Víctor Manuel Fernández

 

La altura espiritual y la densidad pastoral de la intercesión

 

Dentro de la "oración pastoral", la oración de intercesión es una clave sumamente importante para descubrir si un agente pastoral ha desarrollado tanto la fe en Dios como el amor al prójimo, y es indispensable para confirmar si las dos cosas están adecuadamente unidas en el corazón de la persona. Porque la oración de intercesión es al mismo tiempo un acto de confianza en Dios y un acto de amor al prójimo.

 

Por qué puede suceder que una persona no tenga el hábito de
detenerse a orar por los demás? Puede haber diversas razones:

• Simplemente que no tiene fe, o que su fe es muy débil. Es decir, no tiene la convicción de que Dios realmente pueda intervenir en el mundo, o de que realmente Dios esté interesado en ayudar a la gente. En este caso, la falta de oración de intercesión podrá llevar a un debilitamiento cada vez mayor de su fe.

• Otra razón puede ser que la persona se sienta el único salvador, y crea que todo depende de sus capacidades y acciones. En este caso, la persona se llenará de ansiedades y angustias que tarde o temprano la llevarán al cansancio, al desánimo o al resentimiento por no conseguir todo lo que se propone.

• Una tercera razón puede ser que a la persona no le interese sinceramente el bien de los demás. Hace cosas por los otros, pero sólo para quedar bien, o para cuidar su imagen y su autoestima, o para cumplir con obligaciones. Pero en realidad sólo tiene interés en sus propias necesidades y los demás no le preocupan sinceramente. Por lo tanto, cuando se ponga a orar para pedir ayuda a Dios, sólo pedirá con sinceridad por sus propias intenciones, tratando de realizar sus deseos personales o de resolver sus problemas. Si es así, esta persona tarde o temprano vivirá todo lo que tenga que ver con los demás como un peso; sólo ayudará a las personas que le resulten agradables o que le puedan traer algún beneficio. Además, en algún momento sentirá un profundo vacío interior, la tristeza de la soledad o la angustia de sentirse tremendamente egoísta.

Prejuicios contemplativos

La intercesión es la oración típica de una persona que tiene que cumplir una misión para el bien de los demás, tanto en el caso de un padre de familia como de una docente o un médico. Pero particularmente debería ser la oración característica de cualquiera que consagre su vida de modo particular a una tarea evangelizadora: la catequesis, la misión, el sacerdocio, etcétera.

Por cierto dualismo que se nos mete adentro, a veces pensamos que la oración de una persona santa o entregada a Dios debe ser una contemplación pura de la gloria de Dios sin distracciones, como si pensar en otros seres humanos nos alejara de esa contemplación concentrada, y perjudicara nuestro encuentro con Dios. La Palabra de Dios nos dice más bien lo contrario, sobre todo en la Primera carta de Juan, donde repetidamente nos indica que nuestra relación con Dios, por más mística que parezca, puede ser un engaño, ya que no es posible amar auténticamente a Dios si el corazón no está bien abierto a los hermanos, deseando y buscando su felicidad. Tenemos que llegar a convencernos de una ley básica de la vida espiritual, que es imprescindible para no errar el camino desde el principio: si alguien no ama sinceramente a los demás no puede decir que tiene una experiencia de Dios, que ha llegado a conocer a Dios, porque según la Biblia "Dios es amor" (1Jn 4, 8). Entonces, "quien no ama al hermano que ve no puede amar a Dios, a quien no ve"(1Jn 4, 20).

Por eso mismo, si nos preguntamos cómo es posible saber si uno está realmente en la luz, la respuesta es clara: "Quien dice que está en la luz, pero aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas" (1Jn 2, 9). Igualmente, si queremos tener algún indicio para discernir si tenemos en el corazón la vida de Dios, la respuesta bíblica es contundente: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte" (1Jn 3, 14).

¿Necesitamos orientaciones más claras, más firmes y seguras? Leyendo la Biblia podemos tener esta certeza: nuestro supuesto encuentro con Dios no nos garantiza nada si no alimentamos la vida interior también con actos generosos de amor al prójimo: de paciencia, de servicio, de escucha, de ayuda, de evangelización, etcétera. Cuando el amor a Dios es auténtico, cuando es una verdadera apertura del corazón a él, ese corazón no se cierra cuando se encuentra con un hijo de Dios, sino que sigue abierto para recibir a todos. Por eso, cuando esa persona se pone a orar, le brota espontáneamente una oración por los demás. La intercesión es un acto de amor al prójimo hecho en la presencia de Dios y confiando en su amor. Él, que es Padre de todos, espera que tengamos un corazón de hermanos, y la mejor adoración que recibe es cuando nos preocupamos sinceramente por los demás. Por eso decía Tomás de Aquino que la misericordia con el prójimo es la más grande de todas las obras exteriores (Suma Teo-lógica II-II, 30, 4, ad 2), es la virtud que más nos hace parecidos a Dios (ad 3), ya que Dios "no necesita de nuestros sacrificios", y prefiere el culto de la misericordia con el prójimo (ad 1).

La expresión orante y apasionada del corazón pastoral

Reconozcamos entonces que, si en la oración de un evangelizador la intercesión ocupa poco espacio, eso es realmente una mala señal. Al mismo tiempo, digamos que, para alimentar un espíritu evangelizador, es necesario motivar y desarrollar el hábito de interceder detenidamente por los demás. Porque orando por ellos nos va brotando el deseo de que les vaya bien, de que sean felices, de que encuentren al Señor, y eso nos motiva para ayudarlos, para ser instrumentos de Dios, que desea su bien.

La Palabra de Dios nos muestra concretamente el valor de la intercesión cuando nos permite mirar por un momento el interior del evangelizador. Por ejemplo, en Flp 1, 4-11. Allí descubrimos hasta qué punto la oración de san Pablo estaba llena de seres humanos: "En todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos ustedes... porque los llevo dentro de mi corazón" (Flp 1, 4.7).

En ese texto vemos dos cosas importantes: primero, que la intercesión no es una oración que el Apóstol hace sólo algunas veces, para no distraerse de la adoración a Dios; al contrario, "en todas" sus oraciones y "siempre" que ora se detiene a pedir por los hermanos. En segundo lugar, no es una oración que él hace por obligación, sólo para cumplir con una norma divina, sino que brota de su corazón que ama, y por eso es una oración hecha "con alegría".

Cómo no va a tener una constante y fervorosa intercesión alguien que es capaz de decir a los suyos palabras tan apasionadas como estas: "Aunque ustedes hayan tenido diez mil pedagogos, no tienen muchos padres. He sido yo el que los engendró por el Evangelio en Cristo Jesús" (1Cor 4, 15). "¿No son ustedes mi obra en el Señor? Si para otros yo no soy apóstol, para ustedes sí que lo soy, porque ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor" (1Cor 9, 2). "Me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo con todos para salvar a algunos a toda costa" (1Cor 9, 22). "Ustedes son mi carta, escrita en sus corazones, conocida y leída por todos. Son una carta de Cristo, redactada por mi ministerio, no escrita con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2Cor 3, 2-3). "¡Celoso estoy de ustedes con celos de Dios! Porque los tengo desposados con un solo esposo para presentarlos como casta virgen a Cristo" (2Cor 11, 2). "¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo no arda por dentro?" (2Cor 11, 29). "Por mi parte, muy gustosamente gastaré todo y me desgastaré completamente por ustedes" (2Cor 12, 15).

También en Col 1, 9 los dirigentes dicen: "No dejamos de orar por ustedes". No dicen que algunas veces los recuerdan en la oración, sino que constantemente los tienen presentes en su oración.

Hay que liberarse entonces de ese falso perfeccionismo espiritual que lleva a pensar que la intercesión es una oración de segunda calidad. El acto de orar por otros no nos aparta de la contemplación, porque la contemplación que deja afuera a los demás es un engaño que no responde al deseo de Dios.

Otras pistas bíblicas

Detengámonos ahora en otro texto bíblico que nos permite descubrir desde adentro cómo debe ser la oración personal de los evangelizadores. Se trata de Ef 3, 14-17. Allí se contempla a Dios, pero no en su grandeza inaccesible, sino en su relación con nosotros, conectado con este mundo. Muchas personas no piden con confianza, y no se detienen a orar por otros porque no perciben esa conexión de Dios con este mundo que él ama. En primer lugar, el texto dice: "Me pongo de rodillas delante del Padre, de quien recibe su nombre toda familia" (3, 14-15). Así de entrada nos muestra a Dios como el Padre común que nos quiere "en familia", que es el fundamento de toda comunidad. Por esa razón, cuando nos dirigimos al Padre común, oramos unos por otros. Hijos del mismo Padre, realmente nos duelen las angustias de los demás y nos interesa su bien. Es natural, entonces, que inmediatamente aparezca la intercesión: "para que les conceda, por la riqueza de su gloria, fortalecerse internamente por el Espíritu" (3, 16). Porque nuestra fuerza interior viene de Dios, es una participación de su gloriosa riqueza. Pero como es el Padre común, no podemos pensar sólo en nuestras necesidades personales, sino que le rogamos que haga fuertes a los demás. Si seguimos leyendo, vemos que no basta la fortaleza. Nos interesa llegar más allá, y pedimos "que Cristo viva en sus corazones por la fe y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas" (3, 18). Si realmente nos interesan los demás, no nos preocupa sólo su bienestar terreno, no nos basta que sean fuertes y firmes. También le pedimos al Padre que les conceda lo más importante, que son dos cosas: Por una parte, la felicidad que pueden encontrar si le dan espacio a Cristo y él habita en sus corazones. Pero, por otra parte, que el amor sea el sentido de todo lo que hagan en la vida, ya que sin amor todo es vacío y vano. Si sólo viven haciendo cosas por interés, por competencia o por vanidad, no serán felices. Cuando alguien ama a los demás, es capaz de pedirle al Padre para ellos estas cosas más profundas. Porque estas cosas tan grandes no se pueden alcanzar con el solo esfuerzo humano; es indispensable que el Espíritu derrame su gracia.

La intercesión sigue, y avanza en las profundidades, porque pide que de este modo los hermanos puedan "comprender con todo el pueblo santo cómo es de ancho, largo y profundo el amor de Cristo, que supera todo lo que podemos conocer, y llenarse de toda la plenitud de Dios" (3, 18-19). Vemos entonces que cuando un creyente intercede por sus hermanos, no se conforma con pedir poco. Pide lo máximo. Le ruega al Padre que los hermanos lleguen a experimentar toda la grandeza del amor de Cristo y se llenen de su plenitud divina. Es decir, que cumplan en sus vidas el proyecto de Dios, que es colmarlos de su amor y de su riqueza espiritual. Cuando amamos de verdad, nos interesa que los hermanos crezcan en el amor hasta alcanzar la plenitud. Todo ministerio y todo servicio es para procurar ese crecimiento de los hermanos. Por eso, en las cartas de San Pablo, vemos que él pedía en su intercesión que los hermanos crecieran: "Pido en mi corazón que el amor de ustedes siga creciendo más y más todavía" (Flp 1, 9).

Por todo el pueblo

Pero no hay que pensar que la intercesión abarca sólo a nuestros seres queridos y más cercanos. Eso sería sólo una forma de amor muy interesada, porque nos encerramos en ese círculo pequeño, ya que simplemente nos conviene que los que están cerca de nosotros vivan bien. Por eso, más adelante, la carta a los Efesios nos exhorta: "Oren por todo el pueblo santo de Dios" (6, 18). Cuando una persona es realmente generosa, le duele el pueblo de Dios entero y no sólo aquellos que están a su cargo. No se siente un profesional preocupado por los que han sido encomendados a su tarea, sino que le preocupa la Iglesia entera y ora por ella con el corazón abierto, porque es la esposa que Cristo ama y "cuida con cariño" (5, 29). Se trata de una oración confiada, porque cuando alguien trabaja en la Iglesia y por ella, le duelen verdaderamente los problemas eclesiales, le preocupa el crecimiento, la renovación y la fidelidad de la Iglesia al Evangelio. Pero en esa preocupación puede pretender imponer sus esquemas y deseos personales al futuro de la Iglesia, que no es propiedad suya. Una oración adecuada sería pedir al Señor que bendiga a su Iglesia para que pueda realizar el proyecto que él tiene sobre ella, que en definitiva es el proyecto que quiere realizar a través de ella en el mundo. Pero también puedo rogar al Señor que me ilumine para poder descubrir ese designio que él tiene sobre su Iglesia y que me dé la fuerza para aceptarlo y asumirlo, renunciando si es necesario a mis propios proyectos.

No obstante, es cierto que tenemos una especial responsabilidad hacia las personas que tenemos más cerca y hacia las que tratamos en nuestras tareas, y es natural que las llevemos especialmente en el corazón.

Ejemplos

Cada vez que terminemos una tarea por los demás, es bueno que dediquemos al menos unos breves minutos a interceder por las personas que hemos tratado. Esta es una manera muy eficaz para evitar que la tarea se convierta en un profesionalismo que cumplimos por obligación. Porque, si al finalizar la tarea sentimos que nos hemos "liberado", y corremos a buscar descanso en la televisión o en otros placeres personales, eso puede llevarnos a sentir que nuestra tarea es sólo un pesado deber que no nos llena la vida.

Veamos ahora dos ejemplos distintos de lo que sería esta oración de intercesión por una persona que acabamos de tratar personalmente:

"Señor poderoso,
quiero poner en tu presencia
a esa persona.
Tú que le diste la vida por amor,
y estás a su lado cada día,
mira sus preocupaciones y sufrimientos.
Concédele lo que más necesita
en este momento de su vida.
Dale fortaleza para sobrellevar
los problemas que tiene que afrontar
y ayúdale para que todo termine bien.

Ilumina su mente para que pueda tomar
las decisiones correctas.
Bendice su trabajo,
sus proyectos y su vida interior.
Protege todo su ser, su casa, sus cosas
y sus seres queridos.
Cuida su vida para que ningún mal le haga daño
y llena su corazón de esperanza.
Derrama en su interior tu divina paz.
Calma toda inquietud y perturbación,
y ayúdale a reconocer tu presencia de amor
en medio de cada cosa.
Que pueda descubrir
cómo lo comprendes
y lo esperas.
Que pueda conocerte mejor
y amarte con todo su ser.
Amén"
.

Otro ejemplo, que es útil para las situaciones en que hemos tratado con una persona cerrada, que se resiste a Dios o desconfía de él. En esas situaciones, antes que quedarnos tristes por nuestro "fracaso", o irritados con una persona que nos parece terca o resentida, es mejor recordar a ese hermano con cariño y dejarlo en las manos de Dios:

"Señor, te pido que mires
a ese hermano que no cree,
que te ignora, que te rechaza,
que optó por vivir sin ti, sin tu amistad,
sin tu luz.
Yo sé que estás en su vida,
que tu amor no lo abandona,
que tu Espíritu Santo siembra en su interior
muchas cosas buenas.
Pero sé también que tú eres
el sentido más profundo de su vida,
que te necesita,
que sus fibras más íntimas
están hechas para conocerte y amarte.
Toca su corazón Señor,
sana esa falsa imagen
que tiene de ti,
y las malas experiencias
que lo han llevado a rechazarte.
Permítele experimentar tu amor
y descubrir las maravillas de tu Palabra.
Bendícelo y libéralo de todo mal.
Pacifica su interior con tu luz,
y muéstrale que la fe en ti
nos ayuda a ser más humanos
y a construir un mundo mejor.
Amén".

La acción de gracias pastoral

Esta presencia constante de los demás en la propia oración no es solamente la súplica. El amor a la gente, en el corazón del evangelizador, se convierte también en agradecimiento a Dios. Así lo vemos en la oración de san Pablo: "Ante todo, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por todos ustedes" (Rom 1, 8). Es un agradecimiento constante: "Doy gracias a Dios sin cesar por todos ustedes a causa de la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús" (1Cor 1, 4). No es un agradecimiento que surge algunas veces cuando el apóstol se aparta a orar, sino que es una plegaria feliz que le brota cada vez que se acuerda de los hermanos: "Doy gracias a mi Dios todas las veces que me acuerdo de ustedes" (Flp 1, 3). Por lo tanto, también surge espontáneamente en los momentos de oración: "Damos gracias a Dios siempre por todos ustedes, recordándolos en nuestras oraciones sin cesar" (1Tes 1, 2).

Pero precisemos algo: no se trata de olvidarse de Dios por pensar en los demás, sino de unir las dos cosas estrechamente en la oración personal: el amor a Dios y el amor a los demás. Un modo especial de lograr esta unión es una oración poco común: dar gracias a Dios por lo que él hace en los demás. Cuando un cristiano ha logrado desarrollar este modo de oración y se le ha vuelto espontáneo, creo que entonces no quedan dudas de que ha logrado identificarse a fondo con la misión que Dios le ha confiado en esta tierra. Su corazón se ha expandido verdaderamente para dar espacio a los demás. Pero advirtamos ahora que estamos hablando de una oración profundamente contemplativa, porque para poder dar gracias de esta manera, la persona debe estar muy atenta para descubrir lo que Dios hace en los demás, y para reconocerlo como una obra amorosa de Dios, que merece nuestro agradecimiento: "Como es justo, en todo tiempo tenemos que dar gracias a Dios por ustedes hermanos, porque la fe de ustedes está progresando mucho y va creciendo el amor mutuo" (2Tes 1, 3). No es una mirada incrédula sobre los demás, no es una mirada negativa y desesperanzada. Es una mirada espiritual, de profunda fe y esperanza teologal. Al mismo tiempo, esta oración es bien fraterna y pastoral; es la gratitud que brota de un corazón verdaderamente preocupado por los demás.

Por otra parte, esta acción de gracias pastoral es también un sentido agradecimiento personal por la misión que el Señor ha querido confiarnos para el servicio de los demás, y porque él nos capacita para cumplirla: "Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio" (1Tim 1, 12).

También es muy sano que, una vez terminada una tarea, nos detengamos un instante a dar gracias a Dios por haberla realizado, y por las cosas buenas que pudimos descubrir en los demás. Este gesto ayuda a unificar la vida porque permite que los demás no desaparezcan de nuestra vida cuando entramos en ámbitos de mayor autonomía y distensión.