Deber de Divertirse

 

            Llega un momento en que la persona que trabaja seriamente tiene ganas de divertirse. Es lógico. Dice la Sagrada Escritura que «todo tiene su tiempo, y todo cuanto se hace bajo el sol tiene su hora. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar» (Ecl 3, 1-5). Y un poco más adelante: «Disfruta mientras eres joven y pásalo bien». No está bien visto en la Sagrada Escritura el llamado empollón (que sólo vive para el estudio), porque «el demasiado estudiar desgasta el cuerpo» (Ecl 11, 7-12). Aunque no cabe olvidar este consejo que se da a la vez: «Acuérdate de tu Hacedor».

            Que nadie imagine la vida cristiana como un luto sin salida. Si Nuestro Señor Jesucristo hubiese sido un hombre triste, teatral -como se le suele representar en las películas-, los niños no se hubieran acercado a Él.


Tiempo de danzar

            Bien sabido es que la danza puede convertirse en una tumba del espíritu, del honor de la persona, de la pureza del alma y del cuerpo. Pero esto no significa que deba negarse al baile un valor saludable. Basta que no exceda las normas del buen sentido. Y se entiende bien lo que quiere decirse: que no sea sensual, que se guarden las debidas distancias, que no incite a ningún desorden moral, pues entonces ya no es diversión auténtica, sino pérdida de densidad humana y cristiana. Por lo tanto, los padres, primeros educadores, han de velar para que esta faceta normal de la vida, sobre todo cuando se es muy joven y se posee el casi irresistible instinto de danzar, se desarrolle con normalidad, es decir, según las normas de la nobleza, la honestidad y el decoro.


Recuperar las fiestas saludables

            Habría que recuperar aquellas fiestas de no hace tantos años, aunque ya muchos las desconozcan, que se celebraban en casa de los propios padres o de los de algún amigo o amiga, bajo luces claras y la mirada discreta, pero atenta, de alguna persona mayor. Así era fácil divertirse limpiamente. Siempre es posible, claro es, si se quiere, traspasar los límites de la moral, pero cuando se toman las precauciones debidas, es más difícil incurrir en lo que no estaba en la voluntad.

            En las discotecas de estos tiempos que corren pasa lo contrario: quizá alguna persona privilegiada, tal vez muy ingenua o un poco tonta, pueda pasar una noche bailando y bebiendo sin ofender a Dios. Pero lo más fácil y seguro es lo contrario. Las discotecas, donde casi es imposible hablar, propician un tipo de expresión basada únicamente en el contacto físico, en la vibración y en los instintos estimulados por el sonido, la penumbra, cuando no por el alcohol o la droga.


Salir, pero sin perderse

            Divertirse, lo mismo cabe decir de las vacaciones, es salir un poco de lo habitual, del esfuerzo constante. Cabe decir, es salir un poco de nosotros mismos. Pero la alegría, el sosiego, la paz, la recuperación de energías no se consigue huyendo del verdadero centro de nuestra existencia, que es como nuestro centro de gravedad espiritual. Apartarse de Dios es una violencia profunda en lo más profundo del núcleo personal; y esto no puede proporcionar descanso auténtico. Cuando el Señor dice «Venid a mí los que estáis cansados», entre otras cosas nos está advirtiendo que fuera de Él no hay descanso verdadero.

 

ANTONIO OROZCO, Querétaro, México

 Act: 25/01/16   @noticias del mundo           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A