias que se irradian
continuamente desde sagrario. Desde el sagrario, Jesús irradia oleadas de
ternura sobre nosotros y nos envuelve con su amor. En todo momento, nos está
diciendo “Yo te amo, te necesito, ven a Mí”.
Por eso, el P. Pío de Pietrelcina nos recomienda: “Durante el día llama a
Jesús en medio de tus ocupaciones. Haz un vuelo espiritual hasta el sagrario,
estés donde estés, cuando no puedas estar allí con cuerpo... y abraza
espiritualmente al Amado de tu alma”. Y el Vble. Andrés de Betrami decía algo
semejante: “Dondequiera que te encuentres, piensa constantemente en el
Santísimo Sacramento. Fija tus pensamientos en el sagrario, aun por la noche,
cuando despiertes del sueño. Ofrécele lo que estás haciendo en cada momento.
Instala un cable telegráfico desde tu casa a la iglesia y, tan seguido como
puedas, envía mensajes de amor a Jesús sacramentado”. Decía S. Antonio María
Claret: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella, día y
noche, adoraré a Dios con un culto espiritual”. Seamos adoradores perpetuos de
Jesús, aunque sea espiritualmente.
Para Jesús no hay distancias. Por eso, podemos vivir en adoración continua las
veinticuatro horas del día, tratando de que nuestra alma esté orientada a la
Eucaristía. Estemos con el corazón y la mente pendientes de Jesús
sacramentado. Y, para que esto sea más eficaz, podemos pedirle a nuestro ángel
custodio que esté siempre en vela, en adoración eucarística, por nosotros, y
nos lo recuerde constantemente durante el día. Podemos decirle frecuentemente
la oración: “Angel santo de mi guarda, corre veloz al sagrario, y saluda de mi
parte a Jesús sacramentado”. También podemos pedir a todos los santos y
ángeles y almas del purgatorio, en una palabra, a todos los que en cualquier
momento del día o de la noche estén en adoración eucarística, que adoren
también en nuestro lugar. Y, como todos somos UNO en Cristo Jesús, El lo hará
realidad.
Tengamos tanta hambre de amar a Jesús que podamos decir “mi corazón y mi carne
saltan de júbilo por el Dios vivo” (Sal 83,3). Esta ansia era tan grande, que
alegraba y hacía sufrir a los santos. Sta. Catalina de Siena le decía a su
director: “Tengo hambre, por amor de Dios, dad a mi alma su alimento”. Y Sta.
Margarita María de Alacoque oyó de Jesús estas Palabras: “Hija mía, tu deseo
de comulgar ha penetrado tan profundamente en mi Corazón que, si no hubiera yo
instituido este sacramento de amor lo haría ahora para hacerme tu alimento.
Tengo tanto placer de ser en El deseado que, cuantas veces el corazón forma
este deseo, otras tantas Yo le miro para atraerlo a Mí”.
Oh Jesús divino, Rey de mi corazón. Aumenta mi fe en tu presencia eucarística
para que nunca dude de tu presencia real en este sacramento y pueda desearte y
esperarte con amor y con fe todos los días. Yo creo en Ti, ven a mi corazón en
este momento. Yo te adoro y te amo y te miro, mi Jesús sacramentado.
Capítulo 6: La mirada de Jesús. El silencio de
Jesús
LA MIRADA DE JESUS
Jesús nos está mirando desde el sagrario, pero mucha gente tiene miedo de
acercarse a EL. Quizás lo ve como el Señor de la justicia y como el Señor de
la misericordia. Quizás tienen miedo de sus reproches por los pecados de su
vida pasada, por el tiempo que se han alejado de las prácticas religiosas o,
simplemente, porque no quieren complicarse la vida y tienen miedo a sus
exigencias. Por eso, cuando algunos van a la iglesia, procuran colocarse en
los últimos lugares, prefieren mantener distancias por si acaso... Quizás
quieren ser buenos, pero sin complicaciones. No están dispuestos a dejarse
absorber por Dios ni seguir sus mandamientos, prefieren vivir “su vida”. Y así
viven en la indiferencia, sin darse por aludidos, cuando El los llama.
Eso es lo que le pasó al joven rico del Evangelio (Mc 10,17-27). Era bueno,
pero no quería ser santo. Y Jesús “puso sus ojos en El y lo amó” y le dijo:
“Una sola cosa te falta, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme”. Pero “su semblante se
anubló y se fue triste, porque tenía mucha hacienda.
También Jesús miró a Judas en el huerto de Getsemaní y le dijo con amor: “¿con
un beso entregas al Hijo del Hombre? (Lc 22,48).Y Judas siguió con su
obstinación y no se arrepintió. En cambio, qué distinta la respuesta de Pedro.
Jesús lo miró (Lc 22,61) y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Y Jesús
lo perdonó, como perdonó al buen ladrón o a cualquiera de nosotros que se
acerque con fe y humildad a pedirle perdón. Pues bien, Jesús te está mirando
desde el sagrario ¿Serás incapaz de escuchar su llamado de amor?
Tony de Mello nos relata en su libro “El canto del pájaro”: “Yo conversaba
muchas veces con el Señor y le daba gracias y le cantaba sus alabanzas. Pero
siempre tenía la incómoda sensación de que quería que lo mirara a los ojos. Yo
le hablaba, pero desviaba mi mirada, cuando sentía que El me estaba mirando.
No sé por qué tenía miedo de encontrarme con sus ojos. Pensaba que quizás me
iba a reprochar algún pecado del que no me había arrepentido o me iba a exigir
algo. Al fin, un día tuve el suficiente valor y lo miré. No había reproche en
sus ojos, ni exigencias. Sus ojos me decían simplemente con una sonrisa: Te
amo. Me quedé mirándolo fijamente durante largo tiempo y allí se guía el mismo
mensaje: Te amo... Fue tanta mi alegría que, como Pedro, salí fuera y lloré”.
Acércate ahora mismo al sagrario y míralo a los ojos y verás su mirada llena
de amor, pues, como diría Juan Pablo II, la Eucaristía es una presencia llena
de amor. Ábrele tu corazón y. deja que se caliente al sol de Jesús, ponte bajo
sus alas divinas, déjate amar por El y sentirás cómo te envuelve su luz, su
alegría y su paz. Jesús te está mirando en este preciso momento, como si no
tuviera que mirar a nadie más que a ti. Piénsalo bien, Jesús te está siempre
mirando desde el sagrario. Y así lleva ya veinte siglos, derramando miradas de
ternura y todavía no se ha cansado de mirar.
Quizás tengas miedo de mirar a Jesús en el momento de la elevación de la
hostia y del cáliz en la misa. ¿Por qué? Míralo, adóralo y dile con todo tu
corazón: “Señor mío y Dios mío” o bien “Jesús, yo te amo”. Y encontrarás en su
mirada mucho amor y mucha paz.
Una religiosa contemplativa me escribía: “Hace unos años vi los ojos de Jesús.
Los vi en el fondo de mi alma. Era una mirada amorosa, dulce, cálida,
elocuente, muy elocuente, pues me mostraba su Corazón inmenso infinito. Vi los
ojos de mi Amado y fue tal la impresión que sentí, que no lo podré olvidar
jamás. La mirada que dejó grabada en mi alma no podrá ser borrada y espero
reconocerla en la patria tan deseada. Cuando esta mirada me envuelve de nuevo,
me lleno de una infinita delicia. Es algo tan sublime que no puede ser
explicado con palabras”
Otra religiosa anciana me contó personalmente lo que le había sucedido, cuando
era jovencita. Estaba de postulante y decidió marcharse a su casa. Pero la
víspera de su salida del convento, tuvo un sueño: “Soñé que recogía mis cosas
para el viaje, me vestía de seglar y caminaba por el claustro para ir a
despedirme de la Comunidad. Entonces, vi a la M. Priora que caminaba delante
de mí en compañía de un hombre. Al acercarme a ellos, el hombre se volvió y me
miró. Era una mirada tan dulce y cariñosa,tan expresiva y amorosa, que nunca
la olvidaré. Cada vez que recuerdo aquellos ojos divinos de Jesús, me pongo a
llorar de emoción. Jesús no me dijo nada, pero yo lo entendí todo. Era como si
me dijera: ¿y me dejas? ¿Ya no me quieres? ¿Dónde está aquel amor que me
prometiste? Y aquí estoy hasta la muerte”.
Qué hermoso poder descubrir en los ojos de Jesús todo su amor por nosotros. Y,
sobre todo, descubrir su amor en la celebración de la Eucaristía de cada día.
Me manifestaba una religiosa muy enferma. “Un día estaba en la misa y, en el
momento de la consagración, sentí mucho recogimiento y, como en un relámpago,
vi a Jesús con mucha luz, más resplandeciente que el sol y me quedé anonadada
sin poder articular palabra. Sólo lo amaba y sentía su amor. No sé cómo
explicarlo, fue como en un relámpago y duró muy poco, pero se me quedó grabada
dentro de mí esa mirada y sonrisa suya, como si me hubiese fundido totalmente
con El”.
Por eso, te digo que no tengas miedo. Acércate a Jesús, míralo a los ojos, no
tengas miedo de su mirada. Si estás perdido y confundido, El es tu camino. Si
eres ignorante, El es la Verdad. Si estás muerto por dentro, El es la Vida. El
te iluminará, porque es la Luz de la vida. En el sagrario encontrarás el
paraíso perdido que buscas. Entra en ese mundo fascinante de Jesús Eucaristía,
donde encontrarás el amor infinito de tu Dios. Búscalo en el silencio, porque
El es amigo del silencio. Si estás a solas con El, háblale de corazón, con
confianza. Dile muchas veces: Jesús, yo te amo. Yo confío en Ti.
La Iglesia llama a la Eucaristía sacramento admirable, porque es digno de toda
admiración. Pues admira a Jesús, quédate extasiado mirándolo, sobre todo, en
la elevación de la misa y durante la Exposición del Santísimo Sacramento. Que
tu adoración sea un mirarlo y dejarte mirar, un amarlo y dejarte amar. Haz la
prueba y te prometo que no te arrepentirás “Sus ojos son como palomas posadas
al borde de las aguas” (Cant 5,12). Y tú puedes decir: “He venido a ser a sus
ojos como un remanso de paz” (Cant 8,10). No tengas miedo, la mirada de Jesús
es AMOR y la ternura de Dios se irradia a través de sus pupilas.
EL SILENCIO DE JESUS
Muchas veces nos desconcierta el silencio de Jesús en el sagrario. Vamos con
toda ilusión a contarle nuestros problemas y a pedirle por nuestras
necesidades... Y el silencio es la única respuesta. Quizás nos pasemos toda
una noche en adoración ante Jesús Eucaristía, buscando una solución, pidiendo
una gracia... Y las cosas siguen igual o peor.
Entonces, puede surgir en nuestro interior la duda y el desaliento. ¿Estará
realmente Jesús ahí? ¿No será todo fruto de mi imaginación? ¿Será cierto lo
que dice la Iglesia Católica? ¿Por qué no buscar respuesta en otra religión? Y
Jesús sigue callando, desde hace veinte siglos, en la hostia consagrada. Jesús
calla en la Eucaristía como calla ante tantas injusticias y asesinatos, como
calla ante tantos que lo insultan y blasfeman, y quieren ver desaparecer su
Nombre de la faz de la tierra.
El silencio de Dios es algo que no podemos comprender fácilmente. “Dios es
Aquél que calla desde el principio del mundo” (Unamuno). Podríamos repetir con
el salmista: “Escondiste tu rostro y quedé desconcertado” (Sal 29,8). 0 gritar
angustiados con S. Juan de la Cruz:
¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido,
salí tras ti, clamando y eras ido.
Pareciera como si Jesús quisiera esconderse a propósito para que tengamos más
deseo de buscarlo. Pero lo cierto es que, aunque no podamos oírlo con nuestros
oídos, tiene muchas maneras de manifestar su presencia y su amor. En primer
lugar, los Evangelios nos hablan del amigo Jesús, lleno de ternura para todos.
La Iglesia ratifica nuestra fe en su presencia eucarística. Los santos nos
hablan por experiencia de su presencia real. Los milagros nos confirman en
nuestra fe. Personalmente, puedo decir que, a lo largo de mi vida, he pasado
muchísimas horas ante Jesús sacramentado. Muchas horas las he pasado sin
sentir absolutamente nada, como si estuviera seco por dentro, haciendo actos
de fe, repitiendo simplemente: Jesús, yo te amo. Pero, ciertamente, ha habido
muchas ocasiones en que he sentido su presencia y su amor, no de una manera
milagrosa o espectacular, sino de una manera sencilla, con una paz muy
profunda y alegre, que anima y da fuerzas para seguir luchando y viviendo con
alegría. Y esto lo pueden asegurar la inmensa mayoría de católicos que se
acercan frecuentemente a Jesús Eucaristía.
Por eso, no dudes, cree, adora y ama. En el silencio y en la oscuridad irá
madurando tu fe. No tengas miedo del silencio de Jesús. El te espera y te ama,
aun cuando no lo sientas ni lo veas. No importa que no tengas éxtasis ni
experiencias maravillosas como otros las han tenido. Dios no te ama menos por
eso. Vete al sagrario y llena tu corazón de amor a los pies de Jesús, para que
estés fuerte ante los problemas de la vida. Jesús te ama y te espera con su
infinito amor.
Capítulo 7: Mensajes de nuestra Madre
“En el sagrario, escondido bajo el velo eucarístico, está presente el mismo
Jesús resucitado... Es el mismo Jesús que está sentado a la derecha del Padre
en el esplendor de su Cuerpo glorioso y de su divinidad... Hoy deben creer más
en su presencia real en medio de ustedes y creer con una fe profunda y
testimoniada en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía” (21 de
Agosto 1987).
“Jesús, como está en el cielo, se halla en la tierra realmente presente en la
Eucaristía: con su cuerpo, sangre, alma y divinidad... La Eucaristía volverá a
ser el corazón y el centro de toda la vida de la Iglesia... Pero,
desgraciadamente, en estos tiempos de tinieblas, se ha oscurecido la fe. Hay
tanto vacío en torno al sagrario, tanta indiferencia, tanta negligencia. Cada
día aumentan más las dudas, las negaciones y los sacrilegios... Ayuden a todos
a acercarse a Jesús eucarístico de una manera digna, invitando a todos a
acercarse a la comunión sacramental, en estado de gracia, advirtiéndoles que
la confesión es necesaria a quien se halla en pecado mortal, para recibir la
sagrada Eucaristía. Nunca, como en estos tiempos, se han hecho tantas
comuniones indignas. La Iglesia está herida por la difusión de las comuniones
sacrílegas. Ha llegado el tiempo en que su Madre celestial dice: Basta”
(14-Junio-1979).
“Que el Santísimo Sacramento esté rodeado de flores y de luces. Adoren a Jesús
Eucaristía... Expónganlo frecuentemente a la veneración de los fieles.
Multipliquen las horas de adoración pública para reparar la indiferencia, los
ultrajes, los numerosos sacrilegios y las terribles profanaciones, a las
cuales se ve sometido durante las misas negras, un culto diabólico y
sacrílego, que se difunde cada vez más y que tiene como vértice actos
abominables y obscenos hacia la Santísima Eucaristía.
Mi maternal voluntad es que Jesús eucarístico encuentre en la iglesia su casa
real, donde sea honrado y adorado por los fieles, donde está también
perennemente rodeado por innumerables milicias de ángeles, de santos y de
almas del purgatorio” (31-Marzo-1988).
“Hijos míos, por un milagro de amor que sólo llegarán a comprender en el
paraíso, Jesús les ha dado el don de permanecer siempre entre ustedes en la
Eucaristía. Pido que se vuelva de nuevo en todas partes a la práctica de las
horas de adoración ante Jesús expuesto en Santísimo Sacramento. Deseo que se
acreciente el homenaje de amor a la Eucaristía y que se destaque aún por las
señales sensibles más expresivas de su piedad. Rodeen a Jesús eucarístico con
flores y luces cólmenlo de delicadas atenciones; acérquense a El con profundos
gestos de genuflexión y de adoración ¡Si supieran cómo Jesús eucarístico los
ama, cómo un pequeño gesto de su amor lo llena de gozo y de consolación! Jesús
perdona tantos sacrilegios y olvida una infinidad de sus ingratitudes ante una
gota de puro amor.
Cuando van delante de El, los ve; cuando le hablan, los escucha, cuando le
confían algo, acoge en su corazón cada palabra suya; cuando piden, siempre los
escucha. Vayan al sagrario para entablar con Jesús una relación de vida simple
y cotidiana.
Con la misma naturalidad con que buscan un amigo, que confían en las personas
que les son queridas, con que tienen necesidad de un amigo que los ayude, así
vayan al sagrario a buscar a Jesús. Hagan de Jesús el amigo más querido, la
persona en quien más confían, la más deseada y más amada. Digan su amor a
Jesús, repítanselo con frecuencia, porque esto es lo único que lo deja
inmensamente contento, lo consuela y lo compensa de todas las traiciones”
(21-Agosto-1987).
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