El oficial
que no quiso fusilar al Papa
«Wojtyla y los demás no deben ser deportados»
Un
episodio, hasta ahora inédito, de la vida de Juan Pablo II, ha sido narrado al
semanario italiano Famiglia Cristiana por el protagonista, el mayor
Vasilyi Sirotenko, a quien el Papa le mandó en marzo una felicitación por su
cumpleaños número 85.
Resulta
que Karol Wojtyla jamás habría llegado a ser el obispo de Roma y vicario de
Cristo de no ser por la intervención del oficial soviético, que en aquel
entonces era un simple soldado.
Vasilyi
Sirotenko, miembro de la Armada Roja de la Unión Soviética, fue profesor de
historia medieval, y formó parte de la Armada del general Ivan Stepanovich
Konev, que, por órdenes de Stalin, arrebató a los alemanes Cracovia el 17 de
enero de 1945. Al día siguiente el soldado se encontraba entre los hombres que
ocuparon una mina de piedra de la empresa Solvay, a unos cincuenta kilómetros
de la ciudad. «Los obreros polacos se habían escondido -recuerda-. Cuando
llegamos comenzamos a gritar ‘sois libres, salid, salid, estáis libres’.
Cuando los contamos, eran ochenta. Poco después descubrí que 18 de ellos eran
seminaristas».
Los
soldados robaban lo que podían: dinero, relojes, ropa… Pero Sirotenko buscaba
libros en latín y alemán. Por eso, al descubrir que entre los mineros había
seminaristas, se alegró sobremanera. «Llamé a uno de ellos y le pregunté si
era capaz de traducir del latín y del italiano. Me dijo que no era muy bueno en
estas materias, que había estudiado poco. Estaba aterrorizado, e inmediatamente
añadió que tenía un compañero muy inteligente y capaz para los idiomas. Un
cierto Karol Wojtyla. Entonces di la orden de encontrar a ese tal Karol. Descubrí
que era bastante bueno en ruso, pues su madre era una russinka, es decir
una ukrainka con raíces rusas. Por eso le hice traducir también
documentos del ruso al polaco».
Fueron tan amigos que un día el comisario político Lebedev convocó al oficial soviético: «Camarada mayor, ¿qué hace usted con ese seminarista? ¿Piensa ignorar las órdenes de Stalin?». Sirotenko respondió: «No puedo fusilarlo. Es demasiado útil. Sabe idiomas y conoce la ciudad». Ese mismo año salieron los primeros carros de prisioneros hacia Siberia, personas que no volverían nunca más. Los seminaristas estaban entre los primeros de la lista. Sirotenko, sin embargo, les salvó la vida: «Escribí una orden en la que, por exigencias relativas a las operaciones militares que tenían lugar en Cracovia, Wojtyla y los demás no deberían ser deportados».
DIEGO
GARCÍA, Querétaro, México
Act: 25/01/16 @noticias del mundo E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A |