Carlos A. Marmelada repasa a Marx, Nietzsche, Sartre...
De izquierda a derecha, Nietzsche, Marx y Sartre... tres ateos por razones personales, a veces traumas, no por una rigurosa reflexión filosófica |
Un
cristiano dijo, hace algunas décadas, que la muerte de un niño es más
terrible que toda la biblioteca del ateísmo. Eso es así porque la
muerte de un niño es algo verdaderamente sobrecogedor, pero también porque
el trabajo intelectual del ateísmo en su esfuerzo por negar a
Dios no ha sido especialmente brillante.
El Dios de los ateos (Ed. Stella Maris), libro reciente de
Carlos A.Marmelada (buen divulgador científico, Premio Arnau de Vilanova de
Filosofía y experto en evolución) se centra en esta tesis: los grandes
filósofos de la modernidad no han refutado a Dios, aunque muchas
personas parecen partir de la idea de que sí lo hicieron.
La mitad de ellos no lo han hecho porque no reflexionan sobre el Dios de
las religiones monoteístas, sino sobre la divinidad hegeliana (del
filósofo alemán Hegel, que murió en 1831) que no se le parece en casi nada.
La otra mitad, porque han considerado que el tema lo resolvieron sus
predecesores (se remiten sobre todo a Hegel o Feuerbach) y reconocen que
en vez de reflexionar filosóficamente sobre el Dios cristiano se limitan
apasionadamente a rechazarlo porque han sentenciado que les molesta.
Los filósofos clásicos
que se estudian
El libro repasa el tema de Dios en los distintos filósofos clásicos y modernos
que suelen figurar en los planes de estudio de bachillerato, un repaso
perfectamente legible y recomendable para alumnos (aplicados) de ese nivel y
para cualquiera que quiera asomarse a ello. Descartes, Spinoza, Hume,
Kant, Marx, Nietzsche, Sartre, Camus y Popper son los principales
autores que analiza Marmelada, junto con otros referentes como Bakunin
o Heidegger.
Marmelada tiene claro que hoy en día, tanto entre los filósofos maduros como
entre el joven “de a pie”, más que ateísmo militante lo que hay es
indiferentismo.
“Los ateos ya no se esfuerzan en dar argumentos de la no
existencia de Dios, pues creen que esa tarea ya la concluyeron los grandes
pensadores ateos”, algo que piensan que sucedió entre 1850 y 1950.
Contra el "dios" de
Hegel, no el de Cristo
Marmelada considera que casi todos estos autores se vieron marcados por Hegel, o
directamente se remitieron a él. El existencialista Sartre, muy influyente en
los años 60 y 70 y en la revolución sexual del 68, escribe su voluminoso libro
El ser y la nada para mostrar que Dios no puede existir, porque es una
idea contradictoria, entendiendo a Dios como un ser que es la nada.
Pero ¿en qué parroquia, sinagoga o madrasa se enseña que Dios sea “un
ser que es la nada”? En ninguna. Ese “dios que es la nada” es el de la
filosofía de Hegel.
Mucho antes de Sartre, el filósofo anarquista ruso Bakunin (muerto en 1876)
también concebía a “dios” como el ser más vacío, “la nada, abstracción
muerta, el vacío absoluto”. Está hablando del “dios” hegeliano, y
consideraba a Hegel “el mayor genio que ha existido después de Aristóteles y
Platón”.
Marx y las clases de
ateísmo científico en la URSS
El hombre más influyente en la historia de la expansión del ateísmo en el mundo,
Karl Marx, no dedicó ningún esfuerzo a demostrar que Dios no existe. Lo daba por
supuesto.
“El comunismo empieza en seguida con el ateísmo”, escribió. El
ateísmo era para él una postura de salida que consideraba ya probada y
demostrada y que por lo tanto ya no le interesaba tratar ni debatir. Marx pedía
al hombre dedicarse a su aplicación práctica: la revolución y la
construcción del comunismo.
Marmelada no lo detalla, pero el desinterés de Marx por el ateísmo filosófico lo
sufrieron durante la Guerra Fría una tercera parte de la humanidad que
estuvo sometida a regímenes comunistas. En ciertos niveles escolares en la URSS
y Europa del Este, se debía estudiar la asignatura “Ateísmo Científico”.
Las clases tenían que rellenarse con citas de Engels que reciclaban a
Feuerbach, porque Marx casi no escribió del asunto, al considerarlo ya
despachado. Cuando Engels ya no daba más de sí, la clase se limitaba a citar
congresos y documentos del Partido local y sus organizaciones satélite.
La tesis de fondo del ateismo marxista siempre era la de Feuerbach: la idea de
Dios impide que el hombre se ponga en el centro. Se deduce que quitando
a Dios, el hombre desarrollará su capacidad, que consiste en hacer la
revolución, implantar el comunismo y llegar al famoso “futuro luminoso” (que en
la vida real nunca llegó).
En inglés "Communist Party" puede significar "Partido Comunista" o "fiesta
comunista"; Marx -siguiendo a Feuerbach- da por supuesto que para potenciar al
hombre (y cambiar la sociedad) hay que rechazar a Dios
El "dios" vacío de
Spinoza y la paradoja de Kant
Otros autores que filosofaron sobre Dios acudieron a los textos de Baruch
Spinoza, judío sefardí nacido en Holanda en 1632, sin fe, que escribió mucho
sobre “dios”, pero que presentaba un “dios” panteísta, nunca personal, sin
voluntad, sin entendimiento, apenas una fuerza u orden eterno.
Si Feuerbach predicó en el siglo XIX que al disminuir Dios crece y se beneficia
el hombre, en parte es porque Spinoza lo apuntó antes. Y el sefardí fue uno de
los pocos filósofos admirados por Nietzsche
Marmelada considera que otro autor influyente en el indiferentismo del hombre
moderno hacia Dios es Kant. Es paradójico porque una de las razones de
Kant para escribir “Crítica de la razón pura” en 1781 era “cortar las
mismas raíces del materialismo, del fatalismo, del ateísmo, de la
incredulidad librepensadora, del fanatismo y la superstición”.
Pero fracasó en esa vía y en cambio convenció al mundo de que el hombre no puede
conseguir conocimientos objetivos válidos, haciendo a muchos desconfiar
de la metafísica, y por lo tanto, de Dios como idea racional.
Nietzsche: son sus
gustos, no su intelecto
Nietzsche, que murió en 1900, ha inflamado la pasión e imaginación filosófica de
miles de jóvenes durante más de un siglo, predicándoles contra Dios. Pero
sin dar argumentaciones racionales contra su existencia.
Niega a Dios porque no le gusta, y así lo declara. “Es nuestro
gusto quien se pronuncia contra el cristianismo, no son ya nuestros argumentos”,
tronaba en La gaya ciencia.
Ya en sus escritos juveniles declaraba: “Mi corazón altivo no soporta
que los dioses lleven el cetro”.
Un meme de propaganda atea actual usando a
Nietzsche, que al contrario que Marx aún mantiene atractivo sobre muchos jóvenes
occidentales de sensibilidad poética y es muy estudiado en la universidad
Nietzsche no niega a Dios como resultado de haber usado su genio e inteligencia
en reflexionar racionalmente sobre el tema durante largos años de maduración,
sino como rebeldía juvenil, adolescente. No es el razonar, sino su
“corazón altivo” quien le mueve contra Dios. Por otra parte, también él
cuando se anima a dedicar algún esfuerzo a filosofar sobre “dios” no piensa en
el Dios teísta sino en el hegeliano, definido como “lo más vacío”.
Si Sartre de niño
hubiera conocido un cristiano de verdad...
También Sartre niega a Dios sin haber reflexionado filosóficamente sobre el Dios
cristiano. Como para Marx y Nietzsche, necesita negar a Dios, o declararlo
irrelevante, porque ese es su punto de partida para proclamar la “libertad” para
el hombre.
En la práctica Sartre es hoy mucho más influyente que el fracasado Marx.
Ha triunfado su negación de la moral, su relativismo…
Declaraba que lo coherente con el ateísmo no era proponer una moral
laica (como declaran con la boca muchos socialistas hoy en el debate
social) sino la amoralidad (que es lo que viven en la práctica
las masas indiferentes a Dios) y el “consecuencialismo ético”. En sus palabras:
“Todos los medios son buenos
cuando son eficaces”.
Una web "secularista" usa este meme de Sartre
como propaganda contra Dios...
Sartre siempre se declaró ateo. ¿Qué llevó a Sartre a su desprecio de
Dios? No fue una profunda reflexión filosófica, sino su
experiencia infantil y adolescente.
Él rezaba de niño sus oraciones todos los días, “en camisón, de
rodillas en la cama, con las manos juntas”, porque lo pedía su madre,
que era católica pero no supo transmitirle la fe.
“En el Dios al uso que me enseñaron no encontré al que esperaba mi alma:
necesitaba un Creador y me dieron un gran Patrón”, escribiría sobre su
infancia.
Además, su abuela luterana era mundana e indiferente y su abuelo luterano
dedicaba mucho tiempo y esfuerzo a criticar con cinismo a los católicos, la
Virgen, Lourdes, Bernadette, la devoción popular…
“Me vi conducido a la incredulidad no por el conflicto de los dogmas,
sino por la indiferencia de mis abuelos”, escribiría.
Sartre quizá habría sido un buen cristiano si de adolescente hubiera encontrado
ejemplos de cristianos coherentes. De hecho, en Las Palabras, no
critica a los cristianos por fanáticos sino por tibios.
“La buena sociedad creía en Dios para no hablar de Él. ¡Qué
tolerante, qué cómoda era la religión! El cristiano podía faltar a misa
y casar a sus hijos por la Iglesia, no estaba obligado a llevar una
vida ejemplar ni a morir desesperado. En nuestro medio, en mi familia,
la fe no era más que un nombre de ostentación”.
Relata dos incidentes infantiles de poca relevancia... excepto para él, que
fueron detonantes para abrazar la impiedad. En una redacción sobre la Pasión en
el colegio, le dieron sólo un segundo premio. El niño ya era un
escritor ensoberbecido y se decidió vengar en Dios: “en privado dejé de
frecuentarle”.
En otra ocasión, jugando con cerillas quemó una alfombrilla. “Dios me
vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuve
dando vueltas por el cuarto de baño. Me puse furioso contra tan grosera
indiscreción, blasfemé, murmuré como mi abuelo: Maldito Dios,
maldito Dios, maldito Dios. No me volvió a mirar nunca más”.
Marmelada señala que algo parecido escribía Nietzsche sobre
Dios: “Él tenía que morir; miraba con unos ojos que lo veían todo,
veía las profundidades y la hondura del hombre, toda la encubierta ignominia y
fealdad de éste, penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios.
Ese máximo curioso tenía que morir. El hombre no soporta que tal testigo viva”,
escribe en Así habló Zaratustra.
Camus y la burguesía
tibia
La mediocridad burguesa del cristiano tibio también fue determinante en el caso
del otro gran filósofo y escritor existencialista francés, Albert Camus,
exponente de un ateísmo indiferentista.
De su infancia escribe su biógrafo Lottman: “en 1924 se era católico o laico y
la escuela pública significaba ya una elección. La familia del niño era más
supersticiosa que religiosa y nadie iba nunca a misa. Bautizo y últimos
sacramentos, eso era todo”.
Hizo la primera comunión y quizá fue una experiencia desagradable porque
en una de sus obras semi-biográficas un cura da una injusta bofetada al niño
protagonista en el banquete tras la comunión. Casi seguro le
pasó lo mismo a Camus.
Marmelada, en El Dios de los Ateos, no comenta su acercamiento a la fe
en sus últimos días.
Estos ejemplos dejan claro que los grandes filósofos del ateísmo no llegan a él
por una profunda reflexión racional e intelectual, sino por razones personales o
adoptando filosofías que otros han establecido antes (bebiendo de Feuerbach, que
bebía de Spinoza, o de Hegel, que plantea un dios-nada filosófico, sin
relación con el cristiano).
El problema del Mal
El libro de Marmelada pasa entonces a centrarse en el único gran tema filosófico
que aún está vivo sobre Dios en el debate actual y el que más esgrime el ateo
moderno militante: el problema del mal. ¿Si existe un Dios bueno, como
dicen los cristianos, cómo es que hay mal en el mundo? O no es tan
bueno como para querer quitarlo, o no es tan poderoso como para poder quitarlo:
sería poco bueno o poco poderoso, y por eso no merecería ser llamado Dios.
Marmelada parece que intenta dar una respuesta filosófica ágil a este tema
dolorosísimo.
Primero establece, siguiendo a Santo Tomás, que Dios permite y tolera
–aunque no busca ni suscita- los males físicos, como el dolor, las catástrofes,
etc... “en aras del bien que de ellos se pueda derivar”.
Luego establece como “indudable” que Dios permite que se puedan dar
también males morales (la posibilidad de que los hombres hagan cosas
malvadas) también por un bien: el de la libertad humana.
Luego señala que Dios no tiene ninguna obligación de crear ningún mundo, y mucho
menos un mundo que sea “el mejor de los mundos posibles”,
concepto que filosóficamente es complejo porque un ser omnipotente
siempre podría hacer un mundo aún mejor.
¿Puede Dios todopoderoso hacer un mundo tan bueno que Dios mismo no
pueda hacerlo mejor? Esta pregunta es equivalente a la de si puede Dios
hacer un triángulo cuadrado. “No es que no pueda Dios, es que es
irrealizable en sí mismo”, dice Marmelada.
Añade que un mundo “perfecto” no sería un mundo, sino que sería otro
Dios.
En el mismo momento que el mundo no es Dios, sino una creación, algo con
finitud, límites, limitaciones, es evidente que en el mundo hay espacio para el
mal.
Anunciar el evangelio a
los indiferentes
El libro finaliza con una reflexión sobre la evangelización al hombre de hoy,
que no es un filósofo ateo militante equipado de profundos razonamientos contra
Dios, sino un indiferente que arrastra heridas y miserias personales
como sus abuelos Sartre, Camus o Nietzsche.
Marmelada considera que, con todo, una persona no puede ser indiferente a Dios
en todos y cada uno de los días de su vida. Hay momentos en que cada
persona se hace la grandes preguntas sobre la vida, la muerte, el bien,
el sentido y Dios.
El indiferente también quiere ser feliz y piensa sobre la felicidad. Marmelada,
que ha sido docente casi 30 años, sabe que hacer pensar es una forma de llevar
hacia Dios y propone algunas preguntas que “despierten” al indiferente
que cree no necesitar a Dios.
Por ejemplo:
- ¿Por qué los derechos humanos han de ser universalmente válidos?
- ¿Por qué debería yo respetar la libertad de los demás?
- ¿Por qué es inaceptable que el poder político sea totalitario y use a las
personas como cosas sin valor desechables (el caso paradigmático es el
holocausto nazi)?
- ¿Cuál es el fundamento de la dignidad humana?
Marmelada considera que estos temas del debate social llevan “inevitablemente” a
reflexionar sobre la Trascendencia.
Después plantea que la Nueva Evangelización ha de apostar por “la
autenticidad frente a la apariencia”. Sartre y Camus no conocieron cristianos
auténticos, sólo una cultura de apariencias burguesas.
Es importante hacer comprender, dice Marmelada, que “los errores del
cristiano no son fruto de la doctrina, sino de la falta de fe o de una fortaleza
deficiente por parte de algunos de sus miembros”.
Hay que insistir, dice, en que “la doctrina cristiana promueve la
tolerancia, el diálogo paciente y el respeto a la libertad personal;
otra cosa muy distinta es que haya habido personas concretas que hayan hecho lo
contrario pensando que estaban representando el verdadero cristianismo”.
Por otra parte, la sospecha de que el cristianismo es algo que incapacita para
una vida plena y libre (sospecha de fondo de Feuerbach, Nietszche, Sartre…) debe
ser refutada insistiendo en que “la felicidad eterna ha de ser disfrutada ya en
esta vida, por lo que el cristianismo es una doctrina que promueve el
goce y la fruición de la existencia terrenal en su máxima expresión,
algo que se manifiesta en una alegría sobrenatural sincera”.
Marmelada, al repasar la historia, ve que se han buscado distintos sucedáneos
para sustituir a Dios y la religión. Cree que hoy el
becerro de oro sustitutivo es el dinero y el poder entre las clases altas y el
mero consumismo entre la populares. Pero eso no llena al hombre y las
grandes preguntas seguirán ahí.
Como sucede con
60 Preguntas sobre Ciencia y Fe y otros libros de
Stella Maris, El
Dios de los ateos puede ser leído con provecho por estudiantes
(buenos) de instituto y alumnos (no necesariamente aplicados, aunque sí
interesados) de universidad, y por supuesto por cualquier persona que quiera
reflexionar sobre estos temas.
Su mayor mérito es repasar de forma asequible que las grandes figuras de
la filosofía atea entre 1850 y 1950 nunca abordan seriamente el tema de la
existencia de Dios desde la razón, sino desde categorías hegelianas o
traumas personales, o dan el tema por zanjado por otras figuras previas.
“El hombre actual, el incrédulo indiferentista postmoderno, es hombre y como tal
tiene una apertura natural a la trascendencia, por lo que también tiene
sed de Dios”, concluye.