1.
Amar y Obedecer

1.1 Hoy san Juan nos ofrece una definición de amor: "El amor consiste en comportarse según sus mandamientos" (2 Jn 7). Literalmente: que caminemos según sus mandamientos. Amar no es lo que yo piense que es amor, ni lo que yo sienta o diga sobre el amor. El amor está ligado a la obediencia, como ya habíamos escuchado en el Evangelio: " Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14,15).

1.2 ¿Por qué este lenguaje suena tan extraño en nuestros oídos? ¿Por qué nuestro tiempo mira al amor como una experiencia de "libertad" y a la obediencia como una experiencia de "privación de amor"? ¿Por qué pensamos a menudo que cuando amamos no obedecemos y cuando obedecemos no amamos? Tal vez por un terrible malentendido en torno a la voluntad. Nuestro tiempo mira la voluntad como un absoluto que puede ser doblegado desde fuera, cosa que sucede en la "obediencia" pero que sólo tiene sentido cuando se goza en lograr su meta.

1.3 Según este modo de pensar, obediencia significa sometimiento y capitulación, renuncia a la propia meta, traición a la propia ruta. Amor, en cambio, quiere decir satisfacción del deseo, logro del propio objetivo. Es evidentre que, así entendidos, no caben juntos el amar y el obedecer.

2. Las obediencias que sí aceptamos

2.1 Sin embargo, hay obediencias que sí aceptamos. Obedecemos las leyes de tránsito, las prescripciones médicas, las indicaciones de un instructor en el gimnasio. No nos sentimos violentados cuando hacemos algo que el doctor nos ha mandado, ni cuando un agente de policía nos orienta en una ciudad extraña. Y estas son obediencias.

2.2 Podemos decir que obedecemos gustosos cuando sabemos que la obediencia nos hará bien, o dicho de manera más breve: obedecemos cuando nos sentimos amados. Lo duro de obedecer no es obedecer sino obedecer cuando no se siente amor.

2.3 Mas "él nos amó primero" (1 Jn 4,19). Antes de pedir nuestra obediencia nos pidió recibir su amor. Y quien ha conocido la verdad y dulzura de ese amor siente que de esa fuente sólo viene el bien. Es entonces cuando amor y obediencia se abrazan felizmente y cuando también descubrimos que no podemos decir que amamos si no es en el ámbito del amor genuino, el amor verdadero que él nos ha dado. De modo que obedecer no es otra cosa sino permanecer en su amor (cf. Jn 15,9). Por fuera de ese amor el amor no es amor. Obedecer es ser fiel a la lógica y al estilo del amor que merece su nombre, el que Cristo nos dio en la Cruz y nos renueva en el altar eucarístico.

Fray Nelson Medina