El sacrificio de Abel

Lo mejor de nuestra vida ha de ser para Dios: lo mejor de nuestro tiempo, de nuestros bienes, de toda nuestra vida, incluyendo los años mejores. No podemos darle lo peor, lo que sobra, lo que no cuesta sacrificio o aquello que no necesitamos. Para el Señor toda nuestra hacienda, pero, cuando queramos hacerle una ofrenda, escojamos lo más preciado, como haríamos con una criatura de la tierra a la que estimamos mucho. Dar agranda el corazón y lo ennoblece; de la mezquindad acaba saliendo un alma envidiosa, como la de Caín, quien no soportaba la generosidad de Abel, como nos lo relata el Génesis (4, 1-5, 25) Para Ti, Señor, lo mejor de mi vida, de mi trabajo, de mis talentos, de mis bienes..., incluso de los que podría haber tenido. Para Ti mi Dios, todo lo que me has dado en la vida, sin límites, sin condiciones... Enséñame a no negarte nada, a ofrecerte siempre lo mejor.

Para Dios, lo mejor: un culto lleno de generosidad en los elementos sagrados que se utilicen, y con generosidad en el tiempo, el que sea preciso –no más-, pero sin prisas, sin recortar las ceremonias, o la acción de gracias privada después de la Santa Misa, por ejemplo. El decoro, calidad y belleza de los ornamentos litúrgicos y de los vasos sagrados expresan que es para Dios lo mejor que tenemos. La tibieza, la fe endeble y desamorada tienden a no tratar santamente las cosas santas, perdiendo de vista la gloria, el honor y la majestad que corresponden a la Trinidad Beatísima. “Contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: “Opus enim bonum operata est in me” –una buena obra ha hecho conmigo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino)

Cuando nace Jesús, no dispone siquiera de la cuna de un niño pobre. Con sus discípulos, no tiene dónde reclinar su cabeza. Morirá desprendido de todo ropaje, en la pobreza más extrema; pero cuando su Cuerpo exánime es bajado de la Cruz y entregado a los que le quieren, éstos le tratan con veneración. En nuestros Sagrarios, Jesús esta ¡vivo! Se nos entrega para que nuestro amor lo cuide y lo atienda con lo mejor que podamos, y esto a costa de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestro esfuerzo: de nuestro amor. Pidamos a la Santísima Virgen que aprendamos a ser generosos con Dios, como Ella lo fue, en lo grande y en lo pequeño, en la juventud y en la madurez, en fin, lo mejor que tengamos en cada momento y en cada circunstancia de la vida.
 

Fuente: Colección "Hablar con Dios"
por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre